Última heroica resistencia española en Filipinas. Por Íñigo Castellano Barón

El diario digital La Critica publica este recuerdo histórico de un ejemplo de honor y valor realizado por nuestros soldados en Filipinas.

 

Última heroica resistencia española en Filipinas

 

Los supervivientes del destacamento de Baler. (Foto: Museo del Ejército).

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Los supervivientes del destacamento de Baler. (Foto: Museo del Ejército).
En un día de junio de 1898 España pierde su hegemonía en el Pacífico occidental para cederla definitivamente a los EE. UU. de Norteamérica, no sin antes y pese a haberse producido el cese de hostilidades, un destacamento de españoles y filipinos siguieran vertiendo su sangre de manera heroica en el último reducto que quedaba por conquistar, al punto de que tras una larga resistencia, salieran del fortín-Iglesia donde resistían, mientras desfilaban con la cabeza alta

y la bandera española ondeando con la brisa marina que llegaba de la costa, entre los enemigos que les abrían paso para que pudieran marchar en su camino a Manila para desde allí ser transportados a España, llevándose consigo el orgullo patrio y el homenaje a la sangre derramada de una raza que siempre y a lo largo de su historia supo hacer del valor y de la gallardía, el pendón de sus acciones en cualquier parte del mundo donde se encontraran.

Todo empezó por las apetencias de los norteamericanos por las colonias españolas en el Pacífico. Se intentaron numerosas negociaciones de compra sin que por unos u otros motivos, que no vienen al caso, llegaran a buen puerto. Finalmente los EE. UU. de Norteamérica optaron por lo más artero para provocar el conflicto con España y apoderarse de Cuba en primer lugar, como fue el simular un ataque de un navío español, haciéndose explotar ellos mismos el buque americano Maine. Como en efecto era de esperar, el conflicto estalló de inmediato, forzando a España a entrar en combate en defensa de sus otras colonias como Puerto Rico, Filipinas, Guam y la misma Cuba que se rendiría el 16 de julio de 1898. La lejanía de España y por ello mismo su inferioridad de recursos en aquella zona, le obligó a aceptar la propuesta norteamericana de 20 millones de dólares como precio de compra de los territorios señalados, tras varios enfrentamientos habidos entre las flotas españolas con la norteamericana en diversos lugares como en Filipinas. El resto de los territorios en Oceanía, no pudiendo ser defendidos por las circunstancias de la lejanía del reino de España, fueron al poco tiempo, en 1899, vendidos a Alemania por 25 millones de pesetas.

En 1898 España entraba en un declive que llevaría a una cierta depresión y pesimismo colectivo nacional surgiendo a consecuencia de ello, la llamada Generación del 98, una especie de catarsis filosófica sobre una nueva configuración de nuestro perfil nacional, desde el terreno político, a lo artístico. Entretanto EE. UU. de Norteamérica se hacía con las colonias españolas en virtud del Tratado de París.

En cuanto a Filipinas, objeto de nuestro relato, me remito especialmente a uno publicado en la Asociación Héroes de Cavite que por su clara descripción merece la pena aludir al mismo.

Emilio Aguinaldo, caudillo nacionalista filipino, proclamó la independencia del archipiélago filipino cambiando así el rumbo de la gloriosa España. El movimiento insurrecto tagalo desde hacía tres años había alcanzado grandes cotas de poder y penetración en el archipiélago, quedando Aguinaldo solo como único líder tras matar a Antonio Bonifacio, su principal rival. Pese a ello, el ejército español consiguió desmembrar la insurrección, capturando a Aguinaldo al que se le exilió a Hong Kong, en vez de ejecutarle por alta traición. Desde su exilio, Aguinaldo conspiró con los EE. UU. de Norteamérica para conseguir la independencia de Filipinas. Si no el azar, más bien la conspiración, hizo que el provocado hundimiento del buque americano Maine, que provocó la guerra hispano-americana en Cuba fuera aprovechada por Aguinaldo para regresar al archipiélago con el apoyo militar norteamericano. En poco tiempo, y antes las escasas fuerzas españolas, los norteamericanos consiguieron la victoria. Pero no toda, porque en la provincia de Aurora, en el pueblo de Baler en la isla filipina de Luzón, existía una Iglesia en donde un destacamento bajo el mando del capitán Enrique de Las Morenas y Fossi resistió cuanto pudo al extremo de alcanzar con sus hombres la gloria de los héroes que sus propios enemigos reconocieron.

El día 12 de junio se proclamó la independencia de Filipinas siendo elegido como Presidente Aguinaldo quien aseguró su permanencia, mandando matar a su, por entonces rival, el general Luna. Su poder sobrevivió tan solo hasta el año de 1901 pues los norteamericanos no estuvieron dispuestos a no cobrarse la ayuda prestada a Aguinaldo para obtener la independencia. Sin contemplaciones, los EE. UU. le apresaron obligándole a aceptar el dominio americano. De nuevo se inventó una estratagema que consistió en proclamar una supuesta insurrección por parte de rebeldes contra Manila, según declaró con toda firmeza el propio presidente norteamericano Willian McKinley. Este pretexto le fue suficiente para abrir hostilidades con Filipinas, una naciente República sin ningún reflejo político. Los norteamericanos arrasaron pueblos, aldeas, quemaron iglesias, profanaron cementerios y ejecutaron masivamente a civiles, especialmente los que hablaban la lengua española. Este genocidio de casi un millón de personas, es uno más de los que el ser humano debe recordar e intenta evitar, habida cuenta además de que la población del archipiélago, contaba entonces con unos nueve millones.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el expresidente Aguinaldo volvería a la política para defender a los ocupantes japoneses enfrentados a los norteamericanos. Finalmente, en 1946 Filipinas recobraría definitivamente su independencia.

Toca ahora terminar este relato, cuando en este mes de junio se ha cumplido la efemérides de la propia gesta de ese grupo de españoles compuesto por cincuenta y cuatro militares y un franciscano al que posteriormente se unirían dos religiosos, refugiados en la Iglesia de Baler, que resistieron las cargas de fusilería y los cañonazos del enemigo, durante 337 días sin poder suministrarse de víveres y sin saber que la paz estaba ya capitulada y Filipinas ya era independiente de la Corona española desde meses antes, pese a que varios comisionados propiamente españoles les habían confirmado el cese de hostilidades desde casi un año antes. Sin embargo aquellos españoles, distantes a 230 kilómetros de Manila, que en su día recibieron la orden de resistir la posición hasta el último sacrificio, no abandonaron su bandera que hacían ondear cuando podían entre escombros y muros derribados. Solo el mar que veían les hacía soñar con España, y aunque siendo conscientes de su extrema situación, su bandera les daba fuerza en su empeño. Hasta allí había llegado el destacamento para restablecer el control español y pacificar la zona tras sustituir en la misión a otras tropas españolas que de tiempo venían luchando por la misma causa. Su objetivo era mantener el orden y la paz a costa de sus vidas. Baler estuvo incomunicada por tierra por lo que la noticia de la destrucción de la flota española en Cavite, no llegó a conocerse en ese apartado lugar de la costa. En cualquier caso, el destacamento había transformado la Iglesia en un verdadero fortín de 30 metros de largo por 10 de ancho con muros de metro y medio de grosor, sirviendo el campanario como puesto de observación. Además se excavaron trincheras ante los principales portalones, inutilizando el resto de posibles entradas en el recinto. Las aberturas las transformaron en aspilleras para poder abrir fuego contra el enemigo. Se construyó un horno de pan y se excavó un pozo además de aprovisionar con víveres cuanto pudieron para pasar una larga temporada si fuera preciso. Desde la derrota española en Cavite, los españoles fueron conminados a su rendición y así durante nueve veces a lo largo de los meses transcurridos hasta su salida con honores militares, como ante comenté.

En los primeros meses de asedio por los insurgentes filipinos, los españoles confiaban ingenuamente en los refuerzos pedidos a Manila. Hubo que lamentar dos muertos mientras que los insurrectos tagalos cifraban en setecientos las bajas sufridas. Pero no fueron tanto las balas y el pequeño cañón lo que rebajó la capacidad de resistencia de los españoles, sino las enfermedades como la disentería y el beriberi un mal que se produce por falta de vitaminas que llegó a producir quince muertes, entre ellos el capitán Las Morenas, quien pronunció una épica frase al decir: «la muerte es preferible a la deshonra». Tras éste, murió el oficial Alfonso Zayas, siendo sustituido por el teniente Saturnino Martín Cerezo. El largo sitio de la Iglesia-fortín fue sometido a todo tipo de acciones para minar la moral de los españoles. Desde continuos cantos nocturnos para que no pudieran conciliar el sueño, hasta el desfile de muchachas desnudas con intenciones y ademanes claramente lascivos que hicieran desertar a esos valientes. Solo seis desertaron e intentaron que hicieran lo mismo sus compatriotas, pero el sentimiento patrio y sólido del destacamento permitió sobreponerse a aquellas sugerencias. Llegada la Navidad, todavía tenían fuerza y coraje para celebrarla organizando un concierto con latas de petróleo, tambores y cornetas, sucedía esto justo quince días después de que España a través del Tratado cediera sus posesiones a los EE. UU. de Norteamérica. Varias incidencias se produjeron por la enemistad manifiesta de los tagalos contra los norteamericanos, a los que impidieron arribar un buque de guerra del que los españoles interpretaron como ayuda que venía a socorrerles. Estos valientes héroes vieron un periódico fechado al día por un comisionado español pero aún así creyeron que era una estratagema para que salieran del fortín.

Ya sin casi provisiones, Martín Cerezo tras fusilar a dos desertores preparó una expedición nocturna hacia Manila. Salida que fue abortada en último momento cuando por casuales circunstancias, pudo leer en varios periódicos, la paz alcanzada por el reino de España. De esta manera se preparó la que sería la última negociación con los filipinos de cara a una capitulación. El día 2 de junio de 1899 se arrió la bandera española de Baler, acto que sin ser de ello conscientes, pasaría a la historia militar como un ejemplo de honor y valor. Los treinta y tres supervivientes tras deponer las armas fueron conducidos a Manila tras recibir los honores militares de aquellos filipinos admirados de tanta gallardía. Desde Manila un barco los llevó a Barcelona para desde allí marchar a Madrid, al Palacio Real, y ser recibidos personalmente por la reina María Cristina.

Los españoles de nuevo habían demostrado el amor a su Patria y su capacidad de resistencia frente a quienes intenta demolerla.

Gloria y honor

 

Iñigo Castellano y Barón

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