EN EL ANIVERSARIO DE SU MUERTE
Miguel de Cervantes Saavedra, el manco de Lepanto
Todo juicio sobre el manco genial es temerario, pero casi nadie puede resistirse. A lo mejor es ironía que para acercarnos a Miguel de Cervantes, al inventor de la novela tengamos que escribir otra, la de su vida. Los eruditos le han seguido la pista encajando breves apuntes encontrados en interminables legajos. En realidad ni siquiera era manco, el arcabuzazo de Lepanto no consiguió arrancarle la mano izquierda, aunque la inutilizara para siempre. En la misma jornada, ésa que él creía que recordarían tantos siglos, fue herido también en el pecho. Miguel nunca tuvo suerte.
De niño ya se recorrió media España, huyendo su padre, el cirujano, de las deudas y los fracasos, porque la mala fortuna cervantina parece que era hereditaria. Con veinte años, y nada más imprimir sus primeras letras, cruzó la espada con quien no debía, y aunque salió victorioso del duelo tuvo que escapar de la justicia. Al menos esta vez -y sólo ésta-, la fuga sí resultó un éxito.
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