El Rol de Elon Musk en Estados Unidos
El papel de Elon Musk junto al Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha sorprendido a propios y a extraños. Pero esa sorpresa ha sido exagerada, pues no es nuevo el papel del capitalismo junto al poder político, ni en Europa, ni menos aún en los Estados Unidos. Poder político y poder económico han ido de la mano a lo largo de la Historia, reforzándose, de manera que unas veces el poder político ha servido para ganar poder económico, y otras el poder económico ha servido para lograr el poder político.
En Europa, a partir de la Revolución Francesa de 1789 y de la Revolución Rusa de 1917, el poder político ha procurado disimular su relación con el poder económico, lo que no significa que se haya desvinculado de él. Pero en los Estados Unidos, desde la misma Independencia en 1776 no se ha disimulado esa relación, y de manera muy especial a lo largo del último siglo. Entonces, ¿por qué sorprende la participación de Elon Musk en la política actual de los Estados Unidos? Creemos que esa sorpresa procede de que se hace abiertamente, sin disimulos, algo que parece ser característico de la política actual, tanto la internacional como la nacional. Además, creo que Trump quiere que nos fijemos en Musk y en su histrionismo, y no en lo que realmente importa. Durante su primer mandato en 2017-2021 Trump recibió la crítica unánime en todos los medios de comunicación, internacionales y nacionales de cualquier país. Cuando se analiza quienes eran los principales inversores (y por tanto propietarios) de esos medios de comunicación, tanto los tradicionales como las nuevas redes sociales, encontramos los mismos nombres (Vanguard, Black Rock, Berkshire, Hathaway, etc.). Todos los grandes grupos de inversión han dominado la información y el entretenimiento a través de las nuevas tecnologías, y durante ese período, el movimiento social “Nuevo Orden Mundial” ha inundado el mundo occidental con la “cultura woke” y la Agenda 2030. Si se recuerda este hecho es solo para señalar que los mismos poderes financieros que apoyaron las políticas de Biden y el partido demócrata norteamericano son los mismos que a la semana del cambio electoral están ahora apoyando a Trump y al partido republicano.
Es cierto que Elon Musk fue el primero en cambiar, pues fue el primero en apoyar a Trump durante la campaña electoral. Pero no es menos cierto que inmediatamente de ganar las elecciones, una gran parte de los otros grandes grupos inversores han pasado a apoyar a Trump. En estos momentos parece que se están librando varias batallas, en gran medida solapadas, en el mundo occidental. Por una parte, la batalla entre globalistas y defensores del estado-nación. Por otra, entre el nuevo capitalismo financiero y el tradicional capitalismo industrial. La antigua dicotomía izquierda-derecha se solapa con la nueva dicotomía globalista-aislacionista. Parece que el objetivo es el mismo, ambos quieren imponer un Nuevo Orden Mundial.
Siempre se ha dicho que si una pregunta no está bien formulada será difícil obtener una buena respuesta. Y esa puede ser la cuestión del desconcierto actual. Creo que en lugar de preguntar qué ha cambiado en la política exterior norteamericana al cambiar de Biden a Trump, se debería preguntar qué es lo que no ha cambiado en esa política exterior. Cualquier analista de la política norteamericana estaría de acuerdo en aceptar que por grandes que sean las discrepancias entre demócratas y republicanos en las diferentes políticas interiores, en lo que no difieren nunca es en la política exterior. La política exterior siempre tiene una estrategia y unos objetivos que son respaldados por ambos partidos, de manera que pueden cambiar las tácticas, pero no la estrategia ni los principales objetivos.
Cuando se analizan los hechos de política exterior de Estados Unidos desde comienzos del siglo XX, se observan dos constantes: 1) confrontar con el país que se considera principal adversario como gran potencia mundial, y 2) controlar Europa. Así, se cumplieron los dos objetivos luchando contra Alemania en las dos guerras mundiales entre 1914 y 1945. Y a partir de 1945 el primer objetivo fue la Unión Soviética, por razones geo-políticas, puesto que cuando se observa el globo terráqueo es imposible no darse cuenta de que Rusia y los Estados Unidos son territorialmente tan vecinos como España y Marruecos, separados por una muy pequeña franja de 82 kms. de agua, el estrecho de Bering. Nunca ha habido, sin embargo, una confrontación directa significativa entre ambos países. La ha habido, sin llegar a la confrontación abierta, en la Guerra Fría desde 1945 a 1991, que culminó con la desaparición de la Unión Soviética. Pero, desde hace menos de 10 años, el principal competidor para liderar el mundo es China. No deja de ser curioso que ya desde hace años los Estados Unidos, y Rusia, y ahora también China, estén muy interesados en establecer su presencia en el Polo Norte y en el espacio, y que el actual Presidente Trump haya expresado su interés por comprar o conquistar Groenlandia, y convertir a Canadá en el 52 estado de los Estados Unidos, así como en impulsar nuevamente la carrera espacial.
El otro gran objetivo de los Estados Unidos, en estrecha colaboración con el Reino Unido, ha sido siempre, también, controlar a Europa para ponerla al servicio de sus intereses. Su vinculación con el Reino Unido, de quien se independizaron, y a quienes han convertido en sus “subordinados” pero aceptando que les aportan el inestimable prestigio y apoyo de la Commonwealth y la idea de Imperio (Corona incluida), ha ido consolidando una alianza “anglosajona” basada en el capitalismo, en la religión anti-vaticana, en el idioma, y en una firme oposición a la formación de una Europa Unida. Ese objetivo ha estado presente en el Reino Unido desde Enrique VIII, por eso siempre se ha opuesto a cualquier intento de una Europa Unida, sea por la fuerza o por consenso.
Esta estrategia, basada en el doble objetivo de debilitar al país competidor principal en cada momento, y en impedir la formación de una Europa Unida, ha tenido su plasmación en tácticas diferentes en distintas fechas, adaptándose a las circunstancias de cada momento histórico. El mundo anglosajón (Estados Unidos y Reino Unido), no el “occidental”, acordó con Rusia (la Unión Soviética entonces) un reparto de zonas de influencia en el mundo en Yalta y Potsdam en 1945, sin participación de Francia ni de ningún otro país europeo. El establecimiento de la OTAN a partir de entonces no tuvo como objetivo solo el de establecer una organización militar frente a Rusia, sino también el de impedir que Europa tuviese su propia organización militar de seguridad.
Por eso, las administraciones demócratas y republicanas durante la Guerra Fría se encargaron de crear conflictos que han repercutido negativamente (económica y políticamente) sobre Europa (guerras en Oriente Medio, guerra de los Balcanes, movimientos migratorios desde Africa, crisis económica de 2008, etc.). De una forma indirecta, sobre todo desde la aprobación del Tratado de Maastricht de 1992 que creó la Unión Europea y la moneda competidora del dólar, el euro, se han agudizado los conflictos “contra Europa”. La administración Biden parece haber provocado, o no haber impedido, la reciente guerra de Ucrania, al haber ampliado la OTAN hasta las fronteras de Rusia, animando y respaldando la solicitud de Ucrania de ingresar en la OTAN, cuando había sido fundadora con Georgia y Rusia de la CEI, sustituta del antiguo Pacto de Varsovia. Ucrania abandonó la CEI en 2014, provocando la invasión de Crimea por parte de Rusia, que no podía renunciar a tener un salida de su flota al Mediterráneo. Desde el principio la OTAN decidió prepararse para la guerra, sin intentar negociar el alto el fuego y la paz, igual que ahora cuando se quiere terminar esa guerra. Es obvio que el resultado objetivo de la guerra de Ucrania ha sido debilitar a Rusia y a la Unión Europea, económica y militarmente, obligando a Rusia a depender de China, y a la Unión Europea a depender aún más de los Estados Unidos. Además, hará imposible durante décadas cualquier cooperación entre la Unión Europea y Rusia, y ha provocado el inicio de desacuerdos entre los miembros de la Unión Europea.
Pero en estos últimos años se ha producido el gran “salto adelante” de China, que se ha convertido en el principal competidor y adversario internacional de los Estados Unidos, y muy especialmente en el Pacífico. La competición con Rusia ha pasado a un segundo plano. Y por eso la administración Trump ha cambiado de táctica, pero no de estrategia. China es ahora su competidor principal, en lo tecnológico, en lo militar, en lo económico, en lo financiero, en lo cultural, en el espacio, y en su deseo de establecer y liderar un Nuevo Orden Mundial. Al romper (y dar publicidad) a su tradicional vínculo trasatlántico con Europa, ha provocado el miedo y la incertidumbre en la Unión Europea, pero dejando en manos del Reino Unido el papel de proporcionarles la seguridad militar a través de la OTAN. Al mismo tiempo, su desvinculación de la Unión Europea en materia de seguridad, incluida la amenaza de abandonar la OTAN, es una garantía de buena voluntad hacia Rusia, para que pueda a su vez desvincularse de su dependencia de China en una futura confrontación. El resultado final que buscan los Estados Unidos es que, en una futura confrontación con China, la Unión Europea no tendrá otra opción que cooperar con los Estados Unidos, pues su protección militar dependerá del Reino Unido (la otra mitad del pacto anglosajón), mientras que Rusia podría verse menos amenazada por la Unión Europea y por tanto ganar ciertos grados de libertad respecto a su vinculación con China.
Parece poder concluirse que el cambio de administración, de Biden a Trump, no ha significado un cambio de estrategia en su política exterior, sino un cambio de tácticas, utilizando a Ucrania en ambos casos, iniciando y terminando la guerra. Mientras que facilitar la guerra de Ucrania ha impedido la colaboración de la Unión Europea con Rusia, y ha debilitado tanto a una como a la otra, la terminación de la guerra de Ucrania permitirá reducir la presión sobre Rusia, mientras continúa su control de la Unión Europea a través del Reino Unido, facilitando así concentrarse en su futura confrontación con China en el Pacifico.