Los murciélagos de la caza nocturna

Nuestro asociado Manuel  Parrilla Gil, publica en su Blog, este emocionante relato de las misiones de la caza nocturna

 

Los murciélagos de la caza nocturna

 
 
A las dos de la mañana del 11 de noviembre de 1938, cuatro biplanos Polikarpov I-15 “Chato” procedentes de El Prat aterrizaban en Bellpuig. Eran miembros de la Escuadrilla de Caza Nocturna basada en Sabadell, desplegados en Bellpuig para dar apoyo a la ofensiva republicana en el Segre, que regresaban tras su última misión para evitar que los bombarderos de la Legión Cóndor hicieran blanco sobre Barcelona. La 23ª Brigada Mixta llevaba cuatro días intentando aislar la cabeza de puente que las tropas marroquíes del general Yagüe habían fijado en Serós, pero los refuerzos del ejército de Franco estaban castigando a las fuerzas infiltradas al otro lado del pueblo, en el tozal de Montfred.

Al mando de la formación de Chatos estaba un piloto alemán, Walter Katz, que era el jefe de la Escuadrilla de Caza Nocturna, y el hombre que había diseñado el sistema de defensa nocturna de Barcelona. Los cuatro pilotos aparcaron sus aviones bajo los focos de los vehículos que habían facilitado el aterrizaje en Bellpuig. En la línea de aparcamiento les esperaba un joven teniente de artillería. Tras saludar al recién ascendido capitán Katz, se dirigieron todos al puesto de mando.

Walter Katz era un judío hispano-alemán que se había alistado voluntario y había ejercido como profesor de vuelo nocturno en El Carmolí hasta que fue nombrado jefe de la escuadrilla de Sabadell.

Estuvieron una media hora observando las fotografías de Serós y los mapas de observación de los artilleros. Una vez que Katz tuvo clara la situación, los pilotos se fueron a dormir. Al amanecer despegarían para apoyar a las tropas copadas al otro lado del Segre.

Pero, a las seis de la mañana, un soldado despertó al capitán Katz. Todavía era de noche, y le llamaban al puesto de mando. Tomó un poco de agua para lavarse la cara y se enfundó en el traje de vuelo. El sargento López Fernández, uno de sus mejores hombres, le acompañaba, también preparado para la acción.

-Acaban de llamar de la División -informó el teniente de artillería- la ofensiva ha fracasado, quieren replegar las dos brigadas que han cruzado el Segre.

-Muy bien -replicó el alemán-, ¿qué quieren que hagamos?

-¿Cree usted que pueden ametrallar las posiciones de tropas moras? -preguntó el teniente-. Ahora, de noche, están bloqueando el puente con fuego cruzado.

-Asegúrese de que los nuestros mantengan una buena distancia con el puente. Cuando decidan avanzar, que lancen una bengala roja y cesaremos el ataque.

Katz tenía mucha experiencia en ese tipo de misiones.

¿Cuándo podrán despegar? -volvió a preguntar el joven oficial.

Necesitaremos diez minutos.

Mientras los pilotos se dirigían a los aviones, el teniente llamó al puesto de mando de la 16ª División y coordinó el ataque. En diez minutos, el 89º Batallón se replegaría y dejaría más de quinientos metros con el punto de contacto de la avanzadilla de Yagüe.

Walter Katz y López Fernández pusieron en marcha los aviones y, en cuanto estuvieron listos para rodar, los reflectores indicaron la dirección del despegue, quedando marcado el límite de la pista por dos faroles rojos.

No tardaron ni diez minutos en llegar a la zona, siguiendo los reflejos del Segre desde Lérida. López seguía a su compañero a distancia, guiándose por la única luz de posición encendida. Al sobrevolar el puente de Serós, como estaba convenido, el batallón lanzó una bengala blanca para marcar su posición e iluminar a las tropas moras.

Katz se lanza inmediatamente en picado, ametrallando toda la margen izquierda a ambos lados del puente. En menos de un minuto, justo antes de que la bengala se extinguiera, López hace lo propio. Las tropas de Yagüe disparan y comienzan a replegarse hasta el pueblo cruzando el puente. La operación se repite por tres veces, pero en la tercera, al salir de su pasada de ametrallamiento, el sargento López no puede ver a su jefe, buscando en vano la luz de posición. Aparece la bengala roja, las tropas de la división avanzan para asegurar el repliegue de sus compañeros a través del puente.

A los diez minutos, el sargento López Fernández aterriza solo en Bellpuig. Está amaneciendo, y Katz no aparece.

 

En la última pasada de ametrallamiento, el capitán Katz, concentrado en abatir a los últimos reductos que permanecían en la margen izquierda, bajó mucho en su picado. La ráfaga hizo mucha mella, y el alemán rompió el picado con un fuerte viraje a la izquierda en ascenso. Cuando estaba completando el viraje para controlar a su compañero desde arriba, un fuerte dolor le cegó completamente, perdiendo la visión del ojo izquierdo. Una bala de fusil le había alcanzado en el pómulo izquierdo arrancándole parte del hueso. Las gafas de piloto impedían que la sangre tapase el ojo derecho, pero el intenso dolor le seguía cegando.

El capitán trató de recuperarse y se aferró a los mandos, buscando desesperadamente las luces de Lérida, pero a duras penas era capaz de mantener su avión en vuelo. Con la mejilla desgarrada, la sangre le chorreaba a borbotones. A los cinco minutos, sin poder ya resistir el dolor, intentó encontrar un lugar donde posar su avión. Aunque faltaba media hora para el amanecer, el horizonte empezaba a clarear hacia el este. El capitán Katz se desmayó unos segundos, pero recuperó la consciencia justo a tiempo de atisbar una pradera bajo sus pies. Ayudado de su enorme habilidad para el vuelo sin visibilidad, y de su ojo derecho, consiguió posar el Chato, que se frenó en pocos metros haciendo un suave caballito. El capitán paró el motor, intentó desatarse y abrir la portezuela lateral para bajar del avión, pero volvió a desmayarse.

Walter Katz murió desangrado al amanecer del 11 de noviembre de 1938, sin poder salir de su avión, en las inmediaciones de Grañena de las Garrigas. Su avión fue encontrado por las tropas republicanas poco después de las ocho, y el cadáver fue trasladado a Igualada, donde se le dio sepultura.

 

Tan solo una semana antes, el todavía teniente Katz, jefe de la Escuadrilla de Caza Nocturna, explicaba a un periodista en Sabadell cómo funcionaba el sistema. Los espías republicanos en Baleares dan el aviso de que los bombarderos han despegado desde Pollensa. La entrada de la formación es detectada en Castellón y, desde allí, se calcula que tardarán una media hora en sobrevolar Barcelona. Cuatro Chatos reciben la orden de despegue. Mantienen su sector, libre de antiaéreos, y su separación de altura para evitar chocar entre ellos. Cuando el bombardeo queda frustrado por la cooperación entre la artillería antiaérea, dirigida por los reflectores, y los pequeños cazas, uno de los Chatos persigue un rato a la formación en retirada, camino de Pollensa, tratando de hacer blanco en alguno de ellos, y asegurándose de que no vuelven. Las luces del campo en Sabadell se encienden el tiempo justo para que cada uno de los tres primeros aviones aterrice y, a los quince minutos, el Chato perseguidor también aterriza sano y salvo.

La entrevista con Walter Katz no sería publicada hasta casi cuatro años después. José Carbó, el periodista que la realizó, se había exiliado en Mexico.

La muerte del piloto alemán dejó a la caza nocturna sin uno de sus mejores hombres. El día 15 de noviembre asumiría el mando el teniente José Falcó, uno de los pilotos más expertos de la escuadrilla. En su Chato llevaba pintado un murciélago, y en su haber tenía ya cinco derribos, al que sumaría un nuevo Heinkel 59 el día 17 de noviembre. En ese momento, la escuadrilla contaba con 7 Polikarpov I-15 “Chato” y 7 pilotos, entre los que se encontraban él mismo y seis sargentos. La labor que les esperaba era ingente, y la ofensiva final sobre Cataluña, imparable.

Durante los meses que duró la ofensiva final, Falcó y sus muchachos hicieron gala de un dominio sin precedentes de las técnicas de caza nocturna, incluyendo por primera vez el uso de la radio. En febrero, Barcelona había caído y las operaciones se concentraban en el aeródromo gerundense de Vilajuiga. El 4 de febrero cayó Gerona, y los pilotos republicanos esperaban la orden de pasar a Francia en cualquier momento. La noche del 5 al 6 de febrero, por fin, se recibió la orden de abandonar España. Los biplanos biplazas de fabricación canadiense Grumman GE-23 “Delfín” y los pequeños I-15 Chato se hallaban concentrados en Vilajuiga, mientras en Figueras estaban los monoplanos I-16 Mosca, cinco de los cuales se desplazarían a Vilajuiga a primeras horas de esa misma noche. En la tarde del día anterior, ambos aeródromos habían sufrido un duro castigo por parte de la aviación expedicionaria italiana, y las carreteras de La Junquera y Port Bou se veían atestadas de refugiados que huían a Francia.

Eran poco más de las siete y media de la mañana, y el aeródromo de Vilajuiga era un hervidero. El teniente José Falcó había permanecido toda la noche despierto al pie de su avión, el Polikarpov I-15 numeral CA-205, junto a otros tres sargentos de la Escuadrilla de Caza Nocturna. Falcó decidió que tenían que estar preparados para defender el aeródromo en el caso de un ataque nocturno.

Todos los Grumman Delfín y los I-15 Chato estaban preparados con sus motores en marcha. Los pilotos miraban continuamente al suroeste en espera de ver acercarse la formación de I-16 Mosca procedentes de Figueras para despegar y unirse a ellos en la ruta costera hacia Francia. Algunos Mosca habían llegado ya a Vilajuiga al anochecer del día anterior. Una fina niebla cubría todo el valle del río Muga hasta las faldas pirenaicas. Las primeras luces del alba empezaban a despuntar.

De pronto, desde la bahía de Rosas, se aprecian las siluetas de varios aviones en vuelo rasante. Los pilotos empiezan a rodar hacia la pista y, entre el rugir de los motores, hablan a través de la radio.

-Ya llegan los Moscas -dice uno, esperanzado.

-No parecen -replica el piloto de un Grumman, que comienza a acelerar.

-¡Son Messer! ¡Son Messer! -grita Falcó mientras mete motor afondo y acelera para despegar.

Nadie espera la orden de despegue. En pocos minutos, algunos de los Chatos están en el aire. Falcó se dirige directamente a por los alemanes. Los tiene a la vista, son seis y vuelan a menos de trescientos metros de altura. Varios de ellos pertenecen al nuevo y temible modelo Bf 109E con motor de 1.100CV, recién incorporado a la Legión Cóndor, pero están intercalados con al menos dos del modelo anterior, Bf 109D.

No han pasado ni dos minutos desde el despegue cuando el teniente Falcó, en solitario, se cruza con los seis poderosos cazas germanos. En un cruce casi frontal, vira ligeramente a su derecha y comienza a disparar, alcanzando a uno de los Messer en el costado. Acto seguido, comienza una trepada con un viraje a izquierda para recuperar el combate.

Solo tres Chatos y un Grumman habían podido despegar. Los Moscas que habían llegado a Vilajuiga aún estaban esperando a repostar, y los de Figueras ya habían pasado a Francia el día anterior.

Cuando completa ciento ochenta grados de viraje, observa por debajo de su posición cómo un Messer persigue al biplano Grumman, que trata de ocultarse en la fina niebla. El capitán Diego Sánchez trata de alcanzar la costa en Rosas, pero la cuarta ráfaga del alemán le impacta en el plano superior y, tras incendiarse, se precipita contra el suelo.

Falcó ha acelerado en un fuerte picado, y el alemán, que había ajustado su velocidad a la del mucho más lento Grumman Delfín, no detecta su presencia. Falcó le dispara una ráfaga a la que el alemán reacciona metiendo motor y continuando el viraje a izquierdas. Se cruzan casi de frente, pero Falcó aprovecha para disparar una nueva ráfaga, inicia otra trepada y dispara de nuevo, cambiando viraje. El Messer pierde altura y continúa con su rumbo hacia Vilajuiga, mientras que el motor del Chato de Falcó comienza a ratear, teniendo que aterrizar en un prado que linda con la carretera de Rosas. Es posible que haya sido alcanzado en el último cruce.

Tan solo han pasado cinco minutos desde el despegue.

En el momento del ataque, solo el mayor Lacalle, el sargento Bastida y el propio Falcó, más el infortunado Diego Sánchez con su Grumman Delfín, consiguieron despegar. Los demás tuvieron que abandonar los aviones a la carrera.

El conductor de la cisterna de Vilajuiga huyó en el ataque, por lo que el teniente Manuel Zarauza, que había aprendido a usar cisternas cuando era soldado, comenzó a repostar los Moscas de Bravo, Arias y otros tres pilotos. La operación tuvo que ser interrumpida en la ofensiva, y el Mosca de Bravo fue alcanzado en tierra. Después del ataque, los pilotos más inexpertos recibieron la orden de despegar a Francia, mientras que Zarauza, Bravo y Arias abandonaron Vilajuiga en uno de los vehículos del aeródromo, después de disparar a un Messer que evolucionaba sobre el campo, tratando de aterrizar con problemas, y que finalmente se estrelló sobre la panza, quedando el piloto muy malherido. Uno de los soldados le disparó para acabar con su agonía antes de abandonar el lugar.

A las pocas horas, Falcó regresó al pueblo de Vilajuiga a caballo, con un soldado de tierra y, desde allí, un motorista le llevó al aeródromo, que ya estaba abandonado. Sobre la pista pudo ver los restos del Messer siniestrado, el Bf 109D numeral 6-96, todavía con el cadáver de su piloto en el interior. Se acercó y comprobó su documentación. Tal como declararía posteriormente, se trataba de Hans Nirminger, el autor del derribo del Grumman Delfín del sargento Sánchez y, probablemente, de los impactos que recibió el propio Falcó.

Sobre el primer Messer que Falcó alcanzó, justo después del despegue, el único posible habría sido el Bf 109D 6-98 de Heinrich Windemuth, cuyos restos fueron hallados en las inmediaciones del aeródromo de Vilajuiga, en la carretera de Garriguella, a poco más de dos kilómetros del primer cruce. El Estado Mayor nunca concedió el derribo a Falcó, al no haberse confirmado, y tampoco los alemanes lo reconocieron, pero a día de hoy se puede visitar un monolito en honor al piloto de la Legión Cóndor en el lugar exacto en el que fueron hallados los restos del avión.

 

La utilización de la caza nocturna sufrió una enorme evolución durante la Segunda Guerra Mundial, en parte basándose en los procedimientos creados por Walter Katz. También en España se produjeron grandes avances en el vuelo sin visibilidad, desarrollados antes de la Guerra Civil, y ampliamente utilizados en los bombardeos nocturnos. El capitán Carlos de Haya desarrolló el integral giroscópico, fundamental para la creación del horizonte artificial, ademas del corrector de derivas y la regla de calculo, imprescindibles para el vuelo de precisión a estima. Sobre los protagonistas de Vilajuiga solo queda decir que Lacalle se exilió en Sudamérica; Bravo, Zarauza y Arias en la Unión Soviética, donde participaron en la Segunda Guerra Mundial. En cuanto a José Falcó, estuvo internado con los pilotos republicanos en Argeles sur mer, y luego en el campo de prisioneros de Gurs. Cuando empezó la Guerra Mundial se embarcó en Marsella con destino a Orán, donde trabajó como mecánico en un barco la Marina de Guerra francesa y, más tarde, en la Aeronáutica Naval. Se retiró como mecánico de la Gendarmería de Toulouse, siéndole reconocido el grado de coronel en el Ejército del Aire Español. Murió en Toulouse en 2014, con casi 98 años.

 

Bibliografía

Walter Katz. Aviador al servicio de la República. Renato Simoni. (URV,Tarragona 2020)

José Falcó. Piloto de caza. Pierre Challier. (Milenio, 2013)

El Seis Doble. Bravo y los Moscas en la Guerra Civil Española y en la II Guerra Mundial. José M. Bravo y Rafael de Madariaga (Craftair/Agudín, Madrid 2007)

Fuente:

https://www.solymoscas.com/post/el-murcielago-de-sabadell?postId=5f8cbc262c96e600177fc2a6