Nuestro asociado, el C.N., r D. Luis Mollá , nos recuerda la tragedia del Castillo de Olite, que costó la vida a 1477 españoles, en su mayoría gallegos. ¡Que Dios los tenga en su Gloria!
La tragedia del Castillo de Olite ( 2)
Mientras los barcos de la Expedición Cartagena cargaban las fuerzas asignadas en diferentes puertos del Mediterráneo, en Palma de Mallorca Moreno se hacía a la mar en su buque de mando “Mar Cantábrico” para estudiar los posibles accesos a Cartagena, encontrando que los tres puntos en los que veía factible un desembarco (Cabo de Palos, Mazarrón y Portmán) habían sido tomados por Precioso, que al frente de la 206 había iniciado la reconquista de la ciudad. Tras comunicar la situación, desde Burgos se dio la orden de abortar la operación y los buques recibieron la de alejarse más allá del alcance de las baterías de costa. Todos menos el “Olite” que, sin radio y ajeno a los últimos acontecimientos seguía acercándose lenta y confiadamente a su hora más amarga.
Frente a Cartagena, el “Olite” amaneció rodeado de bancos de niebla y sin ningún buque a la vista. A bordo, los mandos militares del ET convencieron a Lazaga de que el resto de buques debían estar atracados a los muelles de la ciudad, ya que, siendo ellos los más lentos debían haber sido los últimos en llegar. A la entrada al puerto, desde la batería de Aguilones el viento trajo los típicos cantos militares franquistas. Ayudado por unos prismáticos, Lazaga vio que los soldados ondeaban banderas nacionales. Daba la sensación de que efectivamente Cartagena había caído y, desoyendo las instrucciones de Moreno de no entrar sin órdenes concretas, mandó enfilar el puerto.
Para acceder a Cartagena desde la mar hay que dejar unas altas peñas a cada lado, a estribor la mencionada de Aguilones, y a babor la de la Parajola, dotada igualmente con cuatro potentes baterías Vickers de 6 pulgadas. En realidad, y para desgracia del “Olite”, a esas alturas la 206 había recuperado la ciudad prácticamente al completo, incluyendo la batería de la Parajola, pero no la de Aguilones, que estaba a punto de caer cuando sus soldados vieron aparecer al “Olite”, saludándolo con entusiasmo pensando que se trataba de la punta de lanza de la ayuda que venía en su socorro. Con el buque enfilando la entrada a la ciudad, un hidroavión Heinkel 60 apareció en vuelo rasante, alabeando al sobrevolarles. Su aparición fue jaleada con vítores mientras los soldados en cubierta arrojaban al aire sus gorras en señal de júbilo. En realidad, el piloto se estaba jugando la vida para advertirles de que se estaban metiendo en la boca del lobo.
La batería de la Parajola se había sublevado con Barrionuevo igual que el resto de la ciudad, pero el capitán Cristóbal Guirao, a las órdenes de Precioso, la acababa de reconquistar para la República. Cuando vio surgir al “Olite” de entre los campos de niebla, Guirao dio orden a Antonio Martínez Pallarés, capitán al mando de la batería, de disparar sobre el transporte de tropas. Pallarés dudó; la guerra estaba a punto de terminar y sabía que con esa orden de fuego terminaría ante un pelotón de fusilamiento. Por otra parte, era consciente de que el “Olite” estaba a punto de rebasar el límite del ángulo de tiro de la batería, de manera que remoloneó hasta que el telemetrista cantó que el barco estaba fuera de límites, lo que aumentó la ira de Guirao.
El capitán de artillería José Virgili era murciano y conocía la ciudad, de modo subió al puente para ver la entrada del barco a puerto. Fue quien reconoció banderas republicanas en el gobierno militar y el hospital naval, gritando que era una trampa. Justo entonces recibieron fuego de los cañones de bajo calibre de la batería de San Leandro, junto a la Curra, momento en que Lazaga ordenó virar urgentemente para salir a mar abierto, volviendo a meter inconscientemente al barco dentro de los límites de tiro de la Parajola. Allí Guirao gritó varias veces a Pallarés que disparara hasta que, viendo sus dudas, desenfundó su arma y la apoyó en la frente del jefe de la batería, ordenándole abrir fuego con una orden que ha quedado para los anales: “Capitán, los honores son suyos, pero la responsabilidad es mía; si no dispara usted, lo haré yo…”. Y Antonio Martínez Pallarés dio la orden de fuego.
El primer proyectil quedó largo, pero el segundo penetró en la bodega donde iban almacenadas las municiones; el barco reventó por dentro y se hundió en pocos minutos. A bordo se vivieron escenas de pánico. La explosión causó muchos muertos y lanzó docenas de soldados al mar, con excepción de los que viajaban en las bodegas, pues dado lo estrecho de la abertura de acceso sólo unos pocos pudieron abandonarlas. En aquella época la mayoría de los hombres no sabían nadar y muchos de ellos, con los miembros quebrados por la explosión, no podían mantenerse a flote. Con el barco hundido a 20 metros de profundidad los palos sobresalían espectralmente del agua y algunos desgraciados se agarraban a ellos como tabla de salvación, sin embargo, conforme el buque se iba asentando en el fango la longitud del palo menguaba proporcionalmente. En la lucha por la supervivencia se escucharon algunos disparos. El saldo final fue de 1.477 hombres muertos, la mayoría ahogados en las bodegas, 342 heridos y 293 supervivientes que fueron hechos prisioneros y concentrados en la localidad vecina de Fuente Álamo…
Continuará
Fotos
1.- Foto icónica del palo del buque señalando la tumba de 1477 soldados.
2.- Batería de la Parajola durante un ejercicio de tiro.
3.- Derrota del Olite en sus últimos instantes. Incluye el avión Heinkel 60 con el que los Alféreces de navío Cordón y Puigmoltó trataron de avisar al barco de que se metían en la boca del lobo. Del libro de Luis Miguel Pérez Adán “El hundimiento del Castillo de Olite”
4.- José Virgili murió recientemente a la edad de 103 años. Sobrevivió gracias a la ayuda de los pescadores de Escombreras, que esa noche trabajaron a destajo salvando muchas vidas.