Interesante reflexión del fundador y ex-presidente de AEME, Coronel Domínguez Martínez-Campos, publicada en el digital La Critica, hace unas semanas de plena actualidad.
Una gran ocasión perdida
Recuerdo muy bien aquella escena que todo el mundo pudo ver por televisión en la que aparecía el presidente norteamericano Bill Clinton, junto al de Rusia Boris Yeltsin, riendo los dos a carcajadas. Inicialmente no supe si fue por algún chiste que le contó uno al otro o por la gracia que el ruso pudo hacerle al norteamericano con su costumbre de ponerse al loro con la más popular de las bebidas rusas.
Este encuentro entre ambos presidentes se produjo en octubre de 1995 en Washington con motivo de la reunión plenaria de la Asamblea General de la ONU. Después se supo que aquella gracia que produjo en Clinton sus irreprimibles carcajadas se debió a que Yeltsin reprochó a los periodistas su conducta y que eran ellos los equivocados, los que habían fallado tras proclamar que las conversaciones entre Clinton y Yeltsin habían fracasado. Dirigiéndose al periodista que le había culpado de tal fracaso, Yeltsin contestó: “Ahora por primera vez, te puedo decir que tú si que eres un desastre”. Ese fue el motivo de aquellas risas de los dos presidentes.
Bill Clinton fue el 42 presidente de los EEUU, de 1993 a 2001. Era gobernador demócrata de Arkansas cuando logró la presidencia. Nació en 1946 y se licenció en Derecho en la Universidad de Yale. Se casó con la abogada Hillary Rodham (Hillary Clinton) en 1977. La aventura de Clinton con Mónica Levinsky (escándalo sexual con una becaria de 22 años en el famoso despacho oval en 1998) no le supuso demasiados problemas en su popularidad política. Al finalizar su segundo mandato, la gestión de Clinton fue aprobada con el 66% de aceptación popular. Debido, quizás, a uno de sus más conocidos eslóganes: “¡Es la economía, estúpido!”. Fue uno de los presidentes más internacionalistas de los EEUU.
Coetáneo de Clinton, Boris Yeltsin nació en 1931. En 1976 era secretario general del PCUS en la provincia soviética de Yekaterinburgo. Gorbachov supo de su interés por reformar el sistema soviético en la URSS. En 1985 le nombró jefe local del PCUS en Moscú. Pero Yeltsin no estaba de acuerdo con Gorbachov por la lentitud con que acometió las reformas prometidas. Por eso este le apartó de la jefatura del PCUS en Moscú en 1987. Sin embargo, Yeltsin había logrado una gran popularidad en la capital soviética. En 1989 accedió al Parlamento de la URSS y en 1990 a la presidencia de la República Socialista Federativa Soviética Rusa, es decir, a la presidencia de Rusia (excluidas las restantes Repúblicas de la URSS). Rompió con el PCUS y con el régimen totalitario soviético. En las elecciones convocadas en Rusia en 1991, Yeltsin logró la victoria. Dos meses después se produjo un golpe militar comunista contra Gorbachov, retenido en su dacha del Mar Negro. Fue Yeltsin quien se enfrentó a los golpistas y los derrotó. Gorbachov dimitió de su cargo como secretario general del PCUS y empezó el desmantelamiento de la URSS. La nueva Rusia independiente estaba presidida por Boris Yeltsin.
Con su sistema político de corte presidencialista, Yeltsin pretendía imitar el modelo norteamericano. En 1994 tuvo que enfrentarse de nuevo a la oposición comunista que, encerrada en el Parlamento ruso pretendía una involución del nuevo régimen democrático. Yeltsin no lo dudó. Ordenó bombardear aquel edificio y envió a los líderes comunistas más reaccionarios a la cárcel.
Pero con objeto de hacerse con los votos de los nacionalistas rusos –aquellos que eran más fieles al antiguo régimen– se opuso a que ingresaran en la OTAN los países de Europa Oriental que habían pertenecido a la órbita de Moscú durante la Guerra Fría (Polonia, Rumanía, Bulgaria, Checoslovaquia…). En 1996, por un estrecho margen, volvió a ganar las elecciones en Rusia. En agosto de 1999 Yeltsin nombró como primer ministro a Vladimir Putin. En diciembre de ese año, debido a su delicada salud, dimitió de su cargo. Putin se hizo cargo de la jefatura del Estado ruso.
De modo que, si Clinton gobernó en EEUU de 1993 a 2001, Yeltsin lo hizo en Rusia de 1991 a 1999. Y durante casi todo ese tiempo, la “química” entre ambos mandatarios fue buena.
Tras la desclasificación de las conversaciones mantenidas entre ambos, se ha sabido que Yeltsin propuso a Clinton que siendo Rusia mitad europea y mitad asiática, lo lógico era que Rusia se integrara en Europa con el propósito de liderar el continente europeo, la gran península del núcleo central de Asia. Sin embargo, a lo largo de ese tiempo en el que ambos líderes se reunieron en 18 ocasiones, los EEUU no hicieron ningún esfuerzo o contrapartida para atraerse a Rusia a la órbita occidental.
En aquellos años comunes coincidieron también dos circunstancias muy favorables para que la nueva Rusia –el país más grande de la Tierra– se integrara en Occidente. Hay que tener en cuenta también que en aquel país se estaba produciendo una transición pacífica desde el totalitarismo comunista a la democracia. Fue evidente entonces, y hoy lo sigue siendo, que los grandes jerarcas del comunismo de la antigua URSS, fueron los grandes beneficiados de la nueva economía de mercado que se imponía en Rusia. Y fueron ellos los que se convirtieron en los grandes plutócratas de la economía rusa.
Aquellas dos circunstancias favorables a las que me he referido fueron, en primer lugar, el Tratado sobre Limitación de Armas Convencionales en Europa. Se firmó en París en noviembre de 1990 por todos los países pertenecientes a la OTAN y por todos los del Pacto de Varsovia. En él se estableció que todos ellos limitarían su armamento convencional todo lo que fuera posible para mejorar la estabilidad, la seguridad y evitar cualquier ataque por sorpresa en una acción ofensiva en Europa. Se trataba, en definitiva, de establecer relaciones de seguridad entre todos los países europeos. El Tratado constaba de 23 artículos y 8 protocolos adicionales. Se limitaba y reducía así el número de cinco grupos de armas convencionales: carros de combate, vehículos acorazados, artillería, aviones de combate y helicópteros, determinándose para cada país el número máximo de dichas armas.
Para lograr este objetivo se organizó un complejo sistema de Equipos de Verificación y Control que visitaban los países para verificar el cumplimiento del Tratado, así como un Grupo Consultivo Conjunto para resolver las posibles controversias que pudieran surgir.
Poco después de la puesta en marcha del Tratado sobre Armas Convencionales, Yeltsin solicitó a Clinton que enviara a Rusia científicos y técnicos norteamericanos para hacer posible el desarme nuclear pactado entre ambas potencias de acuerdo con el Tratado START, no solo para desactivar los ingenios atómicos rusos que debían ser neutralizados, sino también para colaborar en el traslado desde Ucrania a Rusia de los almacenados en aquel país a cambio de su independencia, de acuerdo con el Protocolo de Budapest de 1994.
La primera reunión entre Clinton y Yeltsin se celebró en la ciudad canadiense de Vancouver el 3 y 4 de abril de 1993. Allí fue donde surgió una buena relación de amistad entre ambos dirigentes. Clinton prometió apoyar a Yeltsin para que se consolidara en Rusia la democracia y las reformas económicas que, frente a una difícil y complicadísima situación en este país, Yeltsin estaba tratando de lograr y conseguir, haciendo frente a la oposición comunista como ya hemos visto.
En ese mismo año –1993–, EEUU y Rusia crearon una Asociación para la Paz que incluía a los Estados no OTAN. Pero el problema esencial fue el planteado por Yeltsin respecto a nuevos ingresos en la OTAN de ex repúblicas comunistas fronterizas con Rusia. Tras haber ingresado en la Organización de forma rápida Polonia, Chequia, y Hungría, EEUU garantizó a Yeltsin que la OTAN no desplegaría armas nucleares en los nuevos estados miembros de la Alianza.
A tal punto llegó la cooperación y colaboración entre ambas superpotencias, que en mayo de 1997 se firmó en París el Acta Fundacional de Relaciones Mutuas, Cooperación y Seguridad OTAN-Rusia, firmada por Clinton y Yeltsin y todos los aliados de la Organización Atlántica.
Incluso EEUU hizo la vista gorda en el asunto de la guerra de Chechenia cuando se produjeron a vista de todos los excesos del ejército ruso en aquel país. Pero en el encuentro entre Clinton y Yeltsin en 1998 en Moscú, las relaciones entre ambos mandatarios se habían enfriado de forma notable. Fue debido a varios factores: la actuación de la OTAN contra Serbia (aliada tradicional de Rusia), la colaboración tecnológica de Rusia con China en asuntos militares, las ventas de Rusia a Irán de componentes de misiles balísticos, etc.
Por último, el punto de no retorno en esas relaciones se produjo cuando la OTAN atacó a Serbia en marzo de 1999 siendo secretario general de la Alianza el español Javier Solana, debido a la represión de los serbios en Kosovo. Además, dicho ataque no contó con la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU. A partir de ese momento, Rusia suspendió toda cooperación con la OTAN que se incluía en el programa que se había elaborado entre Rusia y la Alianza Atlántica.
Con todos estos antecedentes caben las siguientes preguntas: ¿Fue imposible atraerse a Rusia por parte de los EEUU y sus Aliados para que formara parte de la OTAN en plena luna de miel entre Clinton y Yeltsin? ¿Quién lo impidió? ¿Por qué no fue posible en 1997 o antes? Si Rusia hubiera ingresado en la OTAN ¿sería hoy el principal y más inmediato enemigo de Europa?
Esta es la gran incógnita y, posiblemente, la gran ocasión perdida para haber evitado la actuación ayer y hoy, de un Putin incontrolado que puede poner a Europa al borde del abismo.
Enrique Domínguez
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