El peso de los días. Marta Gonzalez Isidoro

El peso de los días.

 

Comunidad judia en Australia consternada ante ataques a Sinagogas.

 

Francia está expulsando a sus judíos. Un tercio de los judíos que emigraron desde 1948 lo han hecho en la última década. No es una exageración. Ocho mil judíos franceses huyeron ya en 2015 del país de la libertad, la igualdad y la fraternidad, una cifra cuatro veces mayor que la del año anterior. Desde el comienzo de la década de los 2000 se está produciendo el éxodo de judíos más grande de la época moderna, y lo más perturbador es que no ocurre en Oriente Medio ni en ningún otro rincón del mundo donde el velo de la civilización ni siquiera les roza, sino en Europa.

No ocurre tampoco en un país en guerra ni como consecuencia de la reacción ante un régimen autoritario. Ocurre en la Francia de la tolerancia, de los derechos humanos, de las postales idílicas que evocan glamour, diversidad, buena cocina y la icónica Torre Eiffel. Ocurre en el continente que hace apenas 80 años llevó a los límites del paroxismo la judeofobia inseminada en el ADN de la humanidad. “La humanidad murió en Auschwitz”, escribiría Emil Fackenheim al reflexionar sobre el impacto de la Shoa (holocausto) en la moral y en la identidad del ser humano. Desde entonces, Auschwitz representa la metáfora de la pérdida irreversible de lo humano, de la moral, de la dignidad. El compromiso de recordar y reflexionar para que algo así no pudiera volver a ocurrir, el desafío de encontrar un sentido y un propósito, la necesidad de entender cómo pudo ser posible que en un período tan corto de tiempo la humanidad cayera en ese abismo y fuera capaz de cometer atrocidades tan extremas que desbordaron los límites de lo que se considera moral y humano. Toda una teología del Holocausto, dirigida a reparar el mundo, que se cancela el 7 de octubre de 2023.

Actos de humillación

Las imágenes que hurtan la realidad, estafada por el relato, están llevando a millones de personas en todo el mundo a un delirio fanático y absurdo. En Francia, igual que en otros países de Europa y del Occidente libre, la guerra de Oriente Medio, en particular la de Gaza, ha vuelto a poner a los judíos en la diana de una propaganda congénita que no tiene límites a la hora de mentir. El antisemitismo que se está viendo en Europa y en todo Occidente, con estadísticas escalofriantes, está obligando a los judíos a cambiar drásticamente sus costumbres, a esconder su identidad, a dejar de hablar en hebreo en público si no quieren exponerse a agresiones —físicas y verbales—, e incluso a ser expulsados de los lugares públicos. Actos de humillación, hostilidad y discriminación contra judíos, ciudadanos israelíes o personas no judías que no apoyan la narrativa pro palestina se suceden en todos los rincones de este Occidente que ha decidido suicidarse. De la “muerte a los judíos” y la normalización de la violencia religiosa extrema pasamos a una nueva forma de odio, ni siquiera sutil, que sostiene la idea de que el Estado de Israel no tenga derecho a existir en el concierto de las naciones.

Las comunidades judías que consiguieron sobrevivir al genocidio nazi y que volvieron a reconstruir sus vidas en Europa, Estados Unidos, Canadá o Australia, hoy hacen las maletas. Con cada judío que abandona Francia –o España, o el Reino Unido– se van una historia y una parte irreemplazable del alma de esa nación. Se va un médico, un arquitecto, un comerciante, un emprendedor, un músico o un ingeniero. Sin mencionar el poso cultural que se evapora. Es de una gravedad tan apabullante que resulta difícil explicar cómo las élites que nos gobiernan no entienden que, en el fondo del ataque a Israel, se esconde el derrumbe del sistema capitalista y la erosión – cuando no la búsqueda consciente de la sustitución– de los valores del sistema liberal que hemos construido durante décadas por otro antagónico. La supuesta sensibilidad política más proclive a rebelarse ante las atrocidades, lejos de estremecerse ante la crueldad deliberada de las masacres del 7 de octubre de 2023, la ha celebrado con regocijo. Como escribe Eva Illouz en El 8 de octubre: Genealogía de un odio virtuoso (Katz Editores, 2025), “ninguna otra masacre ha hecho tan feliz a tanta gente en Occidente y en los países musulmanes”. La razón por la que tanta gente educada se entrega a la furia aniquiladora de Hamas es un enigma que sólo consigo descifrar si aceptamos que se ha convertido el odio en un activo político. La división maniquea del mundo explica, de manera simplista, la misión religiosa, cuasi escatológica, de salvación que estos seres de luz, imbuidos de virtud, se atribuyen: salvar a los oprimidos del mundo del mal radical encarnado en Israel. Una compasión desenfrenada sellada en una alianza incomprensible entre el progresismo y el islam, con extraños compañeros de cama —y la hueca causa palestina de fondo— que violan las normas más elementales de humanidad.

La masacre de Sidney

El antisemitismo no es un eco lejano, sino una amenaza presente que explota en la cara de las sociedades abiertas. La obsesión antisemita y los llamamientos a la violencia contra Israel y los judíos tienen consecuencias. Es muy frívolo pensar que las palabras y los lemas que unen a quienes los corean no se traducirán en acción. La masacre de este pasado domingo en Sídney contra la comunidad judía que encendía la primera vela de Hanuka (16 muertos y 40 heridos), con la incompetencia y/o la complicidad de las fuerzas de seguridad, es responsabilidad directa de todos los que saben muy bien llorar la muerte de judíos, pero se niegan a protegerlos. Presionar a Israel para que se rinda ante quienes buscan su aniquilación no debilita la posición de Israel en Oriente Medio: incentiva la conexión entre las organizaciones yihadistas globales y los brazos del terrorismo financiado, organizado y dirigido por Estados, como Irán, Qatar, Turquía o Rusia.

El antisemitismo no es un problema social periférico, sino un desafío para la seguridad nacional. Dos años después del 7 de octubre, las comunidades judías en todo el mundo sienten hoy el peso de los días. Y mientras se sigue criminalizando al Estado de Israel en los organismos internacionales, se repiten eslóganes que tranquilizan la conciencia de los Free Palestine y se mantienen gestos que parecen inocuos – como no detener la discriminación de los artistas israelíes que participan en competiciones deportivas o musicales –, Occidente perece. La Francia que una vez dio forma a Europa se pudre lentamente.

Globalizar la intifada es la fórmula, y las banderas palestinas, la excusa actualizada, de un proceso que lleva décadas restringiendo las expresiones judías y cristianas públicas para no ofender las sensibilidades islámicas. Pero los palestinos nunca tendrán un EstadoPorque no es la independencia lo que buscan, sino la destrucción y el borrado de Israel. Y es precisamente la prioridad que dan los palestinos a destruir Israel lo que motiva a los israelíes a no volver a ser indulgentes con una masa informe de gente que los desprecia y se dedica a transmitir la idea de que son demonios, enemigos de Dios, del islam y de la humanidad. Desde el 7 de octubre de 2023 ya no hay palestinos razonables. Es una cuestión simple de confianza. Son enemigos incapaces de convivir en paz y que amenazan la seguridad y el futuro del Estado de Israel. Los amantes extranjeros –España, Reino Unido, Francia, Canadá, Australia– siempre podrán ceder una parte de su territorio

 

Marta Gonzalez Isidoro

Colaboradora de la Asociacion Española de Militares Escritores.

 

Fuente:

https://www.vozpopuli.com/opinion/el-peso-de-los-dias.html