“DE AUSTERLITZ  A CIUDAD RODRIGO”, libro del general Bravo Guerreira

D. Carlos Bravo Guerreira, General de Brigada de Caballería  editó con motivo del segundo centenario de  la Guerra de la Independencia, en octubre del  año 2015, una recopilación histórica de las campañas napoleónicas en la comarca de Ciudad Rodrigo.

 

Para conocimiento de nuestros asociados, a continuación se edita una “sinopsis” del libro:

 

“DE AUSTERLITZ  A CIUDAD RODRIGO”

 

Desde que era niño, me interesé por las huellas y los recuerdos que, en esta comarca de Ciudad Rodrigo, dejaron las Campañas Napoleónicas. Quizás fue determinante el hecho de haber nacido en Aldea del Obispo, a la sombra del Fuerte de la Concepción. Curiosamente, en este pequeño pueblo de apenas 200 habitantes, hemos llegado a coincidir, vivos, un Teniente General, Medalla Militar Individual, Carlos Hernández Risueño, un General de Infantería, escritor y poeta, Enrique García Guerreira y yo mismo, los tres de la familia Risueño, a la que también pertenece Teresa, la protagonista femenina de esta historia.

En el 2009 me propuse escribir algo que pudiera dar orden y sentido a mi deshilvanada percepción de la historia, para poder tenerlo preparado este año de 2012, en el que se celebra el 2º Centenario de los acontecimientos.

Al tiempo que comenzaba a acumular documentación española, portuguesa  francesa e inglesa, así como libros de historia, novelas y biografías o memorias de los numerosos protagonistas, empecé a escribir un relato que no tardó en convertirse en una novela. Y aquí está hoy, con la tinta aún fresca, esperando ser leída.

Lo primero que vemos son las cubiertas con la representación de un impresionante óleo del pintor madrileño Ulpiano Checa, de la escuela de Sorolla que se expone en el museo de su nombre en Colmenar de Oreja.

En una de sus solapas dice: “DE AUSTERLITZ A CIUDAD RODRIGO, es una novela histórica que recoge los acontecimientos que tuvieron lugar a uno y otro lado de la frontera hispano portuguesa, hace dos siglos, con ocasión de los intentos frustrados de Napoleón para apoderarse de Portugal y debilitar a Inglaterra.

El hilo conductor es Charles Lasalle, joven oficial francés de Caballería, personaje de ficción, que facilita el cañamazo sobre el que se irán cosiendo, con el mayor rigor, hechos y personajes históricos.

Se ha adoptado la acertada metodología de los historiadores portugueses, que agrupan los acontecimientos en tres sucesivas invasiones, lo que facilita el estudio y proporciona una clara aproximación a los hechos.

     El título del libro es también una clave: AUSTERLITZ, en 1.805, fue la apoteosis del Emperador y en CIUDAD RODRIGO, en 1.812, la estrella de Napoleón comenzó a declinar y la “úlcera sangrante de España”, se desgarró en una hemorragia incontenible”.

Mi sobrino nieto José Vicente Cortés Bravo, de 13 años, ha sido mi lector más precoz. A principios de este año le envié a su padre, José María Cortés, una copia para que me ayudara con los eventuales “gazapos”. El ejemplar cayó en las manos del niño, el cual, enganchado en la lectura, según dijo luego, se lo llevó al colegio, donde una profesora le sorprendió leyéndolo en clase y se lo requisó. ¡Maldición!, dije yo cuando me lo contaron. ¡He escrito un cuento para niños! Rápidamente me vino otro pensamiento más positivo y tranquilizador: ¡He escrito un libro que también puede interesarle a los niños!

Me he permitido, utilizando diálogos de algunos de los personajes, dar una visión un poco didáctica de cómo los acontecimientos de la Revolución, eran percibidos, desde distintos posicionamientos políticos e ideológicos, en el seno de una familia francesa de la burguesía provinciana, cuyos miembros no eran capaces entonces de apreciar la transcendencia de lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

Cuando la Revolución estalló en 1789, las naciones fronterizas con Francia incluida España declararon la guerra a la Convención, temerosas de que las peligrosas ideas de Libertad Igualdad y Fraternidad, o pensamientos tan subversivos como aquel de que “todos los hombres nacen y son libres e iguales en derechos”, pudieran hacer saltar por los aires sus sistemas absolutistas. España proyectó un ejército en el Rosellón, al mando del General de Caballería Antonio Ricardos, en el que, por cierto, hizo sus primeras armas nuestro héroe local Don Julián Sánchez “El Charro”.

En las fronteras del este, un ejército francés al mando del Mariscal Kellerman derrotó en Valmy, el 20 de septiembre de 1792 al ejército Austriaco del Duque de Brunswick, que procedente de Coblenza, había difundido un manifiesto, en el que amenazaba con pasar por las armas a Paris. El poeta y escritor alemán Johan Wolfgan Göethe que asistía a la batalla como observador, al ver el entusiasmo y el ardor con el que luchaban los soldados voluntarios franceses al grito de ¡viva la Nación! dijo: “lo que aquí y ahora acaba de ocurrir, hará cambiar la historia del mundo”. No se equivocaba Göethe que entonces tenía 42 años.

En el libro se relatan las vicisitudes de la primera invasión de Portugal, entre 1807 y 1808, decidida por Napoleon y apoyada por España, según acuerdos alcanzados en el Tratado de Fontainebleau. Era una operación de castigo sobre Portugal por haberse negado a secundar la orden de bloqueo continental a los barcos británicos. Un Cuerpo de Ejército de 24000 hombres, al mando del general Andoche Junot, se reúne en Bayona y atraviesa una España “aliada” en una marcha frenética y lamentable. Un par de Divisiones españolas, acompañan esta aventura para ocupar el norte y el sur del país vecino. Solo Junot con 1500 hombres llega a Lisboa en el plazo marcado, el resto se halla diseminado, roto y hambriento a lo largo del itinerario.

El ya comandante Lasalle, participa mandando un Grupo de Escuadrones de Dragones, a la vez que desempeña misiones de información por su conocimiento del español, adquirido en el seno de su familia, en la ciudad fronteriza de Bayona. La Primera Invasión de Portugal,  terminó en fracaso. Tras ser derrotados el 21 de agosto de 1.808 por Sir Arthur Wellesley en la batalla de Vimeiro, los franceses fueron embarcados por la Flota inglesa y trasladados vergonzantemente a puertos del Atlántico en Francia, en virtud de los términos de la sorprendente e increíble Convención de Cintra, firmada con los ingleses el 30 del mismo mes en el Palacio de Queluz, residencia del General Junot,a espaldas de sus aliados portugueses.

De la segunda invasión, también fracasada, el protagonista se limita a hacer una crónica detallada.

En la tercera invasión, la de 1810 que fue la más importante y   determinante, se enfrentaron dos estrategias sobre una amplia zona geográfica: la estrategia planeada por Napoleón y ejecutada por Massena, que se reducía a destruir al ejército inglés en Portugal o, al menos obligarle a reembarcarse, abandonando el país, para propiciar una paz ventajosa con la potencia enemiga, y la estrategia inglesa concebida y ejecutada por Wellington, que consistía en retardar y desgastar lo más posible al Ejército francés, en su marcha hacia el sur, detenerlo ante Lisboa, muy lejos de sus bases de aprovisionamiento, sobre una comarca sin recursos, para, finalmente, perseguirlo hacia el norte, deshaciendo el camino y buscar el lugar y el momento precisos para destruirlo en una batalla decisiva, como pudo ser la de Fuentes de Oñoro, preludio de la reconquista de Ciudad Rodrigo.

La estrategia de Wellington prevaleció pero justo es decir que Massena no recibió jamás el menor auxilio; sus bajas nunca se cubrieron y tuvo que luchar contra la escasez y la miseria, mientras que Wellington siempre estuvo apoyado por su país desde el mar y contó con la inestimable alianza de Portugal.

Y como estamos hablando de estrategias y de tácticas, vamos a dar ahora unas nociones sencillas  para los no iniciados. La verdad es que el concepto de estrategia, ha trascendido del campo militar a los de la empresa, de la industria e incluso de la investigación. Los medios de comunicación lo emplean con frecuencia inadecuadamente; así cuando se refieren a alguna manifestación o algarada callejera y dicen: “la policía estaba situada en puntos estratégicos…. “, deberían decir: “en puntos adecuados o elegidos adecuadamente”.

Para empezar por abajo diremos que la táctica es lo próximo, lo que se aprecia con el tacto, lo que se toca. Se relaciona con contacto. Se podría decir que es el llegar a las manos, el agarrarse por las solapas. El diccionario de la RAE dice que la táctica es el conjunto de reglas a las que se sujetan las operaciones militares, es en definitiva lo que se ve, se oye, se huele o se toca;  lo que se percibe con los sentidos: el rostro de los enemigos, el fragor del combate, el acre olor de la pólvora… La topografía, o descripción detallada del terreno es su ciencia auxiliar.

La estrategia se mueve en espacios más amplios y se apoya en la Geografía, ciencia que estudia y describe las tierras y los mares; es el arte de dirigir las operaciones militares para alcanzar un fin último, denominado objetivo estratégico. La sucesión de varias batallas, regidas por la táctica, pueden determinar la consecución del objetivo estratégico. Este concepto nos lleva hasta los límites de la Política y de la Defensa Nacional.

El teórico prusiano Von Bülow, en un intento de reducir esta compleja cuestión,dijo acertadamente: “El estratega es el arquitecto, los albañiles son los tácticos”.

El teatro de operaciones de la tercera invasión va desde Ciudad Rodrigo hasta Lisboa. Cuando, desde las llanuras de Castilla la Vieja, se trataba de penetrar  en Portugal, con un Ejército de conquista, teniendo como objetivo alcanzar Lisboa, no había más ruta, la que seguía el llamado Camino Real, que cruzaba la comarca de los arribes, donde el correr de los siglos, la fuerza de las aguas y un terreno peculiar, han hecho que los ríos se hayan inscrito en sus cauces, excavando profundos valles y formando barreras infranqueables a lo largo de kilómetros y kilómetros. Sólo de vez en cuando, y siempre sobre accesos difíciles, aparece, en la profundidad del valle, algún pequeño puente, tosco y estrecho. Esto ocurre con el Duero, el gran río que marcha hacia poniente, y particularmente con sus afluentes desde el sur, casi paralelos, el Agueda y el Côa, el último ya en Portugal. Cualquier vía que los atraviese perpendicularmente en dirección oeste, se encuentra, tras pasar la frontera, con el soberbio e infranqueable obstáculo que supone la Sierra de la Estrella, a la que es preciso bordear por el norte para, superando el nacimiento del río Mondego,  descender hacia el sur por su orilla derecha y alcanzar sucesivamente Viseo, Coimbra y Lisboa.

Por ello, en aquella época, el único camino transitable hacia poniente, capaz de permitir el paso de largos convoyes con pesados carruajes, grandes piezas de artillería remolcadas y transportes de munición, pólvora, víveres diversos y equipajes, que seguían a los ejércitos en marcha, después de pasar por Ciudad Rodrigo, buscaba Gallegos, Barquilla y Aldea del Obispo, para alcanzar Almeida y desde allí, bordeando la sierra de la Estrella, descender hacia Lisboa. Ni por el norte ni por el sur de Aldea, entre el Duero y el Tajo, había camino, por eso se levantó allí el Fuerte de la Concepción.

Los legendarios personajes que protagonizaron estos hechos, se aproximan a nosotros en el libro, se humanizan y nos hablan, tras haber tenido de ellos un retrato tanto físico como psicológico. Así vemos la patética figura del Mariscal Masena, avejentado y enfermo, víctima de la desobediencia de sus generales y del abandono del propio Emperador, su amigo, quien tras haberle abrumado con una misión imposible y negado los medios necesarios,  deja caer al final, como un juguete roto, quitándole el Mando para entregárselo al Mariscal Marmont, su “enchufado”, hombre soberbio y desdeñoso, implacable critico de los demás, pero que siempre tiene una justificación para sus propios errores.

El Mariscal Ney  juega un papel relevante en esta historia; Jefe brillante pero hombre rencoroso é irritable, está constantemente bordeando la desobediencia y la insubordinación. El General Andoche Junot aparece en las tres invasiones; en la última acompañado de su esposa Laure  Permont, Duquesa de Abrantes, peculiar personaje que juega un dúo con Enriette Leberton, “Madame X”, la joven querida de Masena, la Poule á Massena”, como la denominan socarronamente los soldados.

El General Loison, el odiado “maneta”para los portugueses, se nos presenta como un buen profesional, aunque corrupto y nada escrupuloso cuando se trata de saquear las arcas propias o represaliar poblaciones enteras, incendiándolas y pasándolas a cuchillo.

También aparecen en el libro personajes reales, como el comandante Pelet, geógrafo, politécnico y hombre de la confianza de Masséna, autor de unas excelentes memorias de la Campaña y el comandante Marbot, miembro de su Estado Mayor, así mismo escritor y autor de unas memorias; ambos amigos del protagonista. En la novela; también se dedica un capítulo a la figura del coronel suizo Jomini, tratadista famoso,  importante pensador y autor de numerosas obras sobre la Estrategia y el Arte de la Guerra.

El brigadier Gerard, personaje creado en sus obras por el británico Sir Arthur Conan Doyle, también hace irrupción en estas páginas.

La figura inquietante de Sir Arthur Wellesley, que tras la Batalla de Talavera, se transforma en Lord Wellington, sobrevuela toda la historia, imponiendo siempre sus estrategias a los franceses é irritando a Napoleón, al que dará la puntilla en Waterloo unos años más tarde. Uno de los generales ingleses, Robert Craufud, llamado por sus soldados “Bob el Negro”, Jefe de la División Ligera, que proporciona seguridad al despliegue del Ejército inglés y acaba muriendo en el asalto de los Aliados a Ciudad Rodrigo en enero de 1.812, siendo enterrado en la muralla, ocupa un lugar importante en esta historia.

Se cuenta del Emperador Napoleón que, durante el desarrollo de la batalla de Austerlitz, veía desde su observatorio cómo unas baterías rusas, encaramadas en la meseta de Pratzen, machacaban a una columna de su Infantería, que  trataba de progresar por el fondo de la vaguada. De pronto, vio con su anteojo a un Regimiento de Dragones de su Guardia, que se acercaba al galope a la falda de la meseta, desplegaba sobre la marcha y, atrayendo sobre él el fuego mortífero de los atónitos rusos, aumentaba el ritmo del galope, ladera arriba. El Coronel, sin volver la cabeza, ordenaba desenvainar y dirigía una desesperada carga encabezando al Regimiento, que estaba sufriendo cuantiosas pérdidas. Con menos de la mitad de su gente, llegó hasta la línea de piezas, saltando por encima de los cañones, acuchillando ferozmente a los artilleros y a los infantes que los protegían, los cuales emprendieron una desordenada huida, abandonando el material.

El Emperador, entusiasmado, dijo a su Ayudante de Órdenes: ¡Vaya hasta allí y dígale al Coronel que le asciendo a General sobre el campo de batalla!

Cuando el Ayudante llegó, se encontró con el Coronel tendido en el suelo, con un tremendo sablazo que le abría la frente, por cuya enorme herida, comenzaba a fluir, entre lentos latidos, la densa masa encefálica. Sus oficiales lo rodeaban afligidos. Cuando el Coronel, aun consciente, se enteró de que ascendía a General, se incorporó vivamente y se sujetó con las manos las dos partes de la cabeza.

Mi Coronel, dijo uno de sus capitanes, se está dejando usted los sesos fuera.

¿Los sesos? Respondió el Coronel retirando de un manotazo los que sobresalían ¡Ya no los necesito, ya soy General!

Ni que decir tiene, que esto podía ser oportuno entonces, cuando los ascensos solían alcanzarse por hechos de armas distinguidos o por actos heroicos. Hoy, los generales necesitan no solo una exigente preparación para desempeñar sus cometidos, sino una buena cabeza lo que implica inteligencia y sesos para actuar y capacidad para coordinar otras inteligencias. Las zonas de despliegue e intervención son muy amplias y suelen estar alejadas y aisladas; los peligros son insidiosos y los riesgos difusos y de difícil evaluación.

Los medios son enormemente sofisticados. La técnica progresa hoy en 10 años más de lo que lo hacía antiguamente en varios siglos. La lanza y el sable no han evolucionado mucho desde que los hititas aprendieron a fundir el hierro hace 3.500 años en Capadocia. Las armas de fuego, apenas habían sufrido cambios entre el 1.500 y el 1.800. Poca diferencia había entre los cañones de que disponía Pedro Navarro, conde de Oliveto, artillero de Fernando el Católico en las guerras de Italia y los que utilizó Napoleón, 300 años más tarde en Austerlitz. Solo algunas mejoras en la fundición de las piezas y un mejor acabado del ánima o tubo. El coronel de Gribeauval  había hecho, poco antes de la Revolución, un gran esfuerzo para estandardizar los calibres y normalizar las  municiones de cañón, pero estos seguían cargándose por la boca y el disparo se iniciaba cuando se aplicaba una mecha encendida a un agujero en la trasera, llamado “oído”,  previamente lleno de pólvora, que se comunicaba con la carga del disparo en el interior del tubo. Lo mismo podría decirse comparando los famosos arcabuces de los Tercios de Flandes y los fusiles modelo 1773, algo más ligeros, en los que se podía prescindir de la horquilla para apuntar.

 

Por último, les diré que, cuando comenté con un amigo y compañero de promoción, viejo guerrero,  que me proponía escribir un libro, antes de conocer el tema me dijo: “Carlos, ponle algo de sexo, sino no va a interesarle a nadie”. Le hice caso y a lo largo de la historia surgen algunos brotes verdes de erotismo, pocos, que se disuelven rápidamente en la maraña del relato. …

La primera edición se presentó en  la Universidad San Pablo CEU, de Madrid, el 12 del 12 del 12, en acto presidido por el Rector, al que asistieron el Alcalde de Ciudad Rodrigo y Presidente de la Diputación de Salamanca, Javier Iglesias y el Profesor-Doctor Emilio de Diego, Presidente de la Comisión Española para el estudio de la Guerra de la Independencia. El Profesor De Diego destacó el trabajo del autor, del que dijo, entre otras cosas:

 

“No desmerece en muchos aspectos y supera en otros, a los Relatos de Galdos”

“Lo riguroso de este Relato, mejora la percepción histórica que de esta época tenía Don Benito”

“Novela histórica de gran rigor, no conseguido por muchos de los escritores de los siglos XIX y XX que trataron estos temas”

“Carlos Bravo, que ya había alcanzado la eminencia de las Armas por su ascenso al generalato, accede ahora, con esta novela que ha escrito tras tres años de duro trabajo é investigación, a la eminencia de las Letras, según el paradigma de Miguel de Cervantes.”

 

También señaló que era una pena que en el libro no apareciera el relato de la batalla de Arapiles, momento decisivo en el que bascula definitivamente la superioridad de los franceses en la Península. La verdad es que la importante batalla, se da el 22 de julio de 1.812, en cuya fecha, el protagonista ha abandonado ya el Teatro de Operaciones, por disolución de su Regimiento.

Curiosamente, se me había pedido por entonces un trabajo sobre Arapiles para la exclusiva Revista Literaria “Los Papeles del Novelty”, cuyo número 20 iba a aparecer, coincidiendo con el aniversario de la batalla. Esto me hiso pensar en la posibilidad de hacer  una segunda edición, en la que, mediante un artificio literario, se pudiera incluir dicha batalla, y así apareció este otro  libro, ampliado en 150 páginas, oportunamente corregido y que incluye, al final, 20 láminas en color con los mapas y  batallas que se describen en su interior.

Madrid 11 del 11 del 15

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

UN LIBRO TITULADO “DE AUSTERLITZ

A CIUDAD RODRIGO”

 

 

 

 

Desde que era niño, me interesé por las huellas y los recuerdos que, en esta comarca de Ciudad Rodrigo, dejaron las Campañas Napoleónicas. Quizás fue determinante el hecho de haber nacido en Aldea del Obispo, a la sombra del Fuerte de la Concepción. Curiosamente, en este pequeño pueblo de apenas 200 habitantes, hemos llegado a coincidir, vivos, un Teniente General, Medalla Militar Individual, Carlos Hernández Risueño, un General de Infantería, escritor y poeta, Enrique García Guerreira y yo mismo, los tres de la familia Risueño, a la que también pertenece Teresa, la protagonista femenina de esta historia.

En el 2009 me propuse escribir algo que pudiera dar orden y sentido a mi deshilvanada percepción de la historia, para poder tenerlo preparado este año de 2012, en el que se celebra el 2º Centenario de los acontecimientos.

Al tiempo que comenzaba a acumular documentación española, portuguesa  francesa e inglesa, así como libros de historia, novelas y biografías o memorias de los numerosos protagonistas, empecé a escribir un relato que no tardó en convertirse en una novela. Y aquí está hoy, con la tinta aún fresca, esperando ser leída.

Lo primero que vemos son las cubiertas con la representación de un impresionante óleo del pintor madrileño Ulpiano Checa, de la escuela de Sorolla que se expone en el museo de su nombre en Colmenar de Oreja.

En una de sus solapas dice: “DE AUSTERLITZ A CIUDAD RODRIGO, es una novela histórica que recoge los acontecimientos que tuvieron lugar a uno y otro lado de la frontera hispano portuguesa, hace dos siglos, con ocasión de los intentos frustrados de Napoleón para apoderarse de Portugal y debilitar a Inglaterra.

El hilo conductor es Charles Lasalle, joven oficial francés de Caballería, personaje de ficción, que facilita el cañamazo sobre el que se irán cosiendo, con el mayor rigor, hechos y personajes históricos.

Se ha adoptado la acertada metodología de los historiadores portugueses, que agrupan los acontecimientos en tres sucesivas invasiones, lo que facilita el estudio y proporciona una clara aproximación a los hechos.

El título del libro es también una clave: AUSTERLITZ, en 1.805, fue la apoteosis del Emperador y en CIUDAD RODRIGO, en 1.812, la estrella de Napoleón comenzó a declinar y la “úlcera sangrante de España”, se desgarró en una hemorragia incontenible”.

Mi sobrino nieto José Vicente Cortés Bravo, de 13 años, ha sido mi lector más precoz. A principios de este año le envié a su padre, José María Cortés, una copia para que me ayudara con los eventuales “gazapos”. El ejemplar cayó en las manos del niño, el cual, enganchado en la lectura, según dijo luego, se lo llevó al colegio, donde una profesora le sorprendió leyéndolo en clase y se lo requisó. ¡Maldición!, dije yo cuando me lo contaron. ¡He escrito un cuento para niños! Rápidamente me vino otro pensamiento más positivo y tranquilizador: ¡He escrito un libro que también puede interesarle a los niños!

Me he permitido, utilizando diálogos de algunos de los personajes, dar una visión un poco didáctica de cómo los acontecimientos de la Revolución, eran percibidos, desde distintos posicionamientos políticos e ideológicos, en el seno de una familia francesa de la burguesía provinciana, cuyos miembros no eran capaces entonces de apreciar la transcendencia de lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

Cuando la Revolución estalló en 1789, las naciones fronterizas con Francia incluida España declararon la guerra a la Convención, temerosas de que las peligrosas ideas de Libertad Igualdad y Fraternidad, o pensamientos tan subversivos como aquel de que “todos los hombres nacen y son libres e iguales en derechos”, pudieran hacer saltar por los aires sus sistemas absolutistas. España proyectó un ejército en el Rosellón, al mando del General de Caballería Antonio Ricardos, en el que, por cierto, hizo sus primeras armas nuestro héroe local Don Julián Sánchez “El Charro”.

En las fronteras del este, un ejército francés al mando del Mariscal Kellerman derrotó en Valmy, el 20 de septiembre de 1792 al ejército Austriaco del Duque de Brunswick, que procedente de Coblenza, había difundido un manifiesto, en el que amenazaba con pasar por las armas a Paris. El poeta y escritor alemán Johan Wolfgan Göethe que asistía a la batalla como observador, al ver el entusiasmo y el ardor con el que luchaban los soldados voluntarios franceses al grito de ¡viva la Nación! dijo: “lo que aquí y ahora acaba de ocurrir, hará cambiar la historia del mundo”. No se equivocaba Göethe que entonces tenía 42 años.

En el libro se relatan las vicisitudes de la primera invasión de Portugal, entre 1807 y 1808, decidida por Napoleon y apoyada por España, según acuerdos alcanzados en el Tratado de Fontainebleau. Era una operación de castigo sobre Portugal por haberse negado a secundar la orden de bloqueo continental a los barcos británicos. Un Cuerpo de Ejército de 24000 hombres, al mando del general Andoche Junot, se reúne en Bayona y atraviesa una España “aliada” en una marcha frenética y lamentable. Un par de Divisiones españolas, acompañan esta aventura para ocupar el norte y el sur del país vecino. Solo Junot con 1500 hombres llega a Lisboa en el plazo marcado, el resto se halla diseminado, roto y hambriento a lo largo del itinerario.

El ya comandante Lasalle, participa mandando un Grupo de Escuadrones de Dragones, a la vez que desempeña misiones de información por su conocimiento del español, adquirido en el seno de su familia, en la ciudad fronteriza de Bayona. La Primera Invasión de Portugal,  terminó en fracaso. Tras ser derrotados el 21 de agosto de 1.808 por Sir Arthur Wellesley en la batalla de Vimeiro, los franceses fueron embarcados por la Flota inglesa y trasladados vergonzantemente a puertos del Atlántico en Francia, en virtud de los términos de la sorprendente e increíble Convención de Cintra, firmada con los ingleses el 30 del mismo mes en el Palacio de Queluz, residencia del General Junot,a espaldas de sus aliados portugueses.

De la segunda invasión, también fracasada, el protagonista se limita a hacer una crónica detallada.

En la tercera invasión, la de 1810 que fue la más importante y   determinante, se enfrentaron dos estrategias sobre una amplia zona geográfica: la estrategia planeada por Napoleón y ejecutada por Massena, que se reducía a destruir al ejército inglés en Portugal o, al menos obligarle a reembarcarse, abandonando el país, para propiciar una paz ventajosa con la potencia enemiga, y la estrategia inglesa concebida y ejecutada por Wellington, que consistía en retardar y desgastar lo más posible al Ejército francés, en su marcha hacia el sur, detenerlo ante Lisboa, muy lejos de sus bases de aprovisionamiento, sobre una comarca sin recursos, para, finalmente, perseguirlo hacia el norte, deshaciendo el camino y buscar el lugar y el momento precisos para destruirlo en una batalla decisiva, como pudo ser la de Fuentes de Oñoro, preludio de la reconquista de Ciudad Rodrigo.

La estrategia de Wellington prevaleció pero justo es decir que Massena no recibió jamás el menor auxilio; sus bajas nunca se cubrieron y tuvo que luchar contra la escasez y la miseria, mientras que Wellington siempre estuvo apoyado por su país desde el mar y contó con la inestimable alianza de Portugal.

Y como estamos hablando de estrategias y de tácticas, vamos a dar ahora unas nociones sencillas  para los no iniciados. La verdad es que el concepto de estrategia, ha trascendido del campo militar a los de la empresa, de la industria e incluso de la investigación. Los medios de comunicación lo emplean con frecuencia inadecuadamente; así cuando se refieren a alguna manifestación o algarada callejera y dicen: “la policía estaba situada en puntos estratégicos…. “, deberían decir: “en puntos adecuados o elegidos adecuadamente”.

Para empezar por abajo diremos que la táctica es lo próximo, lo que se aprecia con el tacto, lo que se toca. Se relaciona con contacto. Se podría decir que es el llegar a las manos, el agarrarse por las solapas. El diccionario de la RAE dice que la táctica es el conjunto de reglas a las que se sujetan las operaciones militares, es en definitiva lo que se ve, se oye, se huele o se toca;  lo que se percibe con los sentidos: el rostro de los enemigos, el fragor del combate, el acre olor de la pólvora… La topografía, o descripción detallada del terreno es su ciencia auxiliar.

La estrategia se mueve en espacios más amplios y se apoya en la Geografía, ciencia que estudia y describe las tierras y los mares; es el arte de dirigir las operaciones militares para alcanzar un fin último, denominado objetivo estratégico. La sucesión de varias batallas, regidas por la táctica, pueden determinar la consecución del objetivo estratégico. Este concepto nos lleva hasta los límites de la Política y de la Defensa Nacional.

El teórico prusiano Von Bülow, en un intento de reducir esta compleja cuestión,dijo acertadamente: “El estratega es el arquitecto, los albañiles son los tácticos”.

El teatro de operaciones de la tercera invasión va desde Ciudad Rodrigo hasta Lisboa. Cuando, desde las llanuras de Castilla la Vieja, se trataba de penetrar  en Portugal, con un Ejército de conquista, teniendo como objetivo alcanzar Lisboa, no había más ruta, la que seguía el llamado Camino Real, que cruzaba la comarca de los arribes, donde el correr de los siglos, la fuerza de las aguas y un terreno peculiar, han hecho que los ríos se hayan inscrito en sus cauces, excavando profundos valles y formando barreras infranqueables a lo largo de kilómetros y kilómetros. Sólo de vez en cuando, y siempre sobre accesos difíciles, aparece, en la profundidad del valle, algún pequeño puente, tosco y estrecho. Esto ocurre con el Duero, el gran río que marcha hacia poniente, y particularmente con sus afluentes desde el sur, casi paralelos, el Agueda y el Côa, el último ya en Portugal. Cualquier vía que los atraviese perpendicularmente en dirección oeste, se encuentra, tras pasar la frontera, con el soberbio e infranqueable obstáculo que supone la Sierra de la Estrella, a la que es preciso bordear por el norte para, superando el nacimiento del río Mondego,  descender hacia el sur por su orilla derecha y alcanzar sucesivamente Viseo, Coimbra y Lisboa.

Por ello, en aquella época, el único camino transitable hacia poniente, capaz de permitir el paso de largos convoyes con pesados carruajes, grandes piezas de artillería remolcadas y transportes de munición, pólvora, víveres diversos y equipajes, que seguían a los ejércitos en marcha, después de pasar por Ciudad Rodrigo, buscaba Gallegos, Barquilla y Aldea del Obispo, para alcanzar Almeida y desde allí, bordeando la sierra de la Estrella, descender hacia Lisboa. Ni por el norte ni por el sur de Aldea, entre el Duero y el Tajo, había camino, por eso se levantó allí el Fuerte de la Concepción.

Los legendarios personajes que protagonizaron estos hechos, se aproximan a nosotros en el libro, se humanizan y nos hablan, tras haber tenido de ellos un retrato tanto físico como psicológico. Así vemos la patética figura del Mariscal Masena, avejentado y enfermo, víctima de la desobediencia de sus generales y del abandono del propio Emperador, su amigo, quien tras haberle abrumado con una misión imposible y negado los medios necesarios,  deja caer al final, como un juguete roto, quitándole el Mando para entregárselo al Mariscal Marmont, su “enchufado”, hombre soberbio y desdeñoso, implacable critico de los demás, pero que siempre tiene una justificación para sus propios errores.

El Mariscal Ney  juega un papel relevante en esta historia; Jefe brillante pero hombre rencoroso é irritable, está constantemente bordeando la desobediencia y la insubordinación. El General Andoche Junot aparece en las tres invasiones; en la última acompañado de su esposa Laure  Permont, Duquesa de Abrantes, peculiar personaje que juega un dúo con Enriette Leberton, “Madame X”, la joven querida de Masena, la Poule á Massena”, como la denominan socarronamente los soldados.

El General Loison, el odiado “maneta”para los portugueses, se nos presenta como un buen profesional, aunque corrupto y nada escrupuloso cuando se trata de saquear las arcas propias o represaliar poblaciones enteras, incendiándolas y pasándolas a cuchillo.

También aparecen en el libro personajes reales, como el comandante Pelet, geógrafo, politécnico y hombre de la confianza de Masséna, autor de unas excelentes memorias de la Campaña y el comandante Marbot, miembro de su Estado Mayor, así mismo escritor y autor de unas memorias; ambos amigos del protagonista. En la novela; también se dedica un capítulo a la figura del coronel suizo Jomini, tratadista famoso,  importante pensador y autor de numerosas obras sobre la Estrategia y el Arte de la Guerra.

El brigadier Gerard, personaje creado en sus obras por el británico Sir Arthur Conan Doyle, también hace irrupción en estas páginas.

La figura inquietante de Sir Arthur Wellesley, que tras la Batalla de Talavera, se transforma en Lord Wellington, sobrevuela toda la historia, imponiendo siempre sus estrategias a los franceses é irritando a Napoleón, al que dará la puntilla en Waterloo unos años más tarde. Uno de los generales ingleses, Robert Craufud, llamado por sus soldados “Bob el Negro”, Jefe de la División Ligera, que proporciona seguridad al despliegue del Ejército inglés y acaba muriendo en el asalto de los Aliados a Ciudad Rodrigo en enero de 1.812, siendo enterrado en la muralla, ocupa un lugar importante en esta historia.

Se cuenta del Emperador Napoleón que, durante el desarrollo de la batalla de Austerlitz, veía desde su observatorio cómo unas baterías rusas, encaramadas en la meseta de Pratzen, machacaban a una columna de su Infantería, que  trataba de progresar por el fondo de la vaguada. De pronto, vio con su anteojo a un Regimiento de Dragones de su Guardia, que se acercaba al galope a la falda de la meseta, desplegaba sobre la marcha y, atrayendo sobre él el fuego mortífero de los atónitos rusos, aumentaba el ritmo del galope, ladera arriba. El Coronel, sin volver la cabeza, ordenaba desenvainar y dirigía una desesperada carga encabezando al Regimiento, que estaba sufriendo cuantiosas pérdidas. Con menos de la mitad de su gente, llegó hasta la línea de piezas, saltando por encima de los cañones, acuchillando ferozmente a los artilleros y a los infantes que los protegían, los cuales emprendieron una desordenada huida, abandonando el material.

El Emperador, entusiasmado, dijo a su Ayudante de Órdenes: ¡Vaya hasta allí y dígale al Coronel que le asciendo a General sobre el campo de batalla!

Cuando el Ayudante llegó, se encontró con el Coronel tendido en el suelo, con un tremendo sablazo que le abría la frente, por cuya enorme herida, comenzaba a fluir, entre lentos latidos, la densa masa encefálica. Sus oficiales lo rodeaban afligidos. Cuando el Coronel, aun consciente, se enteró de que ascendía a General, se incorporó vivamente y se sujetó con las manos las dos partes de la cabeza.

Mi Coronel, dijo uno de sus capitanes, se está dejando usted los sesos fuera.

¿Los sesos? Respondió el Coronel retirando de un manotazo los que sobresalían ¡Ya no los necesito, ya soy General!

Ni que decir tiene, que esto podía ser oportuno entonces, cuando los ascensos solían alcanzarse por hechos de armas distinguidos o por actos heroicos. Hoy, los generales necesitan no solo una exigente preparación para desempeñar sus cometidos, sino una buena cabeza lo que implica inteligencia y sesos para actuar y capacidad para coordinar otras inteligencias. Las zonas de despliegue e intervención son muy amplias y suelen estar alejadas y aisladas; los peligros son insidiosos y los riesgos difusos y de difícil evaluación.

Los medios son enormemente sofisticados. La técnica progresa hoy en 10 años más de lo que lo hacía antiguamente en varios siglos. La lanza y el sable no han evolucionado mucho desde que los hititas aprendieron a fundir el hierro hace 3.500 años en Capadocia. Las armas de fuego, apenas habían sufrido cambios entre el 1.500 y el 1.800. Poca diferencia había entre los cañones de que disponía Pedro Navarro, conde de Oliveto, artillero de Fernando el Católico en las guerras de Italia y los que utilizó Napoleón, 300 años más tarde en Austerlitz. Solo algunas mejoras en la fundición de las piezas y un mejor acabado del ánima o tubo. El coronel de Gribeauval  había hecho, poco antes de la Revolución, un gran esfuerzo para estandardizar los calibres y normalizar las  municiones de cañón, pero estos seguían cargándose por la boca y el disparo se iniciaba cuando se aplicaba una mecha encendida a un agujero en la trasera, llamado “oído”,  previamente lleno de pólvora, que se comunicaba con la carga del disparo en el interior del tubo. Lo mismo podría decirse comparando los famosos arcabuces de los Tercios de Flandes y los fusiles modelo 1773, algo más ligeros, en los que se podía prescindir de la horquilla para apuntar.

 

Por último, les diré que, cuando comenté con un amigo y compañero de promoción, viejo guerrero,  que me proponía escribir un libro, antes de conocer el tema me dijo: “Carlos, ponle algo de sexo, sino no va a interesarle a nadie”. Le hice caso y a lo largo de la historia surgen algunos brotes verdes de erotismo, pocos, que se disuelven rápidamente en la maraña del relato. …

La primera edición se presentó en  la Universidad San Pablo CEU, de Madrid, el 12 del 12 del 12, en acto presidido por el Rector, al que asistieron el Alcalde de Ciudad Rodrigo y Presidente de la Diputación de Salamanca, Javier Iglesias y el Profesor-Doctor Emilio de Diego, Presidente de la Comisión Española para el estudio de la Guerra de la Independencia. El Profesor De Diego destacó el trabajo del autor, del que dijo, entre otras cosas:

 

“No desmerece en muchos aspectos y supera en otros, a los Relatos de Galdos”

“Lo riguroso de este Relato, mejora la percepción histórica que de esta época tenía Don Benito”

“Novela histórica de gran rigor, no conseguido por muchos de los escritores de los siglos XIX y XX que trataron estos temas”

“Carlos Bravo, que ya había alcanzado la eminencia de las Armas por su ascenso al generalato, accede ahora, con esta novela que ha escrito tras tres años de duro trabajo é investigación, a la eminencia de las Letras, según el paradigma de Miguel de Cervantes.”

 

También señaló que era una pena que en el libro no apareciera el relato de la batalla de Arapiles, momento decisivo en el que bascula definitivamente la superioridad de los franceses en la Península. La verdad es que la importante batalla, se da el 22 de julio de 1.812, en cuya fecha, el protagonista ha abandonado ya el Teatro de Operaciones, por disolución de su Regimiento.

Curiosamente, se me había pedido por entonces un trabajo sobre Arapiles para la exclusiva Revista Literaria “Los Papeles del Novelty”, cuyo número 20 iba a aparecer, coincidiendo con el aniversario de la batalla. Esto me hiso pensar en la posibilidad de hacer  una segunda edición, en la que, mediante un artificio literario, se pudiera incluir dicha batalla, y así apareció este otro  libro, ampliado en 150 páginas, oportunamente corregido y que incluye, al final, 20 láminas en color con los mapas y  batallas que se describen en su interior.

 

Madrid 11 del 11 del 15