El General Martinez Isidoro, asociado de AEME, publica en el ABC este análisis sobre el tema AFGANISTAN
«Afganistán subsiste por la ayuda internacional, prácticamente es un estado fallido, un narcoestado, sometido a los vaivenes estratégicos de las potencias. Solo una acción concertada internacional podría sustraerle de su actual situación, y entonces sí podría admitirse que las cerca de 100.000 víctimas, de todo tipo, de ellas el centenar de españoles, podrían estar justificadas»
EN el lenguaje militar, lo que está sucediendo en estos días en Afganistán sería concebido como una retirada en desorden, ni siquiera un repliegue, como el que efectuaron las tropas españolas expedicionarias en Irak en 2004 tras la orden del presidente Rodríguez, en el que al fin y al cabo hubo dispositivos, norteamericanos, que protegieron ese indigno movimiento, militarmente impecable, y lo califico así porque los iraquíes necesitaban nuestra presencia, y porque Naciones Unidas lo había solicitado (CSNU.1483 y siguientes).
En cualquier caso, lo que viene a significar esta situación, en ese martirizado país, es el fracaso, una vez más, de la política, de la estrategia, de la moderna y holística contrainsurgencia, de las Naciones Unidas, de la OTAN, de la inmóvil UE y de varios presidentes de los Estados Unidos, el primero de todos Obama, que en 2011 anunció la salida de las tropas americanas sin pedir nada a cambio a los talibanes, y finalmente Trump, que cerró los acuerdos con ellos sin contrapartidas. Además queda en el sumidero de la Historia la ingente ayuda humanitaria proporcionada por muchos países para la regeneración política, cultural y económica de Afganistán, así como el enorme gasto militar dedicado a contener a los talibanes y a formar a las Fuerzas de Seguridad de ese país; sin duda que la contribución en vidas humanas, cerca del centenar para España en ese teatro de operaciones, es la más significativa pérdida.
Una vez más se acerca el momento de la partida total de Estados Unidos, de un escenario al que ha arrastrado a sus socios más próximos y distintos, pues todas sus sensibilidades de intervención se reunificaron para ofrecer su colaboración en un conflicto que abrió ese país (presidente Bush Jr.), invocando el artículo 5º del Tratado de Washington después de los ataques del 11-S, y lo hace con la misma sensación de fracaso que lo hiciera la ex Unión Soviética en 1989 después de una estancia de 10 años, tan improductiva como desastrosa bajo el punto de vista social y humanitario.
Fracaso también de la OTAN, que ha experimentado allí todas las teorías posibles de contrainsurgencia, empleando su armamento y equipo más sofisticados, gastado a sus generales más prestigiosos ( McChrystal y Petraeus, fundamentalmente), fundido los esfuerzos de una organización que se ha dejado allí, hasta hace poco, mucho del potencial que podría haber aplicado dentro del espacio marco de su Tratado en escenarios más inmediatos.
El calificativo de ‘Afganistán, cementerio de los Imperios’ se renueva una vez más, pues la retirada, tan anunciada como realizada bajo presión talibán, solo va a dejar las cosas ‘a medio hacer’, confirmando las conclusiones militares de que ese país precisaría una estancia permanente de las fuerzas de estabilización, aspecto al que se opone la política doméstica de los posibles participantes, tan dependiente de los votos; pero es necesario reconocer que se vuelve a la casilla de salida de 2001, y que las realizaciones innegables en materia de educación, sanidad, comunicaciones, transparencia, y en los derechos irrenunciables de la mujer, principal víctima de las políticas talibán, van a retroceder merced al ideario extremista de los que ahora se configuran como victoriosos.
No hay ninguna iniciativa geopolítica que parta de Afganistán, si exceptuamos que albergara el ‘mando intelectual’ de los atentados del 11-S; siempre ha actuado de sujeto paciente y ha sufrido la acción estratégica de las grandes potencias y de las regionales, en los ‘Grandes Juegos Geopolíticos’.
Afganistán, comprendámoslo, está en el espacio estratégico que su geografía todavía le proporciona, dándole un carácter de ‘estado colchón, o tapón’ para los intereses de otros, es cruce de intereses, constituye la profundidad estratégica de Pakistán, el escenario privilegiado para la India, en su conflicto con el anterior al que amenazaría por sus dos flancos, es territorio de transición, de parapeto para la extensión de ciertas doctrinas, de itinerario económico para China para la concepción de nuevas rutas comerciales que emulan antiguos caminos de progreso, y es, en definitiva, santuario y refugio para el terrorismo regional y transnacional, al menos para sus responsables intelectuales.
Y todas estas solicitaciones se unen a una geografía imposible, atormentada si se quiere, cercana a las alturas más elevadas del planeta, con una división administrativa característica de las soluciones que aplicaba Gran Bretaña a la liquidación de su imperio colonial; ya lo hizo en la India dividiendo el Punjab para crear Pakistán, con varios millones de muertos entre sus habitantes, que reavivaron, con esa perentoria división, sus diferencias religiosas; y lo repite en Pakistán con la Línea Durand que le separa de Afganistán por su este, dividiendo las áreas tribales en dos jurisdicciones nacionales, dejándose en el país del Indo más de 25 millones de pastunes, la etnia más numerosa de Afganistán y centro de gravedad de los talibanes, aspecto que confiere a Pakistán gran influencia, y responsabilidad de la situación que se vive en ese país desde hace muchos años.
La Historia es otro de los factores que hacen del afgano un genotipo irredento, desde los más antiguos imperios; el de Alejandro el Magno (el macedonio funda la ciudad de Kandahar, tomada recientemente por los talibanes), Gengis Khan, Persa y Árabe, hasta los más modernos de la Reina Victoria, en pugna con el Imperio Ruso para impedirle su acceso a la India británica, para lo cual entabla tres guerras con Afganistán, hasta los más ideológicos como la URSS, en su pretensión de prevalecer sobre Asia Central y sus riquezas en hidrocarburos, pasando por la Guerra Fría que lleva la rivalidad Estados UnidosRusia hasta estas latitudes, siendo el primero, con fondos de Arabia Saudí, el responsable de la creación de los talibanes que hoy presiona su salida precipitada.
Una encrucijada de razas, etnias y pueblos que ejercen una innegable influencia en la situación de Afganistán, pues tayicos, uzbecos, turcomanos, baluchos y hazaras, y por supuesto pastunes, la mayoría, son cadenas de transmisión de los Estados que circundan el país objeto, de Rusia, Pakistán, Irán, repúblicas exsoviéticas de Asia Central, China (con 76 km de frontera y una base militar en territorio afgano) y últimamente Turquía, que no quiere perder su opción sobre las futuras infraestructuras ‘gasísticas’ en la región.
No se puede demostrar que los rusos hayan apoyado a los talibanes en su actual resurgimiento, aunque así lo sugiriera el exsecretario de Defensa norteamericano, general Mattis, en su última visita a Kabul, antes de dimitir del cargo, pero sí parece que es una maniobra estratégica general, de la tácita alianza ruso-china, en la liquidación de la presencia de Estados Unidos en la región, la extinción de sus bases en las repúblicas de Asia Central y la creación de organizaciones de seguridad con protagonismo ruso-chino que cierran el paso a los intereses norteamericanos.
Afganistán subsiste por la ayuda internacional, se encuentra situado entre los países más pobres del mundo, prácticamente es un estado fallido, un narcoestado, sometido a los vaivenes estratégicos de las potencias.
Solo una acción concertada internacional, de todos los actores citados, podría sustraerle de su actual situación, y entonces sí podría admitirse que las cerca de 100.000 víctimas, de todo tipo, de ellas el centenar de españoles, podrían estar justificadas.
Ricardo Martinez Isidoro, General de División del E.T.r
Fuente:
https://lectura.kioskoymas.com/abc/20210816/textview