El Presidente de AEME. general Fontenla, publica en el digital “ñtv España” el siguiente articulo, en el que realiza unos comentarios al analisis del libro recién publicado ” La batalla de Tizzi Azza y la muerte de Valenzuela” que contiene numerosas contradicciones y juicios de valor que es necesario puntualizar.
El combate de Tizzi Azza, junio de 1923: Análisis crítico. Por el General Salvador Fontenla Ballesta (R)
El Sr. Jaime Latas Fuertes acaba de publicar (Valladolid 2023) un libro titulado” La batalla de Tizzi Azza y la muerte de Valenzuela”, en el que después de describir “la batalla de Tizzi Azza” escribe un “Análisis crítico de la batalla” que, por injusto y por falta de conocimiento de causa, no podemos pasar por alto, porque atenta directamente a la honorabilidad y profesionalidad de los militares españoles que, obedeciendo órdenes del gobierno de la Nación, lucharon abnegadamente en el Protectorado, y al que regaron generosamente con su sangre.
Nos limitaremos a entresacar las críticas que expone, llenas de contradicciones y juicos de valor sin contrastar, y a rebatirlas una a una.
1ª. La iniciativa estaba en manos del enemigo: “Este fue el primer error no entender que la iniciativa y el manejo del tiempo estaba en manos del enemigo. Fue Abd-el-Krim el que eligió tanto el terreno como el momento… No fue el Alto Mando español quien inició la batalla sino él” (pp. 53). Aunque no lo explicita, apunta que el error es del Alto Mando (militar). Pero, se olvida que el gobierno español había prohibido taxativamente cualquier iniciativa, incluso el uso de las armas, por parte del ejército español (pp. 12) y que, el comandante general de Melilla, había solicitado al gobierno, el 17 de mayo, mejorar esa línea del frente, para evitar los ataques rifeños, y nunca fue contestada. Orden que fue obedecida, cómo no podía ser de otra manera, por los jefes militares españoles.
2ª. “El segundo desacierto constatado fue confiar en los agentes… que traían información del campo enemigo y que aseguraban, como había ocurrido otras veces, se había concertado el paso franco al convoy de abastecimiento… Un fallo de información garrafal” (pp. 55). Pues, para tener el paso franco concertado se emplearon seis columnas, con fuerzas de choque y carros de combate, y apoyo aéreo (pp. 32, 33 y 35).
3ª. “El combate por Tizzi Azza, no alterará nada en la zona, salvo aumentar las bajas españolas” (pp. 50) “una victoria mesurada e intrascendente en el devenir de la guerra” (pp. 62) “no había solucionado nada” (pp. 63). ¿Hubiera preferido que la guarnición de Tizzi Azza hubiera sucumbido por inacción? ¿Ese es el espíritu militar que esperaba del ejército español? El verdadero objetivo estratégico de Abdelkrim no era tomar Tizzi Azza, sino repetir la situación táctica de Igueriben y Annual de julio de 1921 (pp.12), y las fuerzas militares españolas lo impidieron ¿Le parece poco?
Por si fuera poco, y a la vista del fuerte descalabro enemigo, el comandante general de Melilla, propuso la explotación del éxito. Pero, fue denegada por el alto comisario, con la orden de volver a la defensa pasiva y prohibir los bombardeos aéreos.
4ª. Es curioso que casi todas sus críticas se basan en publicaciones de periódicos de la época: El Sol, Correspondencia de España, ABC, El Telegrama del Rif, Nuevo Mundo El Globo, “y recogido por todos los corresponsales de prensa”. También se basa en supuesta “cartas de soldados” anónimos (pp. 56, 57) cuya visión de la situación y conocimientos tácticos son más que discutibles. Sin embargo, no ha consultado ningún documento militar de la época, muchos publicados y siempre accesibles en el Archivo Histórico Militar de Madrid.
5ª. Se apoya en un artículo del periódico El Sol (todos sabemos que los periodistas son grandes estrategas y tácticos y que se caracterizan por su objetividad) para citar los nombres de los militares responsables, para él, de este combate: “Los nombres propios de estos altos mandos, con sus éxitos y errores -que los hubo y muy graves- fueron los siguientes: los generales Echagüe, Vives y Castro Girona; los coroneles Despujols y Pardo, ambos de Estado Mayor; el coronel Cubriá, de Infantería, Arzadum de Artillería. El coronel Emilio Fernández Pérez de Caballería y los tenientes coroneles Moscoso, de Estado Mayor y Kindelán de Ingenieros, este al servicio de Aeronáutica” (pp. 51). Le ha faltado incluir al último acemilero del convoy.
6ª. Según el autor “frente a un enemigo que no solía aferrarse al terreno, sino que se retiraba y volvía a golpear… el combatiente solo reconocía la autoridad de su kabila… Al menos así había sido siempre hasta ahora, pero las cosas cambian y evolucionan y en esa batalla que se dio el 5 de junio, la ofensiva española se iba dar de bruces con una nueva realidad… El no reconocer de antemano estas características técnicas en las fuerzas rebeldes, pudo convertir ese día en otro desastre” (pp. 51).
Sigue insistiendo: “las tropas españolas… sin apercibirse de que el terreno dónde se iba a combatir había sido totalmente alterado… éste aparecía por primera vez en el Ríf… Un fallo inaceptable” (pp. 53). Aunque, a continuación, reconoce que los trabajos de fortificación habían sido detectados por informadores indígenas y por la aviación (pp. 22). Además, serían observados desde las posiciones de Tizzi-Azza y de Benítez. Se contradice al reconocer los duros combates, con fuerzas de choque, para meter los convoyes los días 28 de mayo (pp. 14) el 29 de mayo (pp. 15) y el 31 de mayo, siempre con muchas bajas (pp.16). “Aunque el recurso de las trincheras (por los rifeños) no era ninguna novedad” (pp. 20) y “el alto mando español… eran plenamente conocidos los esfuerzos fortificadores del enemigo” (pp. 59) ¿Lo sabía o no?
Los harqueños rebeldes emplearon ya trincheras con profusión en la Loma de las Trincheras en 1916 (donde fue herido Franco) y los rifeños en Igueriben (1921) y Ambar (1922). Además, Abdelkrim había formado un ejército rifeño con parámetros occidentales, apoyado por oficiales británicos como instructores. Es, por tanto, muy imprudente afirmar que esas técnicas no eran conocidas por los militares españoles. Sobre todo, no sé de dónde el autor saca estos infundados asertos, que más parecen un “corta y pega” sin ningún análisis ni crítica.
7ª. Emite una serie de juicios de valor: “el coronel Gómez Morato… al mando de la columna… incapaz de alterar lo planificado ante la realidad del campo de batalla” (pp. 54) “el estado Mayor no había hecho bien su trabajo” (pp. 57) “Es posible, que ese error y falta de visión de la realidad táctica sobre el terreno, que no fue corregido, fuera achacable a la bisoñez del teniente Vila que era el oficial de Estado Mayor que le acompañaba (coronel Gómez Morato)” (pp. 55). ¡Pobre teniente! Y encima de estado mayor. No debe saber que la responsabilidad del jefe es personal e intransferible. Pero, como “lo aseguraba el periódico El Telegrama del Rif” (pp. 55), pues amén.
8ª. “Esta confianza equivocada devendría en el error de inducir al mando a negar el apoyo aéreo y artillero” (pp. 56).
Falta de apoyo artillero. Se basa en una declaración “sottovoce” del capitán Ortiz de Zarate, sin citar la fuente: “el esfuerzo heroico de las dos banderas que no recibieron apoyo de ningún elemento” (pp. 54). Para, afirmar, poco después, el apoyo de dos cañones de la posición Benítez y de las “Baterías Gallegas” que, por su actuación, obtuvieron la medalla militar colectiva (pp. 59 y 60). Asimismo, la artillería española empleó por primera vez la iperita (gas mostaza) que causó terror en el enemigo.
Además, el 28 de mayo, con la posición de Tizzi Azza a punto de agotar con sus subsistencias, el alto comisario impuso las siguientes condiciones al convoy de socorro:
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El convoy debía retroceder al primer contacto con el enemigo ¿?
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La aviación debía hacer acto de presencia. Pero, sin bombas ni ametralladoras ¿?
No obstante, ante la exitencia de millares de harqueños enemigos, muy cerca del campamento base, para abalanzarse sobre el convoy, el teniente coronel Kindelán ordenó, por propia iniciativa y a pesar de las órdenes recibidas, que saliera una patrulla de aviones para batir al enemigo, prevaleciendo el principio natural de la autodefensa.
Empleo deficiente de la aviación (pp. 60). No se puede confundir las limitaciones políticas impuestas por el gobierno español y el empleo táctico de la misma, porque la aviación de Melilla fue reforzada con una escuadrilla de Tetuán, y utilizó, por primera vez en África, un avión sanitario para la evacuación de heridos.
9ª. Empleo deficiente de los carros de combate. “En cuanto al novedoso empleo en la batalla de los blindados… no se les sacó el máximo provecho… A pesar de este desacierto, que no lo hizo determinante, estos carros causaron con sus ametralladoras un buen número de bajas enemigas” (pp. 60). Además de la evidente contradicción, su empleo no fue novedoso, porque ya se empleaban, en esta campaña, desde marzo de 1922.
10ª. “El teniente coronel Valenzuela tuvo su cuota de responsabilidad, pues éste, sin esperar a nadie se dejó arrebatar por un ímpetu que, como jefe, debió haber sido matizado por la profesionalidad y prudencia… casi un enajenamiento… un error sin duda” (pp. 62). Una sarta de juicios de valor (arrebato, sin matizar, y enajenación), sobre un jefe cuya profesionalidad y experiencia de combate están muy por encima de “estrategas de café”. El jefe decide su posición en el combate, especialmente en un ataque, en función de su valoración de una serie de factores (leer reglamentos tácticos) y él consideró que, en ese momento y para impulsar la acción de sus hombres, era dar ejemplo en la primera línea de combate.
11ª. Y para el colmo de los disparates, recapitula “Un error puntual dentro de un fracaso histórico” (pp. 63) y se recrea en la afirmación, extraída de la prensa, que las campañas de Marruecos fue el “manantial de vergüenza sin fin” (pp. 50, 52 y 64). ¿Cómo va a ser un fracaso puntual conseguir la misión de introducir el convoy en la posición de Tizzi Azza y, de paso, desbaratar el plan estratégico de Abdelkrim? Cuando, seguidamente escribe, y se vuelve a contradecir: “una gran victoria muy costosa, pero también muy eficaz” (pp. 29) y “En esta ocasión el Ejército de África obtuvo otra victoria” (pp. 63). De fracaso histórico nada, España cumplió su misión, aceptada en la Conferencia de Algeciras (1906), de pacificar el protectorado español de Marruecos, con sus sacrificios y errores, antes que Francia, y conformó un ejército aguerrido y eficaz.
12ª. El pie de la foto de la pág, 55: “El coronel José Riquelme y otros oficiales interrogan a un prisionero rifeño”. No hace falta ser antropólogo, y la actitud afectiva del oficial de su derecha, para percatarse que el supuesto prisionero no es rifeño. Efectivamente, el verdadero pie debe ser el publicado en el libro “Españoles en el Rif” de Carlos Molero, (Valladolid 2013, pp. 75): “El jefe de la Policía Indígena, José Riquelme, escucha las peripecias del soldado Antonio Palomares del Regimiento de Infantería África 69, superviviente de la matanza de Monte Arruit y que ha conseguido huir de los rifeños que lo mantenía cautivo”.
En resumen: La pacificación del Protectorado se podía haber finalizado mucho antes, si los políticos de turno no hubieran sido tan cicateros con su Ejército. Pero, por no querer aportar oportunamente los gastos necesarios, tuvieron que derrochar ingentes cantidades de dinero y una enorme sangría de sus compatriotas. Aunque, como siempre, las culpas las tienen otros…