GUERRA EN UCRANIA
Cuando se cumple mes y medio desde que inició su invasión de Ucrania, Rusia está reorganizando y redesplegando sus unidades para centrarse en los combates en el este y en el sur de Ucrania, después de haber abandonado su objetivo inicial de conquistar Kiev y sus alrededores, con el propósito de controlar totalmente las regiones separatistas de Lugansk y Donetsk, que integran el territorio de Donbás, al mismo tiempo que pretende hacer caer definitivamente a la asediada ciudad de Mariúpol. Todo ello está sucediendo cuando se ha descubierto la escalofriante matanza de Bucha, con decenas de civiles asesinados cerca de la capital ucraniana.
Al principio del siglo XX, el geógrafo inglés Halford Mackinder estableció la teoría geopolítica de la «tierra corazón o área pivote». La teoría establece que, si el poder terrestre domina la zona o región cardial representada por Asia Central y Europa Oriental, tendría una mayor ventaja frente al dominio marítimo por su inaccesibilidad por mar, el aprovechamiento de los rápidos medios de comunicación terrestres –se estaba extendiendo el ferrocarril– y por la explotación de recursos del área.
La frase que definía esquemáticamente dicha teoría geopolítica decía así: «El país que domine la tierra corazón domina el mundo isla –es decir, el continente euroasiático–, quién domine el mundo isla dominará el mundo entero». Esta teoría de la primacía del poder terrestre se enfrentaba a la doctrina del estadounidense Alfred Mahan, cuyo pensamiento era el contrario. En opinión de Mahan el poder marítimo era superior al poder terrestre en un enfrentamiento mundial. Una de las frases más conocidas de Alfred Mahan es: «Las guerras se ganan desde el mar, por el estrangulamiento económico del enemigo, puesto que el poder naval dominante hará desaparecer al enemigo de una determinada zona marítima o le permitirá aparecer en ella como si fuera un fugitivo».
Seguro que el lector inmediatamente se ha dado cuenta que Ucrania está dentro del área de la tierra corazón concebida por Mackinder. No solamente esto es cierto, sino que además estas dos doctrinas opuestas fueron las que se materializaron durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX, durante la Guerra Fría, donde el poder terrestre, la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), se enfrentó al poder marítimo, Estados Unidos. El perdedor fue la URSS, que se desintegró en 1990-91.
A finales del siglo pasado, cuando imperaba la geopolítica de la unipolaridad con Estados Unidos como único estado hegemónico, el estadounidense Zbigniew Brzezinski, de origen polaco, en su libro El gran tablero mundial, publicado en 1997, manifestaba que, para mantener la primacía de EEUU en Eurasia y por tanto a nivel mundial, era imperativo que ningún adversario euroasiático fuera capaz de dominar Eurasia, ya que así podía desafiar a EEUU.
El poder de Eurasia eclipsaba al de EEUU. En aquellos años, los dos actores más poderosos que podían dominar esos espacios eran Rusia, fundamentalmente, y China, aún en proceso de desarrollo sin consolidar. También postulaba Brzezinski que, sin Ucrania, Rusia dejaría de ser un imperio euroasiático y solamente podría aspirar a ser un imperio asiático. En los últimos años, las proyecciones del autor polaco-estadounidense fueron volviéndose realidad.
En efecto, el progresivo acercamiento mediante la asociación estratégica de China, ya convertida en gran potencia, y Rusia con dos proyectos comunes, uno totalmente conjunto como la organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y el otro, parcialmente, como la Nueva Ruta de la Seda (BRI en el acrónimo inglés), representan un eje euroasiático capaz de desafiar en el horizonte internacional la primacía del vínculo transatlántico formado por Estados Unidos y Europa.
Carlos von Clausewitz, en su obra De la guerra, publicada en los primeros años del siglo XIX, definía a la guerra como «el acto de fuerza para someter el enemigo a nuestra voluntad». El «medio» era el acto de fuerza y el «fin», someter al enemigo a nuestra voluntad. Sin embargo, dos siglos después, el concepto «acto de fuerza» ha cambiado sustancialmente. En aquellos años, el acto de fuerza era, fundamentalmente, la potencia militar, la masa de maniobra de las fuerzas militares. Hoy, el acto de fuerza, «el medio», es mucho más amplio y profundo ya que abarca no solamente a las Fuerzas Armadas sino también a la economía, la tecnología, la cibernética o la situación estratégica internacional especialmente sustentada en el equilibrio de las relaciones de fuerzas, entre otros elementos.
En cuenta al «fin», en la época de Napoleón era obligar al enemigo a someterse a nuestra voluntad, destrozando sus fuerzas militares y ocupando su territorio al mismo tiempo que el adversario quedaba bajo la autoridad ineludible del vencedor. En el momento actual, ya no se destruye o se aniquila al enemigo, sino que es suficiente con que cumpla con los criterios políticos, económicos o diplomáticos, entre otros, implantados por el vencedor, que despliega normalmente algún contingente militar en su territorio.
De acuerdo con lo expuesto, ya sea en el campo geopolítico o ya sea en la interpretación del concepto de la guerra en el siglo XXI, en mi opinión, Putin ha cometido dos grandes equivocaciones. Por un lado, en el escenario geopolítico, no ha evaluado correctamente la reacción de la comunidad internacional, especialmente la respuesta de una Europa unida, de una OTAN actuando como un solo bloque, ni, por supuesto, el refuerzo del vínculo transatlántico. Y como remate, el rechazo de la comunidad mundial, representada en la Asamblea General de Naciones Unidas (por 141 países sobre 193), a la invasión de Ucrania. Ahora mismo, Rusia está aislada políticamente, le costará un gran esfuerzo recuperar el estatus que tenía ante la comunidad global y se presentará debilitada ante China. El abandono de la diplomacia ha supuesto otro fracaso para el país de los zares. En concreto, hoy Rusia se ha convertido en un Estado paria.
Por otro lado, en el terreno propiamente bélico y con independencia de los fallos rusos en inteligencia –Sun Tzu decía que uno de los valiosos e indispensables principios del arte de la guerra era conocer bien el enemigo–, en estrategia militar o en logística, la terrible respuesta del ejército ruso, después de haber fracasado la primera fase del plan de campaña, bombardeando con misiles y artillería a las ciudades –intencionadamente–, masacrando a la población civil, ha sido de una crueldad escalofriante, inadmisible en los tiempos actuales.
HAY TRES principios inmutables en una guerra: la voluntad de vencer, la libertad de acción y la capacidad de ejecución. De estos principios, Putin ha fracasado en la «voluntad de vencer», que nunca han tenido las fuerzas militares rusas –la mayoría de sus soldados son de reemplazo y con una edad cercana a los 20 años–, y la «capacidad de ejecución», donde el plan de campaña ha sido un desacierto mayúsculo toda vez que, hasta ahora, pasados más de 40 días de haber iniciado la guerra, no ha conseguido consolidar ninguno de los objetivos previstos. Todo ello, a pesar de disponer de una amplia «libertad de acción».
En definitiva, después de cerca de mes y medio de guerra, Putin no ha sabido armonizar la geopolítica –ha sobrevalorado su capacidad de poder geopolítico– con la guerra –no ha entendido el amplio contenido actual de la misma– ni mucho menos la dirección política de la misma con la estrategia militar –ha sobreestimado el potencial de sus Fuerzas Armadas– llevada a cabo por el mando del Ejército.
Esperemos a ver cuál es el camino que sigue en los próximos días, pero el presidente ruso se encuentra ante un gran dilema de muy difícil solución: presentar a sus ciudadanos que la guerra se ha saldado con una victoria cuando, en realidad, en la consideración de la comunidad internacional las fuerzas militares rusas no han conseguido los objetivos que había previsto la dirección política de la guerra.
Jesús Argumosa, general de División (R), ha sido jefe de la Escuela de Altos Estudios de la Defensa del Ceseden.
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