Comunismo y yihadismo: azotes de la Humanidad

En el marco del Plan de Colaboración de Asociados “AEME.PCA 2023-24” , nuestro asociado el Coronel de  Caballería/DEM, r D. Jose Maria Fuentes Sanchez publica este interesante articulo:

 

Comunismo y yihadismo: azotes de la Humanidad

 

 

«El hombre tiene que ser ateo» afirmaba Marx, brillante filósofo alemán, redactor, junto con a Engels, –en 1848 y en Alemania– del “Manifiesto Comunista”, que despertaría al llamado proletariado instándole a «romper las cadenas frente al mundo capitalista». Él creía en un orden social perfecto que debería construirse en la sociedad mediante «la lucha colectiva del hombre –sin Dios y aplicando el dogma marxista–». Todo sobre la base de que «en la vida todo es economía» y que las creencias religiosas, la conciencia moral, la creación artística, etc., eran tan solo una pura ilusión que él llamaba superestructura. Se trataba, en la práctica, (…)

… de una nueva religión –EL COMUNISMO O SOCIALISMO MARXISTA- cuyos aspectos religiosos más destacados podrían resumirse así: pretendía reemplazar al cristianismo en su objetivo de alcanzar el reino de Dios, pero sin Dios; denunciaba que la religión era un obstáculo para la liberación del hombre y un instrumento de explotación del hombre por el hombre; denunciaba que las clases dominantes pretendían apoyarse en las creencias religiosas para exigir a los pobres soportar con paciencia su suerte –¡y algunos, tristemente, lo exigieron así, reconozcámoslo!–. Maticemos todo esto añadiendo que no debemos olvidar que Marx era un ateo ferviente y se esforzaba en demostrar que su ateísmo tenía un origen filosófico y científico.

Y, además, era claro y radical en sus ideas porque consideraba que el proletariado, una vez organizado, dominaría el mundo entero, como el Dios terrenal que reemplazaría al Dios cristiano y destruiría en el alma humana las viejas creencias religiosas. Me recuerda el “asalto al cielo” que, con aires blasfemos, repetía un político actual –de cuyo nombre no quiero acordarme– de “talla intelectual infinitesimal” en comparación con Marx. Todo esto nos los describe Nicolás Bardiev, brillante pensador cristiano ruso, que conocía perfectamente –porque lo vivió y lo sufrió– las intenciones descarnadas del comunismo naciente, cuya aparición se presentaba como respuesta a los pecados sociales de algunos que se decían cristianos. La historia no podía ni imaginar en qué medida sería peor el remedio que la enfermedad. De ello se encargó Lenin –más de medio siglo después– cuando, con los sabios consejos del Manifiesto de Marx, organizó un partido comunista único, que, de entrada, anulaba la libertad ciudadana y se autoproclamaba dictador único del pensamiento y de la acción de sus ciudadanos, a los que reducía a la condición de esclavos. Pero no mejoraba la economía del pobre, razón por la que se le achaca al Manifiesto el ser «un falso canto a los pobres», que «no terminan de romper las cadenas»…

Se iniciaba, por tanto, una nueva era, revolucionaria en su esencia, que, en sus aspectos políticos, justificaba desde el principio sus futuros excesos –que los habría en cantidades elevadas– en el empeño de alcanzar el objetivo de orden social perfecto que pretendía con mano dura y planes quinquenales. Sobre la base de estos planteamientos y de las soluciones revolucionarias que proponía anunció la inevitable caída del sistema económico vigente –puro antojo de la dictadura zarista– porque el Estado tenía que ser y sería un instrumento de dominación que implantaría la dictadura del proletariado, que llevaría al mundo a la sociedad comunista universal. Marx no negaba los valores democráticos del liberalismo económico, pero sí denunciaba su incapacidad para alcanzar los postulados marxistas. Ambos –Marx y Engels– pensaban que el marxismo triunfaría prioritariamente en los países industrializados, pero donde triunfó fue en Rusia, con los métodos brutales de Lenin. Bien es verdad que, más que la dictadura del proletariado estableció la dictadura del partido bolchevique. Podrían resumirse así los principios básicos del comunismo que aplicó inexorablemente Lenin: en primer lugar, su totalitarismo apoyado en toda la fuerza del Estado, con olvido de los derechos del hombre; en segundo lugar, el poder absoluto del Jefe, alrededor del cual se crean organismos pero siempre teniendo buen cuidado de que no limiten su poder; y, en tercer lugar, un partido único –compuesto por funcionarios más que por políticos– como terrible y contundente milicia privada para “suprimir obstáculos”…

Por lo que se refiere a los aspectos económicos, Nicolás Bardiev sí acepta que la economía constituye una base necesaria en toda sociedad humana, pero afirma que lo económico no lo es todo en una sociedad. Por otra parte, se ha hablado mucho de que los comunistas sostienen la idea de que la economía es un juego de suma cero, que considera que lo que gana un individuo es siempre a costa de lo que pierde el conjunto. No les entra en la cabeza la posibilidad del desarrollo económico porque no admiten la definición que dio Adam Smith de la economía de mercado, que afirmaba categóricamente que sólo el liberalismo económico, en una democracia, es capaz de desarrollar las economías de mercado de los pueblos y de sus ciudadanos. Desde luego, no se tiene noticia de que el comunismo haya generado riqueza sino, sobre todo, pobreza. Pero como todo el mundo sabe –menos los que no quieren saberlo– el comunismo lo que pretende es que el Estado detente todos los poderes y que sea el que –“magnánimamente”– decida lo que deben poseer, pensar y hacer sus ciudadanos. En una palabra, que el partido único decida y todos los demás sean obedientes vasallos sin derecho a protesta. Todo ello, traducido al lenguaje de la calle, se reduce a afirmar que una serie de hombres, al parecer “buenos”, –el partido único– decida todo sobre la ciudadanía, que pasa a la condición de vasallaje.

Pero la historia nos ha demostrado aplastantemente que la ideología marxista ha fracasado durante el siglo medio de su existencia. Tan sólo se declaran comunistas China, Cuba, Laos, Corea del Norte y Vietnam. Como puede observarse, todos ellos no precisamente amigos de la libertad democrática. Por tal razón, ahora, en el siglo XXI, necesita inventarse señuelos, a manera de banderines de enganche, para captar “feligreses” entre los países desarrollados, aunque sólo lo consiguen en aquellos en que la ciudadanía es víctima de la ignorancia y la desinformación. El resultado, en la actualidad, incluye varias clases de comunismos: el comunismo histórico del siglo XIX; el tercermundista, que campa por sus respetos en las naciones en desarrollo –América del Sur es un ejemplo– aprovechándose de su menor nivel medio cultural; y, por último, el comunismo populista podemita, inventado por algunos jóvenes universitarios, que se presentan como salvapatrias con sus ocurrencias inmaduras. A esta última clase pertenecen los nuevos partidos españoles, inspirados y nutridos por la adolescencia universitaria, que nos mortifica con sus absurdos “buenismos” de colegio mayor, curiosamente impregnados de un comunismo totalitario llamado podemita, único en Europa. Todo lo cual pone de relieve la frivolidad irresponsable de nuestros últimos planes de enseñanza, “fabricantes” de estos salvapatrias desinformados. Sin duda, España merecería el establecimiento de un gran pacto educativo entre lo que podríamos llamar las dos Españas –que siguen existiendo– pero la ceguera ideológica y las políticas sectarias del gobierno actual me temo que seguirán condenando a las próximas generaciones a desconocer grandes porciones de nuestra historia y a tener que aprender, en su lugar, el resultado de las toscas manipulaciones de su historia contemporánea.

A todo lo anterior ha puesto la guinda final el resultado de la encuesta anual PISA, que ha subrayado que «nuestros adolescentes no comprenden lo que leen». Descorazonador informe porque, como afirmaba Julián Marías –discípulo predilecto de nuestro gran Ortega y Gasset– el que no lee es incapaz de elegir– ya que es incapaz de extraer de la palabra su esencia. El último remate vino después con noticias como ésta: «el Consejo de Europa concluye que España se ha empeñado en que sus alumnos no conozcan su historia». El organismo europeo cree que las leyes educativas y el poco tiempo asignado a esta materia hacen que en nuestro país no se estudie bien nuestro pasado. El que firma este artículo piensa que el objetivo político real de los que “mandan” es, precisamente, que se asuma su manipulación histórica. En el mismo sentido, la Academia de la Historia afirma que las leyes de enseñanza tendrán «efectos nocivos» en la conciencia histórica de los jóvenes españoles. Cosa que estamos comprobando en profundidad.

Por cierto, conviene subrayar que es el cambio climático uno de los señuelos más utilizado para controlar las mentes de nuestras actuales jóvenes generaciones, previamente adoctrinadas por este sobrevenido populismo español comunista y tercermundista, que tiene múltiples amistades totalitarias como los totalitarios comunistas cubanos, venezolanos, bolivianos, nicaragüenses y demás centros del “saber marxista”. Naturalmente, nuestros jóvenes de la LOGSE y sucesivas leyes adoctrinadoras nada saben del fracaso del comunismo, verdadera fábrica de pobres, ni de los millones de muertos que “produjo” entre ellos, los 100 millones en la URSS, según Izvestia; más un número desconocido en muchos otros países; más un número bien conocido durante nuestra II República española –como los 7.000 religiosos fusilados, los 6.000 templos ardiendo y el asesinato del líder de la oposición monárquica–. Verdadero ejemplo histórico de tercermundismo comunista el que, lamentablemente, da España en la actualidad. Sin embargo, un porcentaje elevado de nuestras generaciones siguen creyendo –absurdamente y con fe infinita– en aquello de que España “progresa”. No se sabe si hacia delante o hacia atrás, es decir, hacia 1848, el año de Marx y su famoso Manifiesto Comunista. Panorama político, por otra parte, que –tristemente– parece satisfacer a una parte, no pequeña, de nuestra sociedad. Toda vez que soporta con entusiasmo un gobierno socialcomunista que pretende controlar todo –Jueces, Ibex, Guardia Civil, etc.–, lo cual hace sospechar sobre sus inclinaciones dictatoriales que no encajan, precisamente, en una democracia.

«En un importante sentido el marxismo es una religión…. Y, lo mismo que para cualquier creyente, es una fe… El adversario no está simplemente en un error, sino en pecado». Con esta contundente sentencia, Shumpeter, famoso economista y sociólogo austriaco, definía la fe del marxista y el pecado en que nos encontramos los que no lo somos. Pero es que, si cambiamos de continente y de época histórica, el Corán, texto básico del Islam, y, por tanto, del YIHADISMO –fracción violenta del islamismo– contiene una Sura 9 que nos castiga a los cristianos con sentencias tan contundentes como éstas: «Cuando hayan transcurrido los meses sagrados, matad a los infieles dondequiera que los encontréis»; «el mensaje del profeta Mahoma es universal y debe ser creído por toda la humanidad». La Humanidad se encuentra, por tanto, frente a dos amenazas de distinta procedencia: la amenaza comunista –de la que ya hemos hablado– y la amenaza yihadista, de la que empezamos a hablar, cuya bandera enarboló Al-Qaeda con gran eficacia criminal, ya que acumula una cifra importante –y me temo que creciente– de muertos, cuya peligrosidad –lamentablemente– desconocen millones de españoles desinformados y/o adoctrinados, especialmente las nuevas generaciones, víctimas, como ya hemos apuntado, del chantaje cultural de unos y de la debilidad de otros.

Pues bien, según la Historia de las religiones, de James, todo empezó con el profeta Mahoma, quien asegura que fue el arcángel Gabriel el que le transmitió el contenido del Corán. Pero es The Encyclopedia of Religion, de Mircea Eliade, la que nos presenta el mejor contenido histórico-religioso del Islam, indispensable conocimiento para empezar a hablar del mundo islámico, mundo tan peculiar desde los puntos de vista religioso, histórico, jurídico y sociológico. Subrayemos, antes de nada, que Islam significa en árabe “vivir en paz y hermanados” –lo cual ya nos desconcierta– y que sus orígenes se sitúan a principios del siglo VII, en Arabia Saudita, Irán, Irak y Tranxosiana, zona situada al sur del Mar de Aral. Según esta magnífica Enciclopedia, la ley islámica o Shariah, cuya interpretación extremosa aplica el yihadismo, se basa en cuatro fuentes fundamentales: el Corán –ley de leyes–; los textos Hadith –conjunto de costumbres y normas de las tribus anteriores–; el razonamiento analógico o “ijtihad”; y el consenso de la comunidad o “ijma”.

A diferencia del comunismo, que practica la violencia ideológica y su imposición por la fuerza, el yihadismo –en base a las Suras antedichas– pretende ejercer lo que podríamos definir la violencia como “apostolado” islámico obligatorio y necesario para implantar en la Tierra el Islamismo universal. Pero cuál es el contenido de la religión islamista, cuál es su libro sagrado, cómo la fundó Mahoma, cuál es su historia, sus antecedentes y sus sectas, cuál es su influencia en la geopolítica mundial, qué debemos temer del yihadismo como azote de nuestras sociedades, cuál es su obsesión criminal, caso de Israel, a quien dice querer “echar al mar”, pese a que algunas Suras coránicas nos hablan del respeto a las religiones llamadas “del Libro” (cristianismo, judaísmo e islamismo).

La citada Historia de las religiones de James nos relata que Mahoma surgió como predicador a principios del siglo VII, no precisamente con éxito, razón por la que en el año 622 huyó a Medina y en el 630 recaló en La Meca, que sería el futuro lugar santo del islamismo y centro de peregrinaje de sus fieles a lo largo de la historia. Pero la citada Historia de las religiones nos sorprende con una consideración desconcertante como la siguiente: «Mahoma pudo ser sincero pero es imposible estar seguro, ya que cuanto sabemos de él procede de fuentes enturbiadas por los prejuicios»; bien es verdad que, posteriormente, aclara que «Mahoma surgió como predicador del Juicio Final, de sus terrores y de las recompensas y castigos durante la vida futura». Para más confusión mental, se da el caso de que las nuevas ideas islámicas fueron rechazadas posteriormente por algunos conversos, lo cual nos lleva a pensar que se sucedieron diversas interpretaciones. Entre ellas, como más importantes, podemos citar la de los musulmanes Sunitas y la de los musulmanes Chiitas. Los Sunitas tienen como eje esencial de su doctrina la creencia de que la comunidad es capaz de autogobernarse sobre la base del Corán, la “sunnah”, la “analogía” y el “consentimiento de la comunidad”. Suelen ser cultos, teólogos y con una línea de pensamiento más legalista y cultivada que la de los Chiitas, a quienes desprecian por considerar que su islamismo es más popular y menos elaborado. Para los Chiitas, en cambio, el Imam –jefe terreno ejecutor de las órdenes divinas– es prácticamente el intérprete y el ejecutor de las órdenes divinas porque dice basar sus juicios en el Corán, en lo que solía hacer el profeta y en el propio criterio. Son partidarios de Alí, primo y yerno del profeta.

Podríamos aceptar como próximo a la realidad el siguiente mapa político-religioso islámico: Existen unos 1500 millones de musulmanes en el mundo (es decir, el 22% de la población del planeta). En primer lugar, los encontramos en los 57 países miembros de la Organización para la Cooperación Islámica (OCI), donde son mayoritarios, salvo algunas excepciones. En cuanto a los Estados, los más poblados de musulmanes son Indonesia (200 millones), Pakistán (174 millones), Bangladés (145 millones) y la India (donde hay una minoría de 160 millones). El Estado árabe que cuenta con más musulmanes es Egipto (78 millones). En otras partes, se encuentran en situación de minoría, de Costa de Marfil (36%) a Rusia(12%) o de Montenegro (17%) a Francia (5%). En cuanto a las dos interpretaciones más importantes del Islam, conviene destacar que los Sunitas son el 87% de los musulmanes, extendidos por Arabia Saudita, Afganistán, Pakistán, Jordania, Kuwait, Yemen, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Túnez, Qatar, Libia, Turquía, Siria; y los Chiitas, que constituyen el 13% de los musulmanes, extendidos por Irán, Azerbaiyán, Bahréin, Irak, Líbano. No podemos olvidar algo tan determinante como los grupos yihadistas afines a los Sunitas –Al Qaeda, Talibán, DAESH, Hermanos Musulmanes, Al Nusra, y Bocco Haram– y los grupos yihadistas afines los Chiítas, –que se supone son Hamas e Hizbolá–.

Recordemos también que el Diccionario del Islamismo afirma rotundamente que la Yihad es la «guerra religiosa contra aquéllos que no creen en la misión de Mahoma. Es un deber imperativo religioso» establecido con el propósito de promover el islamismo y proteger del mal a los musulmanes. Queda claro a lo largo de sus textos y declaraciones –y se refleja en toda la trayectoria histórica de los Estados musulmanes– que el poder político está construido sobre la religión. Sin embargo, por encima del obligado respeto democrático que deben inspirarnos todas las ideologías, religiones y formas de pensar de los seres humanos, uno no puede dejar de rechazar todo aquello que, claramente, es agresivo o lesiona los derechos humanos de “los otros”. Con esta línea lógica de pensamiento y de convicciones, no es posible admitir ciertos comportamientos yihadistas que repelen el sentir de la inmensa mayoría de los seres humanos, incluidos muchos de sus correligionarios musulmanes. Nos estamos refiriendo a hechos como –por ejemplo– el atentado suicida; el utilizar como escudos humanos a personas inocentes o instalaciones religiosas, hospitalarias, docentes, etc.; el no respetar las leyes y usos de la guerra –La Haya, Ginebra, etc.–; el trato, consideración y legislación sobre la mujer, no justificable porque va contra la igualdad de todos seres humanos, sea cual fuere su sexo y condición.

Pero, desde luego, la acción más deshumanizada de las empleadas por Al-Qaeda es el atentado suicida. Su utilización “descoloca” mentalmente a cualquier persona u organización civilizada, que respete unos mínimos éticos que le impidan, por ejemplo, arremeter contra varias docenas de pacíficos viandantes o contra una pizzería llena de escolares para conseguir supuestos efectos sobre el enemigo. Pero hay que ser realistas. Debemos reconocer la existencia de dos visiones del ataque suicida: la del agresor y la de la víctima. Esta es una característica clave a tener en cuenta, ya que, en cualquier otro atentado llamémosle convencional, el agresor suele saber que está haciendo algo punible, mientras que un terrorista islámico está absolutamente convencido de que lo que hace es bueno. Según una interpretación de algunos textos religiosos islámicos y el parecer de algunas de sus autoridades religiosas islámicas, “el suicida no sufrirá dolor y ascenderá al paraíso”. El gran problema es cómo conciliar estas prometidas “delicias” con el hecho de que el suicidio está prohibido por el Islam y quienes lo cometen no acceden al citado paraíso salvo, en este caso, de ejercicio de la “yihad”. Porque el problema estriba en que en el mundo musulmán hay sectores que justifican o disculpan el atentado suicida como método obligado para defenderse –dicen ellos– del enemigo occidental. No obstante, se afirma también que la elección del atentado suicida por la organización “Hamas” responde sobre todo, según se ha filtrado, a un cálculo matemático previo más que a una exigencia de la guerra santa, ya que cada atentado suicida suponía –dicen– unos 200 dólares para cada ejecutante además de los cerca de 20.000 que recibían las familias de los llamados mártires. Con este procedimiento, “Hamas” ha cometido más de la mitad de los atentados suicidas.

Por otra parte, uno de los apoyos del yihadismo –fuerte apoyo, por cierto– que recibe el terrorismo islamista es el constituido por la actitud de los llamados apologistas occidentales, uno de los fenómenos más curiosos que anidan en las opulentas sociedades de nuestros países desarrollados, fuertemente aquejados de esta plaga sicológica y pegadiza del “buenismo”. El fenómeno recibe el nombre –muy expresivo– de multiculturalismo, que implica “aceptar –en grado de equivalencia– cualquier idea, valor, o costumbre de otras culturas, vaya o no contra los derechos humanos por todos admitidos y reconocidos”. Esto, que aparentemente supone la sublimación de la “caridad”, implica aceptar, por ejemplo, la discriminación de la mujer, la falta de libertades –de expresión, de opinión, de respeto a todas las religiones, etc.–, la discriminación por las llamadas castas sociales, por razas, etc. Por el contrario, el pluralismo, –suprema expresión democrática, promotora del mestizaje cultural base de nuestra civilización occidental– reconoce la diversidad cultural de los distintos grupos humanos, pero integra sus costumbres en las del país receptor, sin aceptar aquéllas que impliquen recorte de libertades, desigualdades, negación de derechos humanos, etc. Al respecto, merece la pena recordar que la versión más moderna de esta fiebre apologista occidental surgió en EE. UU. durante el siglo XX y sus líneas maestras fueron asimiladas por algunos sectores sociales en Gran Bretaña, Canadá, Australia, Países Bajos y Suecia. En España, un porcentaje no pequeño de nuestro joven populismo –previamente adoctrinado por nuestras destructivas leyes de enseñanza e impregnado de la frivolidad derivada de la ausencia de formación en los principios y valores por los que merece la pena vivir– se ha entregado también con entusiasmo al multiculturalismo y adora con fe creciente la teoría del “buen salvaje” de Rousseau, que parece reunir, según ellos, las dosis de progresismo redentor exigidas por el populismo que desean para nuestra sociedad.

Tras lo anterior, podríamos intentar UN RESUMEN CON CRITERIOS COMPARATIVOS, de los rasgos fundamentales del comunismo y del yihadismo. Los dos son totalitarios, el comunismo –“predica”– con un objetivo de justicia social y el yihadismo –también predica– con un objetivo de conversión obligatoria de la Humanidad al Islam, siguiendo, nos dicen, las revelaciones a Mahoma del arcángel San Gabriel. Comunismo y yihadismo, de entrada, quitan la libertad –rusos y chinos nunca la conocieron– y, posteriormente, si hubiera lugar, también quitan la vida. Ese es su estilo, su ideología y su acción. Los dos se imponen con el engaño y la violencia: el comunismo mediante el engaño y, cuando conviene, mediante el terrorismo revolucionario. Con la particularidad de que tras siglo y medio de fracaso de la penetración marxista, el comunismo ha apelado con fuerza a los que podríamos llamar “señuelos” llamémosles –cambio climático, progresismo, feminismo, ideología de género, animalismo desmedido, ecología, agenda 2030, etc.–; y el yihadismo, ha apelado al fanatismo y al atentado como arma de guerra. Lamentablemente, se teme que ambos seguirán en “lo mismo”, inasequibles al desaliento: el comunismo ofreciendo justicia y prosperidad, pero realmente fabricando pobres –véase la situación de la llamada América Latina–; y el yihadismo –no olvidemos que sólo 1/3 de los musulmanes lo practican o son susceptibles de practicarlo– tiranizando a las sociedades e impidiendo su desarrollo cultural y económico. Del resto de los musulmanes –los 2/3 que podríamos llamar pacíficos– se espera y desea su claro rechazo a los comportamientos medievales que pretenden dirigir el devenir histórico del Islam –religión que merece el mismo respeto que cualquier otra–; y, consecuentemente, se espera y desea su integración –no exenta de dificultades– en las sociedades con las que conviven. Lo que sí es que, con el tiempo, ha quedado claro que tras su fracaso absoluto a lo largo de siglo y medio, sólo se puede ser comunista si se padece de alguna de estas taras: bien un patológico sectarismo, bien una clamorosa ignorancia, bien una irresponsable frivolidad o inmadurez. En análoga línea explicativa, puede afirmarse que es imposible caer en las redes yihadistas si un baño de cultura nos hace ver que ningún lema de la alta Edad Media impregnado de barbarie puede seguir rigiendo la vida, costumbres y actitudes de una confesión religiosa en el siglo XXI. Por tanto, cualquier persona que se precie de demócrata indudablemente tendrá que decir: NO al comunismo porque es siempre totalitario, NO al yihadismo porque siempre es violento y SÍ al islamismo pacífico que, con su actitud merece respeto.

José María Fuente Sánchez
Coronel (R) de Caballería, DEM, economista y estadístico
Asociación Española de Militares Escritores (AEME)
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