En el marco del Programa de Actualization de Asociados, AEME PAA 1S 25, se publica este trabajo de nuestro asociado Pedro A. Morales Garcia, Capitan de Fragata, r que nos hace una sinopsis de su libro:
“SOPLEN SERENAS LAS BRISAS”
Inicié mi andadura por la senda marcada por la Armada desde mi
llegada muy joven a Madrid para cumplir con un sueño forjado desde mi
infancia, el de pertenecer a la Marina de Guerra, nombre con el que se designaba
coloquialmente a la Armada Española en Cartagena, ingresé, pasé varios años en
la Escuela Naval Militar para mi formación militar y marinera y de ahí me
destinaron a los buques de superficie y submarinos donde desempeñé mis
servicios.
La dura realidad encontrada en el día a día durante dos largos años como
opositor, falto de recursos, y con un profundo deseo de salir adelante ante las
adversidades de mi entorno, para lo cual por mi edad no estaba preparado para
ello.
Tuve la suerte de tener unos padres que me ofrecieron su ayuda al límite
de sus posibilidades, y pude dedicarme exclusivamente al estudio, para
conseguir alcanzar mi objetivo.
Mi ilusión por ingresar en la Escuela Naval Militar era tan grande, que
una vez en ella y durante toda mi carrera, de formación ni en los momentos más
difíciles, con la moral por los suelos, jamás pensé abandonarla. Siempre sentí que
la Armada me gustaba, a pesar de la estricta Jefatura de Estudios y la
incompetencia en el desempeño de sus funciones del oficial Comandante de
Brigada asignado a mi curso.
Un T. C. Auditor. D. Amancio. Landín Carrasco, Académico de la Real
Academia de la Historia escribía en octubre de 1966, un estupendo artículo en la
Revista de Marina llamado “Por una doctrina de la Enseñanza Militar”, en el que,
al hilo de las carencias, y añoranzas que había detectado en los años anteriores,
citaba aspectos relativos al profesor, al formador y a la preparación de los
futuros oficiales.
En su amplio artículo el cual resumo, comentaba que “en el profesor
radica el cimiento de la enseñanza, siendo necesaria la calidad del profesorado sin
excluir las consideraciones cualitativas en relación con el número de alumnos que
podrían encomendársele. El profesor militar en la actualidad tiene que improvisar sus
cualidades didácticas a menos que las posea de manera innata. Aboga por cursillos
previos de Pedagogía orientados a la enseñanza castrense como ocurre en las
Universidades.
Actualmente la elección o selección del profesor no parece de importancia
capital, y no es lógico que esta misión pueda alcanzar o adjudicarse de forma mecánica o
por simple deseo del interesado. El profesor debe ser el guía, y espejo de futuros oficiales,
y no puede ignorar los conocimientos psicológicos fundamentales ya que todo problema
didáctico lo es también de psicología aplicada.”
Respecto al “formador” comentaba que “el padre que permite el ingreso de
su hijo en una Academia Militar hace a los profesores depositarios de sus derechos, y
funciones como formador. En nuestras Academias se necesitan formadores, y su elección
es mucho más delicada que la de meros profesores. La tarea formativa, paternal, y
disciplinaria del Comandante de Brigada (el auténtico formador) merece una atención
excepcional.
Saber elegir hombres dignos de ser admirados, respetados, y queridos ¡he aquí
la cuestión! sus cualidades humanas han de estar por encima de lo normal. Nuestro
hombre tiene que almacenar una gran dosis de psicología práctica, de amor a la
juventud, a su carrera, y a su función. De otra forma no hay nada que hacer. La
contrapartida puede resultar triste, y grave, en vez de formar, deformar”.
En la «formación», que es el segundo tema que exponía, indicaba que “el
amor al saber, cae en el campo de la formación, al igual que la depuración, y
encauzamiento de esa tendencia a idealizar la vida propia de la juventud, y cita al
patriotismo, que solo se alcanza cuando los miembros de la comunidad se sienten
estimulados a contribuir a la perfección”.
Durante mi estancia en la Escuela viví una experiencia única. Me
inculcaron importantes cualidades positivas como, el amor a la Patria, la
obediencia al mando, el culto al honor, la disciplina, el valor frente al enemigo y
el espíritu de cuerpo, y por otra parte la gran ausente, la Psicología en la que
conceptos como la motivación, la personalidad, el desarrollo personal, las
emociones no se tenían en cuenta en absoluto.
Pasados los años, todos hemos cambiado, igual que nuestro país, pero,
aunque esté retirado, siempre continuaron vigentes en mis actos, el amor a la
Patria, el culto al honor y la disciplina.
Hace dos lustros, forjé la idea siempre oculta de sacar a la luz después de
más de medio siglo, aquellos momentos de especial relevancia que me marcaron
la vida diaria como alumno, tarea nada fácil si queremos recordar y reflejar por
escrito en tiempo real como si no hubiera pasado el tiempo. Gracias a la ayuda
de un pequeño diario logré ubicarme en el pasado e inicié mi aventura.
Partí de la costumbre de llamar coloquialmente a ciertos barrios de
Madrid por su especial dedicación, como campus universitario a La Ciudad
Universitaria o a la unión de dos núcleos urbanos por medio de una línea La
Ciudad Lineal. En San Javier, a la colonia militar junto al Mar Menor La Ciudad del
Aire y por esa razón en mis novelas llamé La Ciudad Naval a la Escuela Naval
Militar centro de formación para los futuros oficiales de la Armada en Marín.
Nace primeramente “Soplen serenas las brisas “, que son unas memorias
sobre mi estancia en la Escuela Naval Militar de Marín y el Viaje de Instrucción
en el Juan Sebastián de Elcano del año 1967.
Casualmente este año, la princesa Leonor Borbón está haciendo un viaje
igual al realizado por nosotros atravesando los océanos Atlántico y Pacífico por
el Estrecho de Magallanes y Canal de Panamá, haciendo escalas en Punta Arenas
y Valparaíso y atravesando innumerables islas por los canales patagónicos. Los
amaneceres eran fríos y sus montañas nevadas durante las guardias de Alba. Esta
tierra fue llamada la Tierra de Fuego por la gran cantidad de hogueras que hacían
los indígenas a lo largo de la costa.
Finalicé mis primeros relatos un día de verano del año 2.018 en La Manga
del Mar Menor, mientras un viento de levante azotaba las playas, los toldos, las
puertas, las ventanas y las palmeras que cimbreaban al son del aire. El fuerte
viento descargaba con velocidad, y escapaba de un lado al otro buscando un
lugar que lograra calmarle, y lo convirtiera en un airecillo agradable.
El viento, compañero favorable de las navegaciones a vela hasta que se
dirigen a buen puerto. También empujaron a mis pensamientos en la búsqueda
del título que encabezaría todo lo que cuento en mis pasados años de juventud.
Creo haberlo encontrado al recuperar de la memoria aquel mes de septiembre
del año 1.962, en el que, junto a muchos compañeros, y en un entorno totalmente
mágico, entoné por primera vez los compases del Himno de la Escuela con esas
primeras estrofas de “Soplen serenas las brisas”.