La amenaza nuclear de Putin

El Coronel de Caballería, r  José María Fuente Sánchez, asociado de AEME, publica en el digital LA CRITICA, este interesante estudio sobre la amenaza nuclear rusa.

 

La amenaza nuclear de Putin

 

Ante una amenaza a la integridad territorial de nuestro país, utilizaremos todos los medios a nuestro alcance [incluidos los nucleares] para proteger a Rusia y a nuestro pueblo; esto no es un farol, declaraba Putin, aventajado Oficial del KGB de la antigua Unión Soviética y actual presidente de Rusia, que pretende resolver a “bombazos” sus reivindicaciones sobre el territorio ucraniano y que mantiene encarcelado a Alexei Navalni, líder de la oposición, tras haber intentado eliminarle con la sustancia A232, agresivo químico neurotóxico de la última y más letal generación de agentes químicos. Al mismo tiempo, Putin añadía que su arsenal de armas nucleares es “más poderoso” que el de las fuerzas de la OTAN. Sin duda, pesaban sobre él sus añoranzas de la Unión Soviética, la mayor tiranía de la historia de la humanidad, sufrida durante 73 años por los ciudadanos rusos.

Porque, pese a que el final teórico del comunismo ruso se produjo en 1.990 –tan sólo hace 32 años– nos hemos olvidado ya de los más de cuarenta años que Occidente ha estado bajo la amenaza nuclear y convencional de la URSS, cuna formativa e ideológica de Putin. Y nos hemos olvidado porque, al menos en España, los eficaces tentáculos marxistas han conseguido que muchos “mayores” no recuerden ya aquella terrible amenaza soviética y que casi todos los “menores” no hayan sabido nunca de su existencia porque su formación histórica ha sido escasa y manipulada por los planes de enseñanza –llamados “progresistas” pero realmente penetrados de marxismo– que no han dejado de repetir la falsa cantinela de la “tensión URSS-Occidente” cuando la realidad era que la URSS amenazaba y Occidente se defendía. Para mayor precisión, confesaré, que en alguna de mis comisiones oficiales en las reuniones en Bruselas del panel VII de la OTAN sobre defensa NBQ, pasó por mis manos un folleto resumen del plan de invasión de Europa que la URSS tenía preparado, que incluía con toda claridad las direcciones de esfuerzo de los hipotéticos ejércitos comunistas hacia el Canal de la Mancha junto a un plano bastante preciso de las distintas bases soviéticas de armas de destrucción masiva, a saber, nuclear, biológica y química (NBQ). Bases como, por ejemplo, la de armas químicas de Shijani (zona de Saratov, a 800 km al sur de Moscú) –visitada por el que suscribe formando parte de una comisión de la ONU–que “albergaba” la mayor parte de las armas químicas de la URSS (60.000 toneladas); y como la base nuclear de Volgogrado (junto al mar Caspio), que disponía de abundante número de armas nucleares de 5 megatones de potencia, es decir, aproximadamente, unas 250 veces más potentes que las lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, que fueron las que iniciaron la terrible carrera nuclear de la Humanidad.

Recordemos que Hitler fue el primero que intentó conseguir el arma atómica mediante las investigaciones ordenadas al “Instituto alemán Káiser Guillermo de Física”, que no dieron resultado porque su director Peter Debye, que era holandés, se negó a cambiar su nacionalidad por la alemana, como le exigía Hitler, y emigró a EE. UU. Allí vendió sus secretos y sus conocimientos, que obtuvieron el éxito de todos conocido bajo la dirección del profesor Oppenheimer, brillante judío norteamericano. El primero de los procedimientos empleado para lograr una explosión nuclear fue el denominado reacción por fisión nuclear, que utiliza una masa crítica de Uranio 235, encerrada herméticamente en una cápsula, sobre la que se proyecta un neutrón que, al incidir en un núcleo de Uranio 235, lo rompe en dos o más partes, provocando una liberación de neutrones que, a su vez, continúan el proceso al seguir impactando sobre otros núcleos de la masa crítica, dando lugar a una reacción nuclear en cadena, bien de forma controlada o pacífica (centrales nucleares), bien sin controlar o explosiva (bomba atómica, bomba nuclear o arma nuclear).

Tratemos de analizar –aunque sólo sea superficialmente– el contenido de la amenaza de Putin. Empezaremos por las primeras bombas por fisión nuclear que se lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki, durante la II Guerra Mundial. La potencia de ambos explosivos era de alrededor de 20 KT (kilotones), equivalentes a 20.000 toneladas de “la trilita de toda la vida”. El resultado de estos dos primeros lanzamientos dejó cerca de 200.000 muertos. Pasados los años, surgieron las previsibles apetencias de algunas naciones –Pakistán, India, Israel, China, etc.– de disponer en sus arsenales de las recién nacidas armas nucleares, como método resolutivo de defensa. Pero, para la construcción de la bomba, existía un problema previo importante: en la naturaleza no se encuentra el Uranio 235 aislado sino mezclado con Uranio 238 y algún otro isótopo más, teniendo en cuenta, además, que para obtener una explosión nuclear se necesita disponer de una masa crítica que contenga, al menos, un 90 % de Uranio 235. Consecuentemente, el objetivo a perseguir por los aspirantes a ser potencia nuclear es disponer de ese porcentaje de uranio 235. Es el caso actual del totalitario Irán, que persigue mantener en jaque a su enemigo Israel, que, por cierto, es la única democracia de la zona.

Abierto, pues, el nuevo y terrorífico método nuclear de destrucción, era de esperar su rápida mejora, que sucesivamente se fue consiguiendo, dando lugar a la fabricación de otros tipos y potencias de armas nucleares, a saber: la bomba de hidrógeno o termonuclear (fisión-fusión), de mucha más potencia que la de fisión, que fusiona dos núcleos ligeros de hidrógeno y es considerada como “arma sucia” porque genera gran cantidad de radiactividad residual; la bomba de cobalto que es una bomba termonuclear que utiliza como envoltura de la masa crítica, el cobalto, cuya radiactividad perdura durante 5 años, razón por la que también es considerada como “arma sucia”; la bomba 3F (fisión-fusión-fisión), que es la bomba más económica; y la bomba de neutrones, arma termonuclear moderna, de fisión-fusión, de baja potencia, que genera, sobre todo, una radiación nuclear inicial intensa pero poca radiación residual y pocos efectos explosivos, térmicos y electromagnéticos, razón por la que este tipo de bomba es considerada como “arma limpia” y de empleo táctico, porque el gran flujo de neutrones que emite neutraliza a las tripulaciones de blindados o de organizaciones defensivas, pero no produce mayores efectos destructores.

Los efectos de las bombas nucleares son, lógicamente, proporcionales a su potencia. Pero, en general, podríamos hablar de efectos explosivos –generados por la onda explosiva–; efectos térmicos y luminosos –bola de fuego luminosa de gas comprimido–; efectos radiactivos –iniciales y diferidos–; efectos electromagnéticos –inutilización de los circuitos eléctricos–; efectos ambientales –inyección en la atmósfera de óxidos y partículas–; efectos biológicos –quemaduras, trastornos genéticos, tumores, etc.–; y efectos sicológicos –en general, afecciones neuróticas–. Todo lo anterior, nos lleva a concluir que, sin duda, el invento nuclear ha abierto un camino de muerte y destrucción de alcance que podríamos calificar de planetario.

Pero también es cierto que, junto a su condena moral, conviene tener en cuenta las siguientes consideraciones realistas sobre las que también se debe reflexionar. En primer lugar, ciertos hechos condenables con los que las sociedades –sean democráticas o totalitarias– conviven, sin que se alcen prácticamente voces que los denuncien. Me refiero, por ejemplo, al hecho lamentable de que en España se aborten alrededor de 100.000 niños en formación al año, es decir, algo más del número de muertos provocados por una bomba nuclear de 20 KT (kilotones). Asesinatos que algunos partidos españoles han conseguido imponer, como “derecho legal a matar” a los nasciturus de los que, parece ser, se escuchan latidos. En segundo lugar, debemos admitir también que las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki forzaron la rendición de Japón, lo cual –se dice– ahorró un año de guerra y, por tanto, evitó la muerte de 6 o 7 millones de personas, que era el promedio anual de bajas en la II Guerra Mundial. Una tercera reflexión sería el hecho de que el miedo al holocausto mundial ha llevado a los políticos –que son los que deciden, no los militares– a tomar cierta conciencia de que el empleo ilimitado del arma nuclear debe ser evitado a toda costa para no adelantar el apocalipsis, con lo que las armas nucleares se han convertido en un medio disuasorio que –por cierto– mantuvo la paz durante los más de cuarenta años en que Occidente (1945/1989) estuvo bajo la amenaza de la URSS.

A mayor abundamiento, podríamos decir que, si el político tiene las neuronas en equilibrio y no responde a ninguna sicopatía –cosa que no siempre se da– y si parece ser lo normal que las tres máximas autoridades implicadas en la posible acción nuclear deben pulsar los tres “botones rojos” ejecutores de la misma, cabe hacerse dos preguntas en nuestro escenario bélico actual: la primera, ¿Putin mantiene en equilibrio sus neuronas o más bien están inmersas en el terreno de la perversión esquizofrénica?; la segunda, ¿existen en Rusia –que no conoció jamás la democracia– los tres botones ejecutores nucleares o tan solo disponen del botón del “jefe”? Y, si seguimos reflexionando al respecto, una vez lanzada la primera bomba nuclear táctica sobre un país y teniendo en cuenta la obligación de los gobiernos de defender a sus ciudadanos, ¿existe en el mundo algún presidente que deje de responder a un ataque nuclear con una bomba –probablemente– de potencia mayor? Porque, en esa situación, permítaseme dudar de la existencia de políticos o ciudadanos que, movidos por su sentido pacífico y sacrificado de la vida y de la historia, estén dispuestos a entregarse al martirio como los cristianos en el circo de Nerón. Son consideraciones realistas que deben tenerse en cuenta con frialdad intelectual, que no moral. Porque la pacatería de taparse los ojos en estas situaciones no tiene nada que ver con la humanidad de los corazones y sí con la debilidad anímica, generalmente inútil y suicida, que no debe permitirse ningún gobernante que se precie de serlo.

En cualquier caso, resulta difícil disponer de datos matemáticos precisos sobre las áreas afectadas por las diferentes potencias de bombas nucleares, entre otras cosas porque no existe proporcionalidad entre los parámetros –potencia/área de efectos– ya que influyen también otros factores como la altura del lanzamiento, condiciones atmosféricas, condiciones topográficas, etc. Pero sí existen aproximaciones en las publicaciones técnicas divulgadas por la OMS (Organización Mundial de la Salud), que realiza periódicamente informes sobre el tema y ha aventurado las siguientes referencias cuantitativas de efectos de las explosiones nucleares: la explosión de una sola bomba nuclear de 1 megatón(MT) sobre la ciudad de Londres produciría cerca de 2 millones de bajas, de los cuales 1 millón serían muertos; un ataque nuclear con bombas nucleares tácticas por un total de 20 MT sobre Europa central produciría 9 millones de muertos y heridos graves y otros 9 millones de heridos menos graves; y, por último, en el caso de una guerra nuclear sin limitaciones, la OMS admite la posibilidad de un holocausto mundial empleando bombas nucleares por un total de 10.000 MT, ya que la mitad de la población mundial sería víctima de los efectos inmediatos, sin que pueda predecirse el número de víctimas posterior de los efectos diferidos o residuales. A esto se le llama holocausto mundial y fin del planeta Tierra.

Ante todo este cúmulo de males que acabamos de resumir podríamos preguntarnos por la disponibilidad mundial actual de armas nucleares y si el mundo civilizado dispone de algún medio de prevención y defensa ante la posible catástrofe. A la primera pregunta cabe responder con los datos que nos proporciona el SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute): A fecha 2020, son 9 los países que disponen de armas nucleares, a saber, Rusia 6.375 armas nucleares; EE. UU. 5.800; China 350; Francia 290; Reino Unido 215; Pakistán 160 (no declaradas); India 150 (no declaradas); Corea del Norte 45 (no declaradas); Israel 90 (no declaradas). Otro detalle a considerar es que las cifras dadas se refieren al número total de armas de que disponen estos nueve países sin tener en cuenta sus potencias, porque no es lo mismo una bomba de 20 kilotones que una de 20 megatones. Anotemos también el dato de que la Rusia de Putin –que nos amenaza– comparte con los Estados Unidos el 92% de las armas nucleares del mundo. En cuanto a los posibles medios de defensa o prevención nuclear de que dispone la humanidad, sólo son tres: la normativa actual de desarme plasmada en multitud de tratados, pactos, zonas libres de armas nucleares y protocolos de verificación, en particular el TNP (Tratado de No Proliferación) –íntimamente ligado a la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) –, firmados por los gobiernos y, sobre todo, puestos en vigor por los parlamentos nacionales; los comités de control de materiales de defensa y de doble uso, –como nuestra Junta Interministerial de Material de Defensa y de Doble Uso–; y la no deseable nuclearización de los países, que tantos consideran como lo más práctico y realista.

No obstante, la menos mala de las noticias recibidas por la humanidad ha sido la de, al parecer, concienciación por los países de que el arma nuclear sólo debe ser utilizada como medio de disuasión como han admitido los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad –EE. UU., Rusia, China, Reino Unido y Francia– en su “Declaración conjunta de las cinco potencias nucleares sobre la prevención de la guerra nuclear y la carrera de armamentos” (4 de enero de 2022):

La República Popular China, la Federación de Rusia, el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, los Estados Unidos de América y la República Francesa consideran que es su responsabilidad primordial prevenir la guerra entre los Estados poseedores de armas nucleares y reducir los riesgos estratégicos.

Declaramos que no puede haber ganadores en una guerra nuclear y que nunca debe desatarse. Dado que el uso de armas nucleares tendría consecuencias de largo alcance, también reafirmamos que las armas nucleares, mientras sigan existiendo, deben servir a fines defensivos, disuadir la agresión y prevenir la guerra. Creemos que debe evitarse una mayor proliferación de esas armas. Reafirmamos la importancia de contrarrestar las amenazas nucleares y subrayamos la importancia de mantener y cumplir nuestros acuerdos y compromisos bilaterales y multilaterales en la esfera de la no proliferación, el desarme y el control de armamentos. Seguimos comprometidos con nuestras obligaciones en virtud del Tratado sobre No Proliferación de las armas nucleares (TNP), incluida nuestra obligación en virtud del artículo VI de “proseguir las negociaciones de buena fe sobre medidas eficaces para la cesación de la carrera de armamentos nucleares en una fecha temprana y el desarme nuclear, así como sobre el Tratado de Desarme General y Completo bajo un control internacional estricto y eficaz”.

Cada uno de nosotros tiene la intención de mantener y fortalecer aún más sus medidas nacionales para prevenir el uso no autorizado o no intencional de armas nucleares. Reiteramos la pertinencia de nuestras declaraciones anteriores de no atacar y reafirmamos que nuestras armas nucleares no están dirigidas entre sí ni a ningún otro Estado.

Subrayamos nuestro deseo de trabajar con todos los Estados para crear un entorno de seguridad más propicio para el progreso en la esfera del desarme, con el objetivo final de lograr un mundo libre de armas nucleares, sin comprometer la seguridad de nadie. Tenemos la intención de seguir buscando enfoques diplomáticos bilaterales y multilaterales para evitar la confrontación militar, fortalecer la estabilidad y la previsibilidad, aumentar la comprensión y la confianza mutuas, y prevenir una carrera de armamentos que no beneficie a nadie y amenace a todos. Estamos decididos a entablar un diálogo constructivo basado en el respeto mutuo y el reconocimiento de los intereses y preocupaciones de seguridad de cada uno.

No obstante, no debemos olvidar que las armas de destrucción masiva son –hasta el momento– tres: las nucleares, las biológicas y las químicas. Con el añadido del arma radiológica, centrada, hasta el momento, en la bomba sucia –explosivo adosado a un material radiactivo–. Teniendo siempre muy en cuenta que, pese a la percepción generalizada de que las armas nucleares son las más aparatosas y destructivas, no debe olvidarse que el arma biológica es la que más bajas puede ocasionar, por la rapidez de propagación a todos los lugares del planeta, tal como hemos podido comprobar recientemente con la pandemia de Covid 19 que hemos sufrido, generada por un –llamémosle– ¿fallo? en un centro de investigación biológica chino. Porque el arma biológica es la más barata de producción y la de mayor facilidad, rapidez y capacidad de propagación (un viajero, persona o animal), como se ha demostrado con los más de tres millones de muertos acaecidos con rapidez en los distintos continentes durante la reciente pandemia. A este respecto, cabe recordar que la URSS disponía ¿o dispone? de un Centro de Investigación de armas biológicas, teóricamente civil, denominado Biopreparat, con 25.000 empleados, distribuidos en 10 instalaciones. Sin olvidar tampoco que, según información norteamericana, hay fuertes indicios de que China disponía –¿o dispone?– de un programa ofensivo de armas biológicas.

Lamentablemente, tampoco debemos olvidar que el terrorismo yihadista sigue existiendo, con el siguiente orden de probabilidades de su acción, tal como comunicó, en su día, el Departamento de Defensa norteamericano: la mayor probabilidad la asigna al atentado radiológico con una pequeña bomba sucia accionada por un suicida yihadista; le sigue en probabilidad el atentado químico-biológico por vía postal, por contaminación de aguas o de sistemas de ventilación de edificios, por dispersión aérea de aerosoles, etc. Para ello podrían utilizar agentes biológicos como el ántrax y la viruela; o químicos como la clorina, el fosgeno, el cianuro de hidrógeno, el gas mostaza, el agente VX, el sarín, etc. Dicho sea todo esto para recordarnos el mundo en que vivimos y qué precauciones debemos mantener con ciertas amistades internacionales en lugar de tener las obsesiones peregrinas de ideología de género que parecen ocupar por completo las neuronas de muchos de nuestros gobernantes españoles actuales.

Como conclusión de estas reflexiones, quiero dejar clara la afirmación siguiente en la que creo: sobre las bases e informaciones anteriores y con las reservas obligadas respecto al dudoso equilibrio de la mente de Putin y al porcentaje de ciudadanos rusos que todavía creen en el comunismo –fracasado hasta el aburrimiento durante siglo y medio– entiendo que existe actualmente la concienciación generalizada del arma nuclear como disuasoria por lo que podría calificarse de improbable el cumplimiento de la amenaza de Putin.

José María Fuente Sánchez
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