Interesante recuerdo de nuestra reciente historia que publica el diario digital LA CRITICA, colaborador de AEME.
La inmigración es uno de los problemas que padece nuestro modelo de sociedad. Al fenómeno inmigratorio se debe la mayor parte de los delitos, bajada salarial y falta de empleo que padecemos. Las autoridades deben ponerse manos a la obra para legislar de forma que se pueda parar ese flujo migratorio, controlar de manera más efectiva nuestras fronteras, proceder a la detención de todo aquel inmigrante que se encuentre en nuestra tierra de manera ilegal o sin permiso de trabajo, (lo que implica que viene aquí a delinquir), proceder a su internamiento en centros de detención y a continuación proceder a su expulsión, escoltado o no, al territorio del que proceda.
Al inmigrante es fácil reconocerlo por su color de piel oscura, rudeza, falta de educación y respeto a nuestras costumbres, difícil de integrar por no querer aprender nuestra lengua y seguir anclado en sus atavismos ancestrales.
Pensarán que es el discurso de algún partido de ultraderechas actual de cualquier país europeo, ¿no? ¿España, Hungría, Alemania, Gran Bretaña tal vez? Pues no: estamos hablando de la Cataluña de postguerra, qué opinión tenían de la inmigración española, especialmente la andaluza y extremeña y de cómo la oligarquía catalana consiguió del franquismo que se llevaran a cabo controles “fronterizos” de esa inmigración, proceder a la detención de los “sin papeles” de aquella época e internarlos en centros de detención de ilegales para, una vez reunido en número suficiente, organizar el pertinente convoy para ser expulsados, sin miramientos, a su región de origen
La importancia innegable de la industria catalana siglos XIX y XX
No vamos a analizar los motivos que llevaron a Cataluña a necesitar mano de obra barata a partir del siglo XIX, cuando surgió la revolución industrial en esa zona debido, entre otros inventos, a los motores de vapor en todas sus variedades, entre ellos los que hacían funcionar las máquinas textiles de las muchas colonias fabriles que se extendieron a lo largo del río Llobregat. Además, quiero mencionar como posible causa de esta diferencia en el crecimiento económico, a la costumbre que se generalizó en toda Cataluña desde la época medieval especialmente a partir del siglo XVIII, distinta del resto de España, de cómo se repartía la herencia familiar. La fortuna familiar en casi su totalidad excepto la legítima, iba a parar a un único descendiente: el hereu que solía ser el primogénito varón, o la pubilla si era mujer y no había varones. El hereu podía, además, casarse con una pubilla, uniendo así sus patrimonios que pasaban a convertirse en verdaderas industrias agrícolas. A este fenómeno hay que añadir algunas cláusulas que se añadían y que mejoraban aún más la forma social en que se desarrolló Cataluña: el hereu estaba obligado, no solo a cuidar de los padres hasta su muerte, sino a facilitar, con su patrimonio, la colocación de sus hermanos. Estos hijos segundones, desprovistos del capital que recibía el hereu, podían cursar estudios pagados por los padres como compensación, o bien aprender un oficio, o simplemente tratar de conseguir un patrimonio por su cuenta, una especie de “apáñatelas como puedas”. Un ejemplo de esto último fue la cantidad de catalanes que fueron a América en busca de fortuna y que terminaron convirtiéndose en los famosos indianos. Éstos, una vez amasado un buen capital con la explotación de aquellas tierras incluso con el uso del esclavismo a lo que no eran ajenos los otros terratenientes de otros países, regresaban a Cataluña invirtiendo y creando nuevas empresas para demostrar al resto de su familia que también tenían capacidad de crear un patrimonio tan importante o más que el del hereu. Esta forma de mantener intactas las propiedades
familiares e incluso de ir haciéndolas cada vez mas poderosas, se viene practicando en Cataluña desde la época medieval. A su vez el hecho de no dar proteccionismo a los hijos segundones dándoles estudios o aprendiendo oficios o simplemente lanzándose a la aventura, creó un espíritu emprendedor que se da en sociedades mal llamadas liberales, que no se dio en otros usos más proteccionistas y tendentes al minifundismo.
Se necesita mano de obra: causas
La progresiva pujanza de la industria catalana y la consecuente necesidad de mano de obra barata se produce con la sucesión de varios fenómenos coincidentes en la misma época: la ya mencionada revolución industrial; la Primera Guerra Mundial, donde Europa necesitaba productos que Cataluña podía producir, el llamado Arancel Cambó que impuso el catalanista Cambó cuando formaba parte del Gobierno español en 1922, mediante el cual se protegía la industria catalana al imponer un arancel a cualquier producto que procediera del extranjero que compitiera con los catalanes, lo que hizo crecer aún más la industria catalana sin competencia extranjera, y secundariamente las obras del Metro y de la Exposición Universal entre 1900 y 1930. La primera gran oleada de andaluces se produce entre 1916 y 1920 con la llegada de unos 70.000 almerienses por la crisis de las vides y la minería. A ellos se les achaca todo tipo de problemas sociales, como la delincuencia y la inmoralidad.
Segunda República y postguerra
La postguerra no fue ajena al fenómeno. Tampoco lo fueron los privilegios que tuvo la oligarquía catalana durante el franquismo. Durante toda la época de la Segunda República, la burguesía catalana vio amenazados sus privilegios y fortunas debido a los movimientos sociales antiburgueses y la injerencia cada vez más amenazante de las organizaciones sindicales especialmente a partir de las elecciones de 1936, donde definitivamente se declaraba la guerra a la “República Burguesa”, es decir a aquellas organizaciones de todo tipo, políticas, sociales, culturales o empresariales no afines al Frente Popular. El triunfo del franquismo fue un alivio para la burguesía que esperaba del Nuevo Estado el restablecimiento de la estabilidad que favoreciese sus actividades económicas, como así fue. Los ministros franquistas pudieron haber favorecido la creación de otros polos industriales distintos a Cataluña o País Vasco. Hubo otras opciones como Málaga, pero se optó por un continuismo debido a que la inversión se dirigía mas fácilmente hacia infraestructuras ya existentes. Un ejemplo fue que la SEAT y su enorme demanda de mano de obra se instaló en Cataluña. El Gobierno franquista pretendía así desbaratar las posibles reivindicaciones independentistas creando una empresa nacional de la que dependía el progreso de la región. SEAT trajo, además, la creación de empresas secundarias de servicios que la complementaban. Ese restablecimiento de la demanda de mano de obra trajo como consecuencia una inmigración masiva desde territorios menos favorecidos. En Andalucía y Extremadura gran parte de los trabajadores agrícolas eran jornaleros. Los terratenientes de los enormes cortijos tenían empleadas a familias enteras cuyos jornales se pagaban muy poco en metálico y sí mucho en especies: cereales, legumbres sobre todo. Las familias necesitaban el jornal hasta de sus hijos menores para poder sobrevivir, por lo que no tenían ni posibilidad de darles una educación básica. Malvivían a veces en estancias comunes con otras familias. Y en esas condiciones, la llamada de una Cataluña, donde mal que bien podían tener un sueldo para administrar, era muy poderosa. Las estaciones de autobuses y trenes se atestaban a diario de labriegos analfabetos y sus maletas liadas con cuerdas. Destino: Barcelona.
La inmigración incómoda
La oferta de mano de obra empezó a ser muy superior a la demanda. Y ahí empezaron los problemas. Al inmigrante, igual que hoy, se le empezó a asociar con todos los males que padecían los catalanes y muy especialmente la oligarquía: la competencia hacía que bajaran los salarios, la demanda de vivienda aumentaba su precio, la delincuencia era achacada a la inmigración y el desprecio por “esa clase morena y bajita, ruda y maleducada venida del sur” (literal) fue en aumento. El obispo Gregorio Modrego escribía en una carta pastoral en 1950 «Lo que más nos duele (…) es que el número excesivo de esos inmigrados da lugar, en gran parte, a la inmoralidad en nuestras urbes».
Empezaron a aparecer pintadas con el texto “Xarnegos fora” (lo que no es exacto puesto que xarnego, en puro lenguaje racista, es el hijo de catalán y español) o “Aquí termina Cataluña” con mapas explicando que donde se asentaban los andaluces ya no era Cataluña. Un caso extremo de racismo fue la publicación en el periódico Solidaridad Nacional calificando de trogloditas a esa población, justificando el calificativo con “son verdaderos trogloditas porque provienen de cuevas habilitadas como viviendas de las provincias de Granada, Jaén o Murcia”.
Para paliar las carencias de viviendas propias, que no podían comprar, los inmigrantes comenzaron a construirlas con la ayuda de sus convencinos. Eran construcciones muy sencillas donde el objetivo era levantar los muros externos y cubrir techo, todo en una sola noche. Con la cobertura del techo evitaban, por Ley, que la vivienda pudiera ser derribada o se le detuviera la obra o se les expulsara de la casa. Pero no había ni sujeción a ningún plan parcial, ni servicio de alcantarillado, ni norma alguna a la que se sometiera el ocupante. Así surgió el caos urbanístico de todo el perímetro de Barcelona: Santa Coloma y Badalona muy especialmente, pero también Hospitalet, Cornellá, El Prat, San Adrián, Rubí etc., etc., e incluso dentro de Barcelona como el Monte Carmelo, sin parcelar y con terreno a disposición de quien lo ocupara.
Barriada de La Salut (Badalona)
Los catalanes cada vez se mostraban más incómodos con la situación y empezaron a presionar a los Gobiernos Civiles para poner coto a la situación. Por fin en 1952 el Gobernador Felipe Acedo cursa una circular dirigida a todos los ayuntamientos de más de 15.000 habitantes «a fin de que se proceda a evitar el asentamiento de todas aquellas personas que lleguen a una ciudad y no posean una vivienda legalizada y permiso de trabajo».
Y la represión
Para ello se pone en marcha todo un dispositivo llevado a cabo por agentes de la Policía Armada que controlarán todas las estaciones de autobuses, trenes o puertos donde llegan transportes, especialmente con procedencia del sur de España, exigiendo la documentación oportuna o salvoconducto que le permita la entrada a Cataluña o sus ciudades. La situación irregular de cualquiera de ellas puede dar lugar a su deportación al lugar de origen o incluso su detención y derribo inmediato de sus barracas o casas “no legalizadas”.
La Policía podía subir en otras ciudades, como Zaragoza y Valencia, para efectuar los controles de inmigrantes, dando lugar a escenas de huida de los agentes como tirarse del tren en marcha o esconderse en trenes de mercancías. En Barcelona, antes de llegar a la estación de Francia, final de trayecto y lugar de control, los inmigrantes tiraban sus maletas por las ventanillas y huían bajándose del tren en marcha a través de los terrenos baldíos de Pueblo Nuevo o el Bogatell. La consecuencia fue el nacimiento de poblados chabolistas en esa zona ocupados por esos inmigrantes que, desesperados en su huida, construían su chabola para protegerse de los elementos, Así nacieron, entre otros poblados, el del Campo de La Bota o el Somorrostro.
Otros no tuvieron tanta suerte y acababan siendo detenidos y con orden de ser deportados. Pero la llegada era cada vez más masiva y no se podía echar uno a uno a todo el “ilegal” que no tenía medios para su vuelta a casa. Había que encontrar una solución. Y la solución fue de auténtica vergüenza: familias enteras, hombres, mujeres y niños, eran trasladados a lo que fue un auténtico Centro de… ¿detención? ¿Concentración? En Montjuic, y dentro de su Feria de Muestras, había un pabellón enorme que durante la época del terror del Frente Popular había servido de checa: el Pabellón de las Misiones. Ahí se creo ese Centro (de lo que eufemísticamente se le quiera llamar) del inmigrante ilegal. Llegado el momento y cuando se podía llenar un tren, se organizaba el correspondiente convoy, con su escolta policial correspondiente y se procedía a la deportación a su lugar de origen al inmigrante molesto. Según datos fidedignos, se expulsaron así a no menos de 15.000 ilegales entre 1952 y 1957.
Pabellón de las Misiones (Montjuic).
Un racismo no reconocido
Quiero terminar con unas insignes frases racistas plasmadas por escrito. Una de un tal Vandellós, demógrafo catalán, que escribía en 1935 (plena Segunda República) su preocupación por los resultados dudosos de «un mestizaje que se pudiera dar al mezclar una raza bien conservada y alimentada como la catalana y otra como la de un murciano o almeriense que presenta una evidente depauperación física»
Y otra de un no menos insigne político, mas conocido por su racismo feroz y su afán a la rapiña, pero que, curiosamente es muy admirado en Cataluña, Sr. Jordi Pujol i Soley. Dice así este señor:
«El hombre andaluz no es un hombre coherente. Es un hombre anárquico. Es un hombre destruido. Es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. De entrada, constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes. Es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña».
Jordi Pujol y Soley
Todo pensamiento así escrito y, sobre todo, tan repetido en otras publicaciones, no es una excepción no compartida. Es un racismo o, en su versión más caritativa, un supremacismo que nunca ha querido reconocer la sociedad catalana Tiene base y cimientos muy profundos especialmente entre los catalanoparlantes tradicionales que finalmente terminan por aflorar. Es un lamentable signo de una enfermedad que como creo que decía Azaña «no se puede curar pero que hay que saber conllevar».
Pepe Ordóñez