Alfonso Bourgon de Izarra. Licenciado en Geografía e Historia. Periodista y asociado de AEME, relata las vicisitudes sufridas por el proyecto español de fabricar una bomba atómica, tema poco conocido por la sociedadsociedad española.
40 años de la muerte de Islero
En 1981, el Gobierno de la UCD cedió ante las presiones de EE.UU. y canceló el proyecto de fabricación de la bomba atómica española, iniciado dos décadas antes.
Islero era el nombre del Miura entrepelado y bragado, de 495 kilos de peso, que corneó mortalmente a Manolete en la plaza de Linares. Con un sarcasmo propio del genio español, ese fue el nombre con el que, en 1963, se bautizó al proyecto para el desarrollo de la primera bomba atómica española. La iniciativa surgió en pleno régimen del general Franco, pero sobrevivió a la Transición. Finalmente, en 1981, el Gobierno de la UCD “mató” a Islero. De eso hace ahora 40 años. Esta es la historia de una España que pudo haber sido y no fue.
Todo se remonta a 1955, año en que España firmó un acuerdo de cooperación nuclear con EE.UU., dentro del programa denominado Átomos para la Paz. Un año más tarde, Marruecos alcanzó su independencia, situación que derivó en un deterioro de las relaciones entre ambos países que, desde entonces y con mayor o menor gravedad y frecuencia, repiten periódicamente sus desencuentros (se cumplen ahora seis meses de la retirada de la embajadora de Marruecos en España…).
En 1958, el general Franco inauguró el Centro de Energía Nuclear “Juan Vigón” en la Ciudad Universitaria de Madrid. Pocos años después, el Alto Estado Mayor planteó la necesidad de desarrollar medios que disuadieran a los marroquíes de reclamar Ceuta, Melilla, el Sahara u otros territorios españoles y así comenzó a fraguarse la idea de fabricar una bomba atómica y se encargó un informe secreto sobre las posibilidades reales de obtenerla sin alertar a la comunidad internacional. Así, en 1963, el capitán general Agustín Muñoz Grandes, jefe del Alto Estado Mayor y el contralmirante José María Otero, presidente de la entonces llamada Junta de Energía Nuclear (JEN), encargaron oficialmente la dirección técnica del bautizado como “Proyecto Islero”, al general de división del Ejército del Aire Guillermo Velarde.
Velarde no era un militar cualquiera. Era un experto ingeniero que había estudiado energía nuclear en la Universidad Estatal de Pensilvania y en el Laboratorio Nacional Argonne en Chicago, trabajando en Atomics International de California en la física del núcleo de un reactor. Años más tarde, llegó a obtener la Cátedra de Física Nuclear de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid.
Islero se dividió en dos fases: el proyecto de la bomba atómica en sí y la construcción de un reactor nuclear, la fábrica de los elementos combustibles del reactor y la planta de extracción del plutonio de los elementos combustibles sacados de este reactor. Se optó inicialmente por una bomba de plutonio-239 porque era más barata de producir. Pero en 1966, tras el famoso accidente en el que se vio implicado un bombardero estratégico B-52 estadounidense, Velarde fue enviado a Palomares para analizar los restos de las bombas que cayeron en la zona. Como consecuencia de este análisis y tras complejos cálculos, redescubrió el proceso Teller-Ulam para la fabricación de las bombas termonucleares. Gestado por los estadounidenses Stanislaw Ulam y Edward Teller en 1952, Sajarov lo redescubriría en 1954 en la URSS y en 1966 lo harían Dautray en Francia y Huanwu en China, con trascendentales consecuencias para sus respectivos países, hoy grandes potencias nucleares. En ese momento, España se hubiera convertido en el quinto país del mundo con capacidad para desarrollar bombas termonucleares, pero ese mismo año 1966, inesperadamente, Franco decidió posponer indefinidamente el desarrollo físico del proyecto. Al parecer, creía que antes o después sería imposible mantenerlo en secreto y quiso evitar las previsibles sanciones internacionales. Permitió, sin embargo, que las investigaciones teóricas siguiesen adelante, aunque ya desligadas de las Fuerzas Armadas. En 1968, medio centenar de países firmaron el Tratado de No Proliferación Nuclear que prohibía la fabricación de este tipo de armas, pero no España. De hecho, en la JEN se instaló el primer reactor español con capacidad para producir plutonio para las bombas y los primeros gramos de este material se obtuvieron ya el año siguiente.
En 1971, a instancias del general Díez-Alegría, jefe del Alto Estado Mayor, Velarde retomó el Proyecto Islero. El plutonio se produciría discretamente en la central nuclear de Vandellós, de tecnología francesa (durante su presidencia, entre 1959 y 1969, el general De Gaulle apoyó la idea de una España atómica) y se llegó a barajar el desierto del Sahara para realizar las primeras pruebas.
La muerte de Franco, en 1975, no significó el fin proyecto. Antes al contrario, un año después la JEN comenzó a construir el Centro de Investigación Nuclear II en Soria y en 1977 se conoció su objetivo: producir 140 kilos de plutonio al año, suficiente para fabricar 23 bombas anuales. Junto al vasto plan de centrales nucleares, el CIN II iba a ser clave, al cerrar el ciclo energético del uranio y derivarlo a posibles usos militares mediante el reprocesado, el plutonio y los reactores rápidos.
En 1980, por encargo de los generales Gutiérrez Mellado, vicepresidente primero del Gobierno con Adolfo Suárez y ministro de Defensa y Alfaro Arregui, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, Velarde creó el Instituto de Fusión Nuclear de la Universidad Politécnica de Madrid. Pero las presiones estadounidenses arreciaron y, en 1981, el Gobierno de la UCD canceló definitivamente el Proyecto Islero y se sometió a la inspección del Organismo Internacional de Energía Atómica. Seis años después, en 1987, el Gobierno del PSOE firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear.
El debate entre partidarios y detractores de lo nuclear sigue plenamente vigente. Lo cierto es que España pudo haber llegado a ser una potencia mundial, pero desistió de ello. Indudablemente, esta decisión impidió que nuestro país alcanzara en aquel momento un desarrollo científico y tecnológico que hubiera supuesto un punto de inflexión de magnitudes históricas. Cierto es también que hoy dependemos energéticamente de países que, como Francia, la producen en sus centrales nucleares, forman parte del exclusivo Club Atómico y mantienen una política exterior y de defensa autónoma y capaz al contar con una enorme fuerza de disuasión.
Fuente:
Diario Montañés. 07/12/2021. Pag. 25 OPINION