El Coronel de Infantería de Marina, r Juan Angel López Diaz publica en La Critica esta reflexión sobre la pobre celebración “de la más alta ocasión que vieron los siglos”, la Batalla de Lepanto.
¿Por qué no celebramos Lepanto?
Ha pasado en el más completo anonimato el aniversario, el 7 de octubre de 1571, de la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, presentes y esperan ver los venideros: La Batalla de Lepanto, según definió don Miguel de Cervantes, soldado de Infantería de Marina y el más egregio de nuestros literatos. No se concibe la razón por la cual en España no celebramos esta batalla, como los británicos hace unos días, han celebrado Trafalgar, o los aliados el Desembarco de Normandía el 6 de Junio.
Aunque los sajones se han ocupado de informar que la victoria no fue decisiva, lo cierto es, que frenó completamente la expansión turca por el Sur de Europa. El porqué no celebramos esta gran victoria que cambió el destino de la civilización occidental, con Francia del lado turco, y Alemania e Inglaterra ausentes, es una dejación como nación y realmente inexplicable.
Los prolegómenos
La conquista de Chipre por los otomanos en 1571 fue el momento álgido de la estrategia de la Sublime Puerta por alcanzar la hegemonía en el Mediterráneo y la razón desesperada por la que la cristiandad, en especial Venecia, olvidara sus recelos y alcanzara un acuerdo para la creación de la Liga. Pero esta alianza tuvo objetivos distintos según cada participante. Venecia trataba de lograr la salvación de Chipre, que cuando se firma el acuerdo aún no ha caído, España busca la seguridad de sus territorios y sus líneas de comunicación marítimas, y sabe que Venecia es un socio de conveniencia, que abandonará la Alianza en el momento que mejor le convenga. El Papa Pío V trata de crear una coalición que al menos tenga un punto común en la Fe.
Del resto de los países cristianos poco se puede esperar. Francia con Catalina de Médicis no quiere participar en la Liga y por el contrario formará alianza con los otomanos para perturbar a España en el Mediterráneo e incluso interviene para que Venecia firme una paz por separado con los otomanos. El Emperador Maximiliano tampoco se une a la coalición alegando tener a los turcos a las puertas de su territorio. También rehúsa Portugal porque los venecianos ayudaron al Sultán de Egipto en la construcción de buques que desde el Mar Rojo atacaban a los portugueses en el Índico. A Inglaterra le beneficia la pugna de España con el imperio otomano y los príncipes protestantes alemanes y otros estados cristianos, recelan de una España, todavía más fuerte. Así pues, la Alianza se ve reducida a Venecia, Génova y Malta por razones de supervivencia, Saboya y el Papa como aglutinador de la Liga. Por todas estas razones en un principio Felipe II no es partidario de una Alianza pero el Papa le convence ofreciéndole establecer un pacto en el que primen los intereses de la cristiandad en el Mediterráneo, incluso la conquista de los Dardanelos y los Santos Lugares. El Rey acepta siempre que el Tratado incluya atacar Argel, Túnez y Trípoli, y que el Jefe Supremo y su lugarteniente sean españoles y tengan libertad de acción. En suma, para España la alianza forma parte de una estrategia global, pero no la única para defender sus intereses en Europa y el Nuevo Mundo. Para Venecia es una razón temporal de supervivencia para sus territorios y su comercio, es decir, su existencia, y para el Papa es la única opción para detener el avance otomano, religioso y cultural que amenazan a Occidente, con los valores que él representa en la tierra.
Tras arduas negociaciones Felipe II transige en que el lugarteniente no sea español, y acepta que la conducción general de la guerra se decida en el nivel político, pero las decisiones estratégicas, operativas y la conducción de las operaciones corresponde a los Capitanes Generales de los estados implicados, D. Juan de Austria, Colonna y Veniero, que actuarán “conforme el tiempo y la ocasión convengan “, aunque la responsabilidad última recae en D. Juan, al cual incumbe también dictar los planes de operaciones, dirigir las campañas, emitir las órdenes, ocuparse del sostenimiento y adiestramiento de la fuerza y dirigir la ejecución de las acciones previstas.
La decisión de la Santa Liga de atacar a la Armada otomana
Es este uno de los aspectos más controvertidos de la campaña de Lepanto, cómo se tomó la decisión de combatir con la armada otomana. Cada historiador asigna a uno u otro protagonista la culpa o la responsabilidad de la decisión. Comparativamente se aprecia que el Rey español y el Papa, a través del Consejo de Guerra y Colegio Cardenalicio, transmiten a sus respectivos capitanes generales de la mar las instrucciones para que estos tomen las líneas de acción estratégicas y operativas con cierto margen de amplitud. En el caso de Venecia, el Capitán General del Mar tiene más restringida su capacidad de decisión debido a las imposiciones del Senado, y a la necesidad de tener la unanimidad del Consejo de sus capitanes en la mar.
De las distintas líneas de acción que se plantearon en los distintos consejos: atacar a la flota otomana, razzias sobre los Balcanes o incluso la propia Estambul, lo avanzado de la estación restringió esas línea de acción a la de destruir la flota enemiga, como la decisión que más se ajustaba al primer párrafo de las capitulaciones de la Liga: destruir las fuerzas de los crueles turcos… por mar y tierra, comprendiendo esto Argel, Túnez y Trípoli… Ante la presencia otomana en el Adriático, no parecía aconsejable la concentración en Corfú ni en Creta y se elige Mesina, porque es un puerto amplio y bien defendido y garantiza la seguridad de las escuadras aliadas que han de llegar desde Poniente, Tirreno, Adriático, y Jónico, y además crea una amenaza a la armada otomana en el Adriático ya que aún no está dispuesta para enfrentarse a la Santa Liga. Mesina es también equidistante de los lugares de partida de las escuadras y es fácil recibir aprovisionamiento para la gran cantidad de buques y hombres, 92.000, que se reunirán en su puerto. Por último ocupa un lugar central en el Mediterráneo, lo que le permite acudir con rapidez a cualquier rincón y bloquear el acceso al Adriático, Albania y Morea. La concentración se inicia el 23 de Julio con la llegada de las escuadras de Veniero y Colonna, el 29 de agosto llegan a Sicacusa las galeras de Creta después de una navegación a golfo lanciato, esto es, sin escalas, y finaliza el 5 de septiembre, con la llegada de D. Álvaro de Bazán. Las naves venecianas adolecen de pertrechos, hombres y adiestramiento y Felipe II autoriza levas en Italia y D. Juan de Austria ordena embarcar infantería española en las naves venecianas. El primer consejo se celebra al día siguiente de llegar D. Juan el 24 de agosto en que le informan de los ataques otomanos a las costas orientales del Adriático e incluso del temor a que atacasen Venecia. La decisión a tomar sobre el objetivo de la Liga es importante. Se calculaba que el coste de una flota de 200 galeras y 100 navíos redondos y 50.000 soldados costaría 4000.000 de ducados al año, y era necesario atinar bien con la línea estratégica para dar la batalla. Visto con la óptica posterior de Mahan, la decisión más directa debiera de ser destruir la flota otomana. Esta solución también coincidiría con la defensa del tráfico que deseaba Venecia, pero con una visión más general, se comprende la idea española de erradicar los focos piratas del norte de África: Túnez, Argel y Trípoli, o la ocupación de los Balcanes, o incluso el ataque a Estambul. Pero lo tardío de la concentración restringen a una sola la línea de acción: destruir la flota enemiga. Aunque hubo reticencias, fue Don Juan, con 26 años, el que decidió la pugna de pareceres. Sin Don Juan de Austria no hubiera habido Lepanto, liderar aquella coalición de adversarios sin titubear,sólo lo pueden hacer los grandes capitanes. Por Gil de Andrade sabe Don Juan que los enemigos están en Corfú, pero cuando llega esa noticia, el jefe otomano, Alí, ya conoce la firma del Tratado de la Liga y la concentración en Mesina, y por ello decide abandonar el Adriático para no verse encerrado en él.
La maniobra Operacional
Desde el principio toda la actividad del Capitán General es guiada por el fin de medir sus fuerzas con el enemigo y nada le aparta de él, vence todas las circunstancias accidentales y no se desalienta por las controversias surgidas. Tanto por Gil de Andrade y Cardona, sus exploradores, como por los venecianos, tiene conocimiento diario de los movimientos otomanos. En las órdenes que emite da directrices que dejen claro a los distintos componentes que no existen escuadras nacionales, y por el contrario una sola armada, de manera que la victoria y la derrota será la de la Liga y no la de una armada en particular. El 16 de septiembre de 1571, la armada cristiana sale de Messina y el 18 recala en Punta Stilo, para esperar a que amaine el viento, pues las galeazas están retrasadas. El 22 se pone rumbo a Corfú a donde se llega el 27. Se reciben noticias de la caída de Famagusta, lo que hace que los venecianos quieran ir a Chipre. Tras una complicada reunión, Veniero acepta seguir buscando a la flota otomana. Se embarcan 4000 soldados, artillería y proyectiles. Se fondea en Gomeniza, frente a Corfú, en la costa adriática, donde tienen noticias por Gil de Andrade de que el enemigo se encuentra en Lepanto. Se realizan ejercicios de fuego y el Consejo decide proseguir la búsqueda del enemigo pese al retraso de algunas naves. El día 4 la Armada llega al paso entre Ítaca y Cefalonia y el 5, con niebla, se fondea en Cefalonia. Una nave en descubierta avisa que los turcos se hacen a la mar. Los turcos también envían sus naves de avanzada y dan la situación y verdadera dimensión de la armada cristiana.
El 6 de octubre se leva y se arrumba a las islas Curzolari (Echinades) y como el viento es fuerte a la altura de la Isla de Oxia y Punta Scrofa, para dar descanso a los remeros, Don Juan decide fondear de nuevo al socaire de Cefalonia. Una nave con el secretario de Requesens informa que los turcos se dirigen a la embocadura del Golfo. En consejo de Guerra los tres capitanes generales se reafirman en su decisión de combatir. Alí Pacha abandona Lepanto el día 6, fondea en la Bahía de Calydon, antes de la salida del Golfo de Lepanto y el día 7 sale para dirigirse a Cefalonia, donde sabe que está el enemigo. Pero no consigue pasar de Punta Scroffa, justo a la salida del Golfo. Parece ser que Alí no esperaba encontrase con la flota cristiana tan pronto, navegaba a vela y no había adoptado aún el dispositivo previsto para la batalla. A las 0730 del 7 de octubre se divisan ambas flotas, a una distancia de entre 8 y 12 millas. Sin dejar de avanzar se produce un consejo de guerra entre los tres capitanes generales que navegan juntos, y que al ver el tamaño de la flota turca dudan qué hacer y vocean desde sus respectivos buques la conveniencia de dar la batalla, a lo que responde Don Juan: Señores, ya no es hora de deliberación sino de combate.
Lo que pasó en la batalla ya es historia. En palabras del almirante francés de la Graviere: … sin D. Juan de Austria y sin los soldados españoles no hubiere batalla de Lepanto. A D. Juan pertenece incontestablemente la gloria del combate más grande de los tiempos modernos, no obstante la parte considerable que en él tuvieron los venecianos; sin él, la campaña de 1571 hubiera abortado … con cualquiera otro que D. Juan, lo he dicho y lo repetiré, la jornada fuera estéril … El mito de que el turco era invencible en la mar quedó roto. Marco Antonio Colonna escribió a los dos días de la batalla: acabamos de ver que los turcos eran hombres como los demás. Los turcos por su parte convencidos también antes de la imposibilidad de su derrota, quedaron anonadados, perdida la fe en sí mismos y en la estrella del Comendador de los Creyentes, y el imperio turco comenzó, aquel 7 de octubre de 1571, su declive. Mientras que Don Juan de Austria tiene una estatua en Mesina y otra en Ratisbona, no existe ninguna en España. El 7 de octubre fue la jura de la Princesa Leonor en la Academia General Militar y no hubo una sola cita sobre esta batalla. No hay explicación de por qué no se conmemora cada año esta batalla, crucial para la historia de Europa y que no se hubiera ganado sin la habilidad y valentía de don Juan de Austria. Si rechazamos nuestro pasado es difícil existir como nación.
Coronel de Infantería de Marina
Miembro de la AEME y del Centro de Pensamiento Naval
Fuente:
https://lacritica.eu/noticia/3506/juan-angel-lopez-diaz/por-que-no-celebramos-lepanto.html