En España, la leucemia que, desde hace medio siglo, va matando sus genes –fuente de heroísmo y santidad– tiene orígenes diversos, pero, entre ellos, uno trascendental, es la ignorancia y analfabetismo sobre su propia Historia. Si los españoles conocieran su grandeza como columna vertebral de Europa, no habría un solo compatriota vulnerable al complejo de inferioridad o al deseo de renegar de su nacionalidad–salvo que fuera un cretino irrecuperable ¡y ni aun así! Ninguna otra nación ha hecho tanto por Europa. Nosotros dejamos veinte naciones hechas y modernas, el resto de países conquistadores, colonias exprimidas.
Lo he referido, por escrito y de palabra decenas de veces, y lo hago ahora una vez más: El Rector de la “Universidad de Filipinas” –una de las decenas que fundamos en los tres continentes cuando sus suelos eran España…– nos visitó en los años sesenta del pasado siglo, y dejó claramente explicado –respondiendo al entrevistador de la TVE–, la diferencia entre la manera española de civilizar y las del resto. Trataré de resumir al máximo:
“Para que me entienda bien –dijo el Rector–, puntualicémoslo, nosotros nos independizamos hace casi setenta años, en 1898, y los indonesios, hace apenas una docena de años en los años cincuenta…
Pues bien, cuando nosotros cogimos las riendas del poder, todos los dirigentes, abogados, médicos, ingenieros, etc. –o sea– los profesionales titulados universitarios “éramos ‘todos’ nativos filipinos”…
–¿Sabe usted –le pregunta el Rector al entrevistador— cuántos titulados universitarios dejaron los “neerlandeses” en Indonesia, al conseguir esta nueva nación la independencia? ¡Pues entérese usted: “dos estudiantes nativos” que estudiaban en Holanda!
Como ven, una imagen vale por mil palabras. ¿Cuántos españoles recuerdan esta entrevista? Podría “el coletas” tratar de encontrar el original en los archivos de TVE…
Pero, hoy, enorgullezcámonos de la Victoria de LEPANTO porque toca.
Eran tiempos como los de hoy. El Islam estaba a punto de devorar a Europa. Evidentemente la Sinagoga de Satanás es constante en sus objetivos, en sus técnicas, en sus tácticas y se repite pero mejorando cada vez.
En 1571 su derrota tuvo varias causas, una: la colaboración de España y el Vaticano, (con las galeras de Venecia –50%–, maestra en el arte de amasar riquezas); otra: la organización adecuada, sin improvisar y con “genios de la guerra por mar y tierra” al frente, — hombres de verdadera Fe, en Dios y en los valores y leales—. Y, todo eso, lo mismo en Roma, que en Madrid –capital de España desde 1561–
En el año de gracia de 2020, nosotros, al carecer de todo lo anterior, –lo mismo en Roma que en Madrid–, no podemos esperar otro Lepanto.
En 1571 hubo un gran traidor: el rey francés que se unió a los otomanos contra la Liga Santa; en 2020, son traidores a Europa, prácticamente todos menos Austria, Polonia y algún otro que le sigue. Todos a favor del Islam y contra Europa…
Las lecciones que podríamos extraer de la gesta de hace cuatro siglos y medio, son innumerables pero el espacio es limitado. Baste lo dicho, que da para meditar y sacar consecuencias y ¡ojalá! nos ayuden a rectificar el rumbo.
Los que, ahora, trabajamos como escritores, gratis, por libre y voluntariamente somos hombres; tenemos nuestro corazoncito y nos encariñamos con ciertas fechas. Personalmente me siento muy ligado a esta victoria por haberme inspirado siempre y enorgullecido; además, porque San Pío V instituyó –para conmemorarla a lo largo de los siglos–, la fiesta de Nuestra Señora del Rosario (aunque él la llamo “Nuestra Señora de las Victorias”) –patrona de mi mujer y de una de mis hijas—y, para colmo, celebramos el sexagésimo primer aniversario de nuestra boda en el Pilar de Zaragoza. Por lo tanto, ¡Viva Lepanto y don Juan de Austria!