Un nuevo contacto directo y un par de días de convivencia en Zaragoza con nuestras Fuerzas Armadas, con motivo del nombramiento como Lancero de Honor que me ha concedido el Regimiento de Caballería «España11», inmerecido pero emocionante, me ha ratificado en lo que ya desde hace algunos años sé muy bien y de primera mano. Que en buena medida la sociedad española no se merece este magnífico ejercito que tiene.
Lo desconoce y fruto de ese desconocimiento mantiene prejuicios y clichés falsos y peyorativos que no tienen que ver con la realidad. Cicatería, visiones sesgadas y arcaicas e ignorancia presiden en muchas ocasiones la percepción de una parte aún considerable de la opinión publica. Sobre todo la que se considera, y ya estamos con lo de siempre, que más que otra cosa es autobombo y complejo de superioridad, «progresista». Y ello sin entrar en otros caladeros opináticos vinculados a la extrema izquierda y sus primos hermanos separatistas. Entonces ya lo más suave sobre ellos es que son un apéndice insepulto del franquismo.
El Ejercito español es hoy, dentro del entramado de servidores públicos, el estamento que ha experimentado, y para mejor, un mayor, más profundo y continuado cambio. Es más, no hay en la Función Pública ningún cuerpo que esté sometido a los controles, evaluaciones y constantes pruebas de idoneidad como lo están ellos. Y quizás sea esa una de las causas de su progreso, este sin comillas, y de que otros, por ejemplo las «castas» universitarias estén cada vez más anquilosados, enclaustrados, y nunca mejor dicho, y fosilizados, aunque los haya que lleven coletas y vistan de adolescentes viejunos. Por las evaluaciones que pasan los militares me gustaría verlos pasar a muchos de ellos.
No son para nada los mimados del gobierno, ni de este ni de ninguno, pero tienen un capital que no se alcanza con dinero: el humano. El nivel de preparación, principios, ética, profesionalidad y valores es envidiable. Su apertura al mundo, a través de las continuas misiones exteriores, les ha ampliado la mirada y abierto el corazón a las realidades que han visto con sus propios ojos y palpado con sus manos. Los crecientes niveles de exigencia y de búsqueda de la excelencia les han hecho que amen de sus carreras militares muchos las hayan complementado con titulaciones añadidas a los más altos niveles. Me he encontrado, incluso entre la tropa, a doctores en las más diversas titulaciones e ingenieros de todas las especialidades, algunos con un par de ellas, amen de la propia de sus academias. Y, desde luego, el déficit de los españoles con los idiomas, a ellos les concierne muy poco.
Tengo para mi que tenemos con ellos una deuda pendiente, no olvido el precio que pagaron con su sangre como uno de los blancos predilectos de los terroristas etarras, a la que se hacen acreedores en cuanto tienen ocasión de demostrarlo pero creo que mejor que darles por todo las gracias quizás el mejor camino fuera que la población española pudiera conocerlos, que se hiciera lo posible porque la sociedad tuviera de ellos una imagen real y actual. Con ello bastaría. Porque los españoles se iban a quedar al ver como son en realidad sus Fuerzas Armadas y lo orgullosos y confiados que pueden estar con ellas. A alguno es hasta posible que se les cayeran las antojeras ideológicas aunque eso para según quien resultara milagro.
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