Ciclo conferencia AEME/21: Aciertos y errores en Operaciones Psicológicas militares.

El dia 14 de octubre, en el Instituto de Historia y Cultura Militar, dentro del  Ciclo de Conferencias de AEME, el Ingeniero de Telecomunicaciones Sr. Grandela, impartió una conferencia sobre Operaciones Psicológicas Militares, de la que se publica un resumen:

 

Aciertos y errores en Operaciones Psicológicas militares.

 

El arma psicológica es una de las más antiguas en el arsenal del hombre, pero su empleo organizado dentro del sistema militar, no hizo su aparición hasta 1937, precisamente en la Guerra Civil española. Hoy en día todos los Ejércitos modernos cuentan con unidades de especialistas en las operaciones psicológicas, siendo en España el responsable su Regimiento de Operaciones de Información nº 1 del Ejército de Tierra.

Posteriormente el estudio profundo del arma psicológica, durante las incontables contiendas que han seguido azotando este planeta hasta nuestros días, nos han brindado un amplísimo conocimiento de cómo llegar a la mente y al corazón enemigo para poder derrotarle sin derramamiento de sangre. El viejo dicho de “Captura sus mentes y sus corazones, y sus espíritus vendrán detrás”, es demostrable día a día.

Algunos casos expuestos en esta conferencia (de los que ofrecemos cuatro eventos), nos recuerdan las medidas eficaces o fallidas que han ayudado a ganar o perder grandes y pequeñas ofensivas, y que han llegado a cambiar el desarrollo de una batalla o incluso de una guerra.

 

Graves riesgos de la propaganda aérea en sus orígenes.

La Gran Bretaña fue la primera potencia litigante de la 1ª Guerra Mundial (1914-1918) en aprovecharse de la incipiente aviación para arrojar octavillas desmoralizadoras sobre los Ejércitos de los Imperios Centrales (Alemania, Austria-Hungría, Italia, Turquía y Bulgaria). A pesar del carácter incruento de esas acciones, los pilotos británicos derribados vivos fueron juzgados en consejo de guerra por “traición” (!), y condenados a muerte. Ante esta actitud tan absurda, los británicos amenazaron con aplicar la misma medida a los pilotos alemanes que fueran capturados por ellos. El comandante en jefe del Ejército alemán, Mariscal Hindenburg redujo entonces la amenaza de muerte a una condena de diez años de trabajos forzados, lo que seguía siendo un disparate.

Es paradójico, que esos mismos pilotos cuando eran derribados en vuelo tras arrojar bombas que causaban bajas efectivas, fueran respetados por sus captores dentro de las normas internacionales vigentes de la guerra, no así aquellos que sustituían las bombas por octavillas de papel, que jamás herían a nadie.

La actitud inconcebible de Hindenburg, que consideraba esta nueva modalidad de lucha “ajena al honor militar”, forzó al Mando británico a prohibir el empleo de sus aeroplanos para acciones psicológicas.

Medidas desatinadas. –

La avalancha de la propaganda aérea impresa por los Aliados (Gran Bretaña y Estados Unidos), sobre las trincheras y retaguardias alemana y austro húngara, y los evidentes efectos desmoralizadores en sus soldados y población civil, animaron a sus mandos militares a utilizar una descabellada contraofensiva psicológica, que devino en un efecto “boomerang” funesto.

Viendo que sus soldados incumplían la orden de no leer las octavillas enemigas llovidas del cielo, ofrecieron recompensar económicamente a quienes entregaran a las autoridades los mensajes escritos que cubrían imparables los campos de batalla y las poblaciones, a cambio de una compensación económica establecida nada menos que en 3 marcos por octavilla desconocida, 30 “pfennings” (céntimos de marco) por cada ejemplar conocido, y 5 marcos por cada libro, conocido o no.

Aquel despropósito del jefe del Estado Mayor alemán, general Erich Ludendorff, fue aprovechado por sus enemigos británicos y norteamericanos, quienes aumentaron de forma profusa la impresión y lanzamiento 5,5 millones de octavillas más. Como era de esperar, las ya mermadas arcas de los Imperios Centrales se resintieron drásticamente, y tuvieron que dar contraorden, porque para septiembre de 1918 habían recogido, y pagado 800.000 octavillas enemigas, que forzaron un ingente desembolso de 250.000 marcos.

Extraña pensar que tanto Hindenburg como Ludendorff no previeron las consecuencias desastrosas que aceleraron el fin de la guerra al verse abocados a un armisticio demoledor. El general Ludendorff lo razonó así públicamente: El Ejército fue literalmente cubierto por octavillas de propaganda enemiga. Su gran peligro era evidente. El Alto Mando ofreció recompensas económicas por ellas, pero no pudimos evitar que envenenaran los corazones de nuestros soldados.

Empleo chapucero del texto.-

La unidad de PsyOps que se ve obligada a dirigirse a un contingente extraño en una lengua extraña, está siempre a expensas de la fiabilidad de los traductores en cuyas manos tiene que poner -le guste o no-, sus propósitos sin ningún tipo de prevención.

África del Norte. 1942.- Un comerciante de Casablanca, llamado Mohamed Alí, huyó a la Francia Libre y de allí pasó a Inglaterra donde se enroló en el Departamento de Guerra Política. Se le asignó entre otras funciones, la de traducir al árabe los textos de las octavillas y mensajes que los Aliados iban a arrojar sobre Marruecos, Argelia y Túnez en la fase previa al desembarco marino y aéreo de la llamada Operación Torch (Antorcha).

Cuando terminó con éxito el triple desembarco, un oficial del Servicio de Inteligencia americano, experto en lengua árabe, entró iracundo en el Departamento de Guerra Política destacado en Gibraltar con un manojo de octavillas verdes gesticulando colérico, a la vez que preguntaba por el oficial británico responsable de aquella propaganda escrita. Cuando se presentó el oficial, el norteamericano le preguntó si sabía lo que decían aquellas octavillas de color verde y cuantas se habían impreso y arrojado. El oficial inglés respondió con firmeza: “Han sido arrojadas sobre los árabes 24 millones de ejemplares, y su texto dice: “¡La victoria está con los Aliados!”. El norteamericano respondió vociferante: “¡No, no dicen eso!”, lo que dicen es: Comprad Té Verde de Mohammed Alí!.

El asombro y el bochorno de aquella metedura de pata, propiciada por un comerciante musulmán irresponsable, se ocultó al Mando Aliado de mutuo acuerdo para evitar el ridículo y el posible correctivo, y así ha permanecido durante medio siglo.

Desconocimiento de otras culturas. –

No se puede llegar ni a la mente ni al espíritu del destinatario de una acción psicológica demostrando un grave desconocimiento de sus costumbres y usos básicos, lo que ocurrió muy especialmente durante la campaña del Pacífico en la 2ª Guerra Mundial (1944/45). La complejidad de la idiosincrasia nipona, tan ajena a la de la civilización occidental, exigía un escrupuloso análisis de su cultura antes de preparar una campaña de acción psicológica, pero esta precaución se ignoró, y los resultados fueron completamente inútiles. Se imprimieron por parte de los EE.UU., Gran Bretaña y Australia más un centenar de mensajes de variado diseño y texto, que fueron lanzados en oleadas de decenas de millones de ejemplares sobre los soldados nipones diseminados por las islas del Pacífico y sudeste de Asia, pidiendo su sumisión.

Los resultados negativos de sus múltiples intentos no fueron debidamente analizados, por lo que los Aliados continuaron errónea y machaconamente en la misma línea intimidatoria de sus octavillas y panfletos.

Precisamente, ante la ausencia de rendiciones o deserciones de soldados japoneses, los PsyOps aliados carecieron de la importantísima fuente de información que siempre aportan los prisioneros a sus captores en todas las guerras. Cuando muy a duras penas, ya avanzada la reconquista de los innumerables archipiélagos de Oceanía, fueron recabando comentarios de los escasos prisioneros nipones, los PsyOps aliados descubrieron que sus textos y guiones eran totalmente inservibles.

Mostramos aquí uno de los muchos modelos de octavillas que exigían la rendición: I surrender (Yo me rindo) redactada en japonés e inglés, con los colores rojo y azul de las banderas de los tres países emisores.

Muchos diccionarios de lengua japonesa no incluyen la palabra “rendición”, o al menos no refiriéndose a su propia cultura, sino a las extranjeras. Son el fiel reflejo de sus ciudadanos, que llevan con orgullo su cultura milenaria basada en el código de conducta Bushido, que es el código de los principios morales enseñados a los caballeros en el Japón antiguo, en el que se establece que: La muerte no es eterna, el deshonor sí.

Si un soldado japonés se rendía, era automáticamente expulsado de la sociedad japonesa, y su nombre eliminado de todos los registros y archivos, y se borraba cualquier constancia de que el soldado hubiese existido jamás, así como toda su familia, quien quedaba deshonrada de por vida.

Cuando los escasos prisioneros heridos japoneses revelaron a sus captores Aliados el porqué de su defensa a ultranza, e hicieron ver a los responsables de las PsyOps la inutilidad de sus textos conminatorios, comenzó una nueva campaña impresa ofreciendo salvoconductos bajo el nuevo lema: I cease resistance (Yo ceso en la resistencia). El cambio en su actitud fue radical, y el sometimiento de los soldados japoneses aumentó de forma muy destacable, aliviando la sangría humana de muchos frentes, aunque jamás aceptaron que su entrega de las armas era una “rendición”, simplemente habían “dejado de disparar”.

José Manuel Grandela

 

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