Cumplidos 16 meses de conflicto en Ucrania, el fin que todos anhelamos no parece estar cerca y cada vez resuenan más los intentos de una negociación. Sin embargo, las pretensiones de las partes implicadas no invitan al optimismo.
Ucrania pide que Rusia se retire de todos los territorios ocupados por las fuerzas rusas, incluida la península de Crimea, mientras que Rusia declara que no tiene intención de retirarse de las cuatro provincias anexionadas en otoño, es decir, Lugansk , Donestz, Zaporiyia y Jersón. Tampoco tiene intención de ceder Crimea, anexionada en 2014. Anexiones ilegales que no respetan el derecho internacional. Ante esta delicada situación, podemos realizar un breve análisis sobre las consecuencias geopolíticas de los contendientes y de sus aliados.
Por un lado, la lenta y descoordinada reacción de la UE, ejemplificadas en las múltiples y dispares reacciones de los distintos países que la integran, con intereses contrapuestos y excluyentes que ha justificado que, por ejemplo, Alemania, dependiente de la energía rusa, se resistiera a mostrar un fuerte apoyo a Ucrania desde el inicio de la contienda. La postura europea, pues, ha sido priorizar la búsqueda de alternativas (de forma tardía y aliándose con regímenes de dudosa reputación, es el caso del régimen azerí) energéticas para superar el frio invierno.
El apoyo norteamericano ha sido más tangible, pues ya tiene focalizado un objetivo en el que destinar su fuerte musculo armamentístico y militar, canalizando sus teorías geopolíticas que buscan minimizar la fuerza del bloque asiático, es decir, Rusia y sobre todo China. Pasemos pues a analizar la que según muchos expertos ha sido la principal beneficiada de este conflicto. Y no es otro que el régimen de Xi Jinping.
Desde el primer momento el régimen chino se ha caracterizado por su neutralidad. Las razones son obvias. Por un lado, la política exterior de Pekín se caracteriza por la no intromisión en asuntos de otros países y por su lucha contra los tres males (terrorismo, separatismo y extremismo). Siguiendo estas pautas, Rusia estaría forzando una separación de un territorio ucraniano, por lo que la posición china debería ser claramente contraria a la acción de Putin.
Sin embargo, el mundo geopolítico no es simple, y una condena de China a Rusia, su único aliado contra el bloque Atlántico (EEUU+ UE) supondría un golpe casi mortal para Moscú. China es consciente de la frágil situación de su vecino y por ello ha mostrado una posición más que prudente, absteniéndose en las votaciones en la condena de la invasión Rusia a Ucrania en marzo de 2022 y en las anexiones rusas a las provincias ucranianas en octubre de 2022 en la Asamblea General de la Naciones Unidas.
Los pocos aliados de Putin se resistieron a mostrar públicamente su apoyo en las votaciones de este organismo Internacional. Si China está siendo ambigua en su posicionamiento, ¿por qué le interesa el fin de la guerra?
Las razones son principalmente económicas y geopolíticas
Los motivos geopolíticos se han introducido anteriormente. Un debilitamiento de Rusia no es conveniente a una China que no dispone de aliados de entidad.
A pesar de que las relaciones entre Rusia y China son ambiguas, con múltiples puntos de cooperación y de intereses comunes, no son menores los temas en los que comparten intereses incompatibles y excluyentes, por ejemplo, en las disputas territoriales y sobre todo en temas energéticos en Asia Central.
La caída de Moscú supondría que China tendría que dedicarse a tareas que no son prioritarias para Pekín, en el mejor de los casos, y en el extremo opuesto, China vería como la balanza geopolítica se decanta por Occidente y la Alianza Atlántica y se encontraría carente de aliados de relevancia en el panorama internacional.
Por otro lado, desde el punto de vista económico, la guerra en Ucrania está mermando el consumo de sus principales clientes, Europa y Estados Unidos. Y China necesita una estabilidad geopolítica para que la mayor fábrica del mundo siga funcionando.
La economía que mantiene al 18,25% de la población mundial según el FMI, necesita seguir exportando, y una caída del consumo motivada por los altos precios de muchas materias primas provenientes de Ucrania que se prolongue en el tiempo no es un dato halagüeño para el gigante comercial asiático.
Otro de los motivos por los que China ha salido beneficiada del conflicto ha sido que ha conseguido desviar la atención de EEUU de su zona de influencia; las rutas comerciales de Asia-Pacífico. La situación ha sido durante muchos momentos de excesiva tensión por el control de las rutas comerciales sobre ciertos islotes, islas y archipiélagos en el mar de la China Meridional. A este escenario, que ha salpicado a países de la zona como Tailandia, Singapur, Filipinas, Vietnam e Indonesia, que en muchos casos se han visto implicados y obligados a posicionarse con uno u otro bando, se suma al conflicto en Taiwan. Todo ello da una clara imagen de la crisis que momentáneamente se ha desviado a Europa oriental.
El fin de la guerra puede volver a poner el foco en esta región, pero es un riesgo que China debe asumir. Además del peligro comercial (y, por consiguiente, económico) para los intereses chinos de la presencia norteamericana en su zona de influencia, China teme un posible cambio de mentalidad empresarial en los países desarrollados. Muchas empresas han tomado nota de lo sucedido tras el COVID, y están empezando a trasladar las factorías a sus propios países o a países de su entorno. Pierden competitividad por los altos salarios y costes, pero ganan en el control logístico de sus procesos. Y en un entorno de alta inestabilidad con pandemias recientes y guerras actuales, tiene mucho sentido.