Por ser un tema de actualidad y que está debatido en todas las reuniones, se publica este articulo muy clarificador del futuro de los avances en “nuevas tecnologías”.
En efecto, el tema de la conferencia se había elegido teniendo en cuenta el cambio de época, de cultura, de civilización, que estamos viviendo, y que uno de los signos de los tiempos de esta nueva época es la pérdida absoluta de la privacidad, de la intimidad, y ello, con carácter universal.
De hecho, el experto le dijo a su contradictor, que, si se lo permitía, podía entrar ahora mismo en su teléfono, que no tenía ninguna defensa, y revelar lo que había en él. Más aún, que al cabo de unos meses podía conocer casi toda su vida, incluso, y esta revelación hizo removerse a alguna señora en su asiento, que sabría cuándo iba al baño, con qué frecuencia, cuánto tiempo, lo que hacía, no sólo por los ruidos sino porque su teléfono tenía cámara delantera y trasera y se la podía encender cuando quisiera.
Pero no sólo eso, sino que continuó revelando, ya con carácter general, que, con el correspondiente mandamiento judicial, se puede conocer el contenido de nuestras llamadas telefónicas y las de los que nos llaman, las páginas que vemos en el ordenador, su frecuencia y el tiempo que dedicamos a cada una de ellas, los lugares que visitamos e igualmente con qué frecuencia y cuánto tiempo estamos en ellos. Más aún, hoy día ya es posible cruzar nuestros datos de Sanidad, con los de Hacienda, los de la Policía, los de nuestras compras si pagamos con tarjeta o móvil y así siguió, pero cuando empezó a hablar de los drones de vigilancia, de los distintos tipos de cámaras, no pudo continuar, porque un señor, muy educado, le interrumpió para constatar que entonces se sabía todo de todos, que se podía conocer lo que se quisiera de cada uno de los habitantes del mundo. La que parecía su mujer y que se mostró muy despachada hablando, manifestó con verdadera indignación: “O sea, que estamos en pelotas para el que quiera…”. Hubo risas que impidieron oír toda la frase y además otro señor, la corrigió y casi declamó: “No señora, no sólo estamos desnudos por fuera sino también por dentro y conocen lo más íntimo de nuestra vida personal y familiar. Es el fin de la libertad, pueden hacer con nosotros lo que quieran. Estamos absolutamente indefensos”.
El abogado consiguió hacerse oír, porque el tema había enardecido a los asistentes que hablaban a voces entre ellos, afirmando que vivíamos en un Estado de Derecho y que sólo con un mandamiento judicial se podía investigar la privacidad de un ciudadano y además que, por razones de justicia, debía dejar claro, puesto que lo conocía muy bien, que lo que se había dicho de las cloacas policiales, afectaba a un número tan mínimo que, por el contrario, nuestra verdadera protección radicaba en nuestra Policía; y, además, con relación a lo que se había afirmado de que en Estados Unidos existía un mandamiento judicial general que dejaba indefensos no sólo a los americanos sino a todos los ciudadanos del mundo… Nueva interrupción y no pudo terminar. Se alzaron varias voces de los asistentes y entre ellos mismos se produjo una polémica tan ruidosa, que impedía al moderador, que era el propio abogado, hacerse oír.
La polémica muy radicalizada, enfrentó a dos grupos, Uno, minoritario, que defendía que el bien de la privacidad, de la intimidad era un bien tan superior, que debían suprimirse esas máquinas y volver al teléfono fijo (algunos de los que defendían esta postura parecía que tenían algo que ocultar). El otro grupo consideraba que las nuevas tecnologías habían empezado e iban a continuar, de forma imparable, en una rapidísima escalada que nos permitiría un bienestar desconocido. Afortunadamente, el vozarrón de un hombre muy grueso devolvió la palabra al moderador.
El abogado concilió a los dos grupos discrepantes, diciéndoles que en el fondo estaban de acuerdo con muy pocos matices. Los que defendían su intimidad era claro que tampoco querían prescindir de todos aquellos avances y descubrimientos que les facilitaban decisivamente su vida; y a los que preferían la existencia de aquellas máquinas e inventos, tampoco deseaban que se pudiera conocer la conversación que, por ejemplo, habían tenido con su mujer o la mujer que pudieran conocerse sus pecados, si tenía la costumbre de confesarse. De manera que si existiera un comportamiento adecuado, un uso ético de estos adelantos ninguno tendría nada que oponer.
En este sentido, concretó la preocupación que existía en Europa por la ética referida a esta cuestión, así como por parte de personas relevantes y detalló a modo de ejemplo una iniciativa del papa Francisco. Pero dejó constancia que esta preocupación venía de lejos y que una persona que, sin duda pasaría a la historia del pensamiento, sobre todo teológico, Ratzinger, cuando fue Papa, comentando la Populorum progressio de Pablo VI, de 1967, detalló (no sé si con el párrafo que reproduzco a continuación), en su encíclica Caritas in veritate, lo que acababa de suscitarse entre los asistentes a la conferencia-coloquio.
“Son argumentos estrechamente unidos con el desarrollo. Lamentablemente, las ideologías negativas surgen continuamente. Pablo VI ya puso en guardia sobre la ideología tecnocrática, hoy particularmente arraigada, consciente del gran riesgo de confiar todo el proceso del desarrollo sólo a la técnica, porque de este modo quedaría sin orientación. En sí misma considerada, la técnica es ambivalente. Si de un lado hay actualmente quien es propenso a confiar completamente a ella el proceso de desarrollo, de otro, se advierte el surgir de ideologías que niegan in toto la utilidad misma del desarrollo, considerándolo radicalmente antihumano y que sólo comporta degradación. Así, se acaba a veces por condenar, no sólo el modo erróneo e injusto en que los hombres orientan el progreso, sino también los descubrimientos científicos mismos que, por el contrario, son una oportunidad de crecimiento para todos si se usan bien. La idea de un mundo sin desarrollo expresa desconfianza en el hombre y en Dios. Por tanto, es un grave error despreciar las capacidades humanas de controlar las desviaciones del desarrollo o ignorar incluso que el hombre tiende constitutivamente a «ser más». Considerar ideológicamente como absoluto el progreso técnico y soñar con la utopía de una humanidad que retorna a su estado de naturaleza originario, son dos modos opuestos para eximir al progreso de su valoración moral y, por tanto, de nuestra responsabilidad… Pablo VI percibía netamente la importancia de las estructuras económicas y de las instituciones, pero se daba cuenta con igual claridad de que la naturaleza de éstas era ser instrumentos de la libertad humana. Sólo si es libre, el desarrollo puede ser integralmente humano; sólo en un régimen de libertad responsable puede crecer de manera adecuada… La vocación al progreso impulsa a los hombres a «hacer, conocer y tener más para ser más». Pero la cuestión es: ¿qué significa «ser más»? A esta pregunta, Pablo VI responde indicando lo que comporta esencialmente el «auténtico desarrollo»: «debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre»… Quisiera recordar a todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: «Pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social». La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos.” (Caritas in veritate, 2009, n.14).
Cuando el experto en las nuevas tecnologías, volvió a tomar la palabra, tras mostrar su acuerdo en que el tema fundamental es el ético, detalló en qué consistían y los avances que suponían el aprendizaje automático de las máquinas, las nuevas tecnologías de la economía digital, especialmente la automatización o la desintermediación de blockchain -conocida como el “Internet del valor”-, la robótica, el big data, la nanotecnología, la biotecnología, el Internet de las Cosas (IoT), la ingeniería genética, las interfaces cerebro-máquina (aclaró que aunque no era su especialidad, señalaba algunos de los avances de la neurociencia en sus distintas disciplinas, la neurogenómica y la capacidad creciente de modificar nuestro cerebro), las impresoras en tres dimensiones (3D), la informática cuántica y, por supuesto, la inteligencia artificial (IA).
Al finalizar, el moderador apostilló que esos avances era preciso hacerlos compatibles con los hechos, que apuntan también a constituir signos de los tiempos, y que estamos empezando a vivir, como el cambio climático, feminismo radical, multidiversidad sexual (se habla de la necesidad de reconocer la existencia de un tercer sexo, sobre todo en las competiciones deportivas), derechos sin obligaciones, individualismo (piensan que no deben nada a nadie, si no es a sí mismos) relativismo moral y un largo etcétera.
Es lo cierto que estos descubrimientos van a ser capaces –en alguna medida ya lo son- de modificar nuestro pensamiento, nuestro comportamiento y bastantes aspectos de nuestra propia naturaleza humana. En efecto, la cuestión fundamental de la nueva época va a ser ético; porque, sino es así, las distopías del tipo de Un mundo feliz de Aldous Huxley, se pueden convertir en realidad.
Francisco Ansón Oliart