Sobre la sustitución del cuadro “El ultimo combate del “Glorioso” en el Museo Naval

Articulo del escritor  Arturo Pérez Reverte, sobre la sustitución del Cuadro del pintor Ferrer-Dalmau al renovar el Museo Naval de Madrid, titulado “El ultimo combate del Glorioso”, por otro cuadro -a su juicio de menor calidad-  del pintor Cortellini, que ha sido ampliamente difundido en las redes sociales.

 

 Nuestro asociado el Almirante  Director del Instituto de Historia y Cultura Naval Juan Rodríguez Garat  contesta al escritor explicando los motivos de la sustitución.

 

El articulo de Pérez Reverte titulado “Los ingleses lo respetaron más” y la respuesta dada por el Almirante Rodríguez Garat se publican a continuación:

 

 

Los ingleses lo respetaron más. Pérez Reverte.

 

Hay torpezas naturales e inevitables, y hay torpezas deliberadas y hasta peligrosas. La decisión del director de la fundación del Museo Naval de Madrid de retirar el cuadro de Ferrer-Dalmau El último combate del Glorioso de las salas de exposición me parece de las segundas, agravada por el hecho de que el responsable sea un almirante de la Armada española. La reapertura tras la reforma del formidable museo, uno de los más importantes de Europa, es una noticia espléndida, empañada por la polémica tras dejar fuera, precisamente, el cuadro más admirado y fotografiado por los visitantes desde que fue adquirido en 2014 y presentado de forma solemne en un acto presidido por el rey Felipe VI.

La historia del navío Glorioso merece el soberbio lienzo que nuestro más internacional pintor de historia militar le dedicó en su momento. Viniendo en 1747 de La Habana, libró en solitario tres encuentros con doce barcos ingleses de los que hizo volar uno y hundió otro; y en el último, ya hecho polvo y sin munición, se vio obligado a arriar bandera tras un postrer combate que duró tres días y una noche, hazaña que los admirados cronistas británicos, poco inclinados a elogiar a españoles, saludaron con mucho respeto, calificándola de honrosa y extraordinaria. Con trágica belleza, el magnífico cuadro de Ferrer-Dalmau representa al navío en los momentos finales, desarbolado pero aún arriba la bandera, con los hombres peleando como fieras en la cubierta astillada y llena de humo, rodeado por barcos ingleses de los que –genial detalle del pintor– uno arrastra, indicando quién es el vencedor moral del combate, su propia bandera caída sobre el agua.

Sin embargo, quienes visiten el Museo Naval de Madrid no verán allí tan espectacular cuadro sobre la gesta del Glorioso, sino otro de menos calidad, el de Cortellini, que está lejos de representar lo que fue aquello. Interrogado sobre una decisión que suscitó protestas y recriminaciones, el director de la fundación que preside el museo se justificó con argumentos chocantes en boca de un marino de guerra español. El cuadro, según él, no encaja en la nueva orientación del lugar, que pretende «mostrar nuestra historia sin complejos y de forma equilibrada». Un equilibrio que –sugirió sin ruborizarse– se logra ocultando derrotas y mostrando victorias. De modo que, en este nuevo planteamiento positivo, el cuadro de Ferrer-Dalmau resulta inadecuado porque, siempre según la almirantesca opinión, «al comandante del Glorioso no le habría gustado verse recordado así».

Ésa es la frase que retengo del asunto: que al comandante del Glorioso no le habría gustado que lo recordaran así. Al escucharla pensé en las victorias y derrotas que jalonan la impresionante historia de España, y en las lecciones que de ellas pueden extraerse: las que nos redimen de tantos siglos de malos gobiernos; la continua lección moral dada por el pobre españolito de a pie, la fiel infantería, la fiel marinería, los paisanos de cachicuerna y trabuco, que allí donde la incompetencia de sus gobernantes los puso en el tajo del carnicero, indefensos ante enemigos poderosos, supieron con tenacidad y coraje, no ya por la patria –concepto a veces manipulado y difuso– sino por dignidad, deber, orgullo o desesperación, compensar con grandeza la miseria que tantas banderas tapaban. Según lo que apunta ese almirante tan equilibrado y libre de complejos, tampoco a los últimos soldados españoles de Rocroi les habría gustado verse recordados cuando a pie firme esperaban la carga final enemiga, ni a los manolos del Dos de Mayo ser inmortalizados por Goya. Tampoco les habría gustado verse pintados en su última hora a los héroes de tantas derrotas que, fruto de la incompetencia de sus gobernantes, encajaron solos y sin esperanza, canturreando una jota mientras empalmaban la navaja en Zaragoza, cargando en Annual con los últimos de Alcántara o doblando el bajo del Diamante bajo el fuego de los acorazados yanquis. Que vaya ahora el almirante de turno a preguntarle a Churruca cómo le gustaría verse recordado mientras se desangraba en Trafalgar, a los últimos de Filipinas cuando al fin se rindieron en Baler, a los marinos muertos en Cavite y Santiago de Cuba, a los pobres soldaditos del Barranco del Lobo y Monte Arruit, a los requetés de Codo y Villalba de los Arcos, a los republicanos caídos en el Ebro, a los paracaidistas masacrados en Ifni, a los legionarios muertos en Edchera… Que, al menos, los museos otorguen el consuelo de saber que a nadie en la historia lo derrotaron nunca como a un español: la certeza de que ese heroísmo, ese orgullo violento, esa dignidad desesperada y peligrosa, es lo único que tuvimos para compensar tanta estupidez histórica, tanta desmemoria suicida, tanto político irresponsable, tanto almirante mediocre y tanta infamia.

https://www.xlsemanal.com/firmas/20201031/los-ingleses-lo-respetaron-mas-arturo-perez-reverte.html

Detalle del lienzo «El último combate del Glorioso», de Augusto Ferrer-Dalmau.

 

Carta-Respuesta del Almirante Director del IHCN

Instituto de Historia y Cultura Naval                           Madrid, 19 de octubre de 2020
          Almirante-Director

 

Querido amigo:

Como habrás sabido, el día 16 hemos reabierto el Museo Naval con un nuevo discurso sobre el que se ha producido cierto debate en las redes sociales. Varios medios de comunicación se han hecho eco de las críticas del escritor Pérez Reverte —él mismo uno de nuestros más admirados amigos— por no haber seleccionado para la exposición permanente el espléndido cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau que representa el último combate del navío “Glorioso”. Sobre esas críticas, desde luego legítimas, me gustaría haceros llegar nuestra propia perspectiva.

El nuevo discurso histórico del Museo Naval trata de ser equilibrado, frente a la perspectiva anglosajona que, deudora de su propia propaganda de guerra, maximizaba nuestras derrotas y olvidaba nuestras victorias. Trata también de evitar los complejos que, en el pasado, llevaron a muchos historiadores españoles a buscar excusas para justificar nuestros fracasos; y, en el presente, a pedir perdón por los éxitos de quienes escribieron, con el pulso propio de las épocas que les tocó vivir, la historia de la Armada, de España y de la humanidad.

El propio Museo Naval no ha sido ajeno a estos complejos. Creado en 1843, cuando todavía dolían las heridas de las décadas anteriores, es justo que pusiera el acento en el heroísmo de los marinos que habían atenuado las derrotas con su dignidad. Quizá esa urgencia ayude a explicar que, a pesar de haber contado con la colaboración de excelentes pintores navales, el Museo Naval no disponga de obras de arte para contar, en la Edad Media, la hazaña de Bonifaz en el Guadalquivir; fas repetidas victorias de Roger de Lauria al servicio de la Corona de Aragón; las dos victorias de la Rochela, contra las marinas inglesa y hanseática, en la Guerra de los Cien Años; las de Sánchez de Tovar frente a las escuadras portuguesas o en las costas de Inglaterra; las de la Corona de Aragón contra Génova o el naciente imperio otomano; y las repetidas victorias sobre escuadras musulmanas que dieron el dominio del mar al reino de Castilla en la Guerra del Estrecho.

Sorprende constatar que, a pesar de tantas victorias, muchas de ellas decisivas en nuestra historia, el Museo solo dispone de un óleo de ese largo período en el que se gestaron España y su Armada; un óleo que, además, representa una derrota. El autor, Antonio Brugada, un artista de prestigio, prefirió pintar la heroica muerte del almirante castellano Alonso Jofre Tenorio luchando contra los benimerines.

En los primeros siglos de la Edad Moderna, si se exceptúa el gran cuadro anónimo que celebra la batalla de Lepanto, tampoco podemos mostrar los éxitos de la Armada a través de los pinceles de artistas de valía. Nuestra mayor victoria naval en el Atlántico, la de Alvaro de Bazán en las Azores, no ha merecido el interés de los pintores. Disponemos de numerosos cuadros y láminas para contar el fracaso de la Gran Armada, pero ninguna obra ilustra la Contra-Armada. Nada recuerda en nuestro Museo a héroes como Menéndez de Avilés o Diego Brochero. No tenemos cuadros que celebren las victorias de Luis Fajardo o Fadrique de Toledo contra los holandeses, pero sí de la victoria de Jacob van Heemskerk en Gibraltar, inmortalizada, como la decisiva batalla de Las Dunas, por pinceles flamencos.

Quizá la mayor gesta de la Armada a lo largo de los siglos haya sido la continuada defensa de la carrera de Indias. Sin embargo, la única pieza que la conmemora en el Museo nos cuenta la destrucción de una flota en la ría de Vigo. Todos sabéis, además, la profusión de excelentes cuadros que tenemos de las derrotas de San Vicente y Trafalgar. Ninguno, sin embargo, recuerda los convoyes capturados por Luis de Córdova que tanto contribuyeron a la Independencia americana, y solo recientemente se ha dado valor a la figura de Blas de Lezo o la defensa de Cartagena de Indias. Pero no quiero ser exhaustivo ni dar la impresión de que la Armada se siente agraviada. Nada más lejos de la realidad.

Lo que sí pretendemos es rectificar una política cuyo efecto, no deseado por nadie, es que hoy muchos españoles solo recuerden de la Armada su dignidad en la derrota.

La decisión de no incluir en la exposición permanente el excelente cuadro de Ferrer­Dalmau se enmarca en esta nueva política, que nos lleva a preferir presentar al público la gesta del “Glorioso” pintada por Cortellini cuando se abría paso frente a los buques ingleses, en lugar del momento de su derrota final frente a fuerzas muy superiores. Creemos, además, que así se rinde un mejor homenaje a una dotación que, en la victoria y en la derrota, supo cumplir con su deber.

Debo insistir en que la decisión en absoluto obedece a un juicio artístico sobre el mérito de las obras. Aunque creemos que el cuadro de Ferrer-Dalmau no ayuda a compensar un discurso histórico que ya acumula demasiadas derrotas, sus dimensiones y espectacularidad lo hacen perfecto para realzar por sí solo algunas de las actividades culturales de la Armada. Queremos exhibirlo unas semanas en Sevilla, durante la conmemoración del octavo centenario de la Torre del Oro, y presentarlo luego en la exposición permanente del Museo de San Fernando. De allí precisamente hemos traído el cuadro de “Mi bandera”, también de Ferrer­Dalmau, obra ésta muy emotiva para la Infantería de Marina, que estaba insuficientemente representada en el discurso anterior del Museo Naval.

Me complace deciros que el propio autor, de quien estamos orgullosos de presentar dos cuadros en la exposición y cuyo trabajo admiramos, nos ha trasladado que entiende el nuevo discurso. Contamos con su apoyo, y desde luego con el de la Asociación de Amigos del Museo Naval, para ir poco a poco remediando las carencias artísticas que hacen difícil que demos a conocer la verdadera historia de la Armada. Contamos también con vosotros para ayudarnos a explicar esta política -cuyos matices no es posible reflejar en los ácidos debates de las redes sociales y a los que no siempre se ha hecho justicia en los medios de comunicación- en los ámbitos en los que cada uno podáis hacerlo. Contamos, por último, con vosotros para que animéis a vuestros conocidos a visitar el Museo, en el que creo sinceramente que el nuevo director, vicealmirante Marcial Gamboa, y toda su gente han hecho un excelente trabajo

Con mi agradecimiento por el apoyo de la Asociación, te envío un fuerte abrazo

Juan Rodríguez Garat

Almirante-Director del instituto de Historia y Cultura Naval

Nota: las palabras  en cursiva  están manuscritas en el original

 

 

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