Sargento Ana María de Soto y Alhama Una mujer entre las tropas de Marina del siglo XVIII

Articulo publicado en la Revista Española de Defensa num.48, de marzo de 2018, cuyo autor es el Coronel, r D. Luis Sola Bartina. La Vocalía de “medios” en nombre de la Asociacion agradece al Embajador Excmo. Sr. D. Antonio Cosano el habernos hecho llegar este articulo, como complemento de otros publicados sobre la aportación de la mujer a las Fuerzas Armadas a lo largo de los tiempos.

 

Sargento Ana María de Soto y Alhama Una mujer entre las tropas de Marina del siglo XVIII

 

A lo largo de la Historia se han documentado varios casos de mujeres alistadas de incógnito
como soldados varones en los ejércitos o en las armadas de ciertos países, entre ellos el nuestro, y cuyo comportamiento en combate fue distinguido. Ello hace suponer que, aunque poco corriente, puede que no fuera tan excepcional que mujeres vestidas de soldados se integraran en las unidades de tropas o en dotaciones de buques, luchando en su momento con disciplina, coraje y abnegación. De esta opinión es Cesáreo Fernández Duro cuando relata la historia de Ana María de Soto.

Sin ir tan lejos, se distinguieron en España Catalina de Erauso, la famosa «monja alférez», o nuestras heroínas María Pita en el siglo XVI y Agustina de Aragón en el XIX, y las mujeres que actuaron valientemente en Madrid o en la defensa de las plazas de Gerona y Zaragoza contra Napoleón. Y hay más casos. Incluso hay un precedente conocido entre las tropas de mar o de marina: el de María La Bailaora, del tercio de Lope de Figueroa —el tercio de armada, no lo olvidemos— que estuvo embarcada de incógnito, y con ropas de varón, como arcabucero en una de las compañías de infantería española que guarnecían la galera real, batiéndose con notorio valor en Lepanto delante del mismísimo Don Juan de Austria. Descubierta durante el combateque era mujer, Don Juan la licenció, premiándola por su valor con una plaza de por vida en su tercio, con sueldo de arcabucero.

 

Imagen cedida por la Cátedra de Historia Naval de la Univ. de Murcia.

Pero hablemos de Ana María de Soto y Alhama, cuya singular historia fue encontrada rebuscando documentos y hecha pública por el coronel de Infantería de Marina Félix Salomón, en 1898. Ana María era natural de Aguilar de la Frontera (obispado de Córdoba), nacida el 16 de agosto en 1775, según consta en el registro parroquial de bautizos de Santa María del Socarreño, e hija de Tomás de Soto, de Montilla, y de Gertrudis de Alhama, de Aguilar, de pelo castaño y ojos pardos, que se fue de su casa sin conocimiento de sus padres con casi 18 años por el deseo romántico —dicen— de vestir el uniforme del Cuerpo de Batallones, ver mundo y vivir aventuras.

Iba disfrazada de hombre y el 26 de junio de 1793, sentó plaza de soldado —falseando la edad, que dijo ser de 16 años por ser su rostro barbilampiño y no querer delatarse—, en la 6ª Cía del 11º Batallón de Marina, como Antonio María de Soto, firmando por seis años de servicio. Después de superar el duro período de instrucción, el 4 de enero de 1794 embarcó en la fragata Mercedes, de 34 cañones y a la sazón al mando del capitán de fragata Juan Varés, la misma nave que resultaría hundida en un enfrentamiento contra cuatro poderosas fragatas inglesas diez años más tarde, en 1804, cuando éstas, sin previa declaración de guerra, la interceptaron a su regreso de América junto a otras tres fragatas españolas con las que navegaba en conserva, transportando caudales, personal civil y valiosas mercancías. Con ocasión de la guerra contra la Convención francesa, en 1794, a bordo de esta fragata Antonio de Soto participó con la escuadra del general Lángara en el socorro de Bañuls primero y, en la difícil defensa de Rosas después, especialmente en la evacuación de la guarnición del castillo de la Trinidad que, por azares de la guerra, tocó ser defendido por oficiales y tropa de Marina —acción difícil tanto por el durísimo temporal reinante en aquellos días como por la acción artillera enemiga—, sitiadas como estaban la plaza y el castillo por los franceses, y cuya defensa los españoles llevaron a cabo valerosamente, «como si del alcázar de un buque se tratara».

Modelo a escala de fragata del siglo XVIII y XIX similar a La Mercedes

ACCIONES DE GUERRA

Más adelante, tomó parte en la sangrienta batalla naval de Cabo San Vicente, el 14 de febrero de 1797, en la que se enfrentaron una escuadra española al mando del teniente general José de Córdova —entre cuyos buques figuraba la fragata Mercedes—, contra otra británica bajo las órdenes del vicealmirante John Jervis. En la escuadra española embarcaban buena parte de los batallones del Cuerpo y, aparte de nuestro soldado, se batieron el heroico Martín Álvarez y el sargento Pablo Murillo, y otros poco conocidos, pero no por ello menos valientes ni abnegados. Y la flor y nata de las dotaciones de la Real Armada. La Mercedes desempeñó satisfactoriamente las tareas que se le encomendaron y, al finalizar, convoyó hasta Cádiz al navío Santísima Trinidad, muy averiado y casi desarbolado en la batalla.

Refugiada la escuadra española en Cádiz, el inglés Jervis estableció un bloqueo próximo durante varios meses ese mismo año de 1797, aunque las lanchas cañoneras españolas lo mantuvieron a distancia de la ciudad y su bahía; en ocasiones, no obstante, llevó a cabo puntadas ofensivas contra la plaza y sus fortificaciones. Una de éstas, contra la Caleta y el castillo de San Sebastián, el 3 de julio, fue liderada por el contralmirante Nelson, siendo rechazado por el general de la Armada Federico Gravina que lo esperaba y que, con su grupo de lanchas cañoneras, se lo impidió, apoyado por los fuegos bien coordinados de los castillos de San Sebastián y de Santa Catalina, obligándole a retirarse el día 5. La defensa de Cádiz y su bahía había sido sabiamente organizada al principio del bloqueo por el general de la Real Armada José de Mazarredo, con 136 lanchas cañoneras y obuseras y marinos de la talla de Gravina, Escaño, Churruca, Espinosa o Moyna, en las que embarcó personal de la Escuadra —tropa y marinería, entre ellos Antonio de Soto—, junto con soldados del Ejército, que hostigaron a los británicos durante todos esos meses. Las lanchas cañoneras y demás fuerzas sutiles españolas,
ágiles en la maniobra y gobernadas con audacia, dieron tanto quehacer a los británicos que acabaron por levantar el bloqueo y retirarse. Esta gesta sería celebrada por los gaditanos que cantaban a coro: «¿De qué les sirve a los ingleses tener fragatas ligeras, si saben que Mazarredo tiene lanchas cañoneras?».

Una vez desaparecido el grueso de la escuadra enemiga, se volvió a la normalidad. Con ella, Antonio de Soto dejó las fuerzas sutiles y embarcó con la guarnición de la fragata Matilde, donde permaneció más de un año, hasta que, enferma y con fiebre alta, en un reconocimiento médico se descubrió que en realidad era una mujer y que se llamaba Ana María Antonia. Enterado el general Mazarredo, ordenó su desembarco inmediato el 7 de julio de 1798, en medio de la admiración y respeto de sus camaradas que la habían conocido y tratado en sus más de cinco años de servicio, solicitando ella, por su parte, la licencia absoluta, la cual le fue concedida el día 1 de agosto.
Sus destinos durante esos años fueron diversos y en todos actuó con eficacia, disciplina y abnegación: las fragatas Mercedes y Matilde, combates en Bañuls y Rosas, en la batalla naval de Cabo San Vicente y, finalmente, con las cañoneras y en otras fuerzas sutiles en la defensa de Cádiz en el año 1797.

Combate del Cabo Santa María 1804.(Oleo sobre lienzo9. Richard Green Gallery

PENSIÓN

Por los documentos aportados y hechos públicos por el coronel Félix Salomón, en 1898, sabemos que por la Real Orden de 24 de julio de 1798, «en atención a las acciones de guerra en que participó, a su heroicidad, acrisolada conducta y singulares costumbres con que se ha comportado durante el
tiempo de sus apreciables servicios, se ha dignado S.M. el Rey concederle dos reales de vellón diarios por vía de pensión, al mismo tiempo que en los trajes propios de su sexo pueda usar de los colores propios del uniforme de Marina».
Cuando sus atribulados padres fueron informados de la aparición de su hija, después de más de cinco años de angustia, se dirigieron a pie a San Fernando a recogerla, pidiendo limosna por el camino por no tener suficientes medios económicos para el viaje. Tal vez por ello, la Real Orden anterior fue complementada por otra de fecha 4 de diciembre del mismo año por la que el Rey, «por haber servido durante cinco años y cuatro meses de soldado voluntario con particular mérito», le concede «el grado y sueldo de Sargento Primero de los Batallones de Marina, para que pueda atender a sus padres».
A su regreso, la familia se instaló en Montilla y consta documentalmente en el archivo municipal
de esta localidad que ya en 1799 figuraba como titular de la expendeduría de tabacos situada en La
Plazuela (del Sotollón), de esa población. Posteriormente se sabe que en 1809 y 1813, en plena
Guerra de la Independencia, reclamó Ana María el devengo de su pensión, ya que desde 1808 no
se le abonaba. Algunos autores comentan que, en 1819, se le retiró el disfrute del estanco de tabacos que regentaba en Montilla por no poder cobrar simultáneamente dos sueldos del Estado.
No obstante, en documentos del Archivo Municipal de Montilla, seguía figurando como titular del estanco en 1828, así como en 1833. Falleció, con 58 años, soltera, en Montilla, el 5 de diciembre de 1833, estando enterrada en el lugar del cementerio que tienen asignados los Hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora de la Aurora. Aunque sin descendencia, nombró heredera a Antonia Pérez de Luque, que había acogido de niña, en 1804, y la atendía en su vejez.

No hay duda de que bien puede tenerse a Ana María de Soto por una precursora y modelo, por sus méritos, para las tropas de sexo femenino que nutren hoy en día el Cuerpo de Infantería de Marina, vistiendo los mismos colores azul marino y grana, con sardinetas, del uniforme que llevó ella puesto y que siguen su pauta de absoluta dedicación
al servicio de España.

 

Fuente:

RED 348.Marzo 2018