Nuestro asociado el CN Luis Mollá, en su pagina de Facebook, publica esta emocionante despedida al almirante Gonzalez-Huix, hasta el pasado mes de agosto Jefe del Estado Mayor Conjunto. ¡Que descanse en paz!
En sus supersticiones, los marinos de antaño asociaban los días ventosos y de temporal con la muerte de alguno de los mejores hombres de mar, seguramente porque esas mismas circunstancias se dieron en el momento de exhalar Jesucristo su último aliento. Por otra parte, Shakespeare, en su Henry V, pone en boca de uno de sus personajes otra de las antiguas supersticiones del mar: “Se fue con el cambio de marea, como un buen cristiano”…
En la atardecida de ayer nos dejó un gran amigo, un gran compañero y un gran marino: el almirante Javier González-Huix Fernández, “Abeledo” para los compañeros de promoción que tanto le queríamos y admirábamos. Hasta su pase a la reserva en agosto de este año era Jefe del Estado Mayor Conjunto y desde hace meses luchaba contra una enfermedad que finalmente ha podido con él.
Cuando supe de su muerte a través de un compañero me encontraba escribiendo las últimas líneas de la que si Dios quiere habrá de ser mi próxima novela. Me quedé tan impactado y vacío que tuve que apartarla a un lado y no he sido capaz de retomarla. En lugar de eso me puse frente a un folio en blanco y busqué unas palabras para aliviar el gran dolor de su familia y los compañeros de promoción. Finalmente, después de que mi cabeza buscara mucho y encontrara poco, dejé que hablara el corazón:
Se nos fue Abeledo
Sin alharacas, sin hacer ruido como en él era habitual nuestro querido Javier nos acaba de dejar en la atardecida del jueves 4 de diciembre de 2020. Parece que en tiempos tan difíciles el Señor necesitaba en el cielo al mejor jefe de Estado Mayor.
Estoy seguro de que hablo por boca de todos los compañeros, superiores y subordinados si digo que se ha ido uno de los mejores. Javier tenía ese don de hacerse querer por todos. Hombre de una inteligencia probadamente superior, a sus muchas virtudes militares y personales unía eso que solemos llamar empatía y que no es otra cosa que la capacidad de tener la palabra precisa en el momento oportuno para cada uno de los que le rodeábamos. A todos nos quedará en la memoria alguna anécdota compartida con él, pues dentro de la Armada tocó prácticamente todos los palos y la mayoría coincidimos con él en algún momento de nuestras carreras. Yo guardo dos, cuando me invitó a las pruebas de gran profundidad con motivo de la carena del submarino Tramontana, donde percibí la extraordinaria comunión de ideas que tenía con su dotación y los responsables de Navantia para las obras en cuestión y cuando fue Jefe de Estado Mayor del HRF, que siendo yo el representante del homólogo francés, solía convocarme como enlace en cada una de sus salidas a la mar, de modo que compartimos momentos inolvidables. De estas salidas a la mar guardo el recuerdo de su maestría a la hora de dirigir un Estado Mayor multinacional, cosa que hacía fácil gracias a su inteligencia, sus enormes dotes personales y el dominio que tenía de varios idiomas. Pero, a pesar de esa ventaja, lo que verdaderamente hacía de él un magnífico comandante en la mar era su actitud. Javier era un líder que no perdía nunca la calma y al que sus subordinados adoraban porque sencillamente sabía ganarse su corazón.
Y ahora, en este atardecer aciago, nos participa un compañero que su cansado corazón ha dejado de latir, y pienso que quizás se deba a que durante muchos años lo hizo por el de los demás; latió por el de Cristina y sus hijos y lo hizo también por el de cada uno de nosotros, que recurríamos a él en momentos de desfallecimiento en busca del amigo infalible y del más sabio de los consejos.
Escribo con lágrimas en los ojos a pesar de que me siento vacío y huérfano de palabras. Son tantas cosas desde que entramos en la Escuela Naval aquel lejano verano de 1975 que no sabría destacar una por encima de las demás, más allá de su compañerismo a ultranza. Confieso también que me sentí orgulloso cada vez que Javier nos representaba en otros organismos ajenos a la Armada, pues todos sabíamos que dejaría en lo más alto el pabellón de la brigada. Ya, en la propia Escuela Naval, cuando le nombraron brigadier de una promoción más moderna dejó entre aquellos compañeros tan grato recuerdo que me consta que hoy le lloran tan desconsoladamente como nosotros.
En fin, Abeledo, Almirante, queridísimo Javier, que nos has hecho una faena de las gordas. Ahora que se avecinaban los momentos de recordar entre sonrisas los tiempos pasados, quién mejor que tú, con tu prodigiosa memoria, para recordárnoslos. Allá donde ya sin duda descansa tu generosa alma no te olvides de Cristina, ni de tus hijos y nietos, pero por favor, no te olvides tampoco de nosotros y mándanos de vez en cuando una luz que nos guíe, porque tu marcha nos deja sumidos en una profunda oscuridad.
Podría recitar la oración vespertina que cantábamos al atardecer en los barcos de nuestros tiempos, pero en este tan lóbrego y triste un hombre de tu extraordinaria talla merece la de los grandes marinos de España que nos precedieron y la hicieron tan grande, pues ocupas ya un lugar destacado entre ellos :
Bendita la hora que Dios nació
Santa María que lo parió
San Juan que lo bautizó
La guardia es tomada
La ampolleta muele
Buen viaje haremos
Si Dios quisiere
Buenas noches Javier, buenas noches Cristina, buenas noches promoción.
Anoche el viento rugía, la mar estaba extrañamente agitada y las olas se lanzaban furiosas contra la costa. Se acababa de ir un gran marino. Y, casualidad o no, lo hizo con la marea, como los buenos cristianos.
Un beso emocionado a su familia y compañeros. Descansa en paz, amigo.