Marruecos, ¿enemigo a las puertas?

La pagina TERCERA del diario ABC, publica este articulo de nuestro asociado el General Martinez Isidoro.

 

«Si hay que sacar algunas enseñanzas de un acto tan ruin como fue la Marcha Verde, es la ausencia de pretensión de entablar un combate convencional por parte marroquí, al comprobar que no podría ganarlo, y la utilización de otra alternativa asimétrica. Esto nos debe hacer reflexionar sobre la conveniencia de mantener la disuasión convencional y prepararse para una baraja de acciones asimétricas que pueden ser empleadas en caso de desbordamiento de las acciones clásicas»

OCURRE que los vecinos y los mejores amigos pueden convertirse de la noche a la mañana en los peores enemigos. Solo se precisa que medie un episodio de falta de lealtad, y a veces de traición, para que el inicial aprecio se convierta en desapego e intransigencia; la aseveración contraria también puede ser cierta afortunadamente. Marruecos ha venido siendo desde hace prácticamente dos siglos el enemigo tradicional de España, a pesar de que su existencia como Estado soberano date de menos de setenta años. La presencia de España en el espacio vital marroquí ofrece especial pugnacidad a finales del siglo XIX y sobre todo en los comienzos del XX, periodo en el que la enemistad entre ambos países se cobró varias decenas de miles de vidas españolas y marroquíes.

La posiblemente autoproclamada «mejor nación interlocutora con el pueblo árabe», en referencia a España, se ha convertido en pocos años en agua de borrajas, echando por la borda la efectividad de todo un bagaje de afinidad cultural que dichosamente nos unía más que nos separaba. La secular amistad entre las más altas magistraturas de los dos Estados, considerada como un seguro de supremo entendimiento por encima de las crisis entre España y Marruecos, solo ha dejado de funcionar cuando ha existido debilidad, y agonía en aquel caso, por parte de España. El episodio del comportamiento tradicional de Marruecos en el caso de la descolonización del antiguo Sahara español evidencia un apetito voraz al que se subordinan medios y procedimientos, incluso ilegales desde el punto de vista internacional, al no reconocer como vinculantes las ‘sacrosantas’ resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, tan evocadas para otros conflictos. Estos aspectos tan relevantes del comportamiento de un país con el que se tienen relaciones máximas advierten de la poca influencia relativa que España proyecta en el país vecino, al que no ha hecho moverse una pulgada de sus planteamientos generales al respecto.

Bien es verdad que Marruecos no está solo en el damero internacional y que cuenta con las políticas ‘cuidadosas y comprensivas’ de Estados Unidos y Francia. En su momento, en la década de los setenta del siglo pasado, fue la Guerra Fría la que hacía de Marruecos un aliado importante frente a Argelia, una de las vías de penetración de la antigua Unión Soviética en el Mediterráneo. Ya anteriormente los españoles habían comprobado esta preferencia en las operaciones de Sidi Ifni, donde no se pudo emplear el material militar de ayuda americana contra las llamadas ‘bandas armadas’ marroquíes. En la actualidad el Reino de Marruecos puede ser un baluarte ante la propagación del yihadismo salafista por el Magreb y el Sahel, y la estrategia de Estados Unidos en la zona se basaría en parte en Marruecos, que daría su apoyo al régimen por razones, no de afinidad democrática precisamente, sino por su tradicional pragmatismo cuando se trata de instalar la ‘paz americana’. Para Francia el mercado marroquí es prioritario y su influencia es patente en todos los sectores económicos del país del sur, que por otra parte tiene en el país galo una de las principales colonias de emigrantes. Episodios como la ‘marcha verde’, el incidente de Perejil o la invasión de Ceuta, aunque no son comparables, son ilustrativos tanto del comportamiento de Marruecos con España, como de la reacción internacional de ‘nuestros amigos occidentales’ en el respeto de los compromisos territoriales de España sobre el Sahara, o del ejercicio de la propia soberanía.

Para estos, nuestros aliados, las cuestiones citadas tienen una prioridad, y ésta es marroquí, y sería muy penoso consultar al resto de nuestros socios en la OTAN y la UE, y escuchar sus respuestas piadosas al respecto de sus preferencias estratégicas, aunque Europa, en lo económico, atraiga más la atención de nuestro vecino. En los procesos de adhesión a la Alianza Atlántica, en su estructura integrada, España no consiguió que los territorios españoles en África estuvieran cubiertos por el Tratado, en especial por su artículo V, aunque sí lo están las Islas Canarias, para lo que se recurrió a todo tipo de soluciones imaginativas con resultados favorables. Se da la circunstancia, sorprendente, de que estaremos solos en caso de un ataque armado a Ceuta y Melilla, y sin embargo nos veremos forzados a resolver nuestra participación en el caso de que así lo fuera Estonia, por ejemplo.

El caso de la Unión Europea no es más alentador, como se vio en el incidente del islote de Perejil, que siendo nimio por su objetivo, significó todo un test para comprobar la decisión española en la defensa de los territorios de su soberanía y de la de Europa. Siendo un foro de consultas privilegiado, no se tomaron decisiones de alcance al respecto, sino solo declaraciones iniciales; la acción de Francia cobró entonces todo su valor de veto.

Uno de los pilares de la defensa y seguridad de España, la defensa colectiva, no es inmediatamente aplicable, al menos hasta ahora. Es posible que si la OTAN abriera un espacio estratégico de interés general, como es el área del estrecho de Gibraltar, donde existe una amenaza potencial de ser territorio para las acciones del terrorismo de origen salafista –léase Al Qaida con sus redes sahelianas– pudieran recobrar nuestros territorios de soberanía un interés de seguridad para sus aliados.

Pero esto es el futuro. En la actualidad estamos solos ante la potencial belicosidad de Marruecos, que en múltiples incidentes muestra señales y produce alarmas en un país como España, que da muestras constantes de tolerancia y es el espacio de convivencia de un gran número de marroquíes en un entorno legal favorable para su integración.

Cuando Marruecos emprendió la ‘marcha verde’ comprobó que las Fuerzas Armadas españolas estaban preparadas en el Sahara para hacer frente a un ataque que podríamos calificar como convencional. La moral de las tropas, siendo no profesional en algunas fuerzas, se mantuvo a gran nivel, y la coordinación general fue digna de la ocasión. Pero el juego político, y la gran ayuda americana a Marruecos en materia de inteligencia y seguridad de operaciones, ganaron la partida, con las consecuencias que se sufren hasta hoy en día, con los sucesos insoportables de El Aaiún.

Si hay que obtener algunas enseñanzas de ese acto tan astuto como ruin como fue la ‘marcha verde’, estas son la ausencia de pretensión de entablar un combate convencional por parte marroquí al comprobar que muy probablemente no podría ganarlo; y la utilización de otra alternativa asimétrica para conseguir sus fines. Ambas cuestiones nos deben hacer reflexionar sobre la conveniencia de mantener la disuasión convencional y prepararse para una baraja de acciones asimétricas que pueden ser empleadas en caso de desbordamiento de las acciones clásicas. Esta soledad estratégica respecto a Marruecos, y la necesidad de que toda debilidad ante el vecino quede disipada, merecen una llamada de atención a todos los componentes de la seguridad nacional, para que consideren que estamos ante un contendiente que está utilizando los recursos y argucias más apropiados a su alcance para conseguir sus fines, que no se detiene ante los imperativos legales sobre derechos humanos e internacionales, y que está obsesionado por un nacionalismo trasnochado en torno a la creación del ‘Gran Marruecos’.

 RICARDO MARTÍNEZ ISIDORO,  General de División (R)

 

Fuente:

ABC. 08/06/2021. Pag. 3