A punto de cerrar este articulo encuentro una noticia publicada en el diario La Razón el día 17 pasado referida al ilustre profesor Edward P. Joseph, miembro de la Junta Directiva de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados Johns Hopkins, de Washington, que escribe sobre el papel de la OTAN para contener a Rusia en el Este de Ucrania y declara que «no habría mejor momento para la adhesión de Finlandia y Suecia a la OTAN que ahora».
Advierto al lector interesado que lo que a continuación escribo está en las antípodas de lo afirmado por este insigne profesor cuando a mi juicio describe la situación internacional de una forma errónea o, al menos, particularmente interesada. El pensamiento de este profesor es una demostración de lo nefastas que pueden ser nuestras decisiones cuando se apoyan en una falsa realidad, como tantas veces ha sucedido en un pasado aún muy cercano. Apoyo en cambio, sin condiciones, por su acierto y oportunidad, el artículo del General Dávila publicado el mismo día en el diario El Mundo.
Hace ya algún tiempo que las preocupaciones de los EEUU se están orientando hacia el Indo-Pacífico, como si la situación europea ya no fuese para ellos motivo de preocupación suficiente. La verdadera razón de esta nueva estrategia podría deberse a un cambio en la percepción de las amenazas a las que deberá hacer frente EEUU en un futuro cercano, siendo China, y no Rusia, la más importante.
Con esta nueva percepción, los EEUU relativizan, aun sin pretenderlo, los propios fundamentos que justificaron en el año 1949 la creación de la Alianza Atlántica (OTAN), que dio lugar a un soterrado enfrentamiento con la Unión Soviética que se conoció entonces como “guerra fría”.
Al mismo tiempo, las personas de cierta edad podemos tener muy presente la reciente y dramática historia de Rusia, desde la revolución bolchevique hasta hoy. Esta historia es un hervidero de acontecimientos a través de los cuales el noble pueblo ruso, aun hoy, está tratando de encontrarse a sí mismo. En esto hay una especie de parecido histórico entre el pueblo ruso y el pueblo español el cual, a pesar de su grandiosa historia, parece que también
tiene dificultades para reconciliarse definitivamente consigo mismo, a juzgar por la inestabilidad política que estamos sufriendo.
Aun así, España está encontrando, dentro de la UE, las limitaciones que seguramente necesita para no llegar a verse envuelta de nuevo en un pasado fratricida, y que algunos españoles parece que añoran, fieles a sus propios demonios interiores. Y algo parecido podría pasarle a la Federación de Rusia si llegara a integrarse como miembro de pleno derecho en una UE que podría ser para ella un oasis en el que encontrar la adecuada respuesta a sus más íntimas aspiraciones de bienestar económico y libertad individual y social.
Parece llegada la hora de la inteligencia, de la razón y de la prudencia, que permitan a todos los pueblos europeos superar con éxito y liberarse de cualquier forma de atavismo.
La Unión Soviética fue un fracaso absoluto que el providencial Mijaíl Gorbachov trató de arreglar buscando el apoyo del mundo occidental. Pero una gran parte del pueblo ruso continuó añorando las migajas con las que el sistema soviético lo alimentaba para malvivir, en lugar de ilusionarse con el optimista futuro que Gorbachov le ofrecía. Y este hombre, providencial e inteligente, fue destituido por el propio partido comunista y relevado por Boris Yeltsin de corto recorrido y que pronto fue relevado por el actual presidente de Rusia, Vladimir Putin, antiguo miembro de la KGB que, con mano férrea, sacó a su país del ostracismo en el que se encontraba, apoyándose en el lobby militar-industrial, para convertirlo en la potencia mundial que es hoy.
Fiel a la antigua tradición, Putin encuentra en el mundo occidental europeo la justificación para rearmarse hasta extremos verdaderamente innecesarios, a costa del bienestar de su pueblo.
Pero, aunque Putin quiera presentarse ante el mundo como uno de los más agresivos dirigentes de la antigua Unión Soviética la realidad no es así, ni mucho menos. La economía rusa es comparable a la española en los grandes números, aunque dejando aparte los cuantiosos yacimientos de gas y petróleo con los que cuenta. Por ello, la economía rusa es muy sensible a las sanciones económicas que los EEUU y la UE le puedan imponer, motivo que obliga a Putin a moverse con mucha prudencia, algo que el mundo occidental debiera de respetar.
Para Rusia, igual que para los EEUU, muy probablemente sea China su verdadera amenaza, aunque su actual dirigente no lo quiera reconocer cuando pone como origen de sus mayores preocupaciones el comportamiento de la OTAN y de la UE hacia dos países independientes, Ucrania y Kazajistán, cuyas decisiones políticas quiere mediatizar, con la excusa de defender a los habitantes rusos, o de origen ruso, que en ellos residen.
Y en esto reside el drama y mayor error de Putin al querer defender por todos los medios a su alcance, con no poca hipocresía, a una pequeña parte de la población rusa que vive fuera de sus fronteras cuando, al mismo tiempo, sojuzga al conjunto del pueblo ruso que vive dentro de ellas dañando abiertamente, y sin consideración alguna, sus derechos y libertades. Putin está convencido de que alimentar a su lobby militar-industrial es bueno para Rusia, y seguramente lo sea, pero sería mucho mejor para ella liberar al pueblo ruso de su forma despótica de gobernar. La libertad es el bien más apreciado para cualquier pueblo, el ruso incluido.
Y ¿cuál es el error del mundo occidental representado por la OTAN y ahora, después del Brexit, también por la UE? Pues alimentar la confrontación situando el problema en los mismos términos de la ya superada guerra fría. Si el gobierno ruso tiene una fuerte percepción de amenaza por el simple acercamiento de la Alianza a su propia frontera, parecen poco inteligentes actitudes que no hacen otra cosa que alimentar aquél injustificado sentimiento. La prolongación de la OTAN hacia el este solo debería de producirse cuando países como Ucrania y Kazajistán sean verdaderamente dueños de su destino y democráticamente así lo decidan, en un ambiente de paz y estabilidad interior, sin ninguna interferencia ni oriental ni occidental. Es muy probable que, con este modo de proceder, podrían evitarse precipitadas e irreversibles decisiones de Putin.
En el aun cercano 2002, el excanciller alemán Gerhard Schroeder y más recientemente, en el 2008, Silvio Berlusconi, ambos manifestaron públicamente que, en su concepto, el futuro de Rusia, con las modificaciones institucionales necesarias, estaría en su plena integración en la UE. Creo que debemos aceptar, con la debida consideración, ambas opiniones, por la importancia de las personas que las mantuvieron. El peculiar Berlusconi, al fin y al cabo, fue el único dirigente europeo que vio con claridad y anticipación que el derrocamiento del libio Muamar el Gadafi por parte de la OTAN sería un inmenso error, como así se pudo comprobar con posterioridad. También fue un inmenso error la Guerra de Irak, y el consiguiente derrocamiento de su presidente Sadam Hussein, por las nefastas consecuencias que tal error tuvo en la zona y en el mundo entero. Evidentemente la razón y el derecho no están siempre del lado occidental como no lo estarán si la OTAN no sabe hacer otra cosa que acorralar a Vladimir Putin, sin darle una salida airosa, a sus temores en Ucrania y Kazajistán o propugnando, en este delicado momento, el ingreso en la alianza de Suecia y Finlandia, como propone el mencionado profesor Edward P. Joseph.
Aunque Putin ya manifestó en 2005 que los intereses de Rusia no estarían dentro la UE, sí en cambio abogó por una estrecha integración dentro de cuatro espacios comunes (económicos y científicos) como ya fueron descritos en el acuerdo de 2003.
En el espacio común “economía” es muy posible puede estar el futuro de una nueva Europa si el pueblo ruso constata fehacientemente que el abrazo europeo es el abrazo de su libertad. Según encuestas llevadas a cabo en 2012-2013, del 36 % al 54 % de los rusos apoyarían que Rusia se uniera a la UE, y, dentro de este grupo, alrededor del 60 % serían jóvenes que tienen una imagen especialmente positiva de la UE, por razones fáciles de comprender.
Rusia pertenece a Europa, por razones de todo tipo principalmente históricas, culturales, geográficas (2.200 kilómetros de frontera común), y hasta religiosas. Su integración en la UE se justificaría por los siguientes motivos:
- Un motivo económico: Rusia es el primer suministrador de la UE que, a su vez, es el principal mercado para sus exportaciones. Para la UE, Rusia es el tercer socio comercial, después de los EEUU y China.
- Y un motivo de seguridad: poder evitar a todo trance la injustificada y casi permanente confrontación Este-Oeste, dentro de una Europa verdaderamente unida, y procurar la consecuente necesidad de una progresiva participación de Rusia en la defensa y seguridad de todo el continente europeo, que tan directamente nos afecta todos.
Para España, Rusia tiene que entrar en la UE, aunque solo sea para que el Reino Unido nos devuelva Gibraltar cuando se vea obligada a solicitar su regreso a ella, salvo que nuestros sagaces políticos decidan otra cosa, como nos tienen acostumbrados.