IRAN. Los retos del mes de noviembre. CF. Aznar Fernandez-

Nuestro asociado el Capitán de Fragata D. Federico Aznar Fernández-Montesinos, es el autor de este Documento de Investigación que será incluido en un libro de próxima edición, que solo se publicará en ingles.

 

Léanlo:

 

IRAN: RETOS PARA EL MES DE NOVIEMBRE

RESUMEN.

El próximo 6 de noviembre entran en vigor el segundo tamo de sanciones que Estados Unidos ha impuesto a Irán tras abandonar el Acuerdo suscrito en 2015 con aquel país. Las exportaciones de petróleo y el sistema financiero son el talón de Aquiles de un debilitado Irán al que su intervención en Siria ha hecho que se encuentre muy próximo a Israel. La participación iraní en un reciente intento de atentado en Francia debilita también su posición a ojos europeos. Irán ha venido a convertirse en un espacio en el que se manifiestan las divergencias estratégicas entre Europa y Estados Unidos. Mientras, la población iraní se va alejando del puritanismo religioso.

El 14 de julio de 2015, eterno aniversario de la Toma de la Bastilla, estaba en Teherán celebrando mi cumpleaños. Ese día pude ser testigo del ambiente también de celebración, pero esta vez nacional, con que fue acogido el acuerdo alcanzado entre Irán y el P5+1 (los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad – China, Francia, Rusia, Reino Unido, Estados Unidos- junto Alemania) sobre el programa nuclear de este país, cuyo nombre oficial es el de Plan de Acción Conjunto y Completo. Flotaba en el ambiente que la nación acababa de iniciar una nueva y más prospera etapa.

Irán, nación de contradicciones y arquetipos, una paradoja en sí misma, pretendidamente en permanente demanda de pureza, viene siendo un tema recurrente entre quienes se dedican al estudio de las Relaciones Internacionales por el empleo de una retórica desafiante y más radical que los propios hechos.

Su nombre significa literalmente el «país de los arios»; esta denominación, en 1935, sustituyó a la añeja Persia; había en ello un ánimo de modernización y refundación. Y es que el Imperio persa, es uno de los grandes imperios del mundo antiguo (sus orígenes se sitúan en el siglo VII a. C.; no obstante, las dinastías de Elam son del 2800 a.C,) cuando abarcaba toda la superficie comprendida entre China y el Imperio bizantino, su gran rival histórico; llego a incluir parte de los actuales Estados de Libia, Bulgaria y Pakistán.

Afirma un dicho que «el Islam no conquistó a Persia, sino que Persia conquistó al Islam», queriendo significar que en Irán se dio una indoeuropeización y des-semitización de esa religión, enriqueciéndolo culturalmente, dándole solidez y dotándole de rasgos definitorios propios.

La persa, es ante todo una cultura específica y diferenciada dentro del mundo musulmán que trasciende lo étnico y lo religioso, es un nacionalismo con sus propias respuestas que se sirve el lenguaje simbólico del chiismo y sus mitos para vehicular un mensaje que queda conectado con la cultura dominante en las clases populares del país.

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EL PAIS DE LOS ARIOS.

Irán, la antigua Persia, es una estructura política milenaria que remontándose a los Aqueménidas, encuentra su legitimidad tanto en el Chiismo (el 89% de los iraníes son chiíes, el 10% suníes y el 1% de otra religión1) como en una Revolución; pero no es ni monolítica ni inamovible con el paso del tiempo sino todo lo contrario es una sociedad diversa, pujante, en ebullición. .

Y es que a lo largo de la Historia sobre el territorio iraní ha sido asentamiento de distintos imperios, lo que ha determinado el que Irán incorpora una diversidad de etnias en la que las más importantes son la persa 51%, azerí 24%, gilakis 8%, kurdos 7%, árabes 3%, luries 2%, baluchis 2%, tukmenos.2

Existen consecuentemente múltiples lenguas, de la cual el farsi es la más importante, siendo la lengua materna de, al menos, la mitad de los iraníes y la utilizada por todos. Además, existen dialectos del farsi en países del entorno cultural. El persa era el lenguaje de la diplomacia turca, y hasta 1835 el segundo idioma de la India y el preferido por sus élites. Además, existen dialectos del farsi en países del entorno cultural. El sufijo «-istán», que significa «lugar» y que sirve de gentilicio para muchos países de la zona, es de origen persa. La extendida idea del «Gran Irán », aunque sólo sea en un sentido cultural, genera sentimientos irrendentistas.

Esta diversidad introduce tensiones en la vida política del país, en la que aparecen movimientos nacionalistas y hasta insurreccionales. Y a la contra hace que los intereses Iraníes vayan más allá de las actuales fronteras políticas del Estado, extendiéndose a otros países que anteriormente formaron parte de su imperio, a su esfera cultural y al mundo chií en general. Eso sí, la política exterior iraní manifiesta no disponer de ambiciones territoriales.

Irán es un vasto territorio (1650 km2, algo más de tres veces superior en tamaño al de España) que ocupa un espacio atravesado por distintas líneas de fractura (religiosas, étnicas, lingüísticas, culturales), ha sido frontera (hasta la creación del Estado tapón de Afganistán en el contexto del Gran Juego) de los imperios Indio, Turco, Ruso, Chino; es lugar de paso hacia Oriente Próximo, el Caspio, el Cáucaso y Asia Central; de hecho, actualmente cuenta con 17 fronteras terrestres y marítimas.

A ello se añade el que su territorio albergue las segundas reservas probadas de petróleo y gas y su PIB es el número 20 en el mundo. Y con sus 81 millones de habitantes (algo más del 1% de la población mundial) ocupa un espacio de centralidad en el creciente chií y se convierte por voluntad propia en un referente para esa secular minoría religiosa que no por eso necesariamente pierde sus señas nacionales. Estas circunstancias hacen de Irán un objeto de atención internacional, una suerte falla (se han producido graves movimientos telúricos en el país) a caballo entre varios mundos, lo que Brzezinski identificara como uno de los cinco pivotes geopolíticos de Euroasia, una encrucijada estratégica.

El modelo político vigente obedece al esquema reflejado en la obra Velayat e faquih (El guardián jurisconsulto) del Ayatollah Jomeini. Tal modelo admite la idea de democracia siempre y cuando asuma las normas, principios y valores islámicos; es decir no todas las ideas son admisibles. Esto se traduce en un cribado de los candidatos y opciones disponibles que afecta a la legitimidad del sistema. A esto se añade un sistema de control electoral que posibilita el fraude. El resultado es que Irán ocupa el lugar 150 de 167 en el Democracy Index publicado en 2017 por The Economist.

El sistema político es en la práctica un juego de equilibrios entre diferentes factores y sectores en el poder, lo que da al presidente un margen de poder limitado. Y debe considerarse que ser clérigo no implica ser irracional ni dejar de ser pragmático. De hecho, los gobiernos iraníes, y muy en particular el de Rouhani, se han caracterizado por el gran peso académico de sus miembros, la mayoría con estudios de posgrado realizados en el extranjero.

El régimen iraní no es monolítico. Radicales y reformistas controlan unos sectores y otros, dando origen a políticas evolutivas y en arabesco. En la configuración de estas intervienen múltiples facciones, organizaciones y personalidades, cada una de ellas con intereses concretos. Tan es así que algunos autores hablan de una «república oligárquica», una mesocracia que no responde a los estándares occidentales asentada sobre el clientelismo y el reparto de las rentas del petróleo.

La sociedad iraní es una sociedad joven (su población se ha duplicado desde la Revolución que puso fin a las prácticas de control de natalidad del régimen del sah, si bien ahora su tasa de fecundidad se sitúa 1,7 hijos por mujer, indicando un nuevo cambio social; en torno a 38 millones de iraníes tienen menos de 20 años; la mayoría no conoció los tiempos de la Revolución), pujante, culta (la educación se ha mostrado como una prioridad real de Estado para hombres y mujeres), contradictoria. No es una sociedad uniforme (razas y lenguas la hacen necesariamente diversa) ni tampoco estática: ha experimentado notables cambios; por ejemplo, desde 1979 hasta 2014 la población urbana ha crecido del 40 al 69%, lo que a su vez trajo consigo su proletarización.

Y es que son muchos los problemas que la acucian y no solo religiosos, entre ellos un paro de cerca del 10,4% en 2014 (según otras fuentes 20%); en 2018 ha crecido notablemente y en el caso de los jóvenes alcanza oficialmente un 29%; hay distintas informaciones sobre protestas en ciudades iraníes. La economía es deficitaria en alimentos (30%) y, como consecuencia de las sanciones, Irán debía de importar la gasolina que consumía (la mayoría de sus vehículos funcionan con gas). Todo ello se combinaba con un desigual reparto de la riqueza del petróleo que sitúa a más del 18,7%6 de la población por debajo del límite de la pobreza y la presencia de corrupción así como de poca eficiencia en la gestión de los fondos públicos. El sistema bancario es débil con falta de oferta de crédito y «chiringuitos financieros» que lo ofrecían al 30%.

Las sanciones del gobierno Trump pueden profundizar, y mucho, en estos desequilibrios, porque de hecho la Casa Blanca en sus declaraciones del pasado 8 de mayo se comprometía al cabo de 90 días a «una presión financiera sin precedentes en la historia contra Irán». Y este es el país del mundo que, después de Corea del Sur, mayor incremento de su Índice de Desarrollo Humano ha experimentado en los últimos 30 años.

CHIITAS Y SUNITAS

Las correlaciones de fuerzas y el carácter policéntrico de Oriente Medio, dan lugar a un juego pragmático y bismarckiano de alianzas, explícitas e implícitas, por imposibles y contra natura que parezcan. Estamos, y se verá, hablando de auténticos juegos malabares de la mano del más puro realismo político.

Cabe dividir la política exterior de este país en cuatro fases; una primera de exportación de la Revolución que abarcaría el periodo de 1979 a 1989. A partir entonces, con la sustitución como Guía de Jomeini por Jamenei se inicia un nuevo ciclo, de facto el Termidor del movimiento revolucionario con la moderación que requiere el acompasamiento a la realidad internacional. Jamenei es pragmático y busca, como prioridad, la inserción de Irán en su entorno regional, eso sí, como líder.

Con él, Irán se incorpora al sistema internacional de la mano de los presidentes Rafsanjani primero y Jatami después, en un periodo que alcanzaría hasta 2005;

entonces, tras ser el país incluido en 2002 en el llamado «eje del mal», se producirá aquel año el ascenso de Ahmadineyad que marcaría un regreso a la confrontación, especialmente tras su elección en 2009 lo que llevó a sanciones más duras que las ya impuestas en Naciones Unidas en 2006, esta vez específicamente por parte de Estados Unidos y la UE en 2012. En 2013, la llegada de Rouhani traería de vuelta posiciones más conciliadoras; este calificó la divergencia en torno al programa nuclear como innecesaria, dando paso al acuerdo de 2015.

Como prolongación de los añejos odios entre sunitas y chiitas, Arabia Saudí e Irán han mantenido una disputa de modo indirecto pero que ha ido creciendo en violencia e intensidad, se ha desplazado a otros terrenos y se ha materializado en otros territorios (proxy wars).

Así, ha apoyado a Irak en su enfrentamiento con Irán y tratado de quebrar el eje sirio iraní creado en 1988 para hacer frente a Saddam Hussein apoyando tanto a la oposición como a movimientos islamistas en su interior, política que ha seguido durante la guerra civil siria. En Afganistán los saudíes y los paquistaníes (principales beneficiarios de las donaciones saudíes) apoyaron al régimen talibán (fue uno de los tres países que los reconocieron) mientras Irán lo hacía a la Alianza del Norte.

Además Arabia Saudí (e Israel también) ha respaldado a los kurdos de Irán e Irak que son sunitas. También se ha enfrentado en el Líbano a Hezbolá, el grupo chií apoyado por Irán. Es más, en 2017, acompañada de algunos países del golfo, entre otros, declaró que considerará al Líbano país hostil en tanto que Hezbolá forme parte de su gobierno. El Primer Ministro Hariri dimitió durante una visita a Riad alegando la existencia de una conspiración para acabar con su vida instigada por Hezbolá que fue responsable ya del asesinato de su padre, mientras Irán acusaba a Arabia Saudí de haberle forzado a ello.

En clave religioso política, merecen citarse las protestas iraníes tras la muerte de peregrinos chiitas en La Meca en 1987 tras una manifestación anti judía o las críticas a la gestión saudí de la avalancha humana de 2015; ha habido periodos en que se prohibió la peregrinación a los ciudadanos iraníes. La ejecución en 2016 del clérigo chií Nimr Baqr al-Nimr acusado de terrorismo, condujo a la ruptura de relaciones entre ambos países; y en 2016 también, acusó a Arabia Saudí de haber atacado con misiles su embajada en Saná.

Irán, por su parte, tras la revolución, denunció por ilegítimos a los regímenes monárquicos de los países del entorno, tratando de exportar su modelo de «República islámica» y apoyó distintos movimientos y complots con tal propósito en los países de su entorno. En 2011, fue detectado un posible intento de atentado contra el embajador de Arabia Saudí en Estados Unidos. En 2017 los saudíes acusaron a Irán de haber suministrado armas, y especialmente misiles, a los rebeldes hutíes en Yemen que estos lanzarían luego contra Riad. Una no victoria de la coalición suní en Yemen pondría en riesgo geopolítico el liderazgo saudí en el área.

Irán se ha abierto así un pasillo, a través de su influencia en Siria y el Líbano, que le ha llevado hasta el Mediterráneo pero que también le ha puesto en contacto directo con Israel, haciendo viables sus amenazas aunque sólo sea a través del armamento de sus enemigos pero también de sus tropas desplegadas en Siria.

Como resultado de estas tensiones, los saudíes parecen mostrar signos de reevaluar desde el punto de vista pragmático su relación con Israel (no existen relaciones diplomáticas, se han autorizado sobrevuelos hacia Israel para aeronaves procedentes del Lejano Oriente, lo que puede ahorrar casi 2.000 kilómetros), toda vez la convergencia de intereses vitales y el paraguas de aliados comunes como Estados Unidos.

Según el SIPRI, en 2017 realizó el tercer gasto más alto en Defensa, 70 mil millones de dólares, equivalente aproximadamente al 10% de su PIB. Irán gastó 14,5 mil millones de dólares e Israel 19,5 mil millones. La intervención en Yemen – un conflicto armado en un país además azotado por el cólera y la hambruna con un 53% de sunitas y 47% de chiitas y con una larga frontera con Arabia Saudita; iniciado en 2014 y en el que desde 2015 interviene Arabia Saudí liderando una coalición internacional de Estados sunitas- le cuesta entre 3 y 5 mil millones de dólares. La perspectiva geopolítica de la guerra de Yemen es que, de obtener la victoria, Irán tendría el control directo o indirecto de los dos accesos claves de la península arábica, los estrechos de Ormuz y Bab El-Mandab (el poético nombre de la Puerta de las Lágrimas) y controlaría los flujos de petróleo de la región.

En Bahréin (base de la V Flota), la mayoría chií del país está sometida a la autoridad de gobernantes suníes, y que, según el Secretario de Estado norteamericano Tillerson en 2017, trataban a los chiíes como ciudadanos de segunda; de hecho, llevan años admitiendo como ciudadanos a suníes para compensar la desigualdad demográfica. Las protestas de 2011 trajeron como consecuencia el desplazamiento temporal de tropas de Arabia Saudí para controlar el movimiento, acusándose a Irán – que ya en 1981 había intentado un golpe de Estado- de ser su instigador. Irán por su parte, protestó por estas acciones. Bahréin posibilita el control del sector oriental del golfo pérsico.8

IRÁN Y ESTADOS UNIDOS. EL ACUERDO NUCLEAR.

Las relaciones de EE. UU. con Irán se intensificaron en la segunda mitad del siglo XX, tras la salida de los británicos al nacionalizarse la Anglo Iranian Oil Company. En 1953 auspició un golpe de Estado, la Revolución Blanca, dando paso a una relación estratégica que, durante 29 años, convirtió a Irán en el gendarme de Occidente en la región al precio de una injerencia que está en las raíces mismas de la Revolución de 1979.

Los problemas con Irán superan lo propiamente racional para adentrarse en lo emocional, lo que ha cronificado el conflicto. Y es que, tras esta, Jomeini demonizó a los EE.UU. -«el Gran Satán»- por haber soportado el régimen anterior. Y cuando este país admitió temporalmente al sah, se produjo el secuestro del personal de su Embajada que fue retenido durante 444 días (con una operación de rescate fallida incluida), que condicionó definitivamente la actuación del gobierno y sirvió a consolidar la Revolución imponiendo la línea política del Ayatolá. La base de la Revolución, en clave de política exterior, fue así la humillación de Estados Unidos.

Las razones racionales del desencuentro norteamericano han sido la cuestión nuclear, la oposición iraní al proceso de paz, la perturbación del orden regional o el apoyo iraní al terrorismo internacional. Irán ha reclamado tradicionalmente a EE.UU. que no interfiera en sus asuntos internos, acepte la legitimidad de la Revolución y construya sus relaciones sobre el respeto y la igualdad. Pretende que acepte a Afganistán, Asia Central y el Golfo Pérsico como sus zonas de influencia, convirtiéndolo en la gran potencia islámica y desplazando definitivamente a Turquía o Arabia Saudí.

En este contexto de confrontación, EE.UU. ayudó a Irak durante la guerra (1980-1988), aislando además diplomáticamente a Irán, si bien a esa época corresponde el affaire Irán-Contra o Irangate, la venta de armas a Irán para financiar la contra nicaragüense. En 1996, la ley D´Amato impuso sanciones a las compañías extranjeras que invirtieran en el sector energético iraní.

Tras el 11-S la Comisión creada al efecto acusó a las autoridades iraníes de haber consentido la libre circulación de miembros de Al-Qaeda por el país en tránsito para su entrenamiento en territorio controlado por los Talibán, entre ellos de ocho a diez de los secuestradores del 11-S.

EE.UU. situó a Irán en el «Eje del mal» mientras Jatami trataba de realizar una aproximación apoyando tácitamente la invasión norteamericana de Afganistán; esta declaración fue contestada desde Irán con una comparecencia conjunta de todas las líneas representativas del régimen incluyendo el líder espiritual Jamenei (apoyado por los fundamentalistas de la línea dura), Jatami (reformista) y Rafsanjani (antiguo presidente, tecnócrata).

Fruto de estas dinámicas, EE. UU. ha acabado por rodear Irán desplazando fuerzas a Arabia Saudí, Irak, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Bahréin, Kuwait, Irak, Omán, Uzbekistán y Tayikistán. Es una broma muy conocida en Irán decir que Canadá e Irán son los dos únicos países del mundo cuya única frontera es EE. UU.12

Irán ha transferido el odio histórico a Rusia y al Reino Unido (aun en 2011 su embajada fue atacada por una multitud y se ha reabierto con las pintadas de los manifestantes que lo recuerdan) hacia los EE.UU. haciéndolo blanco de su retórica antiimperialista y anticolonial, pero también tratando de medir su importancia por la de sus rivales y convirtiéndose así en líder del mundo islámico. De ahí también su enfrentamiento con el «Pequeño Satán» (Israel) al que combate indirectamente en el complejo escenario de Oriente Medio, con réditos políticos y de liderazgo a ojos del mundo islámico.

El caso de Salman Rusdie es paradigmático del modelo y es de una lógica asimilable a su compromiso con la sunita Palestina: La actuación del ayatolá Jomeini (con ciertas raíces indias) condenando a un escritor de origen indio (nacionalizado británico) y también suní por su libro supuso un desafío a Occidente, lo colocó a la cabeza del mundo islámico, le consolidó en el poder, tendió un puente entre chiíes y suníes, le restituyó la iniciativa y volvió a situar a Irán y a su Revolución en la escena internacional otorgándoles presencia y visibilidad.

El desafío a Occidente se inscribe en el antiimperialismo y su defensa ultranza del principio de «no injerencia» de la Revolución que se sostiene al mismo tiempo que se desarrollan actividades extraterritoriales. Merece citarse su apoyo (militar, financiero, político, armamentístico…) a grupos como Hezbolá, Yihad Islámica o Hamas incluidos en las listas de organizaciones terroristas de algunos países, así como su pasada y, dicho sea de paso, probada participación en actividades terroristas en Alemania y Argentina. El reciente intento de atentado en Francia que ha implicado a diplomáticos iraníes ha traído de vuelta viejas acusaciones y supone una importante pérdida de legitimidad.

La cuestión de los derechos humanos es otro plano de enfrentamiento que sirve a la demonización del régimen. La vulneración de derechos fundamentales como son los de asamblea, petición, libertad de opinión y religión e intimidad, la violencia en la actuación de las fuerzas de orden público, casos de tortura o las ejecuciones públicas y hasta publicitadas (para el desafío) por procedimientos del pasado (menores y homosexuales incluidos) han suscitado en no pocas ocasiones la condena internacional. Estas áreas han estado controladas por la línea dura del régimen que las han utilizado tradicionalmente para tensionar las RR.II. y escoger el momento para poner contra las cuerdas a los moderados. En el informe de Amnistía internacional de 2017/2018, se sigue dando cuenta de esto.

Otro aspecto candente y de actualidad es el nuclear. En 1957 Irán firmó un acuerdo con EE. UU. que preveía para finales del siglo XX dispusiera de 23 centrales nucleares. Jomeini era contrario al arma nuclear y abandonó estos proyectos. En 2002 unas fotos satélites descubrieron dos emplazamientos nucleares clandestinos y en 2003 el presidente Jatami anuncia el abandono de Irán del programa de enriquecimiento de uranio.

La llegada al poder de Ahmadineyad supuso en 2005 el retomo de las aspiraciones nucleares y el choque con la comunidad internacional en su conjunto. A partir de 2006 la comunidad internacional impuso sanciones multilaterales y unilaterales y la producción de petróleo cayó de los 2,5 de barriles diarios a 1 millón, y el PIB se contrajo anualmente un 9%. Tras el levantamiento de las sanciones se volvió a recuperar los niveles iniciales pero la incertidumbre y la burocracia iraní dificultaron las inversiones de empresas tan relevantes como Total, Shell, Siemens, PSA Peugeot Citroën, Boing y Airbus, pero con todo y con eso las exportaciones de la UE alcanzaban os 12.600 millones de euros, el 33º destino.

Irán es un país signatario del Tratado de no Proliferación Nuclear; cuenta con derecho al uso de esa tecnología para fines civiles pero su conducta no se ha mostrado fiable. Su afirmación es la esencia del desafío que ha utilizado como palanca para el cambio de estatus en la región; es difícil que pueda -o quiera- conseguir el arma como hiciera Corea del Norte, ante la mirada impotente de Occidente que contempla, escarnecido, como va seccionando en sucesivas rodajas el problema al igual que un trozo de salami. Pero ni Irán es Corea, ni Oriente Medio el nordeste asiático.

Con su programa ha tratado de asumir el liderazgo tecnológico (e industrial) acorde a un nacionalismo que precisa resultados. Ha tenido éxito en campos como la informática, la nanotecnología o la industria militar; está  entre los nueve países del mundo capaces de colocar un satélite en órbita, y su vehículo de lanzamiento, por más que en esta área no haya llegado tan lejos como Corea del Norte; cuenta con misiles Shahab 3 de 1.300 kilómetros de alcance. A esta misma lógica de prestigio ha obedecido su presencia naval en el Cuerno de África en las labores de lucha contra la piratería.

La elección de Hassan Rouhani, que había sido jefe del equipo negociador entre 2003 y 2005 auguraba los buenos resultados que finalmente se alcanzaron; no en vano, calificaba a su gobierno como «de la esperanza y la prudencia». De hecho, tildó este enfrentamiento de «innecesario», reconociendo su naturaleza simbólica. Era siempre una opción win win. Su programa político se centraba en la maltrecha economía nacional para la que el acuerdo era un gran paso adelante.

Este,17 el Plan de Acción Conjunto y Completo, se explica en el contexto regional de Oriente Medio y la necesidad de una colaboración activa de Irán en sus casi infinitos problemas, de no pocos de los cuales, es parte cuando no causa. También se explica por la debilidad de un régimen anquilosado y con problemas de legitimidad con una población que clama por que no se le impongan mordazas y ataduras y se mejore la situación económica.

En esta situación, el régimen no podía permitirse ni una crisis económica ni una nueva «marea verde» como en 2009; el esfuerzo de Ahmadineyad por reprimir el movimiento verde supuso un severo peaje en términos de legitimidad. Y es que un Estado autoritario cuenta con un déficit de

legitimidad que solo se cubre mediante la eficacia. Como resultado de todo esto, Irán cumple, según los informes, escrupulosamente lo acordado.

Los críticos con el Acuerdo inciden en el hecho de que este deja fuera los vectores de lanzamiento mientras Irán que los continúa perfeccionando, lo que compromete la seguridad de Israel; además tampoco entra en su papel de perturbador regional.

Un Irán cada vez más cercano a su retóricamente demonizado Israel al que acosa mientras trata de crear un «eje de resistencia» apoyando a Hezbolá y Hamas y ahora puede actuar desde eventuales bases iraníes en Siria; dispone además de misiles que puede facilitar a estos grupos sino quiere que, simplemente, los usen sus tropas.

Con ello conseguiría, en el contexto actual y al socaire de los Acuerdos, el envolvimiento estratégico y contacto directo con su enemigo declarado al que puede enfrentar directamente mientras su propio territorio queda resguardado. Esto puede ser un riesgo existencial para Israel; por tanto, demanda respuestas a corto plazo, por más que la condición de minorías regionales, paradójicamente, pueda hacer concurrentes sus intereses y posibilite la colaboración en el largo plazo.

No obstante, la decisión de retirarse del Acuerdo formulada por el presidente Trump no servirá a frenar el desarrollo del arma nuclear pues no fue capaz de hacerlo antes si Irán, a su vez, abandona el Tratado. Y es que el Acuerdo puede subsistir sin Estados Unidos pero no sin Irán. La retirada del país sería, eso sí, muy dañina para la economía iraní que se había beneficiado del retorno a los mercados internacionales, perjudicaría al sector reformista del régimen y añadiría gran incertidumbre a las inversiones en el país.

Las amenazas vertidas por el general jefe de la Guardia Revolucionaria en julio de 2018, uno de los sectores duros – y contestada por el presidente Trump – señala el fracaso norteamericano en Afganistán; con ello exhibe la facilidad iraní para dificultar las actuaciones de la comunidad internacional allí. Pero es que además los hutíes han atacado petroleros saudíes en Bab al Mandeb y la armada iraní ha realizado maniobras en las inmediaciones de Ormuz trasladando un claro mensaje también a la comunidad internacional.

Además, la actitud unilateralista y de dominación norteamericana, estresa aún más la relación de Estados Unidos con sus aliados (entre ellos la UE como coordinadora de este) y perjudica económicamente a las empresas europeas ya implantadas allí, al sancionar extraterritorialmente al igual que hacía la ley Helms-Burton, a quienes comercien con Irán y pretendan hacer negocios en Estados Unidos. Irán se convierte en teatro secundario de enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Europea

Está, de romperse el Acuerdo, perderán posiciones costosamente adquiridas y dejarán el mercado, a empresas chinas, rusas… como ya hicieron en 2006; y desde luego el sector financiero, los bancos, que han sido los más renuentes a comprometerse en Irán ni con garantías – el dinero siempre es miedoso – no apoyarán el talón de Aquiles de Irán, que es este. Así, en 2016, para hacer turismo por Irán (algo, de momento, muy recomendable), era imprescindible llevar grandes cantidades de efectivo porque las tarjetas de crédito occidentales no funcionaban.

Y es que la UE ha sido la gran valedora de un pacto emblemático que ha dado oxígeno a los moderados del régimen. La situación de impasse ha generado una notable cantidad de Cartas de Intenciones que todavía no se han puesto en funcionamiento y las inversiones que se han producido lo han sido en especie (maquinaria, transferencias de conocimiento, formación…) Con todo, los flujos económicos con la UE se incrementaron un 79% desde la suspensión de las sanciones

España obtiene el 14% de su crudo de Irán y su balanza comercial es crónicamente deficitaria. Fue uno de los países más afectados por las sanciones impuestas por la UE en 2012. Es el 18º de sus clientes con un 0,7% de sus ventas y el 9º proveedor con un 2% de las compras. En 2016, las exportaciones españolas crecieron hasta los 360 millones de euros con un ascenso de un 54% y las importaciones un 412% (900 millones de euros).

Además la imagen de España en Irán, tanto ante las autoridades como ante la sociedad, es muy buena. Pero las relaciones con Irán deben considerarse en el contexto de las que España tiene con el conjunto de la región y mantenerse equilibradas, a pesar de la buena sintonía que pueda existir. Irán es el séptimo cliente de España en Oriente Medio, por detrás de Arabia Saudí (28%), E.A.U. (21%), Israel (17%), Líbano (6%), Jordania (5%) y Omán (5%) y el tercer proveedor, después de Arabia Saudí (43%) e Irak (18%).

Un Irán nuclear alteraría los equilibrios en la zona y podría originar una carrera de armamentos en la región (Arabia Saudí y posiblemente Turquía se sumarian a ella en la que está ya Paquistán), además de tensionar a Israel que difícilmente lo consentiría.

 

CONCLUSIONES.

Alamut, el mítico castillo de la secta de los asesinos, no es solo un castillo sino una pieza del sistema defensivo de los nizaríes que protegía un bellísimo valle del mismo nombre, no demasiado lejos – teniendo en cuenta el tamaño del país – de Teherán y del mar Caspio. Irán está plagado de lugares míticos, de historia y de sueños. Esa secta puede identificarse con ese Irán exportador de la violencia a su entorno regional, algo que no puede permitirse, porque al final, como en 1256, pueden venir los mongoles. La globalización es la racionalización de cualquier ensueño, revoluciones incluidas.

Los acuerdos del 14 julio son el culmen de un largo proceso negociador y suponen muchas concesiones entre las partes. Su simbolismo es importante. La retirada de Estados Unidos del Acuerdo supone un severo golpe a este, pero no supone su anulación que sólo se produciría tras la salida de Irán; deben encontrarse opciones. En el peor de los casos, superar la naturaleza extraterritorial de las sanciones norteamericanas puede hacerse como se hizo en el caso de Cuba, excluyendo de estas a las empresas de la UE, pero eso supondría aceptar la perpetuación del marco: el mantenimiento tanto de las sanciones como del régimen, y con ello, la entrega del mercado iraní a Rusia y, sobre todo, a China.

Las sanciones del presidente Trump buscan claramente provocar el colapso financiero del régimen, del que seguiría el caos económico, de ahí la protesta social y finalmente la caída del sistema político. Esto genera un problema ético: la democracia no es sólo un sistema de balances y contrapesos y el imperio de la Ley, sino que es sobre todo una actitud y una forma de resolver conflictos. Por eso no se exporta ni a cañonazos ni haciendo sufrir estérilmente a los pueblos cuando otros procedimientos son posibles.

Hay además un factor de la ecuación de la decisión difícilmente cuantificable, y no es menor: el profundo nacionalismo iraní y la victimización chií. La llamada «guerra impuesta», la guerra con Irak, trajo millón y medio de muertos y siete millones de mutilados que no quebraron la voluntad de combate iraní, aunque tal vez ahora lleve ya demasiado tiempo en conflicto.

Irán puede verse abocado a una retórica que le obligue a abandonar definitivamente el Acuerdo, porque las guerras no se hacen a medias, y las que se hacen así se suelen perder. Y eso traería a los radicales de vuelta, con el consiguiente alejamiento del país de la sociedad internacional y su enquistamiento nacionalista.

La presión en los estrechos y, sobre todo – por su carácter de amenaza no existencial – en Afganistán, serían entonces estrategias probables de respuesta. Además, trasladaría las repercusiones de las sanciones a su entorno, especialmente a Irak. Y provocaría a Israel – y cuenta con tropas y aliados cerca de su frontera; Siria, además, lleva 70 años en estado de guerra con Israel – para obtener las simpatías de la comunidad musulmana con su respuesta y tratar de asumir, una vez más, su liderazgo así.

En suma, una compleja situación en Oriente Medio que explica bien el resurgir de Turquía en una región en un permanente estado malabar.

 

Fuente: Archivos de nuestro asociado CF Aznar Fernandez-Montesinos