La acción de esta novela se desarrolla en los inicios del año 1989.
La providencia y la superación del correspondiente curso de ascenso a cabo de la Guardia Civil, que se desarrolló en la entonces Academia de Cabos de Guadarrama, en Madrid, se confabularon para llevar al castellano y recién estrenado cabo Muñoz a un perdido pueblo de Lugo, llamado Samos; todo ello, una vez analizado y madurado un análisis concienzudo de las vacantes ofertadas en el entonces Boletín Oficial del Cuerpo.
Pedir destino, en aquellos años, era sumamente complicado. El arcaico B.O.C. (acrónimo de Boletín Oficial del Cuerpo) se editaba e imprimía una vez al mes, en formato papel. Cuando llegaba al último puesto, transportado a través del correo ordinario, eran tantos los días transcurridos desde su publicación que incluso era posible que se hubieran agotado varios plazos de petición de lo que en el documento oficial se ofertara, ya fueran cursos o vacantes; o que el término para solicitar estuviera a punto de concluir.
Por poner un ejemplo comparativo, el actual B.O.G.C. (Boletín Oficial de la Guardia Civil) se publica dos veces por semana, los martes y los jueves, y solamente en formato digital, consultable a través de la Intranet del Cuerpo.
Nuestro protagonista, amante del mar pese a ser nacido y criado en la meseta castellana, hizo una lista pormenorizada de las vacantes ofrendadas, y fue colocando en una hoja de papel, todas las que tenían litoral. Comenzó por las islas, siguió por la costa mediterránea hasta concluir en la Andalucía tocante a Portugal; y concluyó con las provincias norteñas, evitando los territorios vascos, por motivos obvios. Ya había sido destinado forzoso a un puesto fiscal de Vizcaya, ostentando el empleo de guardia segundo (grado ya inexistente en la actualidad, que ha pasado a denominarse de una forma menos denigrante y más honrosa: guardia civil), y con las afrentas morales recibidas consideró haber completado su cupo de soportar desplantes. Por poner un ejemplo cabe decir que, siendo aficionado al dibujo y a la pintura, en cierta ocasión se acercó a una papelería que se hallaba cercana a la puerta principal de la Comandancia de Vizcaya, donde los solteros permanecían alojados, a comprar papel “Basic-Guarro” para trabajar en algún proyecto a carboncillo. No era la primera vez que se había personado en la librería para adquirir este tipo de papel, y siempre se lo habían dispensado sin problemas, hasta que ese día concreto, supongo que ya alertados de su condición de guardia civil, fue despachado con cajas destempladas alegando que no tenían más papel; todo ello, pese a estar viéndolo en las mismas estanterías donde habitualmente se encontraba. Desde ese momento supo que estaba controlado por los ojos vigilantes de las inmediaciones del cuartel, y tuvo que desplazarse ampliando el extrarradio del inmueble para poder continuar dedicándose a esa afición.
Lógicamente, el lector debe extrapolarse a una época en que, aunque no parezca muy lejana en el tiempo, la humanidad entera deambulaba y se expandía sin ordenadores, sin tablets, sin teléfonos móviles. Algo se sabía de que, gracias a un ordenador y a unas antenas gigantescas situadas en Buitrago de Lozoya, en Madrid, se había podido hacer el seguimiento del Apolo XI para colocar a los primeros humanos sobre la superficie de nuestro satélite natural. Pero eso quedaba para los científicos. Los mortales de a pie, como mucho, debían conformarse con una Olivetti Lettera 98 y unos calcos.
Retomando el hilo de esta sinopsis, hay que concluir diciendo que, de todo ese maremágnum de vacantes solicitadas, curiosamente le tocó una de las últimas peticionadas: Lugo.
Tuvo que sacar un mapa para verificar dónde se hallaba exactamente, qué forma tenía, cómo tenía que llegar, etc.
En ese momento se percató de que la parte marítima de esta provincia no es precisamente de las más amplias, pero en contraposición, su forma alargada hace que, por el sur, linde con León.
Quedaba una gestión por efectuar y era llamar a la Comandancia para comprobar, de las dos vacantes que permanecían desocupadas en Lugo, a cuál había tenido a bien asignarle el teniente coronel jefe de la Comandancia. En aquellos años era el titular del cargo el que distribuía al personal entre las vacantes de su Unidad, por simpatía. Sólo había dos opciones: o Pastoriza, o Samos.
El cabo Muñoz dedujo que era mejor el puesto de Pastoriza, porque allí fue destinado el otro peticionario, que era hijo del capitán interventor de armas de la Comandancia. Pastoriza estaba más cerca de la playa, de hecho estaba a tiro de piedra de la turística Playa de las Catedrales.
Ergo, la providencia, ejercida por el jefe de Lugo, le llevó a nuestro aspirante a comandante de puesto, directamente a Samos, tan cerca de las montañas de León como Pastoriza lo estaba de la Playa de las Catedrales.
Decepción. Lejos de su tierra, incomunicado de Segovia y de Valladolid, a muchos cientos de kilómetros de su familia, de su novia, y sin poder ver el mar que se encontraba a casi doscientos kilómetros, o lo que es lo mismo, a casi dos horas de, por ejemplo, Vivero. Es necesario volver a recordar que entonces los teléfonos estaban atados a un cable que los hacía inamovibles de su ubicación. Y ese aparato debía permanecer siempre al alcance del sufrido comandante de puesto.
La localidad lucense de Samos permanece en pleno Camino de Santiago, llegando a duras penas al millar de habitantes entre todos los núcleos de población diseminados por todas las parroquias y pedanías circundantes, y dependientes del Consistorio.
En Piedrafita del Cebrero, localidad situada en plena Nacional VI, actualmente denominada A-6, casi en el límite que separa la Comunidad Autónoma de Castilla y León, de la de Galicia, surge una sinuosa y bacheada carretera local, la LU-633, que finaliza en Portomarín, tras pasar, entre otros, por los pueblos de Triacastela, Samos y Sarria.
El representante de la clase de tropa del Cuerpo deberá afrontar el durísimo cargo de ser el responsable en el Puesto de las escasas Fuerzas del lugar, donde no solamente tendrá que enfrentarse a su inexperiencia en el cargo, sino también a la idiosincrasia de las gentes gallegas, tan distintas de las de sus lugares de procedencia.
La seriedad y mayor eficacia en el cargo le forzarán a poner todo de su parte en el aprendizaje de un idioma desconocido, el castrapo, que según pudo ilustrarse, se trata de una mezcla de castellano y gallego; idioma que, de manera cerrada pero jamás maleducada intencionadamente, acostumbran a usar los lugareños para comunicarse.
Es una época de escasez de medios, de estrecheces económicas, de carencias de vehículos para hacer el servicio, de inexistencia de mantenimiento en los acuartelamientos, de triquiñuelas para frenar en la medida de lo posible destinar sus escasos emolumentos para afrontar gastos oficiales, meta que nunca pudo conseguir del todo, viéndose obligado en muchas ocasiones a pagar de su bolsillo fotocopias, papel y hasta algún depósito de gasoil para el vehículo oficial; son tiempos de penurias durante el servicio, de echarle mucha imaginación para mantener el fino hilo del equilibrio que mantiene a los aldeanos sin enfrentarse unos con otros, a veces de forma violenta.
Pero también es una época de temor, de intentar extremar la autoprotección dentro de sus escasas posibilidades, de conservar las armas decomisadas por diversas infracciones en viejos y destartalados armarios que no guardan ninguna medida de seguridad, salvo la de hallarse dentro de un cuartel y de que a algún desaprensivo no se le ocurra intentar acceder a un inmueble que carece de toda protección o sistema de vigilancia.
Miedo por otra parte al terrorismo de E.T.A., que también fuera del País Vasco tiene en jaque a las Fuerzas del Orden y al Ejército, o a esos otros pupilos gallegos, que se esconden bajo las siglas del Ejército Guerrillero del Pueblo Gallego Libre (E.G.P.G.C). Pero recelo también de los propios jefes del Cuerpo, que lejos de comprender la soledad y el esfuerzo que envuelve a los comandantes de puesto, en sus revistas periódicas podrían hallar cualquier falta, cualquier descuido, cualquier omisión en una anotación en los libros manuscritos del Puesto; lo que inevitablemente conllevará el correspondiente correctivo.
Son años en los que hasta la propia uniformidad deben costeársela los componentes de la Benemérita, lo que supone que cada componente tenga un tintado diferente en sus prendas, unos más oscuro, otros más liviano, unos más parduzco, otros más oliváceo. No será mucho tiempo después cuando la empiece a proporcionar gratuitamente el reciente Servicio de Intendencia del Cuerpo, y posteriormente el de Abastecimiento, cuestión que supuso un salto cualitativo muy importante y que modernizó visualmente la Institución.
Cada día que transcurre conociendo a sus hombres y a los demarcanos, es una nueva aventura para sobrevivir. Trabajo burocrático interminable, estadillos que no terminan nunca, servicios de correrías, escoltas de explosivos, denuncias, voladuras, enfrentamientos constantes con los infractores… pero también nuevas amistades, nuevas gentes que comprenden su compleja situación y tratan de ayudarlo a no terminar de ahogarse del todo.
La falta de personal y de medios le mantienen inerme ante la abrumadora vorágine de quehaceres del cargo. A medida que va ganando experiencia, la confianza en sí mismo le lleva a protagonizar actuaciones un tanto dudosas; sin embargo, se masca la tragedia a medida que los meses pasan y, avalado por la realización de un curso de especialidad que conllevará un nuevo destino, la estancia va llegando a su fin.
Los acontecimientos se precipitan. Realidad y ficción se funden para sembrar en el lector la duda.
Julio Muñoz Zamarro.
De la Asociacion Española de Militares Escritores