La persistencia del mito
¡Basta poner en duda la fecha de muerte de Rafael de Casanova para arrojar a un catedrático de la Universidad de Barcelona a la jaula de los leones!»
Me lleva a esta reflexión la fecha –11 de septiembre en Cataluña– y la acertada visión con que aborda el tema de los mitos el general del Ejército del Aire Ignacio Martínez Eiroa, una cabeza privilegiada que a sus noventa y tantos años, enriquece periódicamente la revista «Tierra, Mar y Aire» que edita la Real Hermandad de Veteranos. Se detiene mi general en dos pensadores Ivan Pavlov (18481936) y Carl Schmitt ( 1888-1985) de quienes extrae claras diferencias entre la realidad y el mito.(1)
El primero, Premio Nobel de Fisiología y Medicina, desarrolló la teoría de los «reflejos condicionados» que relacionaban los estímulos de los seres vivos con las respuestas. Es conocido el experimento con sus perros que segregaban saliva y jugos gástricos desde el momento en que el sonido de una campanilla anunciaba que la comida estaba servida. Y deduce de sus investigaciones que hay otros sonidos que al llegar al alma provocan reacciones de amor, odio, simpatía, antipatía, atracción o repulsión: son los mitos que crean un universo virtual que sustituye en nuestra mente a la realidad. De ahí que sus teorías, hoy integradas en las ciencias del comportamiento, se sigan utilizando en el tratamiento médico contra fobias, depresiones, sicosis y desordenes del estrés.
Carl Schmitt, el segundo citado, en su «Teoría Política del Mito» publicada en 1923, manifestaba que el mito vinculado a lo afectivo, a los instintos irracionales, brota de lo profundo de las emociones humanas. Y su adhesión es tanto más intima cuanto mayor sea la fuerza del enemigo que nos aleje de él. Este enemigo asegura la persistencia del mito, lo alimenta. Para los nacionalsocialistas alemanes el enemigo eran los judíos; para los comunistas del Komitern, los capitalistas; para una parte de la ciudadanía de Cataluña, el enemigo es España: «nos roba; cercena nuestras libertades; quiere destruir nuestra cultura milenaria» se cincela a golpe de educación y medios manipulados en las mentes de las nuevas generaciones; se alimenta en las anteriores.
Los nacionalismos han sido siempre buenos manipuladores de mitos. Han sabido aprender de unos clásicos como Lenin y Stalin, dos maestros que encontraron en Hitler y Mussolini –no olvidemos la procedencia de este del Partido Socialista italiano– alumnos aventajados. Aun se ven en las calles de La Habana o de Managua la efigie en negro sobre fondo rojo del Che Guevara pintada en las paredes; y se pueden encontrar repetidas en camisetas y objetos de recuerdo en tiendas de Berlín o de Barcelona o, incluso, decorando el dormitorio de alguno de nuestros nietos. Para nada imaginan todos los desgarros humanos que ocasionaron las revoluciones que se alimentaron de sus postulados. ¡Basta pasear por la Managua de los Ortega a día de hoy!
Aquí entra en escena un tercer pensador: el francés George Sorel (1847-1922). Ingeniero, filósofo, sociólogo, defensor del capitán Dreyfus en su tiempo, capaz de elogiar a Marx y su Manifiesto y a la vez a Benito Mussolini. Sorel centró su pensamiento en el valor del mito como elemento movilizador en política: «los mayores movimientos revolucionarios vienen impulsados por mitos», considerando que estos: «no son descripciones de cosas, sino expresiones de voluntad; conjunto de imágenes capaces de evocar en bloque y a través de la intuición, sin ningún análisis reflexivo». El controvertido pensador que reclamó acabar con la ficción racionalista de la realidad humana impulsando la potencialidad del mito como instrumento transformador, reflexionaría hoy ante la Diada: ¿qué importa lo que ocurra y cuantas personas asisten? ; ¿cuántos de ellos han estudiado y contrastado la Historia y distinguen el tipo de guerra, entre Sucesión y Secesión? Esto sería aplicar la razón a la realidad. Lo importante consiste –potencialidad del mito– en la capacidad de movilizar a unas masas, dándoles una misma identidad y unos objetivos, fijando al enemigo entre estos últimos.
Bien sé que entro en territorio vedado por la corrección política de moda, que asfixia el pluralismo e impide debatir en libertad cualquier problema de nuestro tiempo. Al que disiente o piensa de otro modo, simplemente se le trata de facha y se le desacredita sistemáticamente. ¿Por este tipo de libertad peleó la sociedad española durante años? ¿Somos conscientes de la cantidad de historiadores, pensadores, políticos, profesores, maestros, funcionarios, jueces o simples ciudadanos que han sido proscritos en Cataluña por no comulgar con los mitos del nacionalismo separador? ¡Basta poner en duda la fecha de muerte de Rafael de Casanova para arrojar a un catedrático de la Universidad de Barcelona a la jaula de los leones!
¿Seguimos con los mitos o tocamos tierra con la razón?
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