Como continuación al articulo “OBISPO DE CORIA JUAN ÁLVAREZ DE CASTRO MUÑOZ.MÁRTIR DE LA FE Y DE LA PATRIA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA”, se incluyen los documentos redactados por Monseñor Álvarez de Castro a lo largo de sus años como Obispo de Coria
PASTORALES Y CIRCULARES DEL OBISPO ÁLVAREZ DE CASTRO MUÑOZ RELACIONADAS CON LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
CIRCULAR
Con motivo de la guerra con la Gran Bretaña
Nos D. Juan Álvarez de Castro, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica Obispo de Coria y del Consejo de S. M.
A todos nuestros amados hijos y feligreses: Salud y bendición en nuestro Señor Jesucristo.
Uno de los fundamentales y primeros mandatos de nuestro verdadero y omnipotente Dios, mis amados hijos en Jesucristo, es obedecer fielmente las órdenes de los Reyes y superiores, acomodar nuestras obras a sus soberanas intenciones, tributarles y rendirles afectuosamente los reverendos homenajes de la sumisión, dependencia y vasallajes debido al Principado, y ejecutar con alegría y presteza de ánimo cuantas leyes y justos decretos nos manifieste y proponga la soberana y respetable voluntad de los que nos rigen y gobiernan. Todos y cada uno de estos deberes y oficios de los súbditos para con los Superiores, están sabiamente recopilados por nuestro Divino Legislador en el cuarto precepto del Decálogo; y desde el momento que fuimos agraciados con el sagrado carácter del Bautismo, quedamos obligados con los vínculos más santos a su puntual y perfecto cumplimiento.
En las instrucciones que el Apóstol San Pablo daba a los fieles para enseñarles sus verdaderas obligaciones, les manifiesta con viveza y claridad que nadie puede substraerse del poder de los Soberanos, exhortándoles con celestial elocuencia a que sacrifiquen sus personas y bienes para alivio y socorro de las necesidades públicas. Todos, dice, todos sin excepción debéis estar sujetos a las supremas potestades; ninguna hay en este mundo que no esté instituida por Dios. Por eso el que desobedece y resiste a las potestades humanas, desobedece y resiste a las leyes divinas y se prepara su condenación. No se sirven los Príncipes del castigo para apartar del bien, sino para impedir los males. El que no quiera experimentar en sí la fuerza de su brazo, obre bien y aún sobre la tierra será remunerado con honores y mercedes. Pero al contrario, el que obrare mal viva con un justo temor; conozca que los Reyes no empuñan en vano la espada; que son los vengadores de los delitos y los que escarmientan a los malvados y delincuentes; que es necesario obedecerlos, no sólo para no incurrir en las penas, sino también para no grabar la conciencia; que por esta misma razón todos debéis cumplir con la sagrada y estrecha obligación que os impone el mismo Dios de pagar los tributos a los Príncipes con fidelidad y presteza porque son sus enviados y lugartenientes sobre la tierra.
Estos sólidos fundamentos producidos por la misma verdad, que no podéis negar, me estimulan a manifestaros con afecto paternal, haber llegado la época en que debéis sellar vuestra creencia con demostraciones y obras que la testifiquen y os hagan dignos de la lealtad, sumisión, amor y respeto a la ley santa que profesáis, a la que abrazaron vuestros padres y a la que constantemente guardaron los primitivos fieles, quienes penetrados íntimamente de las verdaderas máximas del Cristianismo, conocieron muy bien que su obediencia a los Príncipes era ordenada por el espíritu de la Religión santa, la cual les mandaba ser fieles y liberales con los Soberanos, pagándoles los tributos y ayudándoles en sus urgencias y necesidades.
Notorio es a todos, que la Monarquía Española está sufriendo el terrible azote de una espantosa guerra con la Gran Bretaña, cuyos efectos son tanto más temibles, cuanto que para sostener y defender el decoro de la Nación contra rivales tan formidables, son indispensables grandes y numerosas sumas. La agricultura, las artes y el comercio se hallan con este motivo en grave decadencia; los recursos agotados y los socorros de las Indias interceptados por no aventurarlos a dar en manos de los piratas enemigos que los persiguen. En una palabra, el honor de los Españoles está comprometido por el bien y conservación del Estado y los medios para su defensa indicados por una necesidad, que en conciencia y en justicia constituye a todos los vasallos en la más estrecha obligación de ayudar con sus fuerzas e intereses, sacrificándoos, según sus facultades, en obsequio de la común prosperidad.
La falta de fondos para mantener la causa pública exigía la justa ley de la contribución a ejemplo de las demás Potencias beligerantes, para que movidos por los estímulos de su propio honor, lealtad y patriotismo coadyuven con generoso esfuerzo a que se complete la suma necesaria para llenar las presentes atenciones, abriendo este efecto dos suscripciones: la una a un donativo voluntario, en que las personas de todas clases y jerarquías ofrecerán espontáneamente en moneda y alhajas de oro y plata las cantidades que le dicte su celo, por la causa pública; y la otra á un préstamo patriótico sin interés, que constará de un número indefinido de acciones de mil reales cada una, con calidad de reintegrarse en el preciso término de diez años siguientes a los dos primeros, que se contarán desde el día que se publique la paz.
Ved aquí, mis amados hijos, los medios que ha dictado nuestro Rey D. Carlos IV, (que Dios guarde) con el objeto do no gravar a los pueblos de sus dominios y de excitar la liberalidad y cristiano celo de los amantes de la Patria, de los fieles y leales Españoles, para que con la más sincera voluntad ofrezcan el sacrificio de una parte de sus facultades y bienes en defensa de necesidades y urgencias de la Corona, apuros de la Nación, deudas del Estado y en la conservación de todas las clases, de todas las personas, de todas las haciendas, dominios y señoríos de España.
No puede, a la verdad, dejar de ser admirado y respetado un medio tan suave en que el rico, el medianamente acomodado y el pobre, sin decadencia del fomento y progresos de su industria, hallan arbitrios para contribuir y ayudar voluntariamente al remedio de esta necesidad. Cada uno en su esfera debe medir rectamente sus fuerzas y cooperar a obra tan justa. Todos sin excepción, eclesiásticos y legos, Grandes, Títulos, nobles y plebeyos, labradores, artesanos, comerciantes, hombres de industria y jornaleros; todos según sus facultades, pueden alistarse por medio de las suscripciones patrióticas, ya sea a los donativos o empréstitos voluntarios, o a unos y otros, facilitándoles la sabia disposición del Soberano el medio de dividir las acciones del préstamo en cuartas partes, para que hasta las personas menos acomodadas, con sólo la privación temporal del uso de doscientos y cincuenta reales, puedan proporcionarse el honor de perpetuar la memoria de su celo por el interés del Estado.
Y para que estéis vivamente persuadidos del afecto patriótico, que os ha de estimular a cooperar con los insinuados donativos y empréstitos, conviene traer a la memoria que todos los miembros de cualquiera Estado están obligados a contribuir con sus oficios y deberes para su conservación. Que unos dependen de los otros que participan entre sí del bien y del mal que le aflige y que todos tienen particular y común interés en su pública felicidad y salud, a semejanza de lo que sucede en el cuerpo humano, según enseña San Pablo en su primera carta a los de Corinto. Aunque son muchos y distintos, dice, los miembros de que formó Dios el cuerpo humano, su sabiduría eterna colocó a cada uno en su lugar con tan prodigiosa simetría, que siendo tantos y diversos entre sí, compusiesen todos un cuerpo perfecto, tuviesen una íntima unión y estrecha correspondencia, se evitasen mutuamente las molestias, se auxiliasen y socorriesen recíprocamente en sus dolores y penas y que ni pudiese el ojo decir a la mano, no necesito de tu ayuda, ni la cabeza a los pies no me sois necesarios, por cuanto si padecía un miembro debían sentir todos su aflicción y si se gloriaba gloriarse con él todos los demás.
Esto mismo es lo que puntualmente vemos, y admiramos con asombro en los cuerpos políticos; porque el Soberano que es la cabeza, las clases inmediatas que son sus miembros principales y los individuos en las inferiores que son como otros tantos subalternos, contribuyen todos con sus deberes y oficios al bien y prosperidad común; resultando del maravilloso enlace y dependencia de los unos y los otros, la armonía, robustez, salud y conservación de todo el cuerpo. ¿Y cómo podrá caber, mis amados hijos, que siendo todos miembros del cuerpo político Español, no sintamos los males que le afligen, y que compadecidos de su triste situación no nos esforcemos a porfía, y con emulación cristiana para aliviarle? Si todos somos protegidos y asegurados en nuestras personas y bienes por nuestro Augusto Soberano, dignísima cabeza de su Reino, si la agricultura, las artes y el comercio resucitan por este medio de la decadencia y salen de la opresión, en que las sumergió la tenacísima ambición de nuestros enemigos. ¿Cómo no nos esforzaremos para recuperar los bienes perdidos y que la sensibilidad de nuestro liberal corazón tenga parte en las particulares y comunes felicidades?
No hay estímulo más poderoso que el ejemplo de las personas elevadas para mover y atraer los ánimos a su imitación. El paternal amor de nuestros Augustos Soberanos, llenos de celo por el bien público, nos acaba de dar un modelo digno de la más generosa liberalidad. No satisfecha la benignidad del Rey con haber proporcionado a sus vasallos los expresados medios; que son los más suaves y análogos a la dulzura de su gobierno para ocurrir a las urgencias de la Corona, ha sido el primero que ha sacrificado con su Augusta Esposa la mitad de los asignados que se los libran en la Tesorería general para mantener el decoro de sus personas; ha mandado hacer una supresión de gastos en todo su Palacio y Capilla y nada ha omitido de cuanto puede contribuir á los posibles ahorros compatibles con la decencia de su Regia Dignidad para que de este modo las libres ofrendas de sus amados vasallos alcancen mejor á llenar el importantísimo objeto de su destino. El Excelentísimo Gobernador del primer tribunal de la Nación, y todos sus individuos autorizados con el ejemplo del Soberano, han suscrito ya al donativo y préstamo con la porción que los ha dictado su celo por el interés de la causa pública y no debemos dudar que otros muchos habrán ejecutado laudablemente lo mismo y se hallarán muy pocos que no se dispongan y preparen para hacerlo.
Así lo espero yo de vosotros y así deseo que lo ejecutéis como buenos cristianos. Como buenos cristianos, digo, porque debéis estar íntimamente persuadidos a que todo este punto tan importante se contiene con claridad en la doctrina cristiana del catecismo usual, por donde se os ha enseñado desde niños la verdadera y sana doctrina de nuestra Religión Católica y por donde debéis cuidar que la prendan vuestros hijos y domésticos. En el principio de esta carta pastoral os he insinuado que todas vuestras obligaciones para con los que nos gobiernan están recopiladas en el cuarto mandamiento de la ley de Dios, que se reducen a honrar padre y madre, pero como no todos pueden entender como sea esto, es muy de mi obligación pastoral poneros a la vista la explicación brevísima del mismo Catecismo. Este admirable compendio de las verdades cristianas enseñan con claridad, que honra con verdad a sus padres el que los obedece, socorre y reverencia, y que además de los naturales son tenidos por padres los mayores, los superiores legítimos que nos gobiernan; estos son los Reyes, en cuyas manos ha puesto Dios toda la potestad necesaria para gobernar legítimamente los pueblos de su Reino y por consiguiente debemos obedecerlos, ayudarlos, honrarlos y socorrerlos, cumpliendo así como buenos cristianos con el cuarto mandamiento.
Habéis visto, hijos míos, que os halláis estrechados para cumplir con vuestras obligaciones hacia el Soberano por la ley de Dios que se os acaba de anunciar; también habéis visto cuanto os estrecha para el mismo efecto el ser miembros del cuerpo político del Reino Español; y por fin el admirable ejemplo del Rey nuestro Señor y sus Ministros os pone en el último estrecho de cumplir vuestras obligaciones, imitando su heroica tierna y paternal liberalidad. Por tanto, aunque no me persuado, faltaréis a tan fuertes y poderosas obligaciones, cuyo cumplimiento es tan propio y característico de los generosos y leales Españoles, os exhorto y encarecidamente os pido las cumpláis, dando abundantes testimonios de vuestra liberalidad y obediencia a las poderosas insinuaciones de nuestro Soberano, verdadero padre de la patria; y para poner los medios conducentes a este fin, os encargo que, venciendo vuestras pasiones, y desechando los placeres viciosos, cercenéis los gastos superfluos que aún en el más pobre no faltan; que economicéis cuanto sea posible para poder ayudar al logro de los intereses de la Patria, que son los vuestros propios; que pidáis repetidamente a Dios nuestro Señor nos proporcione por su infinita piedad y misericordia una sólida, decorosa y buena paz y que conceda salud robusta a nuestros Católicos Monarcas con toda su Real familia y mucha felicidad espiritual y temporal a todos sus vasallos. Y con esto, amados hijos míos, recibid mi paternal bendición, que afectuosamente os doy, suplicándoos pidáis a Dios por mí, para que me dé acierto en el gobierno de vuestras almas, que ha puesto á mi cargo.
Dado en Lagunilla, 8 de Agosto de 1.798. Juan, Obispo de Coria. Por mandato del Obispo mi Señor, Licenciado D. Sebastián Martin Carrasco – Vicesecretario
CIRCULAR
Mandando rogativas por el triunfo de las armas españolas
Nos, D. Juan Álvarez de Castro, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica Obispo de Coria y del Consejo de S. M.
A los Curas, eclesiásticos seculares y regulares y demás fieles de nuestro Obispado, hacemos saber: Que por decreto de esta fecha hemos acordado, unánimemente se hagan rogativas públicas con manifiesto en todas las iglesias de nuestra jurisdicción, precedidos tres días de ayuno general, para que el Dios de las misericordias nos favorezca en las circunstancias que se halla nuestra nación y concedemos cuarenta días de indulgencia a todas las personas de ambos sexos, que se empleen en tan dignos ejercicios de piedad, acordando cada párroco con los respectivos magistrados seculares los días de ayuno con la prontitud de la urgencia, para que, publicados por edictos o en la forma más conveniente, llegue a conocimiento de todos.
Exhortamos y mandamos a dichos párrocos y demás eclesiásticos den ejemplo de obediencia y respeto a los fieles, para que unidos a un fin, cumplan los deberes de su destino; que prediquen al público las obligaciones respectivas; que defiendan todos la Religión, el Rey y la Patria; los unos con el ejercicio de las virtudes y los otros con las generosas fuerzas de sus brazos, según las órdenes que dictaren los magistrados y demás personas en que tiene puesta la Nación su confianza y a quienes deben obedecer; que ayuden con sus luces y con lo que permitan sus fuerzas a efecto tan digno e interesante y que intimen al cumplimiento de este despacho a las comunidades religiosas de uno y otro sexo, sitas en sus colaciones, circulando rápidamente por vereda.
Dado en el Lugar de los Hoyos á 14 de Junio de 180S. Juan, Obispo de Coria. Por mandato de S.S.I. El Obispo mi Señor, Dr. D. Agustín Carrasco, Secretario.
CIRCULAR
Ordenando se entreguen por vía de préstamo a la Junta Superior de Gobierno de la Provincia los caudales de Cofradías, Hermandades, Santuarios, Obras pías y Fábricas de la Iglesia del Obispado
Nos, D. Juan Álvarez de Castro, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica Obispo de Coria y del Consejo de S.M.
Penetrados de las críticas circunstancias en que se halla la Nación y de los medios urgentes y eficaces que necesitan tomarse para mantener las tropas, que se arman en defensa del Rey, de la Patria y de la Religión, según que lo ha puesto en la vuestra consideración la Junta Superior de Gobierno de esta provincia, conferenciando los arbitrios que por más pronto pueden adaptarse, hemos acordado unánimemente, entre otros aplicar por vía de préstamo gratuito a tan digno efecto, todos los caudales, granos, semillas, ganados y líquidos pertenecientes á Cofradías, Hermandades, Santuarios, Obras pías y Fábricas de iglesias de este nuestro Obispado. Y para que se realice con la brevedad posible, damos comisión con las facultades necesarias y las de impetrar, en su caso, el real auxilio, a los Curas párrocos y en defecto a los Tenientes, para que inmediatamente por sí y ante sí, vean, examinen y hagan requisición del caudal y demás efectos existentes en los archivos, depósitos y otros sitios, los recojan y entreguen de contado a los Arciprestes o primeros curas del margen; que enseguida formen liquidación de alcances existentes en mayordomos, administradores u otras personas y los hagan exigibles por todos los medios de derecho, dándoles el mismo destino separando y reservando únicamente lo muy preciso para el culto divino, respecto al haber de las iglesias; que lleven una puntual y exacta razón de la operación de lo que corresponde a cada establecimiento; igualmente que las entregas que hicieron, la cual nos remitirán con noticia de lo que adelantaren en su comisión y un estado de las alhajas de oro y plata, que no sean precisas para el culto; que los Arciprestes o primeros Curas del margen pongan en la Tesorería de Ventas reales de su partido y el de Montemayor en la de Plasencia, todo el caudal y efectos que reciban de los Párrocos de su Arciprestazgo con los de su feligresía bajo del competente recibo y expresión de préstamo gratuito, que nos remitirán unidos á las relaciones insinuadas. Que cada Párroco oficie a las comunidades religiosas de uno y otro sexo, sitas en sus colaciones, faciliten los depósitos que hubiere en ellas, pertenecientes a dichos ramos y los entreguen para el indicado objeto; y finalmente que todos y cada uno de por sí se esfuercen a socorrer la presente necesidad tan recomendable de la que depende el bien y la felicidad de la Monarquía y sus vasallos, exhortándoles y persuadiéndoles cuanto su talento crea conveniente en las presentes angustias; circule por vereda a costa de las fábricas con un testimonio urgente y perentorio para dejar copia y puesto a continuación el cumplimiento por cada Cura, se devolverá por él a la capital a nuestra Secretaría para los fines convenientes.
Dado en los Hoyos á 15 de Junio de 1808. Juan, Obispo de Coria. Por mandato de S.S.I. El Obispo mi Señor, Dr. D. Agustín Carrasco
CIRCULAR
Exhortando al alistamiento para la Guerra
Nos D. Juan Álvarez de Castro, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Obispo de Coria y del Consejo de S.M
Habiéndose notado por la Suprema Junta de Gobierno de la Provincia que muchas personas malévolas, seducidas y pagadas por nuestros enemigos, han causado muchos desórdenes y tumultos en algunos pueblos al tiempo en que se hacían los alistamientos, sembrando entre los alistados la cizaña y expresiones, con el fin de que se opongan y den por nulos dichos alistamientos, alegando causas y expresiones frívolas que entorpecen su realización, sobre cuyos particulares ha tomado ya dicha Suprema Junta las disposiciones que ha juzgado convenientes para escarmentar semejantes excesos, y conservar el orden y tranquilidad pública, sin lo que nos veríamos arrastrados y subyugados por nuestros enemigos y siendo preciso que los párrocos, eclesiásticos y religiosos contribuyan por su parte a fines tan piadosos y de los que depende la conservación de nuestra Santa Religión de nuestro amado Monarca y de la Patria, mandamos a todos y a cada uno prediquen, exhorten y persuadan en público y privadamente la estrecha obligación en que todos se hallan de reunirse a un solo fin de respetar y venerar las Justicias, defender la Religión, olvidar resentimientos particulares y derramar hasta la última gota de sangre en el caso de que sea necesario. Esta sagrada obligación quiere y es voluntad de la Suprema Junta, se afiance más y más por medio de un juramento, que han de prestar los fieles en sus parroquias ante el Divino Señor Sacramentado expuesto, a cuyo fin se pondrán de acuerdo las Juntas respectivas con los Curas para determinar el día en que se haya de hacer, convocando asimismo a todos los eclesiásticos, que serán los primeros que le presten en la parte que les toca, haciendo una enérgica explicación al pueblo de las obligaciones que envuelve en sí dicho juramento, cuya fórmula estará comprendida bajo de estas expresiones, «Juramos, prometemos a ese Divino Señor Sacramentado, guardar la más perfecta unión, respeto y veneración á la Justicia, olvidar para siempre de todo corazón resentimientos particulares, defender nuestra Santa Religión, a nuestro amado soberano y Señor D. Fernando VII y las propiedades, hasta derramar la última gota de sangre.». Y para que tenga el más puntual y pronto cumplimiento expedimos la presente, que se intimará á las Comunidades Religiosas para su observancia en la parte que les toca, circulándose por vereda, a costa de las fábricas, quedándose copia en el libro de Visita, por propio, que sólo se detenga el tiempo suficiente para dicha copia consultando a la brevedad que exige el asunto, y cumplida por todos los Curas se volverá al primero que lo ejecutara y éste a nuestra Secretaría.
Dado en los Hoyos a 23 de Junio de 1808 Juan, Obispo de Coria, Por mandato de S.S.I. El Obispo mi Señor, Dr. D. Agustín Carrasco, Secretario.
PASTORAL
Aconsejando la unión de todos los españoles frente a la invasión napoleónica
Nos, D. Juan Álvarez de Castro, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Obispo de Coria, del Consejo de S.M.
A nuestros amados fieles salud y gracia en Jesucristo nuestro Señor.
En las críticas circunstancias en que nos hallamos, la unión de todos los corazones a un mismo fin es el muro más inexpugnable que podemos oponer á nuestros enemigos; esta unión preciosa, efecto necesario de la caridad, carácter distintivo de la Religión que profesamos, formará de todos los individuos de la nación un solo ejército, que romperá los escuadrones de nuestros contrarios, aun más con la uniformidad de voluntades que con las armas propias de la guerra, franqueará los tesoros en donde quiera que se hallen para mantener la existencia y vigor de nuestras leyes, nuestro honor y nuestras laudables costumbres; aplicará los talentos y luces de cada particular a la defensa común, sin el espíritu de disputa y alteración, que siempre malogró las grandes empresas y desplegará toda la energía del valor español para repeler las fuerzas de nuestros enemigos, vencerlos y subyugarlos a la razón y justicia.
Bien persuadido de estas verdades el Emperador de los franceses, en todos los países que hasta ahora ha sujetado a su férreo dominio, ha procurado sembrar antes en ellos la discordia y las disensiones intestinas para esclavizarlos después, según aquel dicho antiguo divide y vencerás, dirigido por el mismo diabólico intento, ha tramado el detestable plan de subyugarnos por semejantes artificiosos caminos. Con palabras engañosas y promesas falaces no se ha avergonzado de envilecer la majestad de la púrpura con la que condecoró una nación generosa para su desgracia, de la Europa y aún de la especie humana. La simulación y la mentira condujeron a nuestro amado Soberano y a toda la Real Familia a la ciudad de Bayona y a los brazos del hombre, que jactándose de ser el más fiel amigo, se ha descubierto por el más vil y pérfido de los traidores que hasta ahora existieron: pues ejecutó su execrable proyecto, al mismo tiempo que sus tropas, recibidas en la Corte con las señales más expresivas de hospitalidad y beneficencia, asesinaban a nuestros hermanos para oprimir de este modo a los Tribunales y arrogarse la autoridad suprema. Lo logró y se erigió en Lugarteniente del Reino el general que con la mayor ingratitud y dolosa malicia era su alevoso usurpador. ¿Y cuál ha sido, amados hijos, el fin de tantas tramas y perversas maniobras? Romper la unión de los españoles, de cuya necesidad intentamos convencernos, para esto nos priva de nuestro Rey, cabeza del cuerpo civil y nos arrebata las personas reales, a quienes pertenece por la ley gobernar el Reino, y que por lo mismo eran el centro de la unión de nuestras Provincias. No se contenta con este ardid inquino y jamás oído hasta estos desventurados tiempos; intenta sin efecto hacer prevaricar a todos los Tribunales supremos de la Nación, la Junta de Gobierno y el Consejo de Castilla y que fuésemos infieles a nuestro Rey y victimas de su horrorosa conducta. (No los condenamos antes de oírlos; acaso serán supuestas y seguramente viciadas las órdenes que se nos han comunicado en su nombre). Sigue más adelante, ya que engaña y corrompe a varios generales y gobernadores prometiéndoles ¡miserables! honores y dineros, de los que privaría después, como lo ha practicado en todas partes. ¿Y con qué objeto? Repitámoslo; con el de desunirnos; desorganizarnos, oponernos unos a otros, para que, destrozándonos recíprocamente, nos viéramos en la dura necesidad de llamarlo. Estas discordias fueron la causa de que los franceses se sujetasen á su terrible imperio con preferencia a la anarquía que astutamente introdujeron en aquel reino sus tiranos para esclavizarlos, como lo vemos, y arrancar a sus hijos, a fin de que como ovejas o tigres fuesen a morir y matar en todos los países del globo, sacando por único fruto de esta eterna guerra, de esta interminable ansia de conquistas, la cruel complacencia del ensalzamiento de una familia con las lágrimas de la humanidad.
Aprendamos de su escarmiento y demos gracias al Señor de que sea nuestra lección los ajenos males. El amor de nuestra Santa Religión, olvidada de nuestros enemigos; quienes, diciéndose católicos, no demuestran el menor indicio de serlo, no entrando en las iglesias, burlándose de las oraciones y muriendo sin confesarse. Nuestra amada Patria invadida con ingratitud e ignominia; nuestro Soberano ultrajado, preso y en su intención destronado; nuestra juventud amenazada con la deportación a los últimos países de la tierra para levantar sobre estas preciosas víctimas la estatua de su vanidad; nuestros bienes expuestos al saqueo y pillaje, como han hecho con los portugueses nuestros hermanos y como lo hacen en Madrid consumiendo los públicos y privados caudales en la manutención de los ejércitos, que nos asolan, sin pagar los empleados, ni a los huérfanos y viudas; estos y otros motivos poderosos han excitado vuestro justo enojo y habéis proclamado a una voz la necesidad de defender la Religión, al Rey y la Patria y repeler tan injusta opresión, pues el temor fundado de otros aún mayores males debe inspirarnos la subordinación, el orden, la obediencia y la unión de todas las fuerzas y corazones; tales son la confusión, el trastorno y la anarquía. Este monstruo, que todo lo destruye y devora; que no reconoce superior alguno ni respeta la autoridad; que arma los pobres contra los ricos; y a éstos con sus bienes contra los pobres; que produce los tiranos y que humillará infaliblemente nuestra cerviz al yugo de los enemigos, para que nos hagan los males, cuyo miedo nos ha hecho gritar ¡A las Armas! después de habernos nosotros mismos afligido, atormentado y cruelmente destrozado. La perspectiva de este cuadro horroroso impelió a nuestros sabios militares y magistrados á formar las Juntas Supremas de Gobierno en todas las capitales de las Provincias y otras subalternas en las de los diversos Partidos que las componen. El infausto futuro de estas desgracias y la necesidad de la unión general estrecha felizmente entre sí todas las Juntas del Reino, las mueve a combinar sus operaciones, uniformar sus miras e ideas, comunicarse sus luces y proyectos, disciplinar tropas, formar ejércitos, fortalecer plazas, guarnecer puntos de apoyo, guardar los secretos militares, medida indispensable para la victoria, presentar en fin a Europa una sola nación unida y enlazada por vínculos firmes y sólidos, sirviéndola de cabeza y centro de reunión la rectitud de sus intenciones y el nombre solo de Fernando VII; pudiéndose decir con verdad que España no se ha revolucionado. Revolución, nombre odioso y detestable a los españoles, que están contentos con su Religión, los usos y costumbres de sus padres, sino que ha tomado las armas, y desenvuelto su espíritu y valor para mantenerse en el estado en que se hallaba, que hacía sus delicias y fue su felicidad envidiada de todas las naciones.
Por este prodigio del amor a la Patria y de la unión de los españoles entre sí y con su Soberano, prodigio que honra la Nación, y que la ensalza á la vista del mundo entero, se han desconcertado las infames ideas de nuestros enemigos, que nada temen más que vernos unidos; pero esto mismo los ha obligado á ensayar otros medios perversos para desconcertarnos, dividirnos y en una palabra desunirnos. Saben que detestamos a los traidores y si se valen de esta racional ira para aniquilar, si fuese posible, a los que son fieles patricios; escriben por el correo ofreciendo a éstos o aquellos (que nos les sirven) número de tropas o insinuándoles diferentes arbitrios de perfidia, consiguiendo desacreditarlos y perderlos. Las Juntas de Gobierno han interceptado los correos de Madrid para inutilizar estos ataques de pluma, pero eficaces y sanguinarios. Ahora nos instruyen que siembran por personas pagadas, alborotos y tumultos en los pueblos; que frustran de este modo los alistamientos tan deseados con pretextos frívolos y que mueven recursos continuos a las Juntas Supremas para entorpecer sus operaciones y ocuparlas en bagatelas. Estos son los ardides actuales; inventarán otros muchos, puesto que están habituados a revoluciones, saben los resortes que las excitan, y están bien diestros en los medios de inquietar los pueblos y sujetarlos y enseguida asesinarlos, mil ojos son necesarios para desenvolver las tramas de estos hombres de dolos y engaños.
Hijos míos: vigilancia, unión, paz, obediencia y subordinación a los jueces y magistrados son los únicos preservativos de tamaños males. La Justicia ensalza las naciones, dice el Espíritu Santo, respetemos a los que la administran, pues son Ministros de Dios y a ellos pertenece el cuchillo que venga las ofensas e injurias. Si hay quien no ame a la Patria, o quien la venda, o quien la altere y conmueva, al momento debe denunciarse a los tribunales compuestos de personas fieles e íntegras. Si hay morosidad en los subalternos, está pronto el recurso de clamar y gritar a los Superiores, bien seguros de que castigarán a los revoltosos y traidores; cerrad vuestroS oídos a las expresiones de descontento; deponed todo resentimiento y odio particular; huid de cualesquiera que turbe el orden público y horrorizaos de todo tumulto y sedición. El Señor detesta á los que siembran discordias entre los hermanos; todos los somos por ser españoles, por ser ultrajados y vendidos y por ser cristianos. Si la santa Escritura dice que nuestro Dios encarga á su próximo el cuidado del hombre desde que nace. ¿Cuánto más debemos ahora cuidarnos unos a otros, siendo todos atacados por el enemigo común, que intenta gravarnos con innumerables males? Jóvenes valientes: en vuestros robustos brazos, dirigidos por la sabiduría de los generales, confía nuestra desconsolada Patria. Poderosos, la caridad y justicia exigen vuestros dineros para conservarla y que conservéis con ella vuestras propiedades. Ancianos, el orden público pide vuestros consejos y paternal autoridad para no ser alterado. Madres tiernas, vuestras lágrimas, al despediros de vuestros hijos, conmueven nuestras entrañas. Pero ¿Cuánto envidiarían vuestra suerte las madres de esos italianos y alemanes que vienen a morir por un tirano, después de viajes largos y penosos? Acordaos de las madres de los macabeos y de los mártires y consolaos y aun honraos de haber dado a luz quienes sostengan la Religión y la Patria. Eclesiásticos, sed los consoladores de todos y ángeles de paz, predicando sin cesar la observancia del juramento que se ha hecho en presencia del Dios de caridad y del Sacramento de unidad. Hijos míos, no os dejéis seducir, observar las costumbres de vuestros mayores. Recibid nuestra bendición y esperemos en el Dios de las misericordias que nos concederá la victoria, después de haber purificado nuestras almas en el crisol de las presentes tribulaciones.
Dado en el Lugar de los Hoyos a 30 de de Junio de 1808. Juan, Obispo de Coria. Por mandato de S.S.I. el Obispo mi Señor; Dr. D. Agustín Carrasco, Secretario
PASTORAL
En la que se ordena se den gracias a Dios por la victoria en la Batalla de Bailén
Nos, D. Juan Álvarez de Castro, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Obispo de Coria y del Consejo de S.M.
A los curas párrocos, eclesiásticos y demás fieles de nuestro Obispado, salud en nuestro Señor Jesucristo.
Tenemos la dulce satisfacción de anunciaros que el Señor Dios de las misericordias ha oído nuestras súplicas: que le han sido gratos nuestros sacrificios y mortificaciones y que ha adelantado en pocos días hasta un grado que no podía imaginarse la redención de nuestra amada Patria. No ha desoído, hijos míos, las oraciones de su pueblo, y lo ha libertado de la tiranía de los enemigos que no le conocen. Los franceses, aunque lavados en el mismo baño saludable y marcados con la misma señal de la Cruz, por un exceso de impiedad han cometido los horrores de que no podrá acusarse á los infieles pues han profanado los templos, violado las vírgenes, destrozado las santas imágenes y arrojado por tierra el cuerpo sagrado de Jesucristo. ¡Monstruos! Se han levantado contra Dios y su Emperador orgulloso y pérfido como Lucifer ha intentado elevarse sobre su trono. El Señor en su indignación ha humillado hasta el polvo a los soberbios y en su bondad ha ensalzado á la cumbre de la gloria á los humildes. Bendito sea su Santo Nombre y benditos sean aquellos varones singulares que ha suscitado para nuestro consuelo; que los nombres respetables de los Jefes del Ejército católico y de todos sus valientes soldados pasen a la más remota posteridad y que coronados ahora por los laureles logren la palma inmortal, premio solo proporcionado á su heroico valor. Por todas partes, amados hijos, han vencido estos ilustres campeones, émulos de los Españoles antiguos, a los ejércitos contrarios, reduciéndolos á la nada. Aragón, Valencia, Cataluña y casi todas las provincias del Reino han sido el teatro de sus triunfos. Las Andalucías han visto renacer en su seno los dignos sucesores del Gran Capitán y de su memorable Ejército, alcanzando sobre los vencedores de la Europa una victoria tan completa que, llenándolos de terror, han abandonado al primer anuncio nuestra capital y huido de nuestras huestes hasta los confines de España. Por último, nuestra Provincia, aunque rodeada y asediada varias veces por los enemigos, se gloria en el Señor de que no hayan manchado su suelo con sus pies impuros, rechazándolos con vigor, y contribuyendo poderosamente á su entera rendición en el tiranizado Reino de Portugal. Gracias eternas al Dios de las batallas; nuestro reconocimiento debe ser perpetuo, como también a los instrumentos honrosos de su poderoso brazo. Esto lo haremos como lo manda nuestra Santa Religión, continuando los ejercicios de penitencia, purificando nuestros corazones y lavándolos en las fuentes de los sacramentos; orando al Señor sin cesar, y mereciendo su protección mediante obras de beneficencia; ya que no tenemos la dicha de acompañarlos en sus combates, tomemos parte en ellos con nuestras dádivas generosas y satisfagamos con alegría y prontitud las antiguas y nuevas contribuciones. Nos protestamos que, desempeñadas las precisas obligaciones de la Mitra, aplicaremos todas las restantes rentas á los gastos de tan santa empresa. Nuestra caridad no debe limitarse a esta vida. Hemos de seguir a los esforzados israelitas, que se han inmolado por nosotros más allá del sepulcro; y semejantes a los Macabeos, hemos de ofrecer sacrificios en el templo por la quietud de sus almas, después de haber honrado su memoria, regando con las lágrimas de nuestra gratitud los montes en que cayeron los fuertes del escogido pueblo.
Para corresponder a tan sagradas obligaciones mandamos que, leída nuestra carta al pueblo, se cante en las Iglesias de nuestro Obispado con toda pompa y solemnidad una Misa con manifiesto y Te Deum en acción de gracias al Señor Omnipotente y para lograr otras nuevas de su piedad hasta libertar a nuestro amado Rey el Señor Fernando VII y restablecer el orden y la paz de Europa por la institución de la Suprema Junta Central y por los esfuerzos generosos de nuestra Nación Española. Que al día siguiente o en el más inmediato desocupado, se celebre igualmente un Aniversario con Misa y Vigilia por los militares difuntos en la presente guerra, exhortando a las Justicias para que convoquen al Pueblo, y concediendo con nuestra bendición cuarenta días de indulgencia a los que asistieren a cada una de tan santas funciones.
Dado en los Hoyos a 20 de Septiembre de 1.808. Juan, Obispo de Coria. Por mandato de S.S.I el Obispo mi Señor, Doctor D. Agustín Carrasco, Secretario.
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Ordenando se hagan rogativas por la felicidad de nuestras armas y las demás necesidades de la Monarquía
Nos D. Juan Álvarez de Castro, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Obispo de Coria y del Consejo de S.M.
Estando persuadido el Rey nuestro Señor D. Fernando VII (q. D. g) y en su real nombre la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino, que los esfuerzos del hombre son siempre débiles, y aún infructuosos sin el auxilio del Todopoderoso y que en los tiempos de calamidad y de ruina en aquellos en que la Patria peligra es cuando nuestras súplicas han de ser más fervorosas para implorar el amparo y protección del Dios de las misericordias, he resuelto que se hagan tres días de Rogativas públicas y privadas hasta nueve, por la felicidad de nuestras armas y remedio de las necesidades de la Monarquía. En consecuencia de esta Soberana resolución, que hemos cumplimentado, expedimos el presente y mandamos a los Arciprestes, Curas, Tenientes y Eclesiásticos, lleven a efecto en sus respectivas iglesias sujetas a nuestra Jurisdicción las insinuadas Rogativas públicas y privadas, poniéndose de acuerdo con los Magistrados seculares, y dando todas las disposiciones oportunas a que se verifiquen sin la menor dilación, quedando copia de este despacho que cumplimentado circulará sin demora por los Curas del Arciprestazgo, remitiéndolo el último al primero y éste a nuestra Secretaría, pagándose por las fábricas al conductor según costumbre.
Dado en el Lugar de los Hoyos a 6 de de Noviembre de 1808.-Juan, Obispo de Coria.-Por mandato de S.S.I. el Obispo mi Señor, Dr. D. Agustín Carrasco, Secretario
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Dando cuenta de la constitución de la Junta Suprema Central Gubernativa
Nos D. Juan Álvarez de Castro, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Obispo de Coria y del Consejo de S.M.
Habiéndose dignado la Divina Providencia reunir los votos de la Nación Española, representados hasta ahora en las Juntas Supremas Gubernativas de las respectivas provincias que la componen, por la urgente e instantánea precisión de sacudir el yugo más pesado e infame, que intentaba esclavizarla el mayor tirano que se conoció hasta estos tiempos, en una Junta Central Suprema Gubernativa, como depositaria de la soberana autoridad de nuestro amado y deseado Rey el Sr. D. Fernando VII, cuya solemne instalación se verificó en el Real Palacio de Aranjuez con la más perfecta armonía y habiéndose declarado legítimamente constituido y dados los decretos convenientes para que se le reconozca por todos los Tribunales, Magistrados del Reino y personas que lo componen de cualquiera clase y condición que sean: Se acordó por el Supremo Consejo de Castilla y mandó su cumplimiento y para que lo tenga por todas las clases del Estado, expidió real provisión con fecha del 1º del corriente, anunciando tan celebrado como apetecido suceso, del cual estaban ya pendientes nuestras esperanzas por ser realizados los altos fines a que aspiran los más leales y nobles vasallos de una monarquía independiente y amante de su legítimo soberano y que le reconozca y obedezca a dicha Junta Central Suprema Gubernativa en todos los asuntos de gobernación de estos Reinos y administración de justicia, bajo la conminación de que los inobedientes serán castigados y tratados como reos de lesa Majestad. Recibida por Nos la real Provisión, la damos entero cumplimiento y acordamos librar el presente, por el cual mandamos a todos los Arciprestes, Curas, Tenientes y demás Eclesiásticos de nuestro Obispado, hayan, tengan y reconozcan por legítimamente constituida y autorizada la referida Junta Central Suprema Gubernativa de los Reinos de España e Indias y le presten la obediencia y respeto que se manda bajo las penas y conminaciones propuestas y demás que a Nos corresponda, por cualquiera falta o motivo de contravención y que se lea este despacho al Ofertorio de la Misa popular, cantándose en cada parroquia un Solemne Te Deum en acción de gracias al Todopoderoso, por tan útil y necesaria instalación a los intereses de la Religión, del Rey y de la Patria, pidiendo asimismo ilumine a los individuos de dicha Junta Central Suprema lo más acertado al bien y honor español, dejando copia literal en los libros de Santa Visita, circulando sin detención por el orden marginal, devolviéndole, cumplimentado que sea, por todos los Curas el último al primero para su remesa por éste a nuestra Secretaría.
Dado en Hoyos a 8 de Diciembre de 1808.-Juan, Obispo de Coria.-Por mandato de S.S.I. el Obispo mi Señor, Doctor D. Agustín Carrasco, Secretario
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Recomendando la disciplina militar
Nos D. Juan Álvarez de Castro, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Obispo de Coria y del Consejo de S.M.
Hacemos saber a todos los Arciprestes, Curas Párrocos, Tenientes y Eclesiásticos de nuestro Obispado: que por el correo ordinario hemos recibido las dos Reales órdenes, cuyas copias acompañan, por las que se hace ver los medios viles y sugestivos de que se ha valido el enemigo para dispersar nuestros ejércitos y llenar de pavor a los soldados que los componen, después de haber dado tantas pruebas de valor y patriotismo en todos los tiempos y recientemente en los pasados combates en que han cubierto de gloria a la Nación. Bien penetrados todos, como debemos estar de estas verdades, resta, por efecto de nuestro ministerio y sagrada obligación, hacerles ver que amenaza, si desamparan sus banderas y huyen en el momento favorable, que su firmeza y denuedo habían de defender la Religión y la Patria de la profanación y esclavitud. A este fin encargamos y mandamos en virtud de santa obediencia a todos nuestros cooperadores y hermanos en Jesucristo: que, después de leídas las dos copias de las Reales Órdenes al Ofertorio de la Misa popular en un día festivo, hagan a los fieles una enérgica exhortación sobre los puntos interesantes que abrazan, amonestándoles en la iglesia, en calles, en las conversaciones familiares y en todos los actos más sagrados, a fin de que conozcan la estrecha obligación en que se hallan y hallamos todos, de defender la Religión y la Patria, recordándoles con vehemencia el Juramento solemne que han prestado y los males a que exponen su alma en el quebrantamiento de sus promesas. Que los destinados al servicio de las armas no se separen de sus respectivos Cuerpos, viviendo sujetos y subordinados a sus Jefes, debiendo conocer que la muerte a presencia del enemigo, peleando por la justa causa en que se halla empeñada la Nación, les llenará de gloria, honrando con ella a sus padres, mujeres, hijos, hermanos y deudos; pero la que seguirá indispensablemente a la deserción, será para todos afrentosa e ignominiosa, dejando en el mayor conflicto a sus familias, con doble motivo de llantos y disgustos; que confíen en la Divina protección y se persuadan firmemente triunfar del enemigo si oponen a sus tramas y ardides la serenidad de ánimo, la constancia, el valor, la subordinación y en una palabra la unión al mismo fin. Por este medio darán vigor a las sabias disposiciones e infatigables desvelos de la Junta Central Suprema Gubernativa que no pierde un momento en proporcionarles cuantos auxilios considera necesarios a su abrigo y manutención y en hacer menos penosos sus trabajos. Por estas consideraciones y otras que el celo y patriotismo de nuestros cooperadores tendrán a la vista para persuadir y exhortar a los fieles, llenarán con fruto su deber en obsequio de nuestra Santa Religión y de la Patria, por lo que todos los días festivos sin interrupción y siempre que haya lugar y oportunidad, se predicarán al pueblo estas máximas y será castigado como corresponde y convenga, el que faltase a tan santos preceptos.
Pase este despacho a nuestro Provisor, para que inmediatamente y sin perder momento lo haga circular, por medio de vereda en la forma ordinaria, acompañando copias de las Reales Órdenes, encargando a los Curas la prontitud en su cumplimiento y verificado que sea, se devolverán a nuestra Secretaría de Cámara.
Dado en el Lugar de los Hoyos el 10 del mes de Enero de 1.809.-Juan, Obispo de Coria.-Por mandato de S. S. I. el Obispo mi Señor, Doctor D. Agustín Carrasco, Secretario
BIBLIOGRAFÍA
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