La disuasión económica en la política exterior del Presidente Trump. Embajador Núñez Garcia Sauco

AEME I CICLO 2025.  IMPACTO MUNDIAL DEL RETORNO DE TRUMP

 

La disuasión económica en la política exterior del Presidente Trump

 

Comencemos por la etimología del término disuasión, proveniente del latín (disuadere), y su concepto: acto o efecto, según la Real Academia, de inducir o mover a alguien a cambiar de opinión o a desistir de un propósito. En ambos casos, como acción o efecto, aparecen, del lado activo, la voluntad de lograr algo de alguien, y del pasivo, la actitud a acceder u oponerse a ello. La disuasión puede constituir un acto aislado o configurarse como estrategia: proceso articulado de actuaciones orientadas a que un tercero se acomode a nuestra voluntad.

En el sustrato de la disuasión subyacen, pues, tanto componentes psicológicos como elementos racionales. Respecto de los primeros, junto a la valoración mutua y reciproca de las intenciones, están la voluntad de incitar y persuadir y la mayor o menor disposición para acatar o rechazar. Los elementos racionales son evidentes en la credibilidad que debe acompañar a toda disuasión y en el papel del cálculo recíproco de maximización y minimización de ganancias y pérdidas.

La disuasión presenta dos objetivos, uno inherente: mover la voluntad de un tercero, y otro externo: proteger un valor o interés a través del efecto disuasorio.
Objetivos y medios están estrechamente vinculados: el objetivo determina los medios a emplear y la intensidad de su empleo. Los medios están vinculados a los tipos de poder, los fines al liderazgo estratégico.

La distinción entre tipos de poder, conocida ya en Roma (imperium et potestas) y desarrollada modernamente por Joseph Nye, diferencia entre hard and soft power. Orientados ambos a someter una voluntad ajena, el primero puede acudir a medios violentos extremos, incluida la guerra: acto de fuerza para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad (Clausewitz), mientras que el poder blando emplea medios no violentos ni coactivos. Prototipo máximo de disuasión dura ha sido la nuclear, paradigma, además, de disuasión total: amenaza de mutua destrucción. Esto hace al arma atómica sólo y exclusivamente disuasoria.

Pero, la superioridad militar, incluida la nuclear, no garantiza por sí sola la disuasión. Junto al poder duro, se ha sugerido el uso alterno o conjunto del poder blando (Smart Power), entendiendo que el criterio diferenciador entre los dos poderes no es la presencia o ausencia de violencia, fuerza o potencia física. También la intimidación, la coacción o la presión, psicológica o moral, son formas de poder duro.

Si los medios de disuasión están vinculados al tipo de poder, los objetivos lo están al liderazgo estratégico, al que compete tanto la definición de los fines como la elección de los medios. De hecho, el liderazgo, percibido y valorado por la forma y modo de su ejercicio, es elemento básico de la credibilidad disuasoria. Por tanto, la opción de emplear poder duro o blando, de combinarlos o no, con qué intensidad, cuándo y dónde, en función de los objetivos, son funciones del liderazgo estratégico.
Para ello, éste debe sopesar el nivel de oposición, resistencia, desinterés o aceptabilidad frente a su voluntad, por lo general, vinculado a la condición de enemigo, adversario, competidor, aliado o amigo de quien se aspira a disuadir.

Finalmente, los desafíos y obstáculos a los que se enfrenta la disuasión pueden referirse al propio liderazgo estratégico en términos globales, esto es, en términos de hegemonía, o a intereses concretos.
Estas someras referencias a las clases de poder y a las capacidades del liderazgo estratégico, pueden ayudar a comprender la estrategia de disuasión del Presidente Donald Trump.
Si comenzamos por el liderazgo, sorprende el de su figura, que ha logrado, a través de los medios, proyectar autoridad y poder, y mantener, con un lenguaje populista y provocador, una relación fluida con amplias bases de la sociedad americana que ha polarizado, demonizando adversarios y fidelizando seguidores.

Este fuerte liderazgo interno ha querido proyectarlo sobre la política exterior, haciendo de la disuasión su instrumento principal de acción.
Cosa distinta son los medios y forma con que ha ejercido este liderazgo y la naturaleza de algunos de los objetivos, no siempre acordes a la moral, la verdad, la justicia, la equidad o el decoro.
Veamos los objetivos principales así como los medios de disuasión empleados.
El objetivo último del Presidente Trump fue prontamente proclamado: recuperar la grandeza pasada (Make America Great Again MAGA) y garantizar la supremacía futura (America first). Frente al nuevo competidor hegemónico chino, Trump entendió que Silicon Valley y el complejo industrial militar sostenían la supremacía norteamericana, tanto por la dimensión de su poder económico como por el añadido de su contribución conjunta a la sofisticación tecnológico-militar.

Su oposición a las guerras de Ucrania y Gaza ha procurado también a Trump una imagen antibelicista. ¿Es la paz otro de sus objetivos? Su oposición a estas guerras no implica ni pacifismo ni antimilitarismo. Trump, desde su primer mandato, ha promocionado, incluso enfrenándose al Congreso, las exportaciones militares, y realizado enormes inversiones en este sector. Interés prevalente: mantener el control tecnológico sobre la exportación. Asegurado éste, para el Presidente Trump la venta de armas y tecnología militar favorece la economía americana, aumenta la seguridad de países amigos, incrementa la dependencia tecnológica respecto a EEUU y fortalece el orden americano y su hegemonía.

Por ende, el fin de las guerras en Ucrania y Gaza no parece tanto la preservación de la paz y del orden internacional, como valores en sí, sino la ocasión de imponer las propias condiciones que favorezcan intereses económicos americanos.

Central es, pues, en la idiosincrasia de Trump, el valor de la economía. Resulta problemática, sin embargo, su concepción proteccionista. Impulsado por su populismo, Trump viene practicando, desde su primer mandato, una política de sesgo neo-autárquico y neo-mercantilista, contraria al vigente orden económico-comercial.

Esta obsesión no parece ajena a la visión de su liderazgo personal. Trump trataría de proyectar la exitosa imagen de su gestión empresarial sobre toda la administración pública norteamericana, reforzándola con la figura y cometidos de Elon Musk al frente del DOGE.

En realidad, la visión economicista del Presidente Trump impregna toda su política exterior, hasta no poder comprender, sin referencia a ella, ninguna de las principales decisiones de su nuevo mandato.
Veamos las iniciativas adoptadas recientemente y la inherente dimensión económico-mercantilista de su política disuasoria.

– Canadá y México. La disuasión buscaba un mayor control fronterizo (migración y drogas) por parte de ambos países para no sobrecargarlo al gasto norteamericano. El primer envite fue para Canadá: borrar la frontera sería lo más barato, según Donald Trump. Canadá sería el 51 Estado de la Unión. Incorporado históricamente el 55% del territorio mexicano a EEUU, Trump no propuso nueva cesión territorial a México, pero como Canadá, con importantes superávits comerciales frente EEUU, debería pagar más para librar a EEUU de inmigrantes y drogas. Mientras no lo hagan, soportarán un 25% de tarifas arancelarias. El Presidente Trump pudo incrementar la cooperación interfronteriza, pero optó por la disuasión económica.

– En Panamá, acusando a las dos empresas chinas responsables de los puertos de entrada y salida del Canal de estafar con precios abusivos a buques americanos, y alegando interés geoestratégico, Trump amenazó con recuperar el Canal, sin excluir usar la fuerza (We built it, we paid for it, it´s ours. R. Reagan). La disuasión, reforzada con el recuerdo de la invasión militar contra Noriega (1989), dio resultado: el conglomerado CK Hutchinson, asentado en Hong Kong, no tardó en ceder la gestión de sus dos puertos a un fondo de inversión americano liderado por BlackRock. Con dobles alusiones al poder duro, Trump logró el primer objetivo de liberar el Canal de influencia china, queda abierto el objetivo último.

– Groenlandia posee los materiales estratégicos que el Presidente Trump valora como “absolute necessity” para asegurar su hegemonía tecnológica frente a China, responsable del 70% de la extracción mundial. El Presidente Trump edulcoró su pretensión como esencial para la defensa occidental (poder blando), aunque amonestando que una negativa danesa sería “muy inamistosa”, al tiempo que dejaba entender que no excluiría la fuerza (poder duro). Discutida su estrategia disuasoria en los medios, Trump negó alusión al uso de la fuerza, refiriéndose curiosamente a la adquisición de Groenlandia como una gran transacción inmobiliaria.

– La OTAN. Ya en 2017 estableció Donald Trump que si un país europeo fuera atacado por Rusia, antes de defenderlo, comprobaría su contribución al gasto de la Alianza. Para el Presidente, el superávit comercial de la UE frente a EEUU era y es incompatible con que éstos sigan sufragando la defensa europea. Independientemente de lo razonable del criterio, los medios norteamericanos más importantes e influyentes se apresuraron a denunciar que Trump condicionaba el cumplimiento de obligaciones legales internacionales y el ejercicio de su responsabilidad política en defensa de la libertad y los DDHH a criterios económicos.

– Ucrania. El Presidente Trump siempre se ufanó de poder acabar inmediatamente la guerra de Ucrania. Sin embargo, no dijo que la sometería a imposiciones económicas draconianas: EEUU recibiría el 50% de los beneficios derivados de la explotación de los recursos naturales, como minerales críticos, hidrocarburos e infraestructuras estratégicas, incluyendo puertos, aeropuertos y redes de transporte, que irían a un fondo de inversión conjunto, sobre el que Washington tendría control prevalente. Objetivo inmediato: resarcir el ingente gasto militar norteamericano en la guerra. Fin ulterior: garantizar la disponibilidad económica de materiales estratégicos.

– Para la paz de Gaza, el Presidente Trump, tras sugerir la expulsión de los palestinos, propuso convertirla en la Riviera más lujosa de Oriente Medio. Al hacerlo así, Donald Trump se desnudaba a sí mismo como promotor inmobiliario, por encima de su exigible condición de estadista.

En conclusión, los objetivos disuasorios en las últimas decisiones de Trump así como los medios en ellas empleados presentan una innegable dimensión económico-comercial. Relegando medios de poder blando, como el diálogo, la persuasión, la negociación, el acuerdo o la cooperación, Trump ha impregnado toda su política exterior, además de amenazas constantes, de sanciones económicas, bloqueo de activos bancarios, imposición de aranceles comerciales, listas negras de empresarios y empresas… en suma, instrumentos de poder duro de naturaleza económica.

Aunque ha acudido a la amenaza y al uso de la fuerza respecto a enemigos declarados como Irán y sus proxis Hamas, Hezbollah o los Huthies, no ha excluido del poder duro a amigos y aliados para que aceptaran sus propuestas, vinculadas, en general, a una visión prioritariamente económico-comercial.
Contrariamente a la opinión extendida de que la política de Trump representa una vuelta de los EEUU a su aislacionismo histórico, en realidad, es más bien el retorno a un fuerte proteccionismo. El aislacionismo es incompatible con una política generalizada de amenazas directas e indiscriminadas, con el agresivo y generalizado intervencionismo sancionador económico-arancelario y, sobre todo, con manifestaciones de voluntad de expansión territorial (Canadá, Panamá, Groenlandia), más propias de una renacida doctrina Monroe y más acordes con la grandeza que Trump reclama para América.

En suma, todo indica que Trump busca un orden mundial que refuerce la hegemonía norteamericana, de modo que pueda defender su economía imponiendo las reglas económico-comerciales a seguir, con el apoyo del poder duro que le garantiza su supremacía tecnológico-militar.

Antonio Núñez García Sauco.      Embajador de España