En el marco del Programa de Actualization de Asociados, AEME PAA 1S 25, se publica este trabajo de nuestro asociado Luis Palacios Zuasti, General de Division, r y Doctor en Comunicación.
LA TERCERA GUERRA CARLISTA (1872-1876)
Dentro del antagonismo armado entre la corriente absolutista y el liberalismo que, a partir de la muerte de Fernando VII y hasta 1876, presidió tristemente la historia de España, como último episodio del mismo, nos encontramos con la última guerra carlista, la tercera.
En ella se enfrentaron los partidarios de Carlos de Borbón, duque de Madrid, pretendiente al trono de España como Carlos V, contra los gobiernos de Amadeo I, de la I República y de Alfonso XII.
Se desarrolló, principalmente, en Vascongadas y Navarra, donde combatieron unidades carlistas, fundamentalmente de infantería ligera, con el apoyo de artillería en la maniobra y en el sitio de ciudades. También, se alzaron partidas en Andalucía, Aragón y el Maestrazgo mientras, en Cataluña, tuvieron lugar encuentros armados de menor importancia.
Causas
La Revolución de 1868, “La Gloriosa”, trajo la abdicación de Isabel II y el derrocamiento de los Borbones. Se instauró un régimen democrático (constitución de 1869), con carácter monárquico que, tras muchas dificultades, eligió Rey a Amadeo I de Saboya (2 de enero de 1871).
Para los carlistas, la ocasión era inmejorable, con perspectivas halagüeñas de regresar a la política española.
La revolución orientó hacia el carlismo a muchos moderados, que apreciaban una opción contra el anticlericalismo imperante y una oportunidad para la acción. En gran número se acercaron al partido carlista que, en 1871, se constituyó como tercera fuerza parlamentaria.
La abdicación del Rey carlista Juan III (octubre de 1868), hijo de Carlos V, en su hijo Carlos VII, fortaleció a la causa, en baja desde la muerte (Triestre, enero de 1861) de Carlos VI Conde de Montemolín. Se superaba el caudillaje de Juan III, poco apreciado por su conducta y opiniones librepensadoras.
“Aparecía de pronto Carlos VII. El nuevo rey era muy distinto de su abuelo, el primer pretendiente de la corona. Joven animoso, rodeado no sólo de militares, sino de universitarios, con formación intelectual él mismo, dio al carlismo lo que hasta entonces le había faltado: una proclamación ideológica formal, un cuerpo de doctrina estructurado. Su pensamiento surge, no como una regresión al espíritu del Antiguo Régimen, sino como la adecuación de la tradición española al tiempo contemporáneo.”(1)
1872. Levantamiento precipitado y fallido
Tras el supuesto fraude electoral del 3 de abril, denunciado por los carlistas, el 14 de abril, en Ginebra, se produce la Proclama del pretendiente, llamando a la lucha e inicio de la guerra. Dorregaray se alzaba en Valencia y el coronel Ferrer en el Maestrazgo, además de algunas partidas en Aragón, Cataluña, Vascongadas y Navarra.
Nombrado el general Diaz de Rada comandante general en Vascongadas y Navarra, no logró la coordinación y el control de las tropas y la tentativa inicial resultó un fracaso.
Carlos VII cruzó la frontera, resultando su presencia una rémora para los voluntarios, ya que su dedicación al Rey, en tareas logísticas, de seguridad, protocolo, etc., les distrajo y desvió de sus acciones para la campaña.
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EL Ejército liberal, al mando del general Serrano, bien organizado, bajo expertos y leales generales, marchó con decisión a sofocar la insurrección. El general Moriones buscó el contacto, sorprendiendo al enemigo, mal dispuesto en torno a su rey y débilmente organizado tácticamente. en Oroquieta, aldea navarra de Basaburua y próxima al puerto de Velate,
La sorpresa fue enorme y el desorden formidable. El pretendiente se vio inmerso en un encuentro imprevisto y casi cae prisionero, escapando a Francia, desde donde no regresaría hasta un año después. Dejó a 700 voluntarios prisioneros, sin armamento ni formación alguna, además de 38 muertos.
La insurrección de Vascongadas y Navarra, terminó virtualmente tras la firma, el 24 de mayo, del Convenio de Amorebieta, entre Serrano y los líderes carlistas de Vizcaya. Se indultaba a cuantos se habían levantado en armas, declarándoles exentos de responsabilidad. Los oficiales podrían reingresar en el ejército español con el empleo que disfrutaban.
El Acuerdo, rechazado por las Cortes, obligó a dimitir a Serrano, presidente del gobierno de Amadeo. Por su parte, el pretendiente consideró traidores a los firmantes carlistas.La aventura, mal concebida y ejecutada frustró los esfuerzos e ilusiones que la habían precedido.
Pero, el espíritu del carlismo seguía ahí y pocos meses después volvería a surgir con energía.
Amorebieta solo fue una tregua, al continuar su actividad algunas partidas sobre las tropas de Amadeo I. Por otra parte, los carlistas consiguieron éxitos en Cataluña, que levantaron el ánimo en el ámbito del carlismo.
El pretendiente, tras cesar a la mayoría de los jefes militares, fijó el 18 de diciembre para una nueva sublevación. La convocatoria resultó muy fructífera y promovió la organización de unidades; así el ejército de D. Carlos empezó a adquirir organización y eficacia.
El levantamiento se produce, con resultado incierto, manteniendo la resistencia sólo algunos focos en Cataluña. Como protagonista figura el brigadier Nicolas Ollo. Nombrado comandante general de Navarra, el 21 de diciembre de 1872, pasó la frontera, desde Francia, al frente de 27 hombres; un año después contaba con un ejército de 10.000 voluntarios, encuadrados y organizados en batallones. Para muchos era como una reencarnación de Zumalacárregui.
1873. Año prometedor para las armas carlistas.
Con el abandono de Amadeo, el 11 de febrero de 1873 se proclamó la primera República, dominada por su corriente federalista y libertaria.
Se iniciaron acciones, al mando del comandante general Antonio Lizarraga, en Guipúzcoa, escenario donde también actuaba un singular personaje Manuel Santa Cruz, sacerdote que, como guerrillero, actuó al frente de su partida luchando con bravura por la Causa.
Lizarraga, meticuloso y prudente, dada la indisciplina de Santa Cruz, le declaró rebelde, apresándolo en Vera de Bidasoa, desde donde huyó para sublevar a las tropas, que rechazaron tal actitud.
Los conflictos en el ámbito nacional eran enormes. La declaración de las Cortes, definiendo a España como país federal, hace estallar gran número de insurrecciones cantonalistas. Éste fenómeno se unió al conflicto carlista y ambos a la guerra de Cuba de los “Diez Años” (1968-1978). Con ello, una España exhausta solventaba tres guerras civiles simultáneamente…
Por la extremada debilidad del gobierno, el carlismo de vio favorecido en sus pretensiones políticas
El pretendiente, después de triunfos en Navarra (victoria de Eraul, el 5 de mayo de 1873, y éxito en Beramendi), decidió designar una localidad como capital y residencia real, sede del EM y centro político.
Mientras, Carlos VII regresaba por Zugarramurdi, el 16 de julio. Durante el verano continuó el avance de sus partidarios con la toma de Elgoibar, Mondragón, Vergara, Oñate, Azpeitia, Deva, Eibar, Motrico… El entusiasmo hacia el pretendiente era palpable.
Por su situación y características del terreno para la defensa, se eligió para la capitalidad Estella (Navarra), siendo ocupada el 24 de agosto, tras la decidida resistencia de su escasa guarnición, al mando del teniente coronel Sanz. En ella se instaló la corte, el EM, al mando del general Joaquín Elío y el embrión de gobierno y administración.
Sin éxito, los republicanos trataron de recuperarla, con acciones fallidas en Dicastillo, el 25 de agosto, y Santa Bárbara de Mañeru, el 6 de octubre, al mando de Moriones. Éste, después intentó entrar en Estella, procedente de Logroño, en una de las más memorables batallas de esta guerra.
Se enfrentaron 17.000 soldados republicanos y unos 9.000 voluntarios carlistas, bien desplegados éstos en las estribaciones de las alturas de Montejurra y Monjadín, sobre Azqueta, paso obligado hacia la ciudad; maniobraron con habilidad, obligando al enemigo a retirarse precipitadamente. La batalla duró tres días, 7, 8, y 9 de noviembre, de aquel prometedor 1973, que parecía traer el ocaso de la República.
Finalizando el año, la mayor parte de Vascongadas y Navarra, salvo las capitales provinciales, acataba a D. Carlos, el cual estableció las bases de un estado legítimo, iniciado por el proceso de creación de un Ejército regular, que en ese momento alcanzaba unos efectivos de 24.000 hombres.
1874. Resolutivo: Bilbao, Abárzuza y Sagunto
El 3 de enero, el general Pavía, capitán general de Madrid, ante la pérdida del voto de confianza del Gobierno y el caos imperante, desalojó a los diputados del Parlamento, por la fuerza, para evitar que el poder pasase a los extremistas. Ello supuso la práctica liquidación de la República federal y la asunción interina del gobierno por parte de Serrano
Siempre estuvo presente, en el ánimo de los dirigentes carlistas, la idea de ocupar Bilbao, para conseguir el reconocimiento internacional de beligerancia, aunque contra de la opinión de Ollo, como había ocurrido con Zumalacárregui en la primera guerra.
Después de diversas acciones, donde destaca la caída de Portugalete, el sitio de la villa por los carlistas quedo conformado en febrero, con el éxito de Somorrostro, donde la infantería carlista demostró una excelente capacidad de maniobra y gran valor, se evidenció la valía de Ollo. Fueron 600 las bajas carlistas y 2.000 en el campo gubernamental.
La derrota causó sensación y alarma en toda España, nombrándose general en jefe del Ejército del Norte a Francisco Serrano, duque de la Torre, que llamó a sus órdenes al teniente general Manuel Gutiérrez de la Concha. Éste, pese a su edad, asumió ocupar aquel puesto de mayor riesgo y fatiga; era ya sexagenario y en posesión de ocho cruces de San Fernando.
Durante la posterior reacción gubernamental sobre Bilbao, en la que se dio la batalla de San Pedro de Abanto, el 29 de marzo, murieron el general Ollo, vencedor de Moriones, y el general Rada, víctimas de un disparo de artillería, lo que quebrantó la moral del ejército carlista. Se repetía la tragedia de Zumalacárregui: ni en 1835, ni en 1874, Bilbao pudo ser conquistado.
El duque de la Torre volvió a Madrid, dejando a Gutiérrez de la Concha al mando del Tercer Cuerpo de Ejército del Norte, reforzado con la incorporación de 15.000 hombres, lográndose el levantamiento del sitio.
Su nombramiento coincidió con el del carlista Dorregaray. Ambos se enfrentaron los días 25,26 y 27 de junio, en el entorno de Abárzuza, en disputa por Estella.
En las alturas que, por el norte, dominan la ciudad, en una línea de posiciones organizadas sobre Grocin, Murugarren, Monte Muru y Eraul, los carlistas cerraron, con empuje y eficacia, el acceso de los republicanos. Se libró una batalla, que pudo ser resolutiva para el resultado final de la guerra.
Dorregaray, en inferioridad numérica, desplegó acertadamente sus batallones, teniendo lugar duros combates, en condiciones meteorológicas difíciles. El 27 de junio, debido a la indecisa situación, Concha acudió a Monte Muru, pequeña altura que domina el camino hacia Estella desde Andía, para, ante la debilidad de un batallón por la presión carlista, impulsar la acción con su presencia. Bajo el fuego, ascendió el teniente general entre sus soldados hacia las trincheras enemigas, recibiendo un disparo en el pecho. Allí ganó su novena Cruz de San Fernando.
Evacuado a Abárzuza, murió a las pocas horas, en la casona de la familia Munarriz (2), donde había estado alojado antes de la batalla.
La muerte del teniente general, sustituido por el general Echagüe, supuso la victoria carlista, que llevó la alarma a Madrid. En cambio, Dorregaray no supo explotar el éxito ante el desconcierto en las filas liberales, dejando perder una magnífica ocasión para el tradicionalismo
El 18 de julio, D. Carlos, en un intento por atraerse a otros sectores de la sociedad española, publicó el Manifiesto de Morentín, en el que anunciaba cierta “flexibilidad “en materia política y religiosa. Constituyó un documento contemporizador en el que Carlos VII, ante el vacío de poder, se presenta como un rey que transige con el liberalismo.
Los carlistas tuvieron una gran actividad este verano, en Cataluña y el Maestrazgo, logrando, durante dos días, la fugaz ocupación, con el consiguiente saqueo, de .la ciudad de Cuenca, el 15 de julio. Las fuerzas dependían de Alfonso Carlos de Borbón, hermano de Carlos VII, que ejerció el mando en Cataluña, el Maestrazgo y Valencia, logrando varias victorias y consiguiendo el afianzamiento de parte del territorio.
El 31 de diciembre, ignorando otros planes políticos, se proclamó, en Sagunto, como rey a Alfonso XII, por el general Martínez Campos, en presencia de dos batallones de la brigada Daban. El hecho supuso el fin del régimen provisional, la Restauración de los borbones y la entrada en el gobierno de Cánovas.
Ello fue bien acogido por la burguesía, casi toda la aristocracia y gran parte del clero. Ante esta realidad poco podían hacer las minorías carlistas implantadas en Vasconia y Cataluña, sin el menor apoyo internacional.
1875. Año de descomposición.
El carlismo tuvo una última oportunidad, brindada, a sus 17 años, por el nuevo rey liberal, Alfonso XII, que marchó con premura a la zona de operaciones de Navarra. Cerca de Lacar, el 3 de febrero, al norte de Estella, las tropas inspeccionadas por el rey se vieron atacadas por los carlistas de Mendiri, nuevo general jefe, que a punto estuvieron de copar al monarca. La captura del joven monarca hubiera tenido incalculables consecuencias, acaso el fin de la guerra y un cambio de dinastía en España.
Los carlistas cantaban la siguiente copla, mezcla de tristeza y nostalgia: “En Lacar chiquillo/te viste en un tris,/ si don Carlos te da con la bota,/como una pelota te manda a París”.
Después de Lacar, se reanudó la campaña del norte, al mando del general Quesada, con mejores auspicios y garantías, así como señalados éxitos. En el ámbito carlista se extendió el desánimo; muchos estaban cansados de tan larga guerra, a la que, como ocurrió al final de la primera, no se veía beneficio alguno, ni final posible a través de las armas.
La lucha en Aragón y Levante se fue apagando tras la toma de Cantavieja (Teruel) por los alfonsinos, mientras la capitulación de Seo de Urgel a Martínez Campos, semanas más tarde, borró la esperanza en la victoria carlista en Cataluña.
Acontecimiento importante resultó el reconocimiento que, el 11 de marzo, hizo de Alfonso XII el caudillo carlista de la primera guerra, el venerado general Ramón Cabrera. Su actitud influyó negativamente en los voluntarios y en la población adicta a la causa carlista y fue un signo, inequívoco, de su descomposición en el plano político.
1876. Final
El avance liberal continuó y fueron cayendo Oteiza (30 de enero) y, a lo largo de febrero, el valle de Baztán, el fuerte de Montejurra y Estella, por tropas al mando de Fernando Primo de Rivera, nombrado Marqués de Estella. Por fin, el 28 de febrero Carlos VII, repasó la frontera, por Peña Plata, despidiéndose con aquel “Volveré”, que emocionó a quienes lo escucharon y tantas esperanzas despertó, a lo largo del tiempo, entre los carlistas.
Éstos cantaron desde entonces: “Me voy hacia Peña Plata/porque de allí ha de venir/el Rey por quién los carlistas/debemos de combatir”.
Esbozo de la organización del “Estado” carlista.
D. Carlos trató desde el principio ejercer las funciones de soberanía, en el espacio dominado, fundamentalmente en Vascongadas y Navarra. Para ello, creó ministerios (guerra, estado, gracia y justicia e interior). Se atendió especialmente a la enseñanza, con colegios e institutos en Orduña, Oñate y Tolosa y la Real y Pontificia Universidad de Oñate.
Se restablecieron los juzgados de instrucción creándose, como en la primera guerra, el Tribunal Superior vasco-navarro. Se redactó un Código penal que llegó a funcionar desde mediados de 1875.
El nervio de la organización política y administrativa eran las Diputaciones de las Provincias y Navarra, que secundaban con sus medios, iniciativas y poderosa influencia, la acción militar.
Las aduanas se establecieron en la frontera y en puntos sensibles del dominio carlista. Representaban una segura fuente de ingresos al tesoro.
Los ferrocarriles tampoco se descuidaron, manteniéndose la comunicación con Francia desde Madrid y logrando la circulación en Guipúzcoa, iniciada 1 de mayo de 1875, por Vergara, Villareal, Tolosa, Oyarzun, Behovia. Asimismo, el telégrafo funcionó regularmente, manteniéndose las líneas y el servicio.
La prensa oficial se organizó y mantuvo, con eficacia. Existió un órgano oficial del gobierno carlista “El Cuartel Real”.
Consecuencias del final de la guerra.
La victoria gubernamental, además de acabar con una guerra fratricida larga y, en ocasiones, muy cruel, dio legitimidad al gobierno de la Restauración y zanjó la cuestión dinástica.
Se intentó asimilar al bando perdedor, no produciendo agravios e intentando incorporar al carlismo político dentro del juego político. Por otra parte, se respetaron los empleos y recompensas obtenidos por los perdedores, sin agravios al vencido.
El final de la guerra supuso, para Vascongadas y Navarra, la desaparición de parte de los fueros. No obstante, el gobierno de Cánovas pactó el primer acuerdo vasco, que daba libertad económica a la región y la facultad de recaudar impuestos.
La opinión del vizcaíno Fernando García de Cortázar, catedrático de Historia Contemporánea, en la Universidad de Deusto, especializado en temas vascongados, puede dar cierta luz en este, siempre controvertido, final del carlismo
“Como remate de la carlistada, Cánovas daría el golpe de gracia a los fueros, avanzando en la unidad nacional y poniendo en práctica su idea de que el orden social pasaba por la unidad de códigos y la igualdad jurídica de los españoles. Pese a las críticas de los nostálgicos, la muerte del régimen foral arrancaría el aplauso de la burguesía, que supo explotar el interés negociador del gobierno y logró conciliar la derogación de la ley vieja con el mantenimiento de ventajosas prerrogativas de orden fiscal. Con los Conciertos Económicos la burguesía vasca no tardaría en conformar su capacidad de liderazgo en la carrera industrial de España”.
Luis Palacios Zuasti
General de División (r). Doctor en Comunicación