Jorge Juan, orgullo de la Marina de Guerra Española. Iñigo Castellano

 

 Jorge Juan y Santacilia (1713-1773), óleo de Rafael Tegeo (1828), Museo Naval de Madrid.

Jorge Juan y Santacilia (1713-1773), óleo de Rafael Tegeo (1828), Museo Naval de Madrid.
Castilla y Aragón fueron las precursoras en España de la Marina de Guerra, desde los reinados de Jayme I El Conquistador de Aragón (1213) y de Fernando III El Santo de Castilla (1217). Son estos soberanos los que inician los grandes hitos navales españoles cuya gloria perduraría por siglos. Pero la «Edad de Oro» de la Real Armada española la alcanza en el siglo XVIII construyendo buques de avanzada tecnología que la consabida Leyenda Negra intentó oscurecer y desvirtuar. Más lo cierto era, como ha quedado documentado a lo largo de los años, que por el contrario, las naos españolas cruzaban las dos orillas de su Imperio separado por el Atlántico y llegaron al Pacífico donde igualmente tenía grandes territorios.

La región vasca se distinguió por dar al reino de España grandes marinos como: Juan de Lezcano, Juan de Garay, Francisco de Argañaraz y Murguía, Juan Sebastián Elcano, Alonso de Salazar, Miguel López de Legazpi, Andrés de Urdaneta, Miguel y Antonio de Oquendo, Juan Martínez de Recalde, Pedro de Zubiaur, Lorenzo de Ugalde y Orella, Antonio Gaztañeta Iturribalzaga, Blas de Lezo y Olabarrieta, José de Mazarredo Salazar de Muñanotes, Ignacio María de Álava, José Justo Salcedo, José Gardoqui Jarabeitia, Agustín de Iturriaga, Anselmo Gomendio, Bruno de Heceta, Cosme Damián Churruca o José Joaquín Ferrer y Cafranga, Cayetano Valdés, Miguel María Gastón de Iriarte, y un largo etcétera cuyos hechos podrían completar una biblioteca especializada en el arte naval militar y de la navegación.

La extensa expansión de los territorios españoles por casi todo el planeta hizo que la navegación fuera algo consustancial para el mantenimiento de la Corona española que albergaba bajo las mismas leyes y lengua aquellos vastísimos territorios. Ciertamente de todas las regiones de España nacieron ilustres marinos, pero fue en el Siglo de la Ilustración, o llamado igualmente el Siglo de las Luces cuando los avances científicos, el conocimiento cartográfico y astral y una avanzada tecnología en la construcción naval hizo que la Hispanidad, entendido como concepto globalizador del reino, fuera el referente en los mares, y sus capitanes y marinería el punto de admiración de otros ilustres marinos, incluso enemigos del Imperio español.

Hoy, en la España Incontestable rendimos honor al ilustre marino, científico y matemático Jorge Juan y Santacilia, nacido en Novelda (Alicante) en 1713. Quedó huérfano a la temprana edad de tres años, quedando bajo la custodia de unos tíos, uno de ellos caballero de Malta. Éste último se ocupó del ingreso del joven Jorge Juan en la Soberana Orden cuyo Gran Maestre le concedió la encomienda de Aliaga (Teruel) en la lengua de Aragón, lo que le obligó al celibato ante los votos contraídos, y a permanecer fuera de España hasta su regreso en 1729. Ingresó en la Compañía y Academia de Guardias Marinas. Desde 1730 hasta 1733 participó en distintas misiones, como la campaña de Orán en el navío Castilla bajo el mando de Juan José Navarro, más tarde marqués de la Victoria, o en la escolta del futuro monarca Carlos III a Nápoles. A fines de 1733, se enroló en la escuadra comandada por Blas de Lezo. Tras recuperar la salud de una enfermedad prosiguió en Málaga sus estudios en la Academia, pero pronto se le destinó junto a unos académicos franceses al virreinato del Perú para realizar mediciones geodésicas con vistas a la determinación del globo terráqueo. No tardaron en surgir discrepancias entre los científicos acerca del contorno terráqueo, Cada cual aportaba sus conocimientos y teorías sobre el mismo, prolongándose las discusiones sobre bases muy científicas, hasta que la Academia Francesa conformó dos expediciones, una de las cuales con destino a Laponia y la otra a las proximidades de Quito. Para esta última expedición, Francia solicitó el permiso a España para que dos eminentes españoles, uno matemático, y el otro astrónomo fueran a Quito, pero no encontrándose en aquellos momentos este perfil, se buscó entre los guardiamarinas a dos jóvenes de veintiuno y diecinueve años de edad respectivamente, que para poder optar a la misión fueron ascendidos a tenientes de navío. Antonio de Ulloa, cuyo destino le tenía reservado llegar a ser uno de los más notables y reputados científicos de la Ilustración española y de Europa, pues a los treinta y seis años, siendo capitán de navío sus méritos científicos fueron reconocidos por seis de las corporaciones más prestigiosas del Continente: Sociedad Real de Londres, Real Academia de las Ciencias de París, Instituto de Bolonia y Academias Reales de las Ciencias y Bellas Artes de Estocolmo y Berlín. El otro, Jorge Juan y Santacilla. En mayo de 1735, ambos zarparon desde Cádiz a las Indias en dos fragatas: Conquistador e Incendio. El viaje se prolongó hasta 1744 y constituyó en su día una gran empresa científica internacional, plagada además de múltiples y dispersas hazañas biográficas de todos sus integrantes.

Su misión abarcaba no sólo la participación en los trabajos de la expedición, portando una colección de instrumentos parecidos a los que portaban los franceses, sino también la vigilancia de posibles acciones de espionaje o comercio ilícito por parte de éstos. La determinación de la posición geográfica y levantamiento de planos de las ciudades y puertos por donde pasasen; recoger cualesquiera otras noticias de interés, así como estudiar los errores de la corredera y de la aguja náutica formaron otros de sus objetivos. El 7 de julio llegaron a Cartagena de Indias en donde hubieron de esperar a los académicos franceses que arribaron tres meses después. Entonces comenzaron los trabajos que se extendieron a lo largo de unos cuatrocientos kilómetros por el corredor interandino.

Estando la ciudad de Guayaquil sitiada por los ingleses de Anson, tanto Juan como Ulloa fueron requeridos para ayudar a su defensa por el entonces virrey, marqués de Villagarcía. Poco después para una misión parecida fueron reclamados para el Callao. La altitud de los picos montañosos donde tenía que fijar los instrumentos de medición para los trabajos geodésicos hizo que aquellos se prolongaran en el tiempo y resultaran muy fatigosos. Habiendo regresado la expedición de Laponia, aún hubieron de esperar algunos años hasta que la enviada a Quito finalizara sus trabajos. Finalmente acordes ambas expediciones en la decisión, confirmaron el achatamiento de los polos del globo terráqueo, siendo el año de 1744. La misión había finalizado y ambos españoles regresaron en distintos navíos franceses. Llegados a sus respectivos destinos, Ulloa tras ser apresado por los ingleses viendo ante quien se encontraban, le hicieron miembro de la Sociedad Real Londinense, mientras que Juan arribó en Brest para ser nombrado miembro correspondiente de la Academia de Ciencias Francesa, para posteriormente ingresar como miembro en la Sociedad Real de Londres y en la de Ciencias de Berlín. De regreso a Madrid el marqués de la Ensenada un gran político y estadista les recibió con todos los honores ascendiéndoles a capitanes de navío. Pronto se publicaron las conclusiones obtenidas en la expedición así como la Relación histórica del viaje, lo que supuso un éxito editorial de gran magnitud tanto por el número de ediciones como por sus traducciones. Jorge Juan tuvo dificultades con la censura inquisitorial que refutaba el sistema copernicano por lo que años después y poco antes de su fallecimiento, Jorge Juan se desquitó de la censura con su publicación: «Estado de la astronomía en Europa». Igualmente y con la visión negativa propia de Inglaterra acerca de los éxitos hispanos, se publicaron de manera reservada las «noticias secretas de América» respecto a lo militar, político y religioso. Tergiversando lo principal, un inglés de nombre David Barry se hizo con una copia y la publicó en Londres alentando la leyenda negra de la actuación española en su acción evangelizadora y de progreso que había llevado a cabo en Hispanoamérica. Juan y Ulloa redactaron igualmente la obra de demarcación entre Portugal y España para reforzar la posición de esta última.

A partir de entonces, los destinos de Juan y de Ulloa se separaron. Jorge Juan marchó a Londres para llevar a cabo una cierta actividad de espionaje sobre el modo y construcción naval inglés al tiempo de contratar para España, técnicos en la materia. Falseando su identidad Jorge Juan logró entrar en los arsenales ingleses y hacerse con importante información además de instrumentos científicos como el cronómetro marino. Era el año de 1749. Cerca de ochenta técnicos con sus familias, vía Oporto entraron en España bajo la tutela y cometido de Jorge Juan quien fue descubierto cuando aún permanecía en Londres de donde hubo de escapar en 1750 vestido de marinero. Una vez en España construyó un observatorio astronómico con lo más avanzado de la tecnología, próximo a la Academia de Guardias marinas de Cádiz. El marqués de la Ensenada aceptó las sugerencias de Jorge Juan de comprar material didáctico e instrumentos para una mejor instrucción de la futura Marina de Guerra. La organización de los arsenales y construcción de nuevos pasó a ser para Jorge Juan una de sus prioridades, como también se destacó en un campo tan distinto como el de asesoramiento de obras hidráulicas o en la técnica y valoración de las aleaciones de monedas lo que le valió el nombramiento de Consejero de La Junta Superior de Comercio y Moneda. Entretanto, era nombrado capitán comandante de la Compañía de Guardias Marinas siendo entre sus objetivos la selección de un buen profesorado y la elaboración de un plan de estudios acorde con los tiempos y los conocimientos traídos de Inglaterra. Para ello creó una imprenta y estableció los libros de texto. Con el tiempo publicaría el Compendio de Navegación para uso de los caballeros guardias marinas que junto con las Lecciones Náuticas publicadas en Bilbao en 1756 conformaría un cuerpo docente que marcó el punto de inflexión del antes y el después. Desde entonces, no sin reticencias, un nuevo modelo de lo que debería ser un oficial de la Marina junto con la permanente corrección de errores tanto de los instrumentos de navegación como de los mandos y gestión operativa, y la incorporación de modelos matemáticos, supuso que España contara con una nueva y moderna Armada. Un novedoso ciclo de formación impuesto que contenía la formación más básica, y otro superior, al que sólo accederían los alumnos más adelantados, donde se impartirían conocimientos especializados en Matemáticas, Astronomía, Mecánica, Fortificación y Construcción Naval. Sin embargo, el incremento del número de oficiales debido al mismo de buques, dejó en cierta manera a un lado los planes de estudios, por lo que hubo posteriormente, ya fallecido Jorge Juan, que instituir un Curso de Estudios Mayores destinado a seleccionados oficiales. La caída del marqués de la Ensenada en 1754 supuso para Jorge Juan ascendido a Jefe de Escuadra, un detrimento de su influencia y su modelo de construcción naval, un mixto entre el inglés y el francés. Finalmente este último se determinó como modelo al ser contratado el ingeniero François Gautier, puesto al frente del Cuerpo de Ingenieros de Marina creado en 1770. Escribió y publicó una de sus obras más importantes: «Examen Marítimo».

La mala salud fue a peor y en 1761 se retiró a un balneario para recuperarse de cierta parálisis en sus manos. Años más tarde fue a Trillo (Guadalajara) para un nuevo tratamiento. Encontrándose mejor marchó a Génova para negociar la construcción de un navío en sus astilleros, y al año siguiente fue nombrado embajador en Marruecos, desplazándose a ese país, donde permaneció durante más de seis meses llevando a cabo diversas negociaciones, entre ellas la obtención de facilidades pesqueras.

Poco después, fue nombrado director del Seminario de Nobles de Madrid, centro de formación de la joven nobleza. Se iniciaba así la última parte de su intensa y rica vida que le llevó a iniciar un proyecto de ingeniería naval para la aplicación de una máquina de vapor a las bombas de achique de los diques secos de carena del Arsenal de Cartagena, que hasta entonces eran accionadas manualmente por forzados. En sus últimos años Jorge Juan con su notable conocimiento y experiencia se empeñó en la mecánica dirigida a las máquinas y a la de fluidos y otras actividades experimentales que fueron recogidas en dos tomos. Jorge Juan falleció en 1773 en Madrid y los restos del «sabio español» como le denominaban en otras naciones, descansan en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz).

¡Gloria y Honor!

 

Íñigo Castellano Barón (Madrid, 1949).
Conde de Fuenclara, Grande de España, nació en 1949 en Madrid. Escritor e historiador. Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense y Máster en Dirección y Administración de Empresas.
Es Miembro de la Academia de Derecho Internacional de México y miembro fundador del IE Business School. Amigo de la Fundación Hispano Británica y socio de la Asociación Cultural Héroes de Cavite. Presidente de la Asociación Española de Amigos del Gran Capitán.
Fue Presidente de la AEEDE (Asociación Española de Representantes de Altas Escuelas de Dirección de Empresas) y consejero de varias sociedades.
Con más de 60 artículos de opinión y relatos históricos colabora en diferentes medios de carácter cultural, como son: el Portal de Historia www.historyofspain.es y el Periódico digital La Crítica, www.lacritica.eu en el que dirige la sección “HISTORIA Y CULTURA”.

 

Fuente:

https://lacritica.eu/noticia/3600/historia-y-cultura/jorge-juan-orgullo-de-la-marina-de-guerra-espanola.html