El Coronel de Caballeria, r D. Jose Maria Fuente Sanchez, economista y estadístico, publica este muy actual articulo en el digital, colaborador de AEME, La Critica.
Nuestra seguridad nacional, ¿nos preocupa?

Lo que sí nos interesa es pulsar y comentar el nivel de preocupación que despierta la seguridad en nuestra actual sociedad, que nada tiene que ver con las sociedades que la precedieron. Porque -seamos pragmáticos- son las leyes de enseñanza las que “fabrican” el pensamiento de las nuevas generaciones y, en el siglo XXI, ha sido la ley Celaá la que ha rematado el supuesto pensar de las actuales, que ya venían “bien trabajadas” por la LOGSE. Por cierto, la Sra. Celaá -como premio a sus “esfuerzos didácticos” – reposa ahora como embajadora en nuestra sede diplomática de la plaza de España de Roma.
Lo que sí llama la atención, y es el tema que encabeza estas reflexiones, es el hecho de que muchos españoles -me gustaría equivocarme- consideran que, con el “No a la guerra” que corean nuestros populistas en sus manifestaciones creen haber cubierto el cupo de pacifismo con que les adoctrinaron nuestras últimas leyes de enseñanza, dirigidas a ideologizar a nuestros jóvenes con los mandamientos retro-progresistas de la antigualla comunista nacida en 1848 y fracasada hasta el aburrimiento durante casi dos siglos. Comunismo que prometía libertad y justicia para el pueblo y sólo consiguió aumentar la plantilla de pobres y esclavos de todas las tiranías comunistas que en el mundo han sido. Véanse, como ejemplo visible y próximo, casi todas las repúblicas sudamericanas que han sido conquistadas ideológicamente -por segunda vez- por el marxismo de cuño populista que sigue engañando sobre todo a los ciudadanos de los países menos desarrollados.
Sobre la base anterior, debemos reconocer, sin embargo, que ese encantador “No a la guerra” parece referirse al rechazo general de los conflictos bélicos, lo cual es muy loable. Pero de lo que estamos hablando no es de atacar a nadie sino de defendernos frente a aquellos que pueden atacarnos. Para lo cual, naturalmente, debemos estar preparados con buenos instrumentos políticos, jurídicos, diplomáticos y, “por si acaso”, militares. Porque ¿es que acaso el atacado no tiene derecho a defenderse? ¿O es que al atacante hay que abrirle, por obligación, la puerta y entregarle nuestro país y nuestras familias para que los esclavice? Porque, claro está que dejándose matar es como se aseguraría la paz. Me pregunto si los que gritan han pensado alguna vez en que ese “no a la guerra”, a secas, implica presentar al enemigo no una mejilla. sino las dos. Parece de Perogrullo tener que comentar estas cosas, pero la historia y la vida real es una fuente de sorpresas. Porque -hete aquí- que en el transcurso de nuestros pacíficos pensamientos nos ha sorprendido bélicamente el comunista ruso Putin -educado con matrícula de honor en esa brillante Academia de criminales que es el KGB- al lanzar sobre la valiente Ucrania su copioso ejército y sus importantes armas, conseguidas con su también copioso presupuesto militar, mantenido a costa del escaso PIB y nivel de vida a que tienen sometido al pueblo ruso. Naturalmente éste no rechista porque no puede. Aunque tengo serias dudas de que, alguna vez en la historia, los rusos hayan podido hacerlo, especialmente en los tiempos del “padrecito Stalin”. Porque -seamos realistas- la seguridad nacional es algo importantísimo, ya que la inseguridad genera miedo, la inseguridad ahuyenta inversiones, la inseguridad reduce el turismo, la inseguridad condiciona la acción de gobierno, la inseguridad puede desestabilizar el sistema, etc., etc., etc. Ante todo esto, ¿cómo reaccionan los diferentes Estados occidentales y sus sociedades nacionales respecto al tema de la seguridad? Reconozcamos que hay grandes diferencias. El Estado español no brilla, precisamente, por esa preocupación, aunque su gobierno aparente tener conciencia de su necesidad enviando algunas Unidades militares a diversos países en lo que llaman misiones de paz. Eso sí, España sigue sin aportar a la OTAN el 2% del PIB a que está obligada. Trampa financiera que el gobierno no tiene especial interés en saldar, aunque haga ampulosas declaraciones en sentido contrario. Por cierto, Estados Unidos nos lo recuerda con especial insistencia, dado que es precisamente este país el que pone siempre sus muchos dólares y, en ocasiones, sus muchos muertos. Todo esto nos debería hacer reflexionar a los españoles, porque se supone que habrá patriotas preocupados por nuestra seguridad y que, ante un peligro armado para España, pensarán en los tratados internacionales, grupos políticos a que pertenecemos, armas y materiales defensivos de que disponemos y, consecuentemente, carencias esenciales que obligadamente deberíamos cubrir para poder neutralizar lo que se nos puede venir encima. Habida cuenta de que ya, de entrada, tenemos entre nosotros -permanentemente- el comunismo y el yihadismo. Teniendo en cuenta que hoy en día hay dos clases de comunismo: el comunismo clásico de Marx y Lenin que anula la libertad e impide el desarrollo económico y que, tras casi dos siglos de fracaso, dejó 110 millones de muertos –Izvestia dixit- y murió aparentemente en 1990; y la novedad de nuestro tiempo: el añadido populista que aporta frivolidad y conduce al absurdo en la dirección del Estado.
Sin olvidar el otro azote permanente: el yihadismo, tiranía religiosa que hace apostolado con la espada no con la palabra y conduce al terrorismo y al desastre absoluto. Y además, años después, nos ha surgido un esperpéntico Trump “compadreando” con la URSS de Putin y con la China de Xi Jinping. La consecuencia es un bloque occidental aterrado y una Ucrania temiendo convertirse en el sacrificio bíblico a incinerar ante el tirano Putin. ¿Qué hacer?
Como todo el mundo sabe, España pertenece a la ONU, a la OTAN y a la UE, lo que implica una serie de obligaciones, derechos y ayudas posibles en situaciones de emergencia. Consecuentemente, disponemos de instrumentos de “prevención” ante posibles amenazas: los “tratados”, las “medidas de confianza”, la “regulación de armamentos” en sus tres modalidades –desarme, no proliferación y control de armamentos- y la llamada Junta Interministerial de Material de Defensa y de Doble Uso (la JIMMDU) -que conozco bien- que debe autorizar o no las exportaciones e importaciones de este tipo de elementos por el Estado español. Disponemos también de instrumentos y acciones de “terapia» –así podríamos llamarlos- como nuestro “derecho de legítima defensa” y nuestra disponibilidad para integrarnos en las denominadas “misiones de paz”. Pero para poner en marcha alguna de estas acciones es preciso disponer de la decisión democrática de los ciudadanos. Y, dentro de nuestra Patria –que mientras no se “trocee” sigue siendo España- ¿qué clase de sociedad tenemos? ¿está dispuesta a defenderse en caso necesario o está impregnada del más frívolo y adolescente populismo, que predica un marxismo “salvapatrias” que sigue sin reconocer su fracaso durante casi dos siglos? ¿Está España en línea con la conciencia de seguridad que posee el resto de nuestro mundo occidental? Mundo occidental al que creo que todavía pertenecemos, aunque me asaltan ciertas dudas viendo al gobierno “tontear” -o más que tontear- con el Grupo de Puebla, que no es precisamente una reunión de demócratas sino un conjunto de países comunistas, totalitarios y tercermundistas, en los que no abunda ni la libertad ni la prosperidad ni las amistades fiables. Porque todos observamos que los nuevos gobernantes parecen estar más ocupados en redactar, por ejemplo, la ley “trans” -al parecer transcendental para los españoles- que en ser fieles a nuestra historia y a nuestros valores.
Y, en cuanto a armamentos, ¿hemos pasado revista a nuestras carencias, habida cuenta de los sorprendentes nuevos inventos: los “drones”, que “buscan” el objetivo con una terrible precisión; los “misiles hipersónicos” que aceleran significativamente su velocidad de crucero hacia el objetivo (hasta 25 veces la del sonido)? y, por último, las terribles “armas de destrucción masiva NBQR (nucleares, biológicas, químicas y radiológicas)”, que lo destruyen prácticamente todo. Porque de lo nuclear todo el mundo ha oído y ha temido, pero de lo biológico, químico y radiológico pareciera, equivocadamente, que no es para tanto…
Empezando por las armas nucleares, recordemos los horrores de lo que ocurrió en la fase final de la II Guerra Mundial: los aliados lanzaron dos “pequeñas” bombas atómicas sobre dos ciudades de Japón, una sobre Hirosima y otra sobre Nagasaki: las dos de una potencia de 20 kilotones, que equivalen a 20.000 toneladas de trinitrotolueno (la conocida trilita, explosivo de la artillería clásica de toda la vida). Cada una de las bombas produjo entre 100.000 y 200.000 muertos. Pero es que en los tiempos actuales aquello sería minucia dado que ya hay bombas nucleares de 5 megatones. Si hacemos bien la cuenta, descubriremos que una bomba de 5 megatones (MT) es 250 veces más potente que una de las de 20 kilotones (KT) empleadas, como hemos indicado, al final de la Segunda Guerra Mundial.
El Uranio 235 fue el protagonista del destrozo. Pero lo que se da en la naturaleza es el Uranio 238 y aquí tenemos a Irán luchando científicamente por eliminar esos 3 neutrones que sobran y conseguir una mezcla en que el 90% sea ese Uranio 235 único devastador nuclear. Lo terrible es que nos vemos obligados a admitir que -siempre razonando con la cabeza suficientemente fría- aquellas bombas nucleares ahorraron 1 año de guerra a los combatientes y, por tanto, evitaron siete millones de muertos, que era la tasa media anual de bajas que se estaba produciendo durante aquella sanguinaria segunda guerra mundial, cuyo culpable fue Hitler. Horrible, sin duda, pero cierto.
Como dato complementario, muy necesario para saber a qué estamos expuestos, conviene tomar nota de lo que dice la Organización Mundial de la Salud en su magnífico estudio sobre la amenaza nuclear: un empleo masivo de armas nucleares que sumaran 10.000 megatones de potencia total terminaría con la vida de la mitad de la población mundial. Es decir, se produciría la práctica destrucción de la vida humana en la tierra.
Sin embargo, no debemos olvidar -más bien recordar a tantos españoles desinformados que juegan a la política- que gracias a las armas atómicas de EE. UU. hemos podido evitar la invasión de la Unión Soviética (URSS) durante más de cuarenta años, que, por cierto ya tenía estudiada y redactada en su plan de invasión estratégica en dirección al Canal de la Mancha -tal como recogió la OTAN en un documento que tuve ocasión de leer- y que sería bueno lo hubieran leído algunos jóvenes populistas que juegan a veleidades marxistas de estilo, digamos, “casero”. Porque está claro que lo que “manda” hoy día, porque puede hacer ganar cualquier guerra, es, sin duda, el arma nuclear. Y, en este sentido, conviene recordar que, con datos de 2020, son nueve los países que disponen de armas nucleares, a saber: Rusia con 6.375 armas nucleares; EE. UU. con 5.800; China con 350; Francia con 290; Reino Unido con 215; Pakistán con 160 (no declaradas); India con 150 (no declaradas); Corea del Norte con 45 (no declaradas); e Israel con 90 (no declaradas). Pero estas cifras de bombas nucleares no nos dicen nada sobre la potencia de cada una de ellas, es decir, si son de 20.000 toneladas de trilita (20 KT), como las de Japón, o de 5 millones de toneladas de trilita (5MT) de ahora, que esperamos y deseamos no se utilicen nunca. Tomemos, pues, nota de las amenazas reales. Hay que conocerlas, valorarlas, buscar el remedio –si se puede- pero nunca esconder la cabeza como hace cualquier “pequeño mental” de los que en el mundo han sido, que hay y que habrá, lo mismo entre los villanos del lugar que entre los que se autoproclaman autoridad en las naciones.
Pero lo más destacable, positivo y de agradecer, es el hecho de que la catástrofe planetaria que se produciría por la posible acción/reacción de los sucesivos lanzamientos de armas nucleares ha llevado a algunos grandes poseedores -República Popular China, la Federación de Rusia, Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Estados Unidos de América y República Francesa- a firmar una llamada Declaracion conjunta de las cinco potencias nucleares sobre la prevención de la guerra nuclear y la carrera de armamentos, que, con “bellas palabras” reza así:
«Declaramos que no puede haber ganadores en una guerra nuclear y que nunca debe desatarse. Dado que el uso de armas nucleares tendría consecuencias de largo alcance, también reafirmamos que las armas nucleares, mientras sigan existiendo, deben servir a fines defensivos, disuadir la agresión y prevenir la guerra. Creemos que debe evitarse una mayor proliferación de esas armas. Tenemos la intención de seguir buscando enfoques diplomáticos bilaterales y multilaterales para evitar la confrontación militar, fortalecer la estabilidad y la previsibilidad, aumentar la comprensión y la confianza mutuas, y prevenir una carrera de armamentos que no beneficie a nadie y amenace a todos. Estamos decididos a entablar un diálogo constructivo basado en el respeto mutuo y el reconocimiento de los intereses y preocupaciones de seguridad de cada uno».
Sí resulta llamativo el hecho de que la conciencia de amenaza de las armas nucleares es la más generalizada y la más temida por la ciudadanía, quizá aterrorizada por la espectacularidad de las explosiones y porque piensa que sus efectos mortales son los mayores de las armas de destrucción masiva. No es así. La mayor mortalidad es la que produce el arma biológica, no la nuclear. Lo que ocurre es que la biológica necesita tiempo para producir sus mortales efectos y, en cambio, la nuclear los produce de forma aparatosa, explosiva e instantánea, lo cual impresiona más. En cualquier caso, estamos hablando y comparando tragedias que deseamos no padezca jamás la humanidad, aunque el extraño e inexplicable “escape biológico” del llamado Covid en un laboratorio chino haya suscitado infinidad de preguntas sobre “a qué estaban jugando” los científicos chinos para que el supuesto escape provocara algún millón de muertos, entre ellos unos 150.000 españoles. Y es que las armas biológicas son las más temibles, entendiendo por armas biológicas ciertos organismos vivos y los productos tóxicos que elaboran, cuyo aumento en el organismo objetivo –hombres, animales o plantas- provoca su muerte, incapacidad o daños graves. Pueden ser bacterias, virus, hongos, toxinas, etc. Por citar algunas de las diferentes sustancias, podríamos recordar el ántrax, la brucelosis, el tifus, la fiebre amarilla, etc.
Más conocidas son las armas químicas, empleadas en la Primera Guerra Mundial, y reguladas por la Convención sobre Prohibición de Armas Químicas, firmada en 1993 en cuyos últimos tramos de redacción tuve el honor de paticipar. Este tipo de armas recurre a las propiedades tóxicas de ciertos elementos y compuestos químicos para provocar la incapacidad temporal, la enfermedad grave o la muerte. Pueden ser agentes químicos sofocantes (cloro, fosgeno, etc), vesicantes (iperita, lewisita, etc); tóxico-sanguíneos (ácido cianhídrico, arsenamina, etc); y, por último, los muy actuales agentes neurotóxicos o nerviosos (tabun, sarin, soman, etc). Repito de nuevo que resulta absolutamente indignante y vergonzoso que la humanidad utilice para destruirse esta “científica” relación de complicados nombres y perversos efectos. Pero -como ya hemos indicado anteriormente- esto es lo que tenemos, respecto a lo que debemos defendernos con nuestros ejércitos, que deben conocer las armas NBQR -y el nuestro las conoce- para nuestra defensa. Todo con análoga precisión y respeto, pero con opuesta intención a la del cirujano que emplea su bisturí para eliminar lo pernicioso.
Sin embargo, debemos aceptar –con realismo- que hay ideologías que sí estarían dispuestas a utilizar estas armas de destrucción masiva para dominar el mundo. Sólo el miedo a la respuesta del contrario puede frenar su empleo. Porque la consecuencia logica sería, sin duda, la inmediata reacción -al alza en potencia- de los países afectados lo cual podría llevar a la destrucción total del planeta. Como ya hemos comentado, estamos pensando, sobre todo, en los ya citados dos mayores azotes permanentes de la Humanidad, el comunismo y el yihadismo, que no harían demasiados ascos a su utilización. Subrayando que el primero –el comunismo- pese a su fracaso durante casi dos siglos y su herencia de sangre y “de comer lo justo” en la URSS y en otros muchos países de menor entidad, sigue ejerciendo de salvapatrias para dominar el mundo con o sin armas de destrucción masiva.
No puedo olvidar lo que vi como integrante de una comisión de Naciones Unidas en 1987, en la entonces Unión Soviética: la base de Shikany, situada a 800 Km al sur de Moscú, que constituía, y constituye, el principal depósito de los 17 en que la URSS almacenaba las 60.000 toneladas de armas químicas de que disponía ¿y dispone? … Y, en visita posterior, en la base nuclear de Kapustin Yar, sita en Volgogrado (antes Stalingrado), formando parte también de otra comisión de la ONU, en la que pude visualizar otra de las barbaridades humanas: una bomba nuclear de 5 megatones, cuyos medios de transporte eran espectaculares por su longitud –más de 20 metros-. Tampoco debemos olvidar que la Unión Soviética no le hacía ascos tampoco a la terrible arma biológica, ya que disponía de las instalaciones Biopreparat que incluían la fábrica de armas biológicas de Stepnagorsk (Kazajistán), que era la mayor instalación de producción de este armamento en el mundo y puede que siga siéndolo. Por cierto, Ken Alibek, científico subdirector que fue de este complejo biológico vivió en USA desde 1992 y es de suponer que informaría abundantemente sobre sus terribles investigaciones al respecto. En resumen, llamó la atención, en aquella visita de la comision ONU en que participé, la extraordinaria dotación de armas NBQR de que disponía la URSS, que supongo habrá heredado Putin, actual dueño y heredero de tales instrumentos de destrucción.
Naturalmente, estas armas NBQR (nuclear, biológica, química y radiológica) pueden emplearse masivamente en cualquier tipo de guerra o de forma puntual en acciones terroristas. El Departamento de Defensa norteamericano gradúa así la probabilidad de empleo terrorista de las armas de destrucción masiva NBQR: la mayor probabilidad la asigna al atentado radiológico con una pequeña bomba sucia –un elemento contaminante más un explosivo convencional- lanzado por un terrorista suicida. Le sigue en probabilidad el atentado químico-biológico por vía postal, por contaminación de aguas o de sistemas de ventilación de edificios, por dispersión aérea de aerosoles, etc. Para ello podrían utilizar -y ya han utilizado en alguna ocasión- agentes biológicos como el ántrax y la viruela; o químicos como la clorina, el gas mostaza, el sarín. Los islamistas no saben tanto, pero sus apetencias por las armas de destrucción masiva son bien conocidas.
Terminadas ya nuestras reflexiones sobre la seguridad nacional, habría que asomarse a la realidad de nuestra actual sociedad y preguntarse ¿nuestro españolito del siglo XXI se toma en serio nuestra seguridad? ¿Qué les hemos enseñado a nuestros escolares, hoy universitarios y trabajadores en ejercicio?
Porque se decía que nuestros jóvenes leían poco. Ahora leen más, pero ¿qué leen?: leen la historia que, previamente, les han recortado y acotado nuestros políticos y nuestros partidos. A eso se le llama adoctrinamiento. Incluso desde fuera nos corroboran esta situación: según la doctora sueca en literatura y filología hispánica Inger Enkvist que formó parte del Consejo Sueco de Educación, la LOMLOE es lamentable. No busca mejorar la calidad educativa, sino cumplir objetivos políticos.
Porque, en el momento actual, “disfrutamos” de un populismo vacío, frívolo y desnortado, que parece dedicado a “desguazar” España y a obligarnos -con leyes totalitarias, en su versión decreto- a asumir lo que el partido gobernante entiende por moderno, a saber, cambiar las creencias, los principios, los valores, la educación, las tradiciones y las costumbres de nuestra sociedad, sustituyéndolos por una especie de “ideología de colegio mayor”, no demasiado adornada por la madurez que -se supone- merecen nuestros cuarenta y siete millones de habitantes. Eso sí, hemos conseguido: ser “progres”, rescatar a la mujer cambiándole el sexo por el género porque, al parecer, el sexo era un “engaño del Creador” concediéndole el sustancioso “cupo femenino” para destinos y ascensos civiles y militares y, como mérito compensador y “enternecedor”, hemos potenciado el bienestar animal a niveles casi “humanos”, acción que un brillante escritor español calificaba de “animalismo” creciente en la sociedad española, que puede conducir a la antropofobia, porque, según los progres que “mandan” el hombre es siempre el culpable. También hemos empujado con brío la teoría de la cancelacion o WOKE, que pretende -dice- terminar con lo que llaman supersticiones de nuestros mayores.
Sin duda, nuestra actual sociedad está pasando por un periodo de adolescencia intelectual y cultural, que llaman progresismo, que es coreado por unos siete millones de ciudadanos que los votan siempre, unos porque creen en la nueva seudoreligión y otros porque han sido machaconamente adoctrinados al efecto. Lo peor es que nos quieren imponer el invento por decreto ley, previa abjuración y castigo de cualquier otra creencia.
Debemos reconocer, sin embargo, que ya desde siempre la sociedad española ha tenido ligera preferencia por la izquierda. Creen todavía -¡qué valor!- en la capacidad de “salvapatrias” de esta izquierda comunista de “chusco”, que no ha leído nada sobre su siglo y medio de fracaso, a veces sangriento.
Consolémonos pensando que todavía nos quedan muchos españoles, quizá la mayoría, que seguimos pensando que “se tiene sentido de la defensa cuando se tiene sentido de la nación, a la que los libres de complejos seguimos llamando patria”.
Sobre las bases anteriores espero que, si la seguridad de España peligra, nuestro Ejército -antes con fusiles y ahora con drones y misiles- recordará aquel famoso artículo quinto de las ordenanzas de Oficiales que Carlos III y nuestra querida Academia General nos “metieron en vena”: «El Oficial que reciba la orden de defender un puesto “a toda costa” lo hará».
Sin duda, la ordenanza era consciente de que la dureza de su literatura estaba justificada por el “olor” heroico de su intención.