RELACIÓN DE LA SINGULAR DERROTA SUFRIDA POR EL ESCUADRÓN AZUL DE LA ARMADA DE SU MAJESTAD BRITÁNICA QUE AL MANDO DEL CON-TRALMIRANTE HORACIO NELSON ATACÓ LA PLAZA DE SANTA CRUZ DE TENE-RIFE EL 25 DE JULIO DE 1797. (A LA LUZ DE FUENTES DOCUMENTALES ESPAÑOLAS)
El 7 octubre de 1796 España declaró la guerra a Inglaterra, era la consecuencia inevitable del Pac-to de San Ildefonso, firmado el mes de agosto anterior, entre Francia y España. Pero el Bando de Declaración de Guerra no se publicó en Canarias hasta el día 3 de noviembre de ese año. A partir de ese momento toda la tranquilidad de que antes se disfrutaba se convirtió en un continuo sobre-salto.
Era Comandante General de estas islas el Excmo. Sr. Dn Antonio Gutiérrez de Otero Teniente Ge-neral de los Reales Ejércitos .
A principios de Marzo del año siguiente arribaron al puerto de Santa Cruz de Tenerife dos fragatas, La Bella Princesa y El Príncipe Fernando, procedentes ambas de China, después de 6 largos me-ses de viaje, de las que se decía que transportaban grandes riquezas. Su destino era Cádiz, pero habiendo sabido por un barco americano que había guerra contra Inglaterra, no se quisieron expo-ner y se refugiaron en puerto seguro, a la espera de la llegada de barcos de guerra que les llevaran en convoy hasta su destino. Desde que llegaron estos barcos con tan valiosa carga, aumentaron los temores en la plaza de que vendrían los enemigos a por sus riquezas . El 10 de Abril , ya hubo un primer sobresalto, esa tarde se avistó un bergantín que hacía por el puerto, pero después de entrar en la bahía volvió al rumbo de fuera y no se le volvió a ver. Más tarde, ese bergantín persiguió a un barco español, la Bella Paulina que con destino al Puerto de La Orotava, transportaba trigo desde Mogador , hasta apresarlo tras la Punta de Anaga, su tripulación fue entonces transbordada a otro barco procedente de Gran Canaria que la condujo al puerto; por su piloto, se supo que el bergantín era un corsario inglés, de nombre El Corso, al mando del capitán, Bartholomew James. Este corsario persiguió los barcos costeros y de entre islas, uno de Fuerteventura, otro de Gran Canaria y otros cuatro de pescado; con lo que el temor se apoderó de todos y se negaban a salir de los puertos en que se hallaban refugiados.
El coronel del Real Cuerpo de Artillería ordenó entonces poner a salvo la pólvora, quitándola de al lado de la marina junto al Castillo de San Juan,la conocida como la Casa de la Pólvora, condu-ciéndola a la Cuesta y alguna porción que estaba un poco ruin la hizo arreglar, comisionando para todo ello a sus oficiales tanto de los veteranos como de los de milicias. Al capitán del mismo Cuerpo Antonio Eduardo se le encargó el cuidado de los repuestos y utensilios de las baterías, entregándole las llaves de los arcones y almacenes de los castillos para que en caso de un ataque, puesto que vivía muy cerca del Castillo de San Cristóbal, pudiese sin perder tiempo suministrar todo lo necesario para la defensa.
Y lo que se temía ocurrió. El 18 Abril a las 2 de la madrugada, favorecidos de brisa fresca con buena bonanza, dos fragatas inglesas, aprovechando la gran oscuridad de la noche lanzaron sus lanchas con un crecido número de tropa, forrados sus remos con badana para no ser oídos, e inten-taron abordar a la Bella Princesa, pero al haber sentido ruido, fueron contra la otra fragata, El Príncipe Fernando, donde los que estaban de guardia creyeron que serían barcos de pesca; su capi-tán, piloto, capellán y parte de la tripulación estaban en tierra, por lo que sólo había a bordo 17 hombres ,abordaron entonces la nave sin mayor trabajo, mataron a un marinero e hirieron a otros dos. Inmediatamente se hizo en la Plaza la señal de alarma, se juntaron las gentes y como era el primer susto todos estaban sobresaltados, produciéndose tal confusión que no se encontraban los utensilios necesarios para dar fuego a los cañones, a pesar de lo que había recomendado el coro-nel Estranio al capitán Eduardo. Por último a las 3 de la mañana se logró romper el fuego, desde la Batería del Muelle del Castillo de San Cristóbal, del de la Concepción, del reducto de San Telmo, del Castillo de San Francisco, del de San Juan, del de San Antonio y Paso Alto, se mantuvieron hasta las 5 haciendo un continuo, pero infructuoso, fuego porque los ingleses valiéndose de la os-curidad y de la brisa fresca que iba aumentando, se pusieron a salvo, llevando consigo a la fragata Príncipe Fernando, cargada con café, pimientas, muselinas etc, valorado todo en unas treinta mil libras, según los ingleses.
Aquella misma madrugada las dos fragatas inglesas se acercaron de nuevo hasta que pudieron hacer fuego contra la plaza, cayendo una de sus balas en la trasera de la casa del Teniente de Rey, otra enfrente de la cárcel, otra al lado del Hospital de Desamparados, y otra encima de la ermita de San Telmo, junto a la que se encontraba el Batallón de Infantería con sus jefes y oficiales y tropa, que a la señal de alarma habían acudido para formar y esperar la orden para marchar al puesto que les correspondiese; cuatro de sus soldados resultaron heridos por lo que tuvieron que retirarse a formar en la calle del Hospital hasta que se les ordenó que fuesen a la Plaza Principal.
Se tomó entonces la providencia de hacer venir cincuenta hombres más con un teniente y un sub-teniente del Regimiento de La Laguna y otros cincuenta con un subteniente del de Güímar, que-dando todos agregados al Batallón, donde oficiales y sargentos se afanaban en instruir a aquellos hombres, campesinos, que no conocían el manejo de las armas, para que pudieran ser útiles en caso de el ataque se preveía.
Todos los que se consideraban alguien, todas las fuerzas vivas de la plaza e incluso del resto de la isla se habían presentado en el Castillo para prestar su apoyo al General Gutiérrez. De entre todos esos que pululaban a su alrededor destacaban las figuras de dos coroneles, los coroneles de los Reales Cuerpos de Ingenieros y de Artillería, Luis Marqueli y Marcelo Estranio. Ambos eran, sin duda, los más caracterizados dentro de aquel grupo, tenían los dos una gran formación militar y científica, El ingeniero procedía de la Academia de Matemáticas de Barcelona y el artillero per-tenecía a la primera promoción que salió de la que fue temporalmente Academia de Artillería de Cádiz, antes de que se estableciera definitivamente en Segovia, y estas academias eran dos de los principales focos de ciencia en la España del siglo XVIII.
A pesar de ser los más inmediatos colaboradores del mando, los dos coroneles no mantenían una buena relación entre ellos, lo cual dificultaba, y no poco, la labor del General, que tenía que hacer continuamente de árbitro entre ambos e imponer su autoridad. Es verdad que en sus informes al General como Comandante de Ingenieros de Canarias, Marqueli invadía constantemente las com-petencias de Estranio; hay que decir que era un hombre muy especial y de gran temperamento, en el año 1808, la Junta de Canarias lo calificaba de genial, pero el sentido de este adjetivo no era el que ahora le damos, sólo querían expresar que tenía muy mal genio. Como buen ingeniero militar del XVIII dominaba el arte de la fortificación y conocía a fondo el funcionamiento de la Artillería, para la que trabajaba proyectando y construyendo sus infraestructuras, pero es que además en su época en la Academia de Matemáticas la formación era común y se hacían prácticas de tiro con-juntamente y solo al final de los cuatro cursos se elegía Artillería o Ingenieros por eso no es de extrañar que se inmiscuyera en el campo de su colega artillero. Aunque las disensiones venían de lejos, lo que encendió la mecha fue la propuesta que Luis Marqueli hace al Comandante General, el 2 de Mayo, de que los cañones de la Batería de Santa Isabel que el día anterior había sido desar-tillada pasaran a la Batería de la Cabeza del Muelle. Esta petición no dejaba de ser un asunto téc-nico, que se podía discutir, pero lo que sublevó a Estranio, fue que además se ofrecía para mandar dicha batería que por ser la más avanzada y expuesta, la consideraba un puesto de honor. Al día siguiente el coronel de Artillería, contesta a su General con un escrito muy comedido, en que re-conoce que la batería del muelle es útil, y que se le pueden reemplazar los cañones que se le quita-ron, pero que eso era indiferente, puesto que no se puede hacer un fuego vivo y sostenido por falta de unos 400 hombres diarios para su servicio( Aunque no lo dice está claro que se refiere a toda la línea defensiva) . Pero a pesar de eso el día 4 el General da la orden a Estranio para que se empla-cen los cañones de la Batería del Muelle y que se verifique a la mayor brevedad. Esto ya no lo puede soportar el artillero y remite un oficio a Gutiérrez en el que le dice que se consideran ofen-didos él y sus oficiales del Real Cuerpo de Artillería por la intromisión del Comandante de Inge-nieros y se expresa de un modo un tanto impertinente, advirtiendo a su general de las resultas que trae mezclarse a hablar los extraños en asuntos de otro cuerpo. Finalmente Gutiérrez impuso su autoridad, comunicando a Estranio que recibía con agrado las proposiciones de ambos coroneles para la mejor defensa de la plaza, pero que resolvería en cada caso lo que le pareciera más conve-niente.
Dado que la artillería de la cortina defensiva estaba falta de sirvientes para sus cañones, el gene-ral Gutiérrez solicitó al alcalde real que seleccionara 70 hombres para ese servicio, lo que logró no sin grandes esfuerzos, al mismo tiempo que pidió que le eran precisos los borriqueros que pres-taban servicio en la artillería para que estos hombres con sus bestias transportasen la plata y los papeles de oficinas e iglesias, mujeres, niños y enfermos en caso de invasión, lo que le fue conce-dido
El puerto de Santa Cruz nunca había tenido un puesto a propósito para vigilar el horizonte por el norte, por donde podían entrar los enemigos sin ser vistos hasta que ya se les tenía encima sin dar tiempo a preparar la defensa como era preciso. En esa parte norte está una montaña,la de Anaga, que domina todo el horizonte del sur y del norte, por lo que S.E. dispuso poner en ella un vigía, para lo cual se destinó al piloto Domingo Palmas pasándole 20 pesos mensuales y dándole todas las tierras que quisiese cultivar, fabricando una pequeña casita y fijando dos palos desde donde con las banderas del plan que se le dio avisara de los buques que recalaban por el norte o por el sur, distinguiendo el número y si eran mercantes o de guerra.
El 25 del mes de mayo arribó al puerto de Santa Cruz una corbeta francesa llamada La Mutine, procedente de Brest, barco muy velero armado en corso con 16 cañones ,tripulado con 150 hom-bres, que llevaba a bordo a Morand de Galles de Legrand, embajador de Holanda al parecer en-cargado de una comisión secreta, según unos pliegos cerrados que portaba. El cargamento de la corbeta era, vinos muy generosos, telas y otros efectos muy delicados, gran número de libras de oro y plata, diamantes, esmeraldas todo enviado por la Convención Republicana a los que junto con parte de su equipaje puso en tierra al día siguiente no dejándolos solos en parte alguna sino siempre con guardia de su satisfacción.
El día 27 a las 2 de la tarde se avistaron dos fragatas que hacían por el puerto luego se les recono-ció bandera inglesa en popa y española en proa. A las 4 habiendo puesto en el palo mayor bandera parlamentaria, echó a la mar un falucho con bandera inglesa en popa y española en proa y viendo que hacía por el puerto le salió a encontrar a medio tiro de cañón una lancha con bandera española en popa y una blanca en proa con el capitán del puerto y el capitán del Batallón de Infantería don Juan Crehag caballero del habito de Santiago y graduado teniente coronel para saber que se les pretendían. Un oficial de los que venían en el falucho entregó un pliego para el Comandante Gene-ral. A las 6 se les envió la respuesta y una vez recibida los ingleses cambiaron el bordo para fuera hasta que la oscuridad los hizo perder de vista. El pliego se reducía a pedir que se liberaran los prisioneros ingleses que estaban en La Laguna, pero lo cierto es que todo fue un disimulo para poder con tranquilidad reconocer los buques y la situación de la cortina defensiva para lo cual el falucho intentaba internarse más y conducía algunos oficiales que con los anteojos observaban todo.
Aquella noche se redoblaron las guardias y retenes, quedándose el General con todos los oficiales en el Castillo, desde donde continuamente salían las rondas a registrar la cortina. El propio gene-ral salió al muelle a observar el horizonte. El capitán de la corbeta francesa hizo embarcar a toda la gente que tenía en tierra y los puso sobre las armas toda la noche con 4 cañones cargados de metralla, colocados en los puntos donde podía ser abordado, pero no ocurrió en toda la noche la más leve novedad. Al día siguiente no se avistaron ni aquí, ni desde el vigía, ni por el sur ni por el norte vela alguna, con lo que todo se se volvió a la normalidad, olvidando lo pasado en la tarde anterior, convencidos todos de aquellos barcos ingleses seguirían a su destino.
A las 9 de la noche, un patrón de un barquillo de pesca, se dirigió a la casa del general, donde se encontró con el Teniente del Rey y otras personas que le preguntaron que se le ofrecía a lo que respondió que iba a dar parte de que a las Ave María(las 6 de la mañana) en la Punta de Anaga había avistado a cosa de 3 leguas retiradas hacia el horizonte 2 embarcaciones que venían a toda fuerza de vela para el puerto. No se hizo ningún caso del anuncio del pescador, y sin acordarse de lo pasado 24 horas antes se retiraron todos a sus casas, sin dejar ninguna de las prevenciones que se habían establecido la noche anterior.
Los franceses como era domingo, día de fiesta, estaban casi todos en tierra quedando a bordo un corto número para cuidado del barco, con trabajo el teniente de la tropa que conducía el barco para su defensa pudo reembarcar alguna porción quedando en tierra 43 que no pudo encontrar. Todos dormían bien descuidados, que ayudados por el vino y la mala noche anterior, no hubiesen dado razón aunque todo un mundo se les hubiese venido encima.
A las 3 de la madrugada del 29 una de las lanchas que todas las noches hacían la ronda en el mue-lle dio parte de que había enemigos en la bahía, el oficial de guardia y todos creyeron que el parte de los de la lancha era fruto del miedo y pensaron que serían algunos barcos chicharreros. Pero no, tenían razón el pescador y los de la lancha. Muy poco después todos los botes de las fragatas in-glesas La Minerve y Lively, con un teniente en cada uno, y al mando todos, del teniente Hardy, atacaron decididamente a la corbeta francesa La Mutine, fondeada en el puerto, y bajo un pobre fuego de fusilería procedente del barco asaltado, lo tomaron casi inmediatamente. Alertada la po-blación se abrió un denso fuego de artillería y fusilería desde todos los sectores de la línea y tam-bién de un gran barco anclado en la rada, fuego que continuó sin interrupción durante una hora,en ese tiempo, los ingleses estuvieron muy expuestos mientras trataban de sacar la corbeta del fon-deadero y remolcarla hacia fuera. Había muy poco viento, pero después de las 4 ya estaban lejos del alcance de las baterías.Mandaban las dos fragatas los capitanes George Cockburn,La Miner-ve,y Benjamin Hallowell,la Lively
Aquel día a las ocho de la mañana Luis Marqueli, el coronel de Ingenieros, esperó en el rastrillo del Castillo de San Cristóbal al capitán de Artillería Antonio Eduardo al que acusó de que por su culpa el enemigo se había llevado la corbeta, pues por lo menos se podía haber echado a pique, si hubieran estado prontas las llaves de los arcones que guardaban las mechas, porque cuando se buscaron no se encontraron por ignorarse su paradero. Las voces fueron tan grandes que el Co-mandante General les hizo entrar en el Castillo, para que allí hablaran y no en aquella publicidad que todos oían.
Desde ese momento los ingleses no dejaron de visitar al puerto de Santa Cruz, unas veces con el pretexto de parlamentar sobre el intercambio de prisioneros, otra para devolver sus pertenencias a lo franceses de La Mutine, e incluso para intercambiar obsequios e invitaciones con los mandos españoles, o simplemente para hostigar y amedrentar a la población.
El sábado 22 de julio a las 4 de la mañana el atalayero de Anaga y muchos vecinos, que siempre estaban vigilantes, desde sus azoteas, avistaron 3 navíos , 3 fragatas, un cúter y una bombarda. El temido ataque inglés iba a tener lugar.
FIN DE LA 1ª PARTE.
JOSÉ MANUEL PADILLA BARRERA
TCOL INGENIERO POLITÉCNICO(R)