Angel Guinea ha desempeñado entre otros los siguientes cometidos: Ex General Jefe de la División de Capacidades del Mando de Transformación de la OTAN en el Cuartel General de la OTAN en Norfolk (Virginia). Ex Jefe de la Célula Militar Estratégica para FINUL (Líbano), en dependencia directa del Jefe del Departamento de Operaciones de Mantenimiento de la Paz de la ONU en Nueva York.
INTRODUCCION
Con ocasión de la realización de estudios en el Instituto Universitario Gutiérrez Mellado tuve la ocasión de leer y analizar una serie de documentos de opinión que trataban en profundidad las diferentes facetas presentes en el campo de las relaciones cívico-militares; temas que , habitualmente, no han estado presentes en los diferentes cursos y actividades formativas en la enseñanza militar, ni, por supuesto, en la civil. Pero debo señalar que considero que este acerbo de opiniones merece la pena que sea difundido por el mejor medio posible para que estimule, no la mera aceptación, sino la reflexión y controversia intelectual, y sirva de referente para diferentes situaciones que puedan presentarse en el ejercicio profesional. Esta aportación se basa en su mayor parte en las lecturas seleccionadas por el profesor D. José Antonio Olmeda, catedrático de Ciencia Política en la UNED.
Comenzaría por realizar una afirmación que, en épocas recientes, es rechazada u ocultada de la opinión pública: la profesión militar no es una más de las existentes en la sociedad. Los militares son servidores públicos, pero de una carácter especial. Al tener asignada la misión del monopolio de la violencia (otros servidores públicos también están autorizados al empleo de la violencia, como son las FCSE, pero este empleo es limitado y ocasional), su relación con el gobierno de la nación, sus derechos limitados (huelga o ciertos tipos de asociación), sus obligaciones incrementadas (movilidad geográfica, destinos forzosas, despliegues fuera de las fronteras nacionales para misiones que conllevan riesgo de la propia vida), hacen que su condición de servidores públicos sea diferente, sin entrar conscientemente en juicios de valor.
LA PROFESION MILITAR
Podríamos preguntarnos que conforma la profesión militar, cuales son los elementos que la hacen única. En este caso, me gustaría apoyarme en concepto anglosajón sobre lo que es una “profesión”.
Don M. Snider, en su ensayo “Dissent and Strategic Leadership of the Military Professions” (Orbis, Primavera 2008) hace una magnífica descripción de los tres tipos de carreras competitivas: Negocios, Burocracia o Profesión.
La carrera de los Negocios operan bajo la interacción de los mercados, siendo su objetivo el beneficio económico. Utilizando los instrumentos económicos (materias primas, trabajo, capital) produce elementos de valor para los clientes, y las leyes de mercado produce un natural equilibrio entre oferta y demanda (al menos en teoría). La motivación en esta área es el beneficio económico y la eficiencia productiva.
En contraste con el mundo de los negocios, las burocracias no trabajan con incentivos económicos o de mercado. El principio guía es la eficiencia en procesos repetitivos. Todas las organizaciones, incluyendo las empresas o las profesiones necesitan de una burocracia para su funcionamiento. Hay una serie de servicios esenciales para las actividades de la sociedad con poco interés para el mundo de los negocios, pero que necesita de organizaciones que no buscan el interés económico. En las burocracias, el objetivo es la eficiencia, y normalmente invierten poco en formación pues las capacidades necesarias para un trabajo repetitivo diseñado para lograr la máxima eficiencia se pueden lograr con facilidad con los nuevos empleados.
A diferencia de los anteriores, una profesión tiene como característica central la realización de un trabajo experto que la sociedad no puede realizar por sí misma y que es esencial para la vida y seguridad de la misma. El ejercicio de una profesión exige años de educación especializada para lograr el “arte” de la profesión antes de poder servir a la sociedad. En el mundo occidental, además de la carrera militar, la medicina, la teología y ,en algunos, el mundo del derecho han sido consideradas “profesiones” desde este punto de vista.
La profesiones buscan eficacia y no eficiencia (sanar a un enfermo, no lograr el menor coste en la atención médica, por ejemplo, es el enfoque de la medicina). Está claro que la motivación y el control social de una profesión, su ética , es muy diferente que la del mundo de los negocios o la burocracia. La población confía en el conocimiento profesional para producir el trabajo necesario donde y cuando sea necesario, dándole a cambio un grado de autonomía significativo para organizar y ejecutar su propio trabajo. Y a diferencia con las burocracias que descansan en factores extrínsecos como sueldo y posibles ascensos como motivadores, las profesiones descansan en factores intrínsecos tales como el privilegio de prestar un servicio, la satisfacción de proteger a la sociedad para que progrese y el estatus social que concede el pertenecer a un grupo ocupacional honorable y respetado.
En el artículo “The Future of Army Professionalism: A Need for Renewal and Redefinition”, Don Snider junto a Gayle L. Watkins (Parameters, Otoño 2000, pp. 5-20), los autores retoman el tema y comienzan recordando que el Ejército es a la vez una organización burocrática, como otras del Estado, y una profesión. Y aunque ambos caracteres están presentes en los tiempos actuales, la diferencia fundamental entre ambos caracteres es que la profesión militar está orientada a la eficacia mientras que la burocracia lo está hacia la eficiencia ; la profesión militar, busca el desarrollo del conocimiento específico de la profesión mientras que la faceta burocrática busca la aplicación de este conocimiento, y, finalmente , y no deja de ser importante, los componentes de la profesión militar se sienten profesionales y no meros empleados públicos.
Pero quizá es más clarificadora la descripción que aporta el historiador militar Allan Millett que a finales del los 70 resumía los atributos del hacer militar que producían ante la sociedad el que se considerase éste como una profesión: ocupación estable y a plena dedicación, considerada en general como para toda la vida, y en la que los que la seguían se identificaban con su cultura vocacional; organizada para controlar los estandares de funcionamiento y de recluta; con necesidad de una formación formal teórica, desarrollada internamente ; orientada al servicio y con lealtad a los parámetros de competencia profesional y a los poderes del Estado; y por ello se les daba un amplio margen de autonomía por la sociedad a la que sirven y sobre todo, el trabajo profesional era la explotación sistemática de un conocimiento especializado aplicado a problemas especiales, como son los conflictos armados. A esto algunos pensadores añaden la entrega a una profesión en la que la recompensa no es de tipo económico, sino que priman otros incentivos, entre los que podríamos señalar los que muy bien describía Calderón de la Barca hace algún tiempo: “fama, honor y vida son caudal de pobres soldados”. Parece evidente que ciertos valores son compartidos por los “pobres soldados” de diferentes épocas y culturas.
Quizá una primera derivada que podemos extraer de esta idea de la “profesión militar” es la clara responsabilidad que las profesiones en general y la militar en particular tienen sobre la formación de los futuros miembros de la misma, lo que nos obliga a reflexionar sobre los actuales planes de formación. Es importante reseñar que si bien siempre parece haber un cierto recelo en el estamento civil sobre esta autonomía en la formación, al final, lógicamente, la profesión militar ha acabado por formar a sus componentes en los valores propios de la profesión. Como ejemplo claro podría citarse Alemania, donde, tras las II GM, los futuros oficiales debían primero completar una formación universitaria antes de entrar en la formación militar, como “vacuna” contra el “prusianismo”, entendido éste como el caso extremo y un tanto aberrante de lo “militar”. La realidad que hemos encontrado trabajando con las unidades alemanas es de un magnífico grupo de “profesionales militares”, que comparten los mismos valores que el resto de los Ejércitos.
CONTROL CIVIL SOBRE LA ORGANIZACIÓN MILITAR
Tras esta premisa sobre la profesión militar, o “la carrera de las Armas” , como tantas veces se la definió señalando su especificidad, entremos en un primer punto en estas reflexiones que debería ser, siguiendo a Samuel P. Huntington, autor que alcanzó una cierta notoriedad en España a través de su libro sobre “El choque de las civilizaciones”, el analizar las diferentes formas de control civil sobre la institución militar.
En su análisis, ya de cierta antigüedad, Huntington empieza señalando que la situación teóricamente ideal es minimizar el “poder” militar dando el máximo poder a los grupos civiles. Pero la primera pregunta es : ¿a que grupo civil, dado el importante número de los existentes?. ¿El Parlamento, el gobierno de turno, el Jefe del Estado?. A esto lo denomina “control subjetivo”, y ha sido motivo, a lo largo de la historia, de conflictos y polémicas. Sin recurrir al mundo anglosajón, en España tenemos claros ejemplos de la “politización” del poder militar durante gran parte del siglo XIX. Otro efecto no deseado ha sido la tendencia a reducir el poder militar para facilitar el civil, lo que traía como consecuencia una debilitación de la capacidad defensiva nacional. Huntington señala como ejemplos claros de este proceso la situación de la mayor parte de los países beligerantes en vísperas de la segunda Guerra Mundial.
Frente a ello propone el denominado control objetivo, por el que el poder militar es un mero instrumento del Estado. El control civil objetivo logra el control profesionalizando a los militares y haciéndolos políticamente estériles y neutrales. Esto produce el nivel más bajo de poder político militar respecto a todos los grupos civiles. Pero al mismo tiempo preserva la autonomía interna, esencial para la existencia de “la profesión militar”.
En esta línea, James Burk, en sus “Theories of Democratic Civil-Military Relations” (Armed Forces & Society/Fall 2002) señala: “Siguiendo esta política, los civiles dictan la política militar de seguridad, pero dejan a los militares en libertad de determinar que operaciones militares son necesarias para asegurar los objetivos de la política. Para que este sistema funcione, lo militar exige profesionales expertos en el manejo y control de la violencia y dispuestos a garantizar su lealtad a la autoridad civil a cambio de autonomía profesional. Tampoco debe el estamento militar estar completamente dominado por el estamento civil pues los militares podrían verse obligados a seguir las tendencias partidistas (el autor habla de “las pasiones partidistas”) de la mayoría política del momento, y siguiéndolas el estamento militar puede perder fuerza al distraerse de su cometido fundamental” . Muy interesante reflexión, en la que se pone sobre la mesa dos elementos: Fuerzas Armadas como instrumento de estado y autonomía profesional.
Retorno a Huntington: “Un cuerpo de oficiales solo es profesional en la medida en que su lealtad se debe al ideal militar. Otras lealtades son transitorias y desintegradoras. Lo que hoy atrae políticamente, será mañana olvidado. Lo que atraiga políticamente a un hombre inspirará odio a otro. En las fuerzas militares sólo la lealtad al ideal de competencia profesional es constante y unificador: la lealtad del individuo al ideal del Buen Soldado, la lealtad de la unidad a las tradiciones y espíritu del Mejor Regimiento. Las fuerzas más eficaces y el cuerpo de oficiales más competente son los que están motivados por estos ideales antes que por objetivos ideológicos o políticos. Las fuerzas armadas serán servidores obedientes del Estado y desearán asegurar el control civil sólo si están motivadas por ideales militares. En el ejército moderno la motivación profesional de los oficiales contrasta con la de los ciudadanos soldados, temporalmente reclutados o alistados por razones económicas o políticas…. La Marina de los Estados Unidos y la Legión Extranjera francesa sirven a sus Estados con competencia imparcial e invariable en cualquier campaña . La calidad militar del profesional es independiente de la causa por la que lucha.” (La institución militar en el Estado contemporáneo. Huntington. Alianza Editorial. Pag 202 y posteriores).
AUTONOMIA MILITAR
Tras esta aproximación teórica, podríamos aceptar la idoneidad del control objetivo. No obstante existe una opinión bastante extendida que esta clara división entre una “profesión militar” con un alto grado de autonomía interna y el poder civil es difícil de lograr. Sería necesario que el estamento militar, siguiendo sus procedimientos de evaluación, llevase a los máximos niveles de autoridad a aquellos que el propio estamento juzgue como los mejores. Casi ningún país lo hace de forma completa, y es práctica común el “espaldarazo” del gobierno para los ascensos a Oficial General. Además, la posible separación y autonomía de “lo militar” está cada vez más amenazada por dos motivos principales: el fin del servicio militar obligatorio que convierte a las fuerzas armadas en un gran desconocido para la sociedad y sus políticos, quienes aplican su percepción de la sociedad civil y sus valores, y por lo que consideran que los usos y costumbres militares deben ser “civilizados”, aproximándose así al control “subjetivo”. Por otra parte está el incremento de misiones asignadas a las fuerzas armadas , en muchos casos responsabilidad de otros órganos del estado -solo mencionaremos el control de fronteras en EEUU por unidades militares en la lucha contra la inmigración ilegal y el narcotráfico, o los soldados franceses patrullando París en alertas antiterroristas-. No parece necesario poner ejemplos de situaciones en España. Esto desdibuja la “profesión militar” al aproximarla a la policial, de emergencias o a los cuerpos médicos y de bomberos de reacción ante catástrofes. Y la aproximación al control subjetivo ha provocado que, en los últimos tiempos, en muchos casos se considere que los altos estamentos militares designados “simpatizan” con la ideología del grupo político que ha logrado el poder en las elecciones y que los ha nombrado, en lugar de verlos como profesionales del más alto nivel, en el sentido que la “profesión militar” se utiliza en este trabajo, con la difícil misión de conseguir el mejor instrumento militar con los medios que se les asigna.
OBEDIENCIA MILITAR
Cambiemos el enfoque y demos un paso más en esta reflexión. Aceptemos, como en la mayor parte de los ejércitos, que la virtud militar suprema es la obediencia. “Aquí, la más principal hazaña es obedecer…”. Pero esta obediencia tiene límites, y no solo frente a órdenes manifiestamente ilegales. Centrémonos en este tema, que intenta ser el eje central de esta aportación.
Puede surgir un primer conflicto entre la obediencia debida y la competencia profesional cuando un subordinado recibe una orden de un superior jerárquico que, a su juicio, podría tener consecuencias operativas desastrosas. Es abundante la filmografía existente, generalmente mostrando un subordinado muy superior a sus jefes, enfrentado a una orden ilógica o equivocada. Pero, dejando de lado estas aportaciones hollywoodienses , es doctrina generalizada en los ejércitos de la mayor parte de las naciones que, en este caso, no debe haber duda en la obligación a seguir las órdenes operativas, al no tener el subordinado toda la información sobre razones y circunstancias que motivan la orden aparentemente injusta o ilógica. La obediencia en este campo es la base de la profesión. Y la legislación en todos los países avala esta postura, con duros castigos a quien la incumple.
Otro tema diferente es un potencial conflicto entre obediencia militar y competencia profesional sobre criterios doctrinales. La obediencia rígida e inflexible puede sofocar las nuevas ideas. No es infrecuente que un alto mando haya tenido su pensamiento anclado en el pasado y haya utilizado su control de la jerarquía militar para suprimir nuevos desarrollos inusuales en táctica y tecnología. Por otra parte, la unidad de doctrina es uno de los elementos que dan fortaleza a la organización militar, permitiendo una acción coordinada sin necesidad de largas negociaciones. Si embargo, también es cierto que un respeto ciego a este principio puede llevar a tratar de hacer frente a un ataque de medios acorazados con heroicas cargas de Caballería a caballo. Quizá la respuesta a este dilema es la creación y estímulo a la participación en foros y medios de difusión de nuevas ideas que estimulen el análisis profundo y la crítica constructiva , sin que se utilice la obediencia debida como instrumento para cortar iniciativas. Por otra parte, esto también permitiría la recuperación del concepto de lo que podría denominarse “disciplina intelectual”, que evite el casi sistemático rechazo visceral a todo cambio que venga “de arriba”, como procedente de mentes alejadas de la realidad diaria de las fuerzas, y que no ha tenido en cuenta las opiniones de los que están metidos a fondo en la lucha diaria.
Siguiendo las reflexiones del mencionado Huntington, un problema más complejo lo constituye la obediencia militar frente a valores no militares. Y se pregunta: ¿Cual es la responsabilidad del mando militar cuando un jefe político le manda algo que sabe que conducirá a un desastre nacional, o le ordena algo que viola la legislación vigente o las normas morales comúnmente aceptadas?.
No es necesario analizar los casos de órdenes políticas que violen la legislación vigente o las normas morales. Claramente, el deber de obediencia no solo no existe, sino que no se podrá utilizar frente a consecuencias posteriores (el principio de obediencia debida ya rechazado como justificación en los juicios de Nuremberg). Pero en cambio, la primera parte exige un análisis más detallado.
Un primer caso lo constituye el conflicto entre la obediencia militar y el criterio político. El autor defiende que, si bien cabría cuestionar órdenes militares cuando la competencia militar así lo recomiende, pues los criterios de eficacia militar son limitados, concretos y relativamente objetivos, no cabe cuestionar órdenes políticas pues los criterios políticos son indefinidos, ambiguos y altamente subjetivos, la política es un arte y el criterio político debe ser aceptado como un hecho. Si el estadista decide sobre una guerra que el soldado cree o sabe que solo puede llevar a la catástrofe nacional, el soldado, tras expresar su opinión, debe ceder y sacar el máximo partido a una mala situación. El no seguir este criterio explica las causas que llevaron a la dimisión de Mac Arthur durante la guerra de Corea. Y es interesante el comprobar que casi todos los tratadistas defienden el principio del “derecho a equivocarse” (“ the right to be wrong”) del poder político.
El caso opuesto lo constituye el conflicto entre la obediencia y competencia militar cuando esa competencia está amenazada por un superior político. ¿Que hace el militar cuando un estadista le ordena que tome una medida militarmente absurda, según criterios profesionales, y que es de ámbito estrictamente militar sin implicación política alguna? Esta situación, de ser cierta y totalmente desconectada de la política, representa una clara intrusión de consideraciones ajenas en el ámbito profesional. La presunción de competencia profesional, que existe en el caso de un superior militar que da órdenes cuestionables, no existe cuando el estadista se inmiscuye en asuntos militares. En este caso la existencia de criterios profesionales justifica la desobediencia militar. No es de la incumbencia del estadista decidir, como hizo Hitler en las últimas fases de la Segunda Guerra Mundial, sobre si los batallones en combate deberían avanzar o retroceder. No obstante, es importante destacar la no aceptación de este principio por parte de muchos líderes políticos. Un ejemplo reciente fue la imposición por parte de Rumsfeld , Secretario de Defensa, en reducir de forma radical las fuerzas que debían derrotar a Sadam Hussein, basándose en su mejor conocimiento que la superioridad que las nuevas tecnologías proporcionaban en el campo de batalla. La realidad es conocida ahora, y ya es claro que la victoria no se logra con la mera derrota militar sino con la conquista de las mentes, como se dice ahora. Las críticas contra los mandos militares que aceptaron esta imposición política no tardaron en producirse, pero con escaso efecto .
EL DEBER DE DISENTIR
No obstante, ¿cuál es la forma adecuada de hacer frente a una situación similar?. No hay que olvidar que quien se verán confrontados a esta situación serán los escalones más elevados de la cadena de mando militar. Y estos mandos tienen tres responsabilidades: asesores del estamento político, ejecutores de la política del gobierno en su área de responsabilidad, pero también, y muy importante, representantes del estamento militar en su conjunto.
La función asesora debe entenderse como “analizar e informar sobre las implicaciones desde un punto de vista militar de líneas de acción alternativas”. Por supuesto este asesoramiento se dirige a líderes políticos, independientemente de que sea bien recibido o solicitado, pero claramente excluyendo cualquier asomo de opinión sobre política general. Y por supuesto, el estamento político, como último responsable, podrá no aceptar este asesoramiento y sus consecuencias.
La función ejecutiva significa “ ejecutar las decisiones del gobierno concernientes a la seguridad del Estado, incluso en el caso de que esta decisión choque frontalmente con su opinión militar”. Si bien este principio deja poco espacio de maniobra para desacuerdo o desobediencia, se analizará más adelante.
La función representativa podría definirse como “presentar las exigencias de la seguridad militar en el conjunto de la maquinaria del Estado”. En esto se entiende que el nivel que hemos denominado estratégico debe expresar su punto de vista experto en cualquier materia concerniente a la creación, mantenimiento y empleo real o potencial de las Fuerzas Armadas. Ello es debido a sus años de educación formal, adiestramiento y experiencia, lo que le da una perspectiva que ningún otro grupo tiene, y sin el que la formulación del la política nacional estaría bastante disminuida. Y ello significa que los profesionales deben presentar de forma directa la perspectiva militar en todos los foros, públicos o no.
El propio Huntington reconocía que existen límites a esta responsabilidad, aunque no tenía una idea clara de cómo hacerlo “El grado de extensión que el profesional debe ejercer esta representación es difícil de definir, pero debe reconocer y aceptar que deben existir límites” . Según esto, el comportamiento del líder militar dependerá de su natural discreción y juicio profesional, y esto deja un campo excesivamente amplio a la opinión personal.
Por ello quisiera en este punto delicado seguir el razonamiento que Don M. Snider, profesor de Ciencia Política en la Academia de West Point, hace en su ensayo titulado “Dissent and Strategic Leadership of the Military Professions”, ya mencionado anteriormente.
Según el autor , el líder militar es responsable y representante de la profesión ante tres audiencias: la nación en su conjunto, los líderes políticos, y la propia organización militar, y los mandos inferiores en concreto. Por ello, cuando se plantee el disentir a una orden recibida del nivel político, y principalmente cuando pueda afectar seriamente a la seguridad nacional, debe pensar sobre su responsabilidad frente a las tres audiencias: la nación, elemento que podemos considerar como la de máxima importancia; el gobierno , al que debe obediencia por ser el depositario del poder democráticamente ganado; y a los mandos subordinados ante los que tiene una grave responsabilidad como ejemplo y referente de la institución militar.
Es evidente que frente a estas tres audiencias, habrá también que considerar una serie de elementos cualificadores de la situación. El autor utiliza para su reflexión un incidente ocurrido en EEUU cuando un grupo de generales retirados criticó públicamente la decisión de ir a la guerra de Iraq y pidió la destitución del Secretario de Defensa, Rumsfeld. Era la primera vez que, estando la nación involucrada en una guerra, no todos los militares se ponían detrás del Comandante en Jefe, el Presidente de los EEUU.
Los elementos seleccionados para juzgar la decisión de estos generales, y su justificación en casos similares, fueron:
- Gravedad del asunto para la nación.
- Relevancia de la experiencia profesional de los “disidentes’ sobre el asunto en cuestión (¿Han tenido o tienen experiencia profesional en el asunto?)
- Grado de sacrificio que la decisión de disentir puede ocasionar al mando militar que muestra su desacuerdo (¿Es una decisión altruista y solo motivada por el servicio a la Patria o hay otras potenciales implicaciones tales como dar un impulso a las ambiciones profesionales o políticas propias?)
- Oportunidad del acto de disentir (¿Puede el acto de disentir afectar al asunto sobre el que se disiente?)
- Congruencia del acto de disentir con la personalidad , carácter y creencias demostradas durante mucho tiempo anterior (¿sorprende a sus compañeros esta actitud frente a lo que esperaban dado su comportamiento durante mucho tiempo?)
Es evidente que cada uno de estos elementos afectan a la responsabilidad frente a las tres audiencias. Si el asunto puede afectar a la seguridad de la nación, el disentir puede ser una obligación sagrada, dada la alta misión de las fuerzas armadas. Pero en cambio, una situación compleja, pero que no llegue a significar una amenaza para la nación puede aconsejar o no una expresión de disidencia, a través de las formas que luego se mencionarán . Finalmente , una situación que signifique un grave daño a la institución militar puede obligar al líder militar a expresar su rechazo, aceptando igualmente las consecuencias. Pero hay que ser extraordinariamente exigente en el análisis de la gravedad del asunto. Con frecuencia todos hemos visto reacciones poco meditadas ante cambios en lo establecido, rechazados muchas veces por significar un cambio (¿si no está estropeado por qué lo cambian?), aunque el cambio sea obligado o esté justificado por diferentes razones.
Al mismo tiempo, muchos analistas consideran que es una obligación permanente del nivel estratégico militar expresar claramente sus opiniones, como forma de enriquecer los elementos de juicio para las decisiones políticas en tema de seguridad exterior. Sería bueno que esta aproximación ganase adeptos en el juego político nacional.
Otro elemento también controvertido es el de experiencia profesional. ¿Cuáles son los límites válidos de dicha experiencia?.¿Destinos en organismos multinacionales permiten expresar opiniones y posturas en situaciones de política exterior?. Existe una cierta unanimidad en que existe lo que denominan un ”espacio protegido” en el que, efectivamente, la experiencia profesional permite expresar desacuerdo (no insubordinación). Incluso esto justifica la profesión militar, pues de no existir este espacio, la seguridad exterior podría ser perfectamente proporcionada por burócratas u hombres de negocio.
Los otros tres elementos tienen mucho que ver con la calidad moral del mando que exprese su disidencia. Es evidente que unas graves consecuencias de la decisión de disentir añaden un tremendo peso a la opinión expresada, como lo hace la oportunidad de la misma cuando aún puede afectar a la posible decisión que va a ser tomada. Una trayectoria ejemplar, no necesariamente de mando difícil hacia los superiores que a veces parece conformar el tópico del militar enérgico, cuando en realidad puede reflejar al militar poco flexible, añade o quita credibilidad y peso a la opinión expresada.
OPCIONES FRENTE AL DESACUERDO CON LOS LIDERES POLITICOS.
Es interesante para finalizar estudiar la aproximación mencionada por el autor que han utilizado los Profesores Lenny Wong y Douglas Lovelace del Instituto de Estudios Estratégicos (ISS) del Army War College. Presentan un diagrama de opciones que, aunque enfocada a las posibilidades de la legislación de EEUU, puede aplicarse con mínimas adaptaciones a otras naciones. Este cuadro presenta las opciones disponibles antes de que haya una decisión política. Creo realmente que este el mejor resumen que puede hacerse ante la tesitura de tener que presentar una opinión militar sobre un asunto y los caminos que quedan ante el rechazo de este asesoramiento de experto en el campo militar. Como se observa, la tantas veces mencionada “entrega del bastón de mando” se reserva para asuntos de la máxima importancia. La política de defensa y militar es responsabilidad del gobierno y su ejecución será responsabilidad de los mandos militares que deberán tratar de obtener los mejores resultados para la eficacia del estamento militar, y, por tanto, para la nación.
A MODO DE CONCLUSIONES
El concepto de profesión militar, con sus valores y motivaciones propias, no ha sido generalmente bien definida y explicada ni a la sociedad a la que dedica sus esfuerzos ni a los líderes políticos que marcan las líneas de actuación en materia de Defensa. Esta misma definición permite establecer unas claras referencias en cuanto a que constituye el área de responsabilidad del estamento militar, del que no debe salir, pero al mismo tiempo área que debe mantener como propia frente a posibles intrusiones poco justificables cuando el experto en el problema a tratar es el profesional militar. Cuando esta intrusión afecta a las esencias de la profesión, es el momento en que debe plantearse seriamente el disentir, y adoptar las medidas personales adecuadas a la situación. Pero es importante un claro análisis de la situación. No es aceptable un rechazo instintivo a todo lo que pueda significar cambio frente a lo acostumbrado, so pena de quedar fosilizado cuando lo que se trata es adaptarse a las circunstancias del momento y la evolución de los conflictos, el lograr una adecuada Transformación mientras se respeten las bases fundacionales de la para nosotros tan querida “carrera de las armas”
Fuente:
https://belt.es/profesion-militar-obediencia-debida-frente-a-la-obligacion-de-disentir-2/