FRANCISCO PIZARRO Y SU GRAN VICTORIA ANTE LOS INCAS Teniente Coronel Garrido Palacios

FRANCISCO PIZARRO Y SU GRAN VICTORIA ANTE LOS INCAS

Francisco Pizarro nació en Trujillo (Cáceres) en 1478, hijo del hidalgo Gonzalo Pizarro el Largo y la criada Francisca González. No tuvo formación alguna ni padres que le cuidaran, pero sí tuvo el valor de embarcarse muy joven hacia las Indias y ser uno de los principales exploradores españoles. En noviembre de 2025 se cumplirán 493 años de la batalla de Cajamarca, contienda vital en la exploración del Perú y la América meridional.

 

                                            Retrato de Francisco Pizarro. Museo Naval (Madrid)

 

Tercera expedición de Pizarro al Perú

Un contingente al mando de Francisco Pizarro y formado por 180 hombres salió del puerto de Panamá rumbo al sur cuando corría el 20 de enero de 1531. Al frente de la navegación estaba Bartolomé Ruiz, avezado piloto del Pacífico, con dos naves delante y una tercera que saldría del puerto de dicha ciudad en breve al mando de Cristóbal de Mena. Se retrasó por cuestiones logísticas.

El ambiente de la tropa y la ilusión con que se abordaba la nueva empresa era muy favorable: por la excelente preparación de los hombres, los equinos y las piezas de artillería. Pedro de Candía disponía de un magnífico potencial de fuego para luchar. Cañones, arcabuces, espadas, dagas y otras armas contribuyeron a ese optimismo.

A la expedición de Pizarro se unió en Tumbes el intérprete Felipillo, traductor del quechua al español, aprendido durante su contacto con otros españoles. Pues bien, el Conquistador conoció a través de la información de un nativo que más al sur existía una gran ciudad de nombre Cuzco, sede del imperio inca. Tenía galpones con placas repujadas de oro en forma de ave y muchos objetos de plata, piedras brillantes y elementos de gran valor. El nativo les dijo que Atahualpa se dirigía hacia allí para ser nombrado Inca y ponerse la mascapaicha (símbolo del soberano compuesto por una trenza de colores que rodeaba su cabeza).

 

Guerra fratricida por la sucesión Inca

Tras la muerte de Huayna Cápac (h. 1527) se había producido una guerra civil entre dos hermanos: Huáscar controlaba el sur con residencia en Cuzco y Atahualpa tenía su centro en Quito y dominaba el norte del Tahuantinsuyu (territorio inca). Sea como fuere, el segundo era muy poderoso y se estaba apropiando del imperio. En 1532, él ya tenía noticias de los viracochas (conquistadores) con cara blanca y barbuda, y de los «carneros grandes» (caballos) que tanto pavor infundían a los nativos.

Esa situación de guerra entre los soberanos era conocida por Pizarro y quiso aprovecharla. También sabía que Atahualpa se encontraba cerca de su asentamiento, por lo que decidió reunir a sus hombres y anunciarles que irían a su encuentro. Pizarro les arengó con firmeza que debían demostrar su valía y coraje, y que la desigualdad de fuerzas no era un obstáculo porque contaban con la ayuda de Dios, de Su Majestad y de su preparación como soldados.

 

Teatro de operaciones

Llegaron a la ciudad pétrea de Cajamarca. Desde lo alto se divisaba hermosa, con una gran plaza trapezoidal en el centro, las calles rectas y embaldosadas, edificios nobles como el Templo del Sol, la Casa de las Vírgenes, el palacio real, la casa de las tejedoras y el Intihuatana, adoratorio y reloj solar que regía la vida de los indios.

A legua y media de distancia se encontraba el campamento de Atahualpa, repleto de tiendas de algodón blanquecinas. Estaba emplazado en una suave ladera que se perdía en el horizonte, bordeando las termas de Cúnoc.

La ciudad estaba desierta y de repente llegó una tempestad de rayos, truenos y agua congelada. Pizarro ordenó que ocuparan los edificios y despachó a Hernando de Soto y a su hermano Hernando con 40 jinetes a visitar a Atahualpa e invitarlo a cenar esa noche o a comer al día siguiente. Con ayuda de Felipillo, los capitanes españoles hablaron con él y este aceptó la invitación. Los capitanes apreciaron unas 50.000 personas en total, la mitad guerreros, y alrededor de la tienda del Inca había 400 fuertemente armados. Se preparaban para una guerra.

Frente a lo anterior, el contingente de Pizarro ascendía a 168 hombres, incluidos 62 jinetes, 20 ballesteros y 6 arcabuceros. Los infantes contaban con espadas, dagas, picas, ballestas y arcabuces. Luego estaba el caballo, con gran poder de intimidación y velocidad.

 

Batalla de Cajamarca

Cada bando tenía su plan. El Inca se basaba en la masificación de fuerzas y la sorpresa; en tanto que el Conquistador, tras consultar con sus capitanes, decidió organizar tres escuadrones de Caballería al mando de los capitanes Hernando Pizarro, Hernando de Soto y Sebastián de Benalcázar, con la misión de controlar los tres accesos a la plaza de Cajamarca. La Infantería, distribuida en dos grupos, estaría a las órdenes del gobernador y Juan Pizarro. Su misión consistía en cerrar con trancas el paso por los accesos principales e impedir la entrada de guerreros y la fuga del Inca. La Artillería, por último, estaría a cargo del griego Pedro de Candía desde la atalaya del Templo del Sol y debía hacer fuego contra los que intentaran entrar en la plaza. El objetivo prioritario era coger a Atahualpa con vida.

 

                                  Tercer viaje de Francisco Pizarro (1532-33). Elaboración propia

Al llegar la vanguardia a Cajamarca, no vieron a español alguno en ella. La vanguardia inca entró en la plaza y se dio una vuelta. Un millar de guerreros llevaba lanzas de madera; detrás, otro millar cantaba y bailaba, seguido por varias unidades con armaduras, discos de oro y plata en los pechos y coronas de oro (curacas o caciques). A continuación, apareció la litera del soberano portada por 80 servidores con uniformes azules.

A una señal de Francisco Pizarro, fray Vicente de Valverde partió de Amaru Huasi y se dirigió derecho hacia Atahualpa. Cruzó las unidades incas llevando una cruz en la diestra y la Biblia en la siniestra. A su izquierda iba Felipillo, el faraute. El Inca pidió el libro. Ojeó alguna página y arrojó la Biblia lejos de la litera. Reprochó al religioso con ira los robos cometidos por los españoles. Fray Vicente dijo que no habían sido los españoles y se retiró.

A las 17.30 horas de la tarde del día 16 de noviembre de 1532, Pizarro gritó a voz en cuello «¡Santiago!». Un disparo de arcabuz retumbó cerca del adoratorio y una toalla blanca flameaba por encima de las cabezas para que la viera Pedro de Candía desde la atalaya. El griego cogió un botafuego y lo acercó a un falconete. Dos trompetas rasgaron el aire de la ciudad, la señal de salida de los jinetes de los galpones con sus cabalgaduras en dirección a los tres accesos.

Los nativos se quedaron paralizados por la sorpresa y, entretanto, los españoles acometían con sus picas y espadas sin descanso alguno. Aventados los caballos, derribaban a los guerreros indios. Los falconetes de Candía disparaban hacia el acceso principal a la plaza.

Atahualpa estaba desconcertado. Pizarro se dirigió hacia él, su objetivo, con veinte infantes, y todos atacaron a los cargadores. Los soldados españoles lograron mover el palanquín de la litera e inclinarla con ayuda de un caballo. Atahualpa cayó al suelo y los soldados lo rodearon. Por fin, lo capturaron. Los incas huyeron despavoridos.

 

                                                     Atahualpa. Museo Arqueológico de Lima

 Ya en Amaru Huasi, el Inca seguía manteniendo su majestad. Pizarro le dijo que no debía tener pena por la derrota ni por estar preso. El soberano escuchaba con atención y manifestó que había sido engañado por sus capitanes. Él quería ir en son de paz.

Al caer la noche, todos se reunieron en la plaza y Pizarro felicitó a sus hombres por la victoria. Los aplausos y los vítores se oyeron por doquier. El balance final fue de 2.000 bajas por parte de los incas y solo algunos heridos, incluido un caballo, de los españoles.

Pizarro sentó a su mesa a Atahualpa y lo trató cordialmente. Eso le agradó, si bien su mente estaba en otro lugar. Le preguntó qué le ocurría y el Inca dijo que pensaba prenderle y en ese momento ocurría lo contrario. Los usos de la guerra eran el vencer o ser vencido.

 

Final de Atahualpa

Atahualpa deseaba su libertad para ir a Quito y castigar a los seguidores de su hermano Huáscar, y con ese fin hizo una propuesta al vencedor de la batalla: su libertad a cambio de llenar de oro la habitación que ocupaba hasta la altura de su brazo y dos de plata de dimensiones similares. En cuanto al tiempo empleado, el Inca respondió que cuarenta días.

Pizarro salió del bohío a reunirse con sus capitanes. Todos aceptaron la propuesta y seguidamente, en compañía de Felipillo, se dirigieron al interior de la prisión para formalizar el acuerdo. Transcurrida una semana comenzaron a llegar a Cajamarca caravanas de auquénidos portando objetos preciosos de distintos puntos del Tahuantinsuyu.

El plazo concedido al Inca para llenar las salas de metales preciosos había vencido largamente y la promesa no se había cumplido. Además, las rencillas entre los combatientes de Cajamarca y los hombres de Almagro –incorporados después de la batalla– se incrementaban, había pruebas de que Atahualpa había ordenado la muerte de Huáscar y el general Rumiñahui, al mando de 200.000 nativos y varios miles de caribes, se dirigían hacia allí.

De cara a la mejor solución en la conquista del Perú, el trujillano decidió someter su caso a un Consejo de Guerra. Presidido por él y cuidando con mimo las formalidades judiciales, se nombró un fiscal, un escribano y un defensor, que recayó en Juan de Herrada.

Las acusaciones contra el Inca fueron leídas por el fiscal: se le acusaba de idolatría, traición, fratricidio, incesto, poligamia y otras. Varios testigos fueron llamados a la sala del juicio para testificar y todos ratificaron sus delitos.

Luego de enterarse bien de las causas: el asesinato de Huáscar, aniquilación de la panaca imperial (territorio de los nobles), dormir con sus hermanas, idólatra pertinaz y tal; la sentencia le condenaba a morir en la hoguera. El imputado negó todas las acusaciones y el escribano hizo firmar a dos testigos. Antes de morir, Atahualpa dijo que quería ser cristiano.

Como representante de los incas, tras la muerte de los hermanos Huáscar y Atahualpa, Pizarro eligió a Túpac Huallpa, hijo legítimo de Huayna Cápac, a sabiendas de que esa elección estaba pactada con los orejones (nobles) presentes en Cajamarca y los capitanes españoles. El nuevo soberano era una persona joven, protegida por el gobernador y aceptada por los indios sin reservas. Su entronización fue asimismo aprobada por la Corona española.

 

Conclusión

La batalla de Cajamarca puso de manifiesto la gran gesta lograda por Francisco Pizarro, pues, con escasa formación llegó a convertirse en uno de los exploradores más notables. Fue nombrado gobernador, capitán general, marqués, etc. También fue el artífice de la victoria en Cajamarca, en un territorio hostil y contra fuerzas muy superiores (168 españoles contra 25.000 incas), así como de promover el mestizaje, la fusión de culturas (sincretismo) y el gobierno compartido con los incas.

 

 

Jose Garrido Palacios

Teniente coronel del ET (R). Doctor en Filosofía y Letras.

Asociación de Escritores Militares de España