El Comandante del E.A. D. Manuel Parrilla Gil, asociado de AEME, publica en su Blog este retazo histórico de la Aviación española.
Mónico! Presente
El coche se acercaba levantando una gran polvareda, procedente de Talavera de la Reina, al noroeste de la provincia de Toledo. Habían cruzado el Tajo y se habían alejado unos cinco kilómetros de la ciudad. Moisés Gamero, del PSOE, presidente del Comité del Frente Popular y jefe del batallón de milicianos, iba acompañado de dos de estos y un sargento del ejército.
-Están cerca -gritó Gamero, tosiendo el polvo que entraba por la ventanilla abierta.
-Tenemos una línea de defensa al sur del río y estamos atrincherados al norte de Talavera, pero los moros han cruzado por el Puente del Arzobispo y ya están en Belvís. Los cañonazos son nuestros, en Alberche -informó el sargento.
Al cabo de unos diez kilómetros llegaron a un paraje llamado Arroyo de los Frailes, en el municipio de las Herencias, donde un grupo de milicianos custodiaba los restos de un Fiat CR.32 que estaba irreconocible. Gamero bajó del coche con el sargento y preguntó a los milicianos dónde se encontraba el fallecido. El general Riquelme, a cargo de la defensa del flanco sur del Tajo, le había enviado a recoger las placas del avión e inspeccionar los restos del piloto. Gamero se acercó prudentemente hasta el cadáver, que yacía cubierto por una manta. Su mirada se desviaba nerviosa hacia las colinas al sur de las Herencias, esperando en cualquier momento avistar legionarios de Franco.
El socialista se agachó y apartó con cuidado la manta. Era un piloto joven, que portaba su documentación italiana. Se llamaba Ernesto Monico, 29 años, moreno de pelo rizado, vestido con un mono color caqui. Los milicianos probablemente se habían quedado con el reloj, y con el casco y las gafas de piloto. Tenía un tiro en la sien. Gamero encontró una orden firmada por el general Kindelán: “Orden del Jefe del Aire a jefes de escuadrilla: asegurarán el servicio de 5.30 a 09.00 la escuadrilla Breguete (sic); de 9.00 a 12.00, la escuadrilla Junkers; de 12.00 a 14.30, la escuadrilla Breguete. Las escuadrillas de caza Niuport (sic) y Fiat estarán por turno en servicio de alarma, actuando por patrullas o parejas desde el aeródromo de Navalmoral”.
Gamero se guardó los documentos, recogió las placas del avión, que ya habían sido desmontadas por los milicianos, y salió a toda prisa para Talavera. Le parecía increíble que el piloto llevara toda esa documentación encima. Se pondría inmediatamente en marcha para Madrid.
Al día siguiente, el Ministro Álvarez del Vayo denunciaba ante la Sociedad de Naciones que la Italia de Mussolini estaba aportando material bélico y hombres al bando franquista.
Tres horas antes de que Moisés Gamero saliera de Las Herencias rumbo al puesto de mando del general Riquelme y, a continuación, sin parar, hasta Madrid, en la base aérea de Getafe despegaban tres Hispano-Nieuport 52, dirigiéndose hacia el oeste en ascenso. Eran las diez de la mañana pasadas, y se acababan de detectar cazas nacionales sobre Navalcarnero. Poco después despegó una segunda patrulla al mando del sargento Andrés Lacalle, que pilotaba un Hawker Spanish Fury, seguido por dos Dewoitine 371.
Pronto se encontraron con una pareja de Fiat CR.32 que volvían desde Madrid hacia su base en Navalmoral de la Mata después de realizar una arriesgada misión de reconocimiento sobre los aeródromos de Cuatro Vientos y Getafe. La patrulla estaba formada por el subteniente Ernesto Monico y el sargento Guido Castellani. Más bajos y más lentos, los italianos no tenían posibilidad de huir. Castellani intentó hacerlo hacia el sur pero, perseguido por los Dewoitine, fue alcanzado por una ráfaga en la cola. Inició un viraje defensivo mientras encaraba a uno de los atacantes, en clara desventaja. Mientras tanto, al norte de su posición, el Fiat de Monico y el Hawker de Lacalle libraban un combate feroz. Sus aviones tenían características muy similares, pero Lacalle manejaba mejor la energía, y en cada maniobra iba ganando ventaja. En un intento desesperado por perder a su contrincante, Monico completó un viraje ascendente hacia el sur buscando el sol. Necesitaba el apoyo de su compañero, pero Castellani ya había recibido varios impactos en el motor y, a muy baja altura, descendía envuelto en una humareda. Los Dewoitine dejaron de seguirle, confiados en haberle asestado un golpe mortal, y regresaron para apoyar a su jefe de patrulla.
Pero Castellani no abandonó su avión. Cegado por el humo, realizó una maniobra magistral inclinando el aparato a la derecha mientras se apoyaba en el pie contrario para volar resbalando hacia una pradera al norte de Belvís de la Jara. El resbale le permitía tener visibilidad y evitar el humo negro que salía del motor. En el último segundo estabilizó el avión y tomó tierra, frenando hasta detenerse en poco más de cien metros y saltando enseguida del avión, que estaba a punto de incendiarse. Su sorpresa fue enorme cuando se encontró en medio de un feroz tiroteo. Una compañía de regulares avanzaba desde el oeste y, al ver caer en territorio enemigo un avión propio, aumentó su ritmo de avance para dejarlo bajo la protección de sus disparos. Los milicianos intentaron capturar al piloto, que se agazapó tras una linde, mientras los regulares avanzaban disparando hasta su posición. El sargento de regulares dio orden de mantener la línea cuando llegaron hasta la linde.
-Sargento Castellani, sono italiano -saludó Castellani al sargento de regulares que se había sentado a su lado.
-Sargento Escobar, de regulares, ¡has tenido suerte, chaval! -contestó el español asomando la cabeza prudentemente por encima del talud- Parece que tu amigo no ha tenido tanta suerte.
Escobar señaló un avión que caía en llamas, unos kilómetros al norte.
Los disparos habían cesado, los milicianos se replegaban. Castellani pudo ver el avión cayendo en llamas. Era el “Chirri” de Monico. También vio un paracaídas.
Unos minutos antes, Lacalle había seguido a Monico en su trayectoria hacia el sol. Sabía que caería, solo tuvo que esperar. Lo vio caer intentando acelerar hacia su zona, le disparó dos ráfagas de sus Vickers de 7,7 mm y el avión se incendió sobre el Tajo. El piloto italiano se lanzó en paracaídas, cayendo junto a la orilla, muy cerca del pueblo de Las Herencias. Varios paisanos patrullaban el lugar con sus escopetas. El subteniente trató de esconderse entre las cañas, pero sus piernas quedaron a la vista. Un niño que pastoreaba ovejas le vio caer. También un labrador, que comenzó a gritar para atraer a los milicianos y los paisanos que hacían la ronda. Monico pensó en cruzar a nado, y disparó al labrador para asustarle, alcanzándole en la pierna; pero el disparo reveló su posición a los milicianos, que estaban muy próximos. Uno de ellos apuntó el fusil y alcanzó a Monico en la cabeza. Cayó fulminado.
Solo llevaba una semana en la guerra y trece servicios, incluyendo el vuelo desde Nador a Tablada. Lacalle había conseguido derribar dos Fiat en dos días consecutivos, así que el 1 de septiembre fue ascendido a alférez y condecorado.
Una semana antes, el 24 de agosto, los cuatro aviones CR.32 que quedaban en Nador despegaban para incorporarse al frente. Iban en formación abierta a tres mil metros de altura, cruzando el estrecho de Gibraltar entre Ceuta y Tarifa. Habían dejado a su izquierda la bahía de Alhucemas después de despegar desde la base española de Tauima, al sur de Nador, en el protectorado español de Marruecos. Los cuatro pilotos italianos iban comandados por el subteniente Ernesto Monico, alias Preti, y a su izquierda volaba el sargento Silvio Salvadori, alias Salvo. A la derecha de Monico volaba el sargento Guido Presel, alias Sanmartano, y un poco mas abierto y retrasado, el sargento Adamo Giuletti, alias Pirilla. Todos los italianos tenían un alias para utilizar como nombre en caso de ser derribados sobre territorio republicano. Habían sido integrados en la Aviación Legionaria y pilotaban aviones nuevos Fiat CR.32 trasladados por barco desde Italia y montados en Nador.
Al llegar a la altura de Cádiz, el subteniente Monico ya podía ver el río Guadalquivir. Tenía instrucciones muy claras al respecto: seguir la línea de costa desde Melilla al oeste hasta avistar la punta de Tarifa, cruzar el estrecho y continuar por la costa española hasta Cádiz. Desde allí, identificar el río Guadalquivir y seguirlo desde su desembocadura hasta Sevilla, donde no tendría dificultades para identificar su destino, Tablada.
Los aviones habían sido enviados sin brújula, por lo que las precauciones de los pilotos en la navegación resultaban muy lógicas.
Eran los últimos cuatro aviones Fiat CR.32 que los italianos habían enviado a Melilla. Los otros siete habían cruzado la semana anterior, pero dos se habían accidentado en Córdoba, otro tenía la ametralladora encasquillada y otro más tenía una válvula gripada. Por lo tanto, los italianos solo contaban con tres aviones operativos.
Era un día soleado y caluroso de agosto, pero, a tres mil metros, la temperatura resultaba agradable. El subteniente Monico, siguiendo el curso del Guadalquivir, con la excitación propia de un aviador que pronto entrará en combate, recordaba las palabras del jefe de la Aeronáutica Militare, el duque Amadeo de Aosta. En su discurso había dicho que los soviéticos amenazaban con controlar España y convertir el Mediterráneo en un “lago comunista”. Los anarquistas antifascistas italianos estaban siendo apoyados por la República española y preparando el asalto al poder revolucionario en Italia. El “Duce” había decidido apoyar a Franco contra los comunistas soviéticos y los anarquistas, y necesitaba voluntarios para crear una fuerza expedicionaria.
Aquello había sido a principios de agosto en Gorizia, donde el duque había reunido a todos los pilotos. La misión era arriesgada y secreta. Los voluntarios se concentraron en la base de la Aeronáutica Militare en Udine durante una semana, recibiendo instrucción especial de vuelo, y también inteligencia. Monico no lo dudó. Era piloto, era fascista, y quería combatir a los comunistas.
Partieron en tren desde Udine a La Spezia, y cruzaron los Apeninos en un ambiente de fiesta y camaradería, como no podía ser de otra forma entre un grupo de jóvenes que iban a vivir una aventura inolvidable. Aunque muchos no regresarían.
Pasaron una noche en La Spezia y, al día siguiente, embarcaron en el buque “Nereide”, con doce cazas Fiat CR.32 desmontados en cubierta. Bajo el mando del capitan Vincenzo Dequal, llegaron a Melilla el 14 de agosto sin incidentes. La primera expedición había zarpado de La Spezia tres días antes, pero aún no había llegado a Vigo, que era su destino, pues estuvieron a punto de ser desviados a Palma por la tripulación del barco, en la que muchos eran leales al gobierno de la República. Luego, dos buques republicanos intentaron abordarlos, pero una patrullera de escolta les cubrió la huida.
La expedición de Monico, por el contrario, tuvo una travesía muy agradable, casi un crucero de placer.
Ensimismado en sus recuerdos, el joven italiano divisó la ciudad de Sevilla, inconfundible con la plaza de España y la Giralda junto a la enorme planta rectangular de la catedral. Aterrizaron en Tablada en un amplio viraje a izquierda. Sobrevolando la base aérea, los cuatro aviones se fueron posando de uno en uno en la enorme explanada del campo de vuelo. Los cuatro pilotos se presentaron al jefe de la Aviación Legionaria italiana, el teniente coronel Ruggero Bonomi.
Tenían poco tiempo en Sevilla antes de desplegarse más al norte; pero los pilotos italianos, alojados en el hotel Cristina, encontraron tiempo para visitar la ciudad y despertar el interés de un joyero de la calle Sierpes. A petición de los jóvenes aventureros, éste les diseñó un precioso anillo de oro con el emblema de la Aviación Legionaria, que no era más que un “rokiski” de la Aviación Militar española sobre el que el joyero colocó el emblema de la Legión: la ballesta, el arcabuz y la alabarda cruzados, las armas de los Tercios. Los pilotos, que no tenían mucho tiempo para gastar su dinero, pagaron con gusto el elevado precio que el espabilado artesano les pidió por cada anillo, grabado en su interior con el nombre del propietario y la fecha de incorporación a la Guerra Civil Española.
Al subteniente Ernesto Monico, el anillo le duro cinco días. La mala suerte acabo con él el 31 de agosto de 1936 en un paraje de Las Herencias, Toledo, junto al río Tajo. Su desaparición estuvo rodeada de rumores de suicidio antes de ser capturado; de brutal interrogatorio, de linchamiento público… Pero la realidad es que murió de un disparo de un miliciano en la cabeza después de utilizar su arma reglamentaria para defenderse cuando trataba de huir. Los testimonios de un joven pastor y de otro joven del pueblo que trabajaba en un huerto a pocos metros de donde cayó Monico serían determinantes para aclarar la muerte del primer piloto italiano caído en la Guerra Civil Española. Sus compañeros rotularon el fuselaje de sus aviones con las palabras “Monico! Presente” como homenaje póstumo.
Los pilotos italianos, en los primeros días de la guerra, tuvieron muchos problemas con la navegación, al no contar con brújula ni cartografía adecuada. Con la única guía del mapa Michelin, cuatro CR.32 acabaron aterrizando en Portugal antes de finalizar el mes de agosto.
El 6 de septiembre, el capitán Joaquín García-Morato, que estaba en Sevilla, se presentó al teniente coronel Bonomi solicitando autorización para volar el Fiat CR.32 con la Aviación Legionaria italiana. Tras consultar a Kindelán, Bonomi no dudó en aprobar la solicitud, porque, después de los incidentes de Portugal, les interesaba contar con un piloto que conociese bien el terreno. No sabía entonces el italiano que estaba incorporando a uno de los pilotos de caza españoles más destacados, que en los próximos años se convertiría en leyenda.
El 11 de septiembre, García-Morato contaba con su propia patrulla formada por los sargentos Buffali y Chianese. Ese día, García-Morato derribó un Nieuport 52 pilotado por un voluntario inglés de 19 años, James Cartwright, que murió en el impacto contra el suelo.
El mismo día, por la tarde, mientras escoltaban un Junkers 52, una pareja de Chirri formada por el sargento Magistrini y Francheschi se enzarzaron en combate con varios Nieuport procedentes de Getafe. Magistrini derribó a uno de los Nieuport, que logró hacer un aterrizaje forzoso entre sus líneas. El piloto era un antiguo compañero de Magistrini en el curso de pilotos de 1930, un italiano de origen esloveno llamado Giusseppe Krizaj. Poco después de terminar el curso, Krizaj había sido degradado de su rango de sargento, acusado de ser simpatizante con la causa eslovena, y había huido con su avión a Ljubljana. En 1936 se enroló voluntario en las FARE.
Ese mismo día 11 de septiembre se incorporaban a la Aviación Legionaria el capitán Ángel Salas Larrazábal y el teniente Julio Salvador, siguiendo el camino de García-Morato. Volaron sus primeras misiones el 15 y el 16 de septiembre desde Tablada. Bonomi escribió en el diario de operaciones:
“Dos oficiales españoles, el capitán Salas y el teniente Salvador, han volado muy bien el CR.32 y han entrado a formar parte de la Aviación del Tercio. Son dos excelentes oficiales. Salas, alto, delgado siempre silencioso, distinguido, tranquilo y mesurado. Salvador, pequeño, moreno, vivaz, ruidoso… un muchacho simpatiquísimo.”
Bibliografia:
Aviación Legionaria Operazione Militare Spagna (Aeroplano nº27) coronel José Ramón Ávila Bardají
La guerra civil en Talavera: El episodio de Ernesto Monico, primer piloto italiano derribado en la guerra civil. (Publicaciones UNED) José Pérez Conde/Juan Carlos Jiménez Rodrigo
Fuente:
https://www.solymoscas.com/post/monico-presente?postId=60434ee49bc8730042be04ea