El 26 de junio de 1946, 30 marinos quedaron sepultados en el mar de Soller

Nunca se intentó rescatar ni fotografiar el C 4. Misión imposible.

La tragedia ocurrió en el mar, y al instante, el mar quedó terso y azul, como si quisiera disimular el mal… ¡Qué hipócrita es el mar!» Con esos versos de Mario Alcorm publicados el 29 de junio de 1946  en el diario ‘El Noticiero’, se quiso justificar una de las mayores tragedias protagonizada por un navío de guerra español en tiempos de paz, aunque lógicamente el mar no fue culpable y si la negligencia humana.

El C-4, amarrado junto al submarino de Isaac Peral, en la base del Arsenal Militar.

El 27 de junio de 1946, cuando se estaban llevando a cabo en aguas del litoral mallorquín unas maniobras navales en las que intervenían los destructores ‘Alcalá Galiano’, ‘Churruca’ y el ‘Lepanto’, con la flotilla de submarinos compuesta por el C-2, C-4 y el ‘General Sanjurjo’, a unas trece millas de la bocana del puerto de Sóller, se desencadenó la tragedia.

A las 11.43 horas los submarinos avistaron el humo de los destructores y dieron comienzo las maniobras de ataque. El C-2 cumplió su objetivo sobre el ‘Alcalá Galiano’ y se disponía a regresar, cuando fue advertido por aquél de que el ‘Lepanto’ había abordado a un submarino; que tras la colisión había sufrido una avería. Inmediatamente, el destructor y el submarino C-2 se dirigieron al lugar señalado, comprobando cómo instantes antes el ‘Lepanto’ había abordado al submarino C-4, al emerger súbitamente a la superficie frente a la proa del destructor.

El impacto del casco del destructor y la cubierta del submarino fue brutal. La roda del ‘Lepanto’ arrancó de cuajo la torre del C-4. El submarino se fue al fondo y se posó sobre el lecho marino a unos trescientos metros de profundidad. En cuanto al ‘Lepanto’, la parte inferior de su proa fue rasgada por el cañón del sumergible nada más producirse la colisión, rajando su estructura. A pesar del daño producido en la proa, pudo llegar a la base naval de Sóller escoltado por el destructor ‘Churruca’.

«El C4 yace en la latitud 013 del Cap de Creus, a 13 millas de la boca del puerto de Sóller.  El C4 estaba al mando del comandante Reina Carvajal. «Un segundo oficial se salvó al quedar en el puerto, enfermo de anginas, y, también les tocó la fortuna a dos marineros que fueron arrestados por llegar tarde a la base», cuenta ahora Jaume Enseñat, industrial hotelero y activista cultural de la localidad.

Construido y con base en Cartagena

El submarino C-4, como todos los de su serie, fue fabricado por la Sociedad Española de Construcciones Navales de Cartagena. Desplazaba 924 toneladas y media en superficie y 1.142 en inmersión. Llevaba cuatro tubos lanzatorpedos a proa y dos a popa, así como un cañón antiaéreo de uno y medio. Su tripulación estaba compuesta por un capitán de corbeta, dos tenientes de navío, dos alféreces de navío, un capitán de máquinas, nueve suboficiales y cuarenta entre clase de tropa y marinería. El submarino C-4 fue uno de los dos sumergibles que quedaron operativos una vez finalizada la contienda civil, de los seis de la Clase C.

La noticia del hundimiento, llegó muy pronto a Cartagena; de aquí procedían muchos de sus oficiales y tripulantes, la sesión de los cines se interrumpió para dar la noticia de su desaparición y la conmoción fue enorme.

El capitán general del Departamento, el almirante Francisco Bastarreche, desde su despacho no dejó ni un solo momento de dar órdenes para conocer con todo detalle las informaciones del triste suceso, pasando seguidamente a comunicar la noticia a las familias de los desaparecidos.

El submarino C-4 se desvaneció sobre el fondo marino sin dejar supervivientes, aunque la censura de la época limitó la publicación de la tragedia a simples manifestaciones de pésame y funerales, la sociedad cartagenera quedó impresionada por lo ocurrido con este submarino, convertido en un ataúd de hierro.

La zona en donde se produjo la pérdida quedó señalizada por la Armada. Durante años, hasta 1987, cada 27 de junio salía del puerto de Sóller una embarcación militar con rumbo al lugar del naufragio para rezar un responso y lanzar flores en memoria de los 45 marinos desaparecidos, muchos de ellos cartageneros.

Sin explicación oficial 70 años después

Aún a día de hoy no hay una explicación clara de los motivos de la tragedia, cuesta trabajo creer que en unas maniobras navales un barco de guerra pueda chocar contra un submarino y lo parta por la mitad.

La versión oficial sobre el siniestro fue intencionadamente reducida a una simple nota, no trascendiendo ninguna investigación ni expediente oficial sobre el accidente. Las únicas manifestaciones realizadas por miembros de la Armada a título individual, apuntaban la posibilidad del error humano, por parte del comandante del C-4 que, tras mirar por el periscopio, debió creer erróneamente que los destructores navegaban de forma escalonada, pudiendo emerger entre ellos. Pero al hacerlo, lo hizo sobre la derrota del ‘Lepanto’.

Un naufragio súbito y unas muertes inmediatas que no dejaron restos flotantes ni cadáveres rescatados. Nunca se intentó reflotar ni fotografiar el C-4, un silencio sepulcral y en el recuerdo unos pocos versos:

«La tragedia ocurrió en el mar, y hoy la llora Cartagena, porque ella la ha sufrido en la carne de sus hijos, que es su carne».

AEME ruega  una oración por estos 30 miembros de nuestra Armada fallecidos en Acto de Servicio hace 74 años.