El Comandante (Ex) D. Manuel Parrilla Gil, publica en su Blog este retazo histórico de la Aviación española.
¿Quien sabe?
Era medianoche y todo estaba en silencio en el Hotel Ben McGehee del distrito Pulaski, en Little Rock (Arkansas). Los pocos huéspedes que se alojaban en el edificio de doce plantas tenían las ventanas abiertas para que corriera algo de aire. Ese 13 de junio de 1939 se habían alcanzado los 37 grados a última hora de la tarde. Las fachadas estaban recalentadas, pero la brisa refrescaba las habitaciones.
Un disparo rompió de pronto el laxo silencio de la noche. A los pocos segundos, las ventanas abiertas se poblaron de caras asustadas y curiosas. Un huésped del octavo piso llamó a recepción, y desde aquí se dio inmediatamente aviso a la policía.
La puerta de la habitación 807 estaba entreabierta, y la corriente hacía que los numerosos papeles repartidos sobre la mesa del escritorio se esparcieran por toda la estancia. Un hombre rubio y fornido, de poblado bigote, yacía tumbado en la cama. La cabeza colgaba en el borde, y un charco de sangre empapaba un mapa militar de Madrid. Entre los papeles que le rodeaban se hallaba un diario de vuelo de aviador republicano.
Una pistola Colt calibre 22 podía verse en el suelo, a un metro de la silla del escritorio, volcada junto a una botella de Glenfiddich vacía. En la mesita de noche, otra botella de la misma marca, medio llena, y un vaso vacío hacían de pisapapeles sobre una carta firmada por el capitán Claire Chennault, donde se admitía a su destinatario en una unidad secreta de la Fuerza Aérea China para combatir en la guerra chino-japonesa: los “Tigres Voladores”. Al lado de la botella, una boina negra con las alas de las FARE, Fuerzas Aéreas de la República Española.
El hombre que yacía muerto en la cama no era otro que el “as” americano de la Guerra Civil Española Frank Glasgow Tinker. La policia atribuyó su muerte a suicidio por depresión. Pero, ¿por qué iba a suicidarse con una Colt 22 un veterano que tenía una Smith & Wesson 45 en el cajón de su mesita de noche? ¿Por qué iba a hacerlo si, después de ser rechazado para volver al USAAC y la US Navy, había sido admitido por fin para combatir contra los japoneses en China?
Lo cierto es que Tinker había sido maltratado por su propio país, que le había retirado el pasaporte al volver de España, acusado de violar la ley de neutralidad de los Estados Unidos. Y que Tinker volvía de España agotado por una guerra en la que solo había podido aguantar siete meses de horror y caos, en la que había sido derribado una vez y había recibido un disparo de la Guardia Civil en una pelea; pero también una guerra en la que había derribado ocho aviones de Franco y había alcanzado la gloria, llegando a ser jefe de una escuadrilla de I-16 Mosca bajo el mando de Andrés García Lacalle.
* * *
Dos años antes de aquella fatídica noche de junio en Little Rock, Tinker se encontraba basado en Guadalajara con la primera escuadrilla de Moscas, mandada por el ruso Ivan Lakeev. Era el 13 de julio de 1937, y las tropas de Franco presionaban en el frente oeste de Madrid.
La escuadrilla de Lakeev salió a hacer una misión de caza libre. Era la tercera del día, y debían reconocer la carretera de Badajoz entre Madrid y Navalcarnero, enfrentándose a los cazas de escolta para que los Chatos acabaran con los bombarderos del bando nacional. Despegaron seis aviones. Eran las cinco y media de la tarde -una hora de inevitables connotaciones taurinas-, y los pilotos soportaban estoicamente el calor veraniego de Guadalajara. Al mando de la primera patrulla iba el mismo Ivan Lakeev. Era su cuarta misión ese día, y le acompañaban Manuel Aguirre y Aleksander Osadchiy. La segunda patrulla era parte de la apodada “Patrulla Americana” por el propio Lacalle, que en ese momento no estaba en España. Con Frank Tinker al mando, aunque no era el único americano, le acompañaban Albert John Baumler, apodado “Ajax” y el ruso Erlykin, los gringos pertenecian a un grupo de norteamericanos que se habían alistado como mercenarios viajando desde México sin autorización de su gobierno. En su contrato, 1500 dólares por mes de combates y una bonificación de otros 1000 dólares por avión derribado.
En esa misión todos eran veteranos. Pronto, las dos patrullas se separaron, quedando los de Lakeev en las inmediaciones de El Escorial mientras los gringos eran arrastrados hacia el sur por un grupo de bombarderos italianos que volvían de Madrid.
En plena persecución de los bombarderos, a la altura de Navalcarnero, dos esbeltos cazas que no habían visto antes en la guerra, pintados con un camuflaje gris verdoso y portando círculos negros en alas y fuselaje, aparecieron desde arriba, disparando desde una distancia claramente excesiva.
La patrulla se separó, quedándose Baumler y el ruso, con el más adelantado, mientras Tinker se enzarzaba en una espiral descendente con el de atrás. Su I-16 numeral 23 iba adquiriendo ventaja, mientras el alemán de la Legión Cóndor, con su Bf-109, intentaba sacar el máximo partido a todos los automatismos de su moderno avión. Guido Höness, un sargento con tres victorias en España, no tardó en darse cuenta de su error al aceptar combatir con aquel Mosca. El avión soviético estaba pilotado por un verdadero experto, de una agresividad inusitada. Eran las seis de la tarde. Höness estaba solo, todo estaba saliendo mal. Tinker comenzó a disparar.
En la tercera ráfaga, casi a quemarropa, Tinker acertó de lleno en el motor. Una mancha negra de aceite cubrió el parabrisas de su infortunado adversario, y un espeso humo negro comenzó a salir del compartimento del motor. El piloto estaba cegado, el avión perdía potencia y velocidad, y el humo se convirtió en llamas que poco a poco se acercaban a la cabina.
Guido Höness no estaba acostumbrado a volar en una cabina cerrada y no fue capaz de controlar el avión, sin visibilidad, aturdido por la falta de oxígeno y el humo. Cuando las llamas comenzaban a alcanzar su cuerpo, el avión se estrelló a más de trescientos kilómetros por hora, al este de Navalcarnero. Fue el primer derribo sufrido por el nuevo caza alemán, el Messerschmitt Bf 109, y la sexta victoria para Tinker.
El piloto de Arkansas había llegado a Los Alcázares en enero de 1937 procedente de México, con un pasaporte y un nombre falso: Francisco Gómez Trejo. En un principio le asignaron a una unidad de bombarderos dotada de los viejos Breguet XIX, pero, dado su talento y experiencia, pronto fue fichado por Andrés García Lacalle para su recién creada escuadrilla de cazas, dotada con el I-15 Chato. Tinker no hablaba muy bien español, pero él insistía en que era gallego. En febrero de 1937, cuando operaba los Chatos en las inmediaciones de Madrid como jefe de patrulla, se quejaba a Lacalle de su situación.
-Qué güera ésta, mí no comprender, yo querer combate -farfullaba Tinker cuando Lacalle, dada la inexperiencia de los pilotos, les prohibía tajantemente separarse durante los combates, para evitar que quedasen aislados.
-No te preocupes, Smith -así le llamaba Lacalle, que sabía que no era ni Trejo ni gallego- te vas a hartar de güera y de combates.
-Capitán, mí querer “bisicleta” – decía, cambiando de tema, el americano.
-¡Jajajaja, qué ocurrencia! -reía Lacalle, sin saber si iba en serio o en broma.
Frank Tinker hablaba en serio. Todas las tardes, cuando acababan los vuelos, les daban permiso de paseo hasta las diez de la noche. Su patrulla tenía un coche a su disposición y Tinker era el jefe, pero los otros pilotos tardaban mucho en arreglarse para ir a Madrid. Por eso él quería una bicicleta, para poder irse directamente, sin esperar a sus compañeros.
-Smith -le dijo Lacalle cuando se enteró- tú eres el jefe de patrulla, así que tú pones los horarios del coche, y los demás que se ajusten. Pero “bisicleta” no hay -remachó en tono socarrón.
En cuanto terminaba los vuelos, no perdía ni un minuto. Siempre que podía se iba al hotel Florida, donde se encontraba alojada toda la colonia de reporteros norteamericanos. Allí entabló amistad con Ernest Hemingway, algo que le sería muy útil en el futuro. Allí se encontraba con Frank Cappa, John Dos Passos, Marta Gellhorn, Herbert Matthews, o Josephine Herbst. Allí bebía y conversaba, escuchaba música y disfrutaba de sus admiradoras españolas, algunas de las cuales se preocupaban con celo de que no le mandara todo el sueldo de mercenario a su madre en los Estados Unidos.
Eran los días felices de bohemia y excesos: una guerra, una aventura, el disfrute del vuelo, el dinero fácil y la gloria.
Cuatro días después de derribar a Guido Honëss sobre Navalcarnero, la escuadrilla de Lakeev volvió a encontrarse con los “Messer” sobre Brunete. Esta vez eran más, y estaban acompañados por un grupo de Fiat CR.32 italianos. Los aviones rusos iban escoltando una formación de Natachas cuando los alemanes los sorprendieron, una vez más desde arriba. Estaban en superioridad, y la Patrulla Americana, como siempre, se separó del resto, enzarzándose con los enemigos alemanes. De nuevo Tinker se quedó solo con un Bf 109A de la Legión Cóndor, y de nuevo el alemán cometió un grave error. Para su desgracia, los alemanes estaban aún muy lejos de dominar las tácticas más efectivas con el nuevo avión monoplano de alta velocidad, y eso se pagaba en vidas. El piloto germano, que después de la primera ráfaga había vuelto a subir, picó de nuevo para intentar derribar al Mosca 23 de Tinker. Aunque la Legión Cóndor empezaba a entender las maniobras óptimas de zoom -arriba y abajo- para sacar el máximo partido de su nuevo caza, el Bf 109A aún estaba limitado en cuanto a potencia del motor. Intentar esa maniobra sin la suficiente práctica contra uno de los aviones más rápidos y ágiles del bando contrario, y contra uno de los pilotos más experimentados, no era, desde luego, una buena idea. El alemán no fue capaz de conservar su energía, cosa que Tinker sí hizo en su maniobra de defensa. Cuando el piloto del Messer volvió a intentar una trepada para escabullirse del Mosca, éste solo tuvo que seguirle, con el motor a máxima potencia, y disparar dos certeras ráfagas. Fue su séptimo derribo. Al día siguiente, Tinker conseguiría su ultima victoria, un Fiat CR.32 de la Aviazione Legionaria italiana.
El “as” norteamericano estaba extenuado. Las alarmas, los durísimos combates, los compañeros muertos y las casi doscientas horas de vuelo que había acumulado en menos de seis meses, le pesaban enormemente. El 29 de julio, después de completar cinco horas de combates sobre Madrid, pidió rescindir su contrato con la República para volver a los Estados Unidos.
A principios de agosto, Frank Tinker viaja a Francia, donde solicita en su embajada un nuevo pasaporte para volver a casa. En la embajada le niegan el pasaporte y le amenazan con tres años de cárcel por haber vulnerado las leyes de no intervención de su país.
Tiene que pedir ayuda a su influyente amigo Ernest Hemingway, quien, tras las gestiones oportunas, le consigue el documento. Viaja a Estados Unidos, pero aquí se le vuelve a retirar el pasaporte y se le acusa de colaborar con los comunistas y de vulnerar las leyes americanas.
Durante los siguientes años consigue un trabajo en la radio en Nueva York para el programa “We the people”, donde habla de sus hazañas en la Guerra Civil Española, y se dedica a escribir artículos, también sobre su experiencia bélica, en el “Arkansas Gazette Magazine”. Esos artículos serían la base para publicar en 1938 el libro “Some Still Alive”, con un lenguaje simple pero lleno de emociones.
Atormentado por la falta de acción y por los recuerdos de la guerra, Tinker intenta enrolarse como piloto en el US Army Air Corps, pero es rechazado. Le queda volver a España, pero no es posible, porque sigue sin pasaporte.
Con la sensación de haber traicionado a sus compañeros de la Patrulla Americana, más el duro golpe que supuso para él la derrota definitiva de la República en España, entró en una fase depresiva de la que solo podrían haberle salvado su viaje a China para enrolarse en los “Tigres Voladores” de Claire Chennault, algo que no veía posible porque estaba vigilado. Tal vez su amigo Hemingway le habría ayudado de nuevo, pero por desgracia aún seguía en España.
El resto lo sabemos. Apareció muerto en un hotel de Little Rock, antes de cumplir los treinta años. Enterrado en el cementerio de DeWitt, en su lápida puede leerse: “Frank Glasgow Tinker (1909-1939) ¿Quién sabe?” (en español).
Al poco de su muerte, Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial, atacado por Japón, y el país pronto se vio necesitado de todos los aviadores con experiencia que pudiera reunir. Un piloto con el bagaje de Tinker, un “as” en la Guerra Civil Española, que probablemente también lo hubiera sido en China contra Japón, habría sido de gran ayuda en la guerra del Pacífico o en Europa. Pero… ¿Quién sabe?
Bibliografia:
“Mitos y verdades” de Andrés García Lacalle.
“Five Down, No Glory” de Cargill Hall y Richard Smith
“Some Still Alive” de Frank G. Tinker