IRAK 29 NOVIEMBRE 2003. HÉROES ESPAÑOLES SIN LAUREADAS. EN RECUERDO A SU ENTREGA
¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
Se cumplen 18 años de la muerte en combate en Irak de siete de nuestros mejores soldados. Murieron combatiendo, combatiendo sí, después de sufrir un ataque armado cuando viajaban en sus vehículos y cumplían tan delicada misión: ser agentes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) en servicio a nuestras tropas allí destacadas. Evitaban muertes por la espalda, traidores ataques de un enemigo que no se quiso reconocer, en una guerra que vergüenza tiene que darle a aquellos que aún la niegan. Nuestros siete valientes soldados combatieron hasta el final, sabiendo que iban a morir, por España, que la muerte no es tan horrible como parece cuando se entrega por una causa, por otras vidas que salvas, por España, y cumplieron con la máxima de nuestros valientes:
«Con el sagrado juramento de no abandonar jamás a un hombre en el campo, hasta perecer todos».
Hasta perecer todos, hasta perecer todos, hasta perecer todos… No abandonar jamás, jamás, jamás, a un hombre en el campo hasta perecer todos.
Repetidlo ¡soldados! Cada día, cada hora, cada minuto: ese es el deber y la honra, el honor de ser soldado: morir por los demás.
Allí en Irak hubo héroes y actos que merecen como mínimo abrir un expediente para determinar si alguno de ellos es digno de la máxima condecoración al valor: la Laureada de San Fernando o la Medalla Militar, individual o colectiva. Estamos esperando. Allí sí hubo y estuvo el valor, el honor distinguido, excepcional.
¿Es que ya no hay héroes? ¿Quiénes son los jueces que determinan la heroicidad?
No olvidemos el relato de lo que ocurrió en Irak. Solos frente a la muerte, sin ningún medio para defenderse, solo el valor, sin rendiciones, sin salvación. Todos muertos. No se ha levantado acta al valor sobre aquella actuación, sobre hasta dónde llegó su heroísmo. <<No poder hacer nada, no poder hacer nada, no poder hacer nada>>. Han quedado grabadas esas palabras en el Centro Nacional de Inteligencia español donde escucharon en directo los disparos, donde sonaba alto y claro el valor. ¡Se oye a los valientes, los matan ¿qué podemos hacer?!
En combate, en ese combate que no les querían reconocer, que ninguna medalla de guerra había para entregar sobre su féretro, que aquello no era la guerra, ¿qué era aquello?, ¿dónde estaban?
Conteste quien sepa, si es que alguno sabe algo. Hoy sobre la milicia cunde el dolor, por la ingratitud, dónde ya no se condecora a los héroes distinguidos; y me pregunto: ¿qué hicimos?, ¿por qué aguantamos aquellas humillaciones de los que no saben que la guerra es algo que no debe avergonzar a quienes la hacen porque ellos no son el por qué de esa guerra que otros declaran mientras miran para otro lado. Los soldados se limitan a deshacer lo mal hecho, con su vida, nada más, sin preguntar y sin reprochar.
Yo no soy ningún héroe, pero los he conocido y sé como son. Por eso pido algo más para ellos. Merecer estar en ese libro de oro que llenan los que han alcanzado la virtud en la milicia, los santos soldados que lucen la medalla del valor y del honor, unos, ya casi ninguno, en el pecho, otros sobre su tumba. ¿Es que nadie va a dejar de esconder su mirada?
¿Preferimos mirar a otro lado porque un héroe se asimila a guerra? Sí, hay guerras y nuestros soldados llevan años en ellas, combatiendo, enseñando a combatir y evitando los combates. Y en todos estos años ha habido y habrá héroes sin laureadas.
Todavía estamos a tiempo de enmendar nuestro desagradecimiento.
Hay que estar más atentos.
Comandante Alberto Martínez González, Comandante Carlos Baró, Comandante José Carlos Rodríguez Pérez, Comandante José Merino Olivera, Brigada Alfonso Vega, Brigada José Lucas Egea, Sargento primero Luis Ignacio Zanón. ¡Presentes!
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
Fue W. Churchill después de la batalla de Inglaterra cuando se dirigió a sus pilotos de combate:
«Jamás, en el campo de humanos conflictos, debieron tantos a tan pocos tanto».
Viene muy a cuento.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
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