El “Patiño” . Angel Tafalla

Apasionada  descripción del la “decoración del navío” que nos brinda su primer Comandante.

 

El «Patiño»

Hace unos días, el presidente Sánchez, en plena fiebre preelectoral gallega anuncio por sorpresa que iba a dar la orden de ejecución de un Buque de Apoyo de Combate (BAC) para sustituir al «Patiño», al que calificó como veterano por estar a punto de cumplir los 30 años. Como yo tuve el honor de ser su primer Comandante –imagínense quién es aquí el verdadero veterano– un torrente de apasionados recuerdos me invadieron sobre aquellos años donde junto a mi dotación y con el imprescindible apoyo de mi Segundo, colaboramos en el feliz alumbramiento de nuestro buque. Compartiéndolos con Uds., pretendo que comprendan porque los marinos de guerra queremos tanto a nuestros barcos, que son para nosotros lugar de vida y trabajo y eventualmente puesto de combate.

La primera dotación de un buque de guerra tiene una especial responsabilidad con la decoración de los espacios de vida. El astillero me permitió contratar a una decoradora, esposa de un marino mercante, con gusto y sensibilidad ambiental. Digo esto porque durante 30 años nuestros sucesor es han mantenido básicamente los muebles y cuadros que decidimos y eso que el «Patiño» fue el primer buque al que no se le permitió utilizar madera en las Cámaras de Comandante, Oficiales y Suboficiales. En esto, como en muchas cosas más, fuimos pioneros. Por ejemplo: fuimos la primera dotación totalmente profesional de la Armada. Los alojamiento de marinería, camaciudadela– retas de a ocho personas preparados también para a coger personal femenino, estaban a años luz de los sollados tradicionales. Todos éramos allí voluntarios, pero muy pocos para tan inmenso barco, el mayor que tuvo la Armada en toda su existencia hasta que llegó el «Juan Carlos I». Especialmente escasos eran los reposteros que es así como denominamos a los especialistas en hostelería. Así que Oficiales y Suboficiales tenían que arranchar (=limpiar) sus alojamientos rompiendo una tradición largamente establecida. Tuvimos que explicarles que lo que muchos hacían ya en su casa, lo iban a tener que hacer también a bordo porque yo no iba a permitir que el buque estuviera sucio. Todos lo asimilaron y el «Patiño», con más compartimentos que dotación, relucía. Teníamos gimnasio, biblioteca, hospital, incineradora de residuos y una camareta para los Cabos 1º que son unos casi Suboficiales, un tesoro que la Armada debe cuidar. En la época de la mili, la marinería estaba en puerto a tres guardias, lo que era muy duro y totalmente inaceptable para unos profesionales a los que pretendíamos retener como voluntarios. Hubo que organizarse de manera muy diferente.

Pero el «Patiño» era también lugar de trabajo, eso sí, muy automatizado, lo que trasladaba la carga del manejo de equipos al mantenimiento. Cualquier puerta que se abriera, y eran muchos cientos, nos avisaba. Movíamos la carga en cubierta y por amplios pasillos interiores con vehículos eléctricos. Arrastrábamos los helicópteros con tractores. Los grandes chigres que mantenían cuatro gruesos cables de acero conectados a los buques receptores a tensión constante y de los que colgaban mangueras de combustibles y aparejos para transferir pesadas cargas y municiones, eran maquinarias –entre otras muchas– que había que mantener en perfecto estado. Los motores de propulsión y generación eléctrica estaban también totalmente monitorizados. El tirar el agua sucia de baldear era un problema que hubo que solventar pues el buque estaba presurizado en interiores –la para poder navegar por zonas contaminadas radiactiva, química o biológicamente como consecuencia de ataques de este tipo; y no piensen que se podía verter por las tazas de los inodoros ya que el sistema de evacuación era por succión, susceptible de atascos. En el interior del buque hablábamos unos con otros por una especie de wifi con unos teléfonos especiales que no radiaban al exterior. Y no sigo más porque supongo que a estas alturas se habrán dado cuenta de la complejidad de los asuntos que teníamos que organizar y cuidar.

El combatir habitual del «Patiño» consistía en permitir que fragatas, buques mayores y aeronaves no tuvieran que volver a puerto cada semana para rellenar combustible, municiones, víveres o eventualmente repuestos. Como decía nuestra metopa –también diseñarla responsabilidad nuestra– no hemos venidos a ser servidos sino a servir. Así que al cabo de un mes, cuando ya estábamos secos, uno solo de la fuerza –nosotros– volvía a reabastecerse en puerto mientras los demás permanecían operando en zona. Éramos pues un multiplicador de fuerza. Yen los tránsito s teníamos una aceptable probabilidad de sobrevivir gracias a nuestra velocidad, helicópteros y equipos de detección y defensa pasivos.

Aquellos creativos años de la década de los 90 nos unieron con tal fuerza que todavía la primera dotación mantenemos un grupo de WhatsApp donde nos contamos nuestras noticias de abuelos a los que el destino unió un día para organizar y aprender a manejar nuestro enorme pero dócil y noble «Patiño» que nunca nos defraudó. No crean que los buques de la Armada estén construidos con acero sino con el alma y el sudor de sus dotaciones. Al «Patiño» lo podrán sustituir en la Lista Oficial de Buques de la Armada, pero no en nuestros corazones de veteranos.

Ángel Tafalla.  Académico correspondiente de la Real de Ciencias Morales y Políticas y Almirante (r).

Fuente:

https://lectura.kioskoymas.com/la-razon/20240207/281646785039076/textview