La Princesa de Asturias y de Gerona, la cadete Borbón, ha recibido su sable de oficial, símbolo de la lealtad y el honor, de manos de un cadete de la promoción anterior a la suya. Recuerdo las palabras de bienvenida del coronel jefe del CIR 16 de Camposoto a los dos mil reclutas que nos incorporamos para cumplir con el Servicio Militar. Más o menos. «Aquí no existe ni la injusticia, ni la mentira, ni la deslealtad, ni el deshonor. Saber obedecer es aprender a mandar. Muchos de ustedes, en el futuro, tendrán la responsabilidad de mandar en sus profesiones civiles, y espero que les sirva su paso por el Ejército, para hacerlo con justicia y con lealtad. Ustedes se irán y nosotros nos quedaremos para seguir formando, desde el honor y la lealtad, desde la repulsión a la mentira, a todos los jóvenes españoles que seguirán sus pasos. Bienvenidos al compañerismo». Aquel coronel, don Juan Manuel Sánchez Ramos-Izquierdo, artillero, fue asesinado por la ETA tres años después en Madrid, siendo general de Brigada. No era simpático, pero sí justo, decente, estricto y humano. Y accesible. Cuando se enfadaba en los ensayos de una Jura de Bandera o una formación militar, temblaban hasta los mosquetones. Pero siempre actuó con justicia y honor.
En esta España tan fea que nos están dejando los desalmados que nos gobiernan con separatistas y filoterroristas, también se captan imágenes bonitas y esperanzadoras. La Princesa de Asturias, Leonor de Borbón, recibiendo su sable de oficial en la Academia General Militar de Zaragoza. Hemos tenido suerte. A la estética militar suma su propia estética. Ética y estética, continente y contenido. Además de su marcialidad, empaque, clase y belleza, hay que añadirle la naturalidad. Y escribo que hemos tenido suerte porque también el aspecto físico favorece su paisaje militar. De haber sido como Pam, Yoli o Lilith, su sable de oficial también representaría el honor y la lealtad, pero con menor brillantez. Ese honor y lealtad, esa etapa de obediencia que precisa para no errar en el mando, se alargará durante dos años en la Academia Naval Militar de Marín, y la Academia del Ejército del Aire en San Javier, Murcia. Honor, lealtad, compañerismo, trabajo, honestidad y sobre todo, patriotismo, por tierra, mar y aire. Y para colmo, guapísima. Se intuye su felicidad, como si hubiera estado en la AGM toda la vida. Y sus amigos leales y sinceros, serán sus compañeros militares de Tierra, Mar y Aire, como lo han sido y son los de su padre, los de su abuelo y los compañeros marinos de su bisabuelo, cuando la Academia Naval Militar se hallaba en San Fernando y fue obligado a abandonar España al proclamarse la Segunda y Soviética República.
Tener una Princesa de Asturias, tan feliz de su condición militar, tan natural y tan guapa, es una fortuna. La ultraizquierda abomina de la belleza. Y del trabajo, el sacrificio, la verdad, el honor, la lealtad, la vocación de servicio, la decencia y el compañerismo. De ahí, el desprecio que siente por una Institución –incluyo a la Guardia Civil– que reúne desde hace siglos esa retahíla de virtudes fundamentales. En una nación tan disparatada en los últimos años, la Corona garantiza el equilibrio que sobrevuela a los poderes de los políticos. Ahí está el secreto de su popularidad. La contención y la medida, síntesis de la elegancia. Aprender a obedecer para aprobar la asignatura de mandar con equilibrio y justicia.
Y además, es guapísima y le sienta el uniforme de cine bueno. Lo siento por las feas de cuerpo y espíritu.
La cadete Borbón nos ha enseñado esa maravilla tan guapa que no es otra que la mejor España.
Nuestra guapa España que quieren destrozar los amargados.