El dia 22 de febrero, en el marco del Ciclo de Conferencias AEME/22, el periodista deportivo Carlos Toro impartió en el Salon de Actos de la Real Gran Peña de Madrid, la siguiente conferencia
MILICIA Y DEPORTE
Es sabido y repetido hasta la saciedad que la guerra es “la prosecución de la política por otros medios”. Parafraseando el aserto, el deporte sería la continuación de la guerra por otros procedimientos. Incruentos y reglamentados, eso sí. Placenteros, pese a la rivalidad. Los oponentes se denominan así: adversarios, contrincantes… Pero no enemigos.
Los militares no quieren la guerra. Pero, si llega, supone el ejercicio máximo de la profesión para la que se han formado. Los deportes sí desean el enfrentamiento, porque en él reside la esencia misma de la competición. El deporte imita a la guerra. Es su metáfora. Los entrenamientos equivalen a las maniobras. La competición, a las batallas. El deporte es un juego. La guerra también, aunque peligroso, cruel e indeseable. En su remedo de la guerra, el deporte la emprende sin temerla, la libra sin sufrirla, en calidad de resolución pacífica de los conflictos expresos o latentes.
Resulta inequívoca la génesis militar, más o menos directa o exclusiva, de muchas modalidades deportivas: la esgrima, la equitación, el tiro, la vela, el remo, la lucha… Como una especie de cómputo de varias de ellas, existe en el programa olímpico el llamado Pentatlón Moderno, para distinguirlo del de Antigüedad, aunque data de 1912, de los sextos Juegos Olímpicos, celebrados en Estocolmo, y que consta de tiro, natación, esgrima, equitación y carrera a pie.
En aquel 1912 un teniente de 26 años llamado George Patton acabó en quinta posición. Habría ganado el oro si no hubiese fallado por completo su disparo, al no acertar en parte alguna de la amplia diana. Él siempre sostuvo que la bala pasó exactamente por el centro de ella, por el agujero de un proyectil anterior, y por eso no dejó marca alguna.
Existen deportes llamados “de combate” o “artes marciales”. Y muchos, de cualquier índole, contienen en su descripción un gran número de expresiones castrenses o guerreras. Especialmente el fútbol, en cuyos estadios, cuando está a punto de acabar el partido, el público comienza a “desfilar”. Los equipos, metáforas de pequeños ejércitos o de unidades reducidas de los grandes, visten uniformes, entonan himnos, enarbolan banderas y poseen capitanes. Conocen la victoria o la derrota. Tienen heridos llamados lesionados y expulsados con rojo deshonor. Reciben trofeos colectivos y sus componentes, galardones individuales. Es decir, condecoraciones, medallas. Los títulos, al igual que las plazas fuertes o las cotas, se conquistan…
Los equipos conciben tácticas y estrategias. Se “repliegan” o se “atrincheran”. Disponen de defensores y atacantes. Los delanteros “perforan” (con munición perforante) la meta rival, lanzan “obuses”, “cañonazos” o “misiles” y “fusilan” a los porteros. Cuando fallan, tienen la “pólvora mojada” o “el punto de mira desviado” y encuentran en el área rival un “terreno sembrado de minas”. “Artillero” es sinónimo de goleador. “Ariete”, de delantero centro.
Bastantes jugadores han sido bautizados por la prensa y la afición con apodos relacionados con las armas. A la famosa delantera del Sevilla de la posguerra, formada por López, Torrontegui (o Pepillo), Campanal, Raimundo y Berrocal, se la llamaba “La delantera Stuka”. Guillermo Gorostiza era “Bala Roja”. Uli Stielike, “Panzer”. Gerd Müller, “Torpedo Müller”, etc.
El deporte no sólo es una imitación de la guerra. Incluso la ha hecho. Así, la conocida como “Guerra del Fútbol”, en junio del 69, cuando El Salvador se la declaró a Honduras como consecuencia de la deportación masiva de granjeros salvadoreños. El hecho coincidió con el partido de fútbol entre ambos países clasificatorio para el Mundial de 1970. Pero también, al igual que en la Antigüedad griega, cuando regía la “Tregua Olímpica”, la “ekecheiria”, el deporte ha evitado el recurso a las armas. Al menos durante un tiempo. Una visita a Nigeria de Pelé con el Santos, en ese mismo 1969, para jugar unos partidos de exhibición contra equipos locales detuvo durante tres días el sangriento conflicto entre Nigeria y Biafra.
La identificación, la fusión del deporte con la milicia conoció su máxima expresión en los países del Este de Europa. Numerosos equipos de fútbol y baloncesto, clubes de natación y entidades polideportivas de altísimo nivel eran, directamente, propiedad del Ejército. Así, el CSKA de Moscú, el Dinamo de Bucarest, el Dukla de Praga, el Honved de Budapest… El Estado los financiaba. Los deportistas de los países de la órbita soviética eran oficialmente “amateurs”, servidores desinteresados de la austera Patria, ajenos al capitalismo mercantilista, egoísta y burgués. La mayor parte eran militares, con rangos y sueldos de acuerdo con su categoría e historial. Puskas, por ejemplo, era coronel. Una coartada. Naturalmente, ni él ni nadie pisaba un cuartel. Aunque semejante hipocresía fue desapareciendo en sus perfiles más groseros hasta, prácticamente, la extinción de la URSS, sus deportistas entregaban al Estado las ganancias que percibían en el extranjero. Se las apañaban a menudo para no hacerlo.
En España, en los clubes de fútbol, sucedió un fenómeno parecido, aunque sin empleos ni divisas en la vida profesional de los jugadores. Tras la Guerra Civil, el Aviación Nacional se fusionó por decreto con el Athletic de Madrid para crear el Atlético Aviación, que, entrenado por Ricardo Zamora, fue el campeón de las dos primeras Ligas de la posguerra. En 1947, el club se desvinculó del Ejército del Aire y pasó a denominarse Atlético de Madrid.
Curiosamente, el Atleti, llamémoslo ya así, había quedado penúltimo, por delante del Osasuna, ambos en plazas de descenso, en la última Liga antes de la contienda, la 1935-36, concluida en marzo. Un cronista del diario ABC escribiría: “Afortunadamente, estalló la guerra y el Atleti no descendió”. No le faltaba razón a su modo. El estadio atlético, en la zona de la Ciudad Universitaria, donde tuvieron lugar duros combates, había quedado destruido. Igual que, utilizado incluso como polvorín, el campo de Buenavista, el del Oviedo, tercero en esa última temporada tras el Athletic de Bilbao y el Real Madrid. Hasta reconstruirlo, el club asturiano renunció temporalmente a su plaza, que recuperaría en la campaña 40-41. El Atleti se las apañó jugando en Vallecas y Chamartín. Y la plaza vacante del Oviedo se la disputó con el Osasuna a un partido que ganó por tres goles a uno.
En ese orden de identificación milicia-deporte podría incluirse el nombramiento, a tenor de sus méritos castrenses, del general José Moscardó como primer Delegado Nacional de Educación Física y Deportes. Tras la muerte de Franco y el desmantelamiento de las instituciones franquistas, la Delegación de Deportes fue sustituida, en 1977, por el actual Consejo Superior de Deportes.
El propósito de mejorar la condición física de los militares, imprescindible para su trabajo, sobre todo en campaña, había conducido, en 1939, a la creación de la Escuela Central de Educación Física (ECEF), heredera de la vieja Escuela Central de Gimnasia de 1919. La ECEF surtió de profesores también al ámbito civil hasta que la creación, en 1961, del Instituto Nacional de Educación Física (INEF) le restó competencias formativas. La Ley de Cultura Física y Deportes de 1981 redujo esas competencias al ámbito militar.
El nacimiento del Ministerio de Defensa llevó a la creación del Consejo Supremo de Educación Física y Deportes de las FAS, entre cuyas funciones estaba la de organizar los Campeonatos Nacionales Militares, que existen en toda su pujanza y se incluyen en el Consejo Internacional del Deporte Militar. Recordemos, por desgracia, que los Juegos Mundiales Militares, celebrados en Wuhan en el verano de 2019, fueron señalados como el origen de la pandemia. La misma que obligó a cancelar los Juegos Militares de Invierno, que debían disputarse en Baviera este mes de marzo.
En 1964 se hizo muy famoso en España el capitán Tomás Castaño, campeón mundial de Vuelo Acrobático, un título también impactante entre los aficionados a la Aeronáutica en todo el mundo y que el Régimen se apresuró a, nunca mejor dicho, dar alas. España fue, asimismo, campeona mundial militar de fútbol en 1965 con un equipo que viajaba de uniforme en aviones del Ejército del Aire y en el que figuraban internacionales absolutos: Aranguren, Gallego, De Felipe, Martínez Jayo, Glaría, Guedes, Fusté, Tejada, Ufarte, Grosso, José María… Un año antes, en 1964, Fusté había formado parte del equipo que ganaba en el Bernabéu la final de la Eurocopa a, precisamente, la Unión Soviética. Aquel 2-1 con el gol de Marcelino… La Selección la entrenaba José Villalonga, que era militar de carrera, entonces con el empleo de comandante, y que ascendería más tarde a teniente coronel.
Villalonga, cordobés, tenía una historia interesante. Al estallar la Guerra, se alistó en el bando sublevado sin haber cumplido aún los 17 años. Salió de ella como alférez provisional e ingresó en la Academia General. Se diplomó en la Escuela Central de Educación Física de Toledo, de la que se ha cumplido en 2019 el centenario, y en 1949 hizo el curso de entrenador nacional de fútbol. Entró en el Real Madrid en 1952 como preparador físico y, en 1953, en la selección nacional. En 1954 pasó a entrenar al Real Madrid, con el que ganó tres Ligas y dos Copas de Europa, las dos primeras del equipo. Se retiró del fútbol, pero el Atleti lo “rescató” como secretario técnico y volvió a preparar físicamente a la Selección, de la que se hizo cargo, tras el fracaso en el Mundial de Chile, en 1962 y abandonó, a su vez, en 1966, luego de otro fracaso, el del Mundial de Inglaterra. Murió joven, a los 53 años, a causa de un infarto.
Ya que hemos mencionado la Guerra, el Ejército de la República concedió, en el concepto republicano de formación integral del individuo, una gran importancia a la educación física y la práctica del deporte. Incluso en pleno conflicto, se creó el Consejo Nacional de Educación Física y Deportes, en el seno del Ministerio de Instrucción Pública y Sanidad. El decreto de creación lo publicó “La Gaceta de la República” del 28 de mayo de 1937, tras la reunión del Consejo de Ministros celebrada en Valencia y firmado por el Presidente de la República, Manuel Azaña, y el ministro del ramo, Jesús Hernández Tomás.
Volvemos, tras este inciso, a 1965. Al igual que la selección de fútbol, Miguel Velázquez se coronaba campeón mundial militar del peso ligero. Por esa época, las victorias de otro boxeador, Pedro Carrasco, que hacía la mili en San Fernando, en Infantería de Marina, eran saludadas por sus compañeros lanzando las gorras al aire. Carrasco protagonizó con Sonia Bruno una película muy taquillera: “El marino de los puños de oro”.
Hablando de oro, la primera medalla olímpica de ese metal para España la obtuvieron tres militares dos de ellos, además, aristócratas, ataviados de uniforme, en el concurso ecuestre en los Juegos de Amsterdam, en 1928. Fueron los capitanes José Álvarez de las Asturias, José Navarro Morenés y Julio García Fernández. La Yeguada Militar ha sido siempre una de las grandes cuadras del “turf” español. Por cierto, en esos Juegos del 28, al frente de la expedición estadounidense, como responsable y delegado, figuraba un general de dos estrellas llamado Douglas MacArthur.
En los años 60 y 70, los atletas de élite españoles llamados a filas pasaban a integrar el Batallón del Ministerio del Ejército, en el que recibían facilidades para el entrenamiento y la competición. El Batallón era una agrupación muy potente y en 1969 llegó a ganar el Campeonato de España de Clubes. Tres años antes lo había ganado el equipo de la VIII Región Militar, la gallega. Sin salir de Galicia, la Escuela Naval de Marín fue poco menos que la cuna del atletismo en pista cubierta. De regreso a Madrid, la BRIPAC participa asiduamente en el maratón de la capital. En el maratón de Sevilla, celebrado este domingo, Álex Jiménez, policía en Alcobendas, realizó 2:11:37, marca mínima para el Campeonato de Europa, que tendrá lugar este agosto en Múnich, y se ha quedado a sólo cinco segundos del registro exigido para el Mundial de Eugene, en julio. Hace unos años, las Fuerzas Armadas patrocinaron el circuito español de Campo a Través, el más prestigioso del mundo.
En Estados Unidos el partido anual de “football entre los alumnos de West Point y de Annapolis es un acontecimiento nacional que televisa a todo el país la cadena CBS. Un español con, también, nacionalidad estadounidense, Alejandro Villanueva Martín, 2,06 de estatura y 145 kilos de peso, jugador de la National Football League (NFL) en las filas de los Baltimore Ravens, con un sueldo de 14 millones de dólares por temporada, es hijo de un contralmirante español con destinos en EE.UU, Bruselas, Rota, etc. Nació en la Estación Naval de Meridian (Mississippi), se graduó en West Point, es veterano de Afganistán y ha sido condecorado con, entre otras medallas, una Estrella de Bronce.
Más casos particulares. El etíope Abebe Bikila, campeón olímpico de maratón en Roma´60 y Tokio´64, pertenecía a la guardia personal del Negus. Algunas de las estrellas de Kenia pertenecen al Ejército. David Robinson, estrella del baloncesto, miembro del “Dream Team” estadounidense que obtuvo el oro en Barcelona´92 y también, con en Dream Team II” en Atlanta´96, era oficial de la US Navy, graduado en Annapolis. Dudó durante bastante tiempo entre la Marina y la NBA. Lo que le decidió por el baloncesto no fue el dinero, sino la imposibilidad, entre otras dificultades, de servir en submarinos o de aspirar a ser piloto naval. Su estatura se lo impedía. Medía 2,11. Un formato excesivo para ciertos destinos en el mar y en el Cuerpo.
En Israel los dos años y ocho meses de servicio militar se suavizan para los deportistas internacionales o susceptibles de llegar a serlo. Manor Solomon estaba en el Ejército, pero le fue concedido permiso para fichar en 2019 por el Shakhtar Donetsk ucraniano. Un mal sitio también entonces. El equipo perdió su estadio, el Donbass Arena, y se mudó Liev. Luego, a Járkov. Y, finamente, a Kiev. En octubre de 2020, en la Champions, en Valdebebas, Solomon le metió un golazo al Madrid en el victorioso 0-3. Y, en el partido de vuelta, otro para el 2-0.
Por aquí tenemos algunos casos llamativos. Hijo y nieto de militares, Álvaro de las Heras, uno de nuestros mejores velocistas, bronce en 100 metros en el Campeonato de España, es teniente de navío. Y qué decir de Saúl Craviotto, quíntuple medallista y doble campeón olímpico, policía nacional. Otro piragüista, Carlos Arévalo, plata en Tokio en K-4 junto a Craviotto, es soldado del Ejército de Tierra.
En Tokio causó asombro y admiración la delegación italiana, que obtuvo 40 medallas, 10 de ellas de oro en deportes muy significativos. Existía una razón muy poderosa: de los 383 atletas en liza, 270 pertenecían a las Fuerzas Armadas o a los Cuerpos de Seguridad. El Ejército es el principal patrocinador del deporte italiano. Otro apunte al respecto: la cabo primero Michaela Moioli, campeona olímpica de snowboard cross en 2018, fue la abanderada de Italia en los recién finalizados Juegos de Invierno de Pekín, donde Amos Mosamer, del Centro Deportivo de la Fuerza Aérea y Stefania Costantini, del equipo Fiamme Oro de la Policía Estatal, se llevaron el oro en la prueba de curling mixto. El formidable equipo italiano, masculino y femenino, de esquí alpino lleva en sus anoraks, junto al escudo nacional, la palabra “Essercito”.
Vamos a la rabiosa actualidad de Ucrania. Wladimir Klitschko, ex campeón mundial del peso pesado, se alistó en el ejército de reserva. Su hermano mayor Vitali, también ex campeón mundial y actual alcalde de Kiev, manifestó su intención de hacer lo mismo si fuera necesario.
Para finalizar, una anécdota de los Juegos Olímpicos de Amberes, en 1920, donde nació “la furia española” simultáneamente a la propia Selección de fútbol. Repetición balompédica de aquella ira que poseyó a nuestros Tercios en el “saco de la ciudad”, en 1.576. Como curiosidad, la escasez de fondos tras la Primera Guerra Mundial hizo que los participantes se alojasen en antiguos barracones militares y que la piscina de competición fuera un foso de fortificación relleno de agua y acondicionado al efecto.
Resulta lógica la relación entre el deporte y la milicia. Ambas actividades poseen, en su ideal original, y quizás más que la mayoría, afinidades y confluencias. Comparten características que fácilmente podrían considerarse valores que las definen, como la organización, la dedicación, el esfuerzo, la disciplina, el sentido de la responsabilidad… Se parecen lo suficiente como para inspirar y merecer estas líneas.
Carlos Toro Montoro
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