Una emotiva historia del Guardia Civil Cándido Santa Eulalia ocurrida en noviembre de 1895, en el Puesto de Dolores, Cuba, con un histórico y patriótico intercambio de misivas que ha aflorado gracias a los trabajos de la Real Academia de Cultura Valenciana.
UN HÉROE
Bajo el titular de « Un héroe», la prensa española publicaba dos artículos el 19 de noviembre de 1895, en los que recogía la curiosa hazaña protagonizada por un guardia civil en la Guerra de Cuba. Todo comenzó cuando este fue amenazado unos días antes por el jefe de un grupo de rebeldes. «Señor comandante del puesto de Dolores —podía leerse en la carta recibida en el cuartel donde permanecía atrincherado el español—. Por orden de mis superiores, que bajo ningún pretexto puedo dejar de cumplir, tengo que tomar sin falta el fuerte que usted ocupa, mañana, a las nueve».
Hacía apenas nueve meses que se había iniciado el último levantamiento de los cubanos contra España, y que, tres años después, significaría la pérdida de sus últimas colonias en ultramar.
Por allí andaba nuestro protagonista, Cándido Santa Eulalia. Era parte del cuerpo de la Guardia Civil que se había creado en Cuba a mediados del siglo XIX. El responsable de aquella fundación en la isla —menos de una década después de que naciera en España— fue el capitán general José Gutiérrez de la Concha tras tomar posesión de su cargo en 1850. Una medida que formaba parte de su ambicioso plan para reorganizar la presencia española en la colonia y controlar mejor el territorio, ante la creciente tensión con los autóctonos. Sus objetivos, en aquel periodo inicial, eran simplemente garantizar «la tranquilidad y seguridad pública» para facilitar el desarrollo del Gobierno y terminar con la corrupción de los poderes locales. La primera compañía contó con 124 agentes. En 1853, el siguiente capitán general, Juan de la Pezuela, aumentó su número hasta 258. Y no paró de crecer cuando estalló la primera guerra de independencia (1868-1878) y, sobre todo, cuando se acercaba la segunda y definitiva (1895-1898). En 1872, los agentes llegaban a 3.700; en 1881, a 4.800, y en 1890, a 5.280 hombres, superando después esa cifra para acabar dando apoyo al ejército en las acciones de combate.
A pesar de este número, Santa Eulalia se encontraba acompañado de tan solo once compañeros cuando recibió aquella advertencia por carta en su puesto del pueblo de Dolores, en la provincia de Cienfuegos. En ella, el jefe del destacamento insurrecto, el capitán José María Rojas Falero, le insistía: «Yo, para no cometer un acto infame y darles una muerte terrible a ustedes, que serán víctimas de su Gobierno, les advierto por si quieren entregarse sin entrar en combate y librarse de perecer. Usted, si se entrega y quiere pasarse a nuestras filas, obtendrá el grado de sargento primero. En buena paz y unión le ofrezco la mayor consideración y hermandad. Y si se oponen, el fuerte será destruido por cuatro bombas de dinamita y 300 hombres que, a las nueve apróximamente, los tendrán ya sitiados a ustedes. Espero enseguida su contestación».
No se sintió muy intimidado el guardia civil ante la amenaza del capitán cubano, al que respondió enseguida: «Señor don José María Rojas Falero. Muy Señor mío: una vez leída su atenta carta, debo manifestarle que yo soy muy español y, sobre todo, que pertenezco a la Guardia Civil. Habiéndome honrado mis dignos jefes con el mando de este destacamento, prefiero mil veces la muerte que traicionar a mi patria y olvidar el juramento de fidelidad que presté a la gloriosa bandera española, en cuya defensa derramaré hasta mi última gota de sangre antes de cometer la vileza de entregarme con vida a los enemigos de España y de mi rey».
Por si no quedaba claro, Santa Eulalia insistió en la idea de que jamás traicionaría a la Benemérita ni a su país, aun sabiendo que aquel enfrentamiento le traería la muerte a él y a sus hombres con toda seguridad. «El ascenso que me proponen para nada lo necesito, pues estoy orgulloso de vestir el uniforme de la Guardia Civil. Mi mayor gloria sería morir con él. Mis jefes también saben premiar a los que defienden su honra, así que, reunido con mis dignos compañeros, rechazamos con energía todas sus predicaciones y amenazas. Estrechados como buenos hermanos y como defensores de este pedazo de terreno, gritamos muy alto para que ustedes lo oigan: “¡Viva España! ¡ Viva nuestro Rey! ¡Viva la Guardia Civil!”. Aquí estamos dispuestos a morir, vengan cuando gusten a tomar el pueblo para que se lleven su merecido. Puesto Dolores, 27 de octubre de 1895. El guardia civil de segunda Cándido Santa Eulalia».
El gran impacto que debió causar en su enemigo aquella entrega (o acto suicida), llevó al capitán cubano a cambiar de opinión con respecto a su oponente, al que volvió a enviar una misiva: «Amigo mió: Me gusta tratar siempre con los hombres valientes y caballeros. Yo tengo una orden superior para que hoy, sin falta, tome el fuerte y cumpla con lo mandado contra ustedes. Sin embargo, al ver hasta dónde llega su educación y valentía, dejo de cumplir con mi deber. Además, haré desistir a mis jefes de cometer este acto infame, porque ustedes, nobles españoles, no harán otra cosa que cumplir como héroes de su patria. Yo trataré de dar mis excusas y buscar los medios que estén a mi alcance para cuanto pueda por el bien de ustedes. Ruego que me dispense, pero desde hoy, como defensores de una idea, seremos enemigos, pero en lo tocante a nuestra personalidad, puede usted contar con un buen amigo y servidor, el capitán José María Rojas Falero».
Ni « La correspondencia de España» ni « El País», los dos diarios que publicaron este episodio en noviembre de 1895, hicieron mención en los días sucesivos al destino final de Cándido Santa Eulalia ni de su guarnición. Con los datos disponibles actualmente y publicados en 2018 por los «Anales de la Real Academia de Cultura Valenciana», el número de guardias civiles muertos en la Guerra de Cuba fue de 555. De ellos, 86 lo hicieron en combate o como consecuencia de la heridas, una cifra superior a la media del Ejército.
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