Juan de Burgos Román, es uno de los dos catedráticos del departamento de Fundamentos matemáticos de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Aeronáuticos (ETSIA). Es autor de los libros de Cálculo Infinitesimal de una y varias variables, así como el de Álgebra lineal (de McGraw los tres).
Reproducimos este articulo publicado en Eclesalia por la singularidad de estar redactado por un eminente catedrático de la ciencia matemática.
A UN AMIGO QUE SE INTERESA POR EL ESPÍRITU DE DIOS
Me decías, mi querido amigo, que, para ti, el Espíritu de Dios era casi un desconocido pues, en el fondo, no pasa de serte un concepto teórico torpemente percibido; y añadías: ¿Qué hacer?
De mil amores te contesto, lo que no sé es si mi parecer te va a dar luz o va a aumentar tu confusión, que, además de que no soy docto en asuntos teológicos y de que la ortodoxia no es mi fuerte, que digamos, lo único que puedo ofrecerte son mis pequeñas experiencias, aunque quizá sea eso, experiencia, lo que andas buscando, pero no sé si las mías serán, para ti, las más adecuadas. Veamos como me sale la cosa, ya me dirás si te valió:
Pienso yo, pero no sé si pienso bien, que no es tanto “qué hacer”, como dices tú, sino “qué no hacer”. Voy a intentar explicarme:
Para mí, pero vete tú a saber, lo de que Dios es Padre y es Hijo y es Espíritu, es algo así como si un muchacho dijese, permíteme la comparación, que su madre es Cariño, es Eficacia y es Protección, por poner un ejemplo; y, así, él nos señalaría aquellas virtudes de la madre que más aprecia. Su madre sería, dependiendo del momento, la madre-cariñosa, la madre-eficaz o la madre-protectora; cuando, pongamos por caso, la madre le sujeta para que no caiga, allí está él viendo a la madre-protectora, pero la madre-cariñosa y la madre-eficaz no están ausentes, también están, pero en ese momento no acusa él su presencia. Te digo esto porque creo, pero no es más que un olisqueo mío, que lo de las Trinidad es algo así como un modo, el que mejor se ha encontrado, supongo, de explicar lo que puede ser Dios, aunque esto es tarea imposible, que Dios es mucho Dios como para poder encerrarle en unos dogmas, por muy católicos que sean los tales dogmas.
Tú y yo tenemos muy oído, sobre el Espíritu Santo, cosas como que “es una persona divina” y que “es portador y trasmisor de dones sobrenaturales (temor de Dios, sabiduría, consejo, piedad, entendimiento, fortaleza, ciencia)” y, teniendo esto totalmente aceptado, que lo tenemos, aunque no hayamos llegado a entenderlo del todo, que no hemos llegado, tengo para mí que todo ello no nos llegue a decir gran cosa, sobre todo en el momento de la verdad, en el momento de las vivencias, que, creo yo, es lo que más cuenta.
Así que habré de preguntarme sobre lo que experimento yo, dentro de mí, claro, cuando me vienen barruntos de que el Espíritu aletea en mí, valga la expresión, que no me sale ningún otro modo de referirme a esas experiencias de su presencia, que no estoy diciendo que el Espíritu venga a mí, pues él siempre está, pero lo que sí ocurre es que no siempre, ni con mucho, alcanzo yo a notar su presencia, su aleteo.
Mi percepción del Espíritu, de la que te hablo, me lleva a descubrirle como, digamos, la manera que tiene Dios de comunicarse con nosotros, de transmitirnos su amor, de sugerirnos que nos cuidemos unos de otros, de mostrarnos los caminos que conducen a nuestra felicidad. Y esto lo hace a base de, permíteme la expresión, “charlar un rato con calma”. Y, aunque pueda resultar un tanto idílico, y no es que sea esto malo, pero quizá sea demasié, pues que digo que es algo así como si, a alguien, en solitario, ya de noche, delante de una hoguera chispeante, se le vinieran a la cabeza, sin saber cómo, ideas sobre su vivir, sus amores, sus esperanzas, sus arrepentimientos, sus añoranzas, sus proyectos de futuro y, al acabar, le viniera a parecer que todas aquellas cosa no hubieran salido de su cabeza, sino que se le hubieran comunicado, no desde fuera, sino desde sus más profundos adentros. No sé si me logro explicar.
Y claro, para que todo eso, lo que llegó a nuestra cabeza cuando estábamos sentados frente al fuego, produzca frutos, para que sea algo más que una ensoñación, para que nos mueva a cambiar las torpezas por aciertos, es preciso que nos lo tomemos en serio, lo incorporemos a nuestro vivir. Esto supone, y aquí es donde creo que está el quid de la cuestión, que estemos dispuestos a aceptar ideas nuevas, enfoques diferentes de cuanto nos rodea, a desechar aquellas convicciones, quizá muy queridas por nosotros, que pudieran ser impedimento para poder incorporar lo que nos llega en esas noches frente al fuego de las que te hablaba. Si no estamos dispuestos a entender que, para poder incorporar a nuestro vivir las ideas, sugerencias, pensamientos que nos invaden en esos momentos cruciales, aquellos en los que llegamos a percibir los “recados al oído en noches sentado frente a la hoguera”, para eso, te repito, necesitamos desechar algunos, tal vez demasiados, de nuestros más queridos convencimientos, que, quizá, han guiado nuestro caminar durante gran parte de la vida. Si nuestro aferramiento, a estas nuestras queridas ideas de siempre, es tan fuerte que no nos es posible dejarlas marchar, entonces no nos será posible adoptar ningún nuevo punto de vista, permaneceremos cerrados a todo lo que nos sea dado en esos momentos de sosegado escuchar al Espíritu de los que te hablaba antes.
Pero no sé si esto que te he dicho te va a poder ayudar en algo, que tú, seguro, ya lo sabias, que no es nada nuevo, ni original: recuerda lo de: “el que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios”, que le dijo Jesús a Nicodemo, que en esto pasa como con el cambio de piel de las serpientes: que es necesario para poder crecer, y que un abrazo, Juan.
Fuente:
https://eclesalia.wordpress.com/2020/06/08/a-un-amigo-que-se-interesa-por-el-espiritu-de-dios/