CICLO AEME II/2025: EL SALAFISMO YIHADISTA EN EL SAHEL

¿Una nueva estrategia europea en el Sahel?
La región del Sahel se ha convertido en uno de los principales focos de preocupación para Europa. Esta franja africana, que se extiende desde Senegal hasta Sudán, enfrenta una combinación de desafíos que amenazan no solo su estabilidad interna, sino también la seguridad y los intereses estratégicos europeos. La expansión del terrorismo yihadista, la debilidad institucional, los conflictos armados prolongados, la presencia de actores externos hostiles a Europa y una presión demográfica sin precedentes configuran un escenario complejo, que exige una revisión profunda de la estrategia de la Unión Europea hacia el Sahel.
Durante décadas, Europa ha mantenido una relación desigual con África, marcada por acuerdos comerciales y de cooperación que, aunque bien intencionados, han perpetuado una dinámica de dependencia. Desde los Convenios de Yaundé en los años sesenta, pasando por los de Lomé y el Acuerdo de Cotonou, la Unión Europea ha intentado establecer marcos de que fomenten el desarrollo económico y el diálogo político. Sin embargo, estos acuerdos han sido frecuentemente objeto de críticas por parte de los países africanos, que los consideran desequilibrados y poco adaptados a sus necesidades reales. La ayuda ofrecida por Europa, aunque cuantiosa, ha generado en muchos casos corrupción, malestar social y una dependencia estructural que ha impedido el desarrollo autónomo de las economías africanas.
La Estrategia Conjunta África-UE, adoptada en la II Cumbre UE-África de Lisboa en 2007, pretendía superar estas limitaciones y establecer una cooperación basada en valores compartidos y objetivos comunes, aunque europeos y africanos tuvieran visiones distintas de lo que ello significaba. El resultado fue una implementación deficiente. La ayuda financiera de a UE se centró en cubrir los costes operacionales de las misiones desarrolladas por la Unión Africana sin una visión estratégica clara de lo que se pretendía, al tiempo que la percepción de paternalismo europeo debilitó la confianza de los socios africanos sobre las verdaderas intenciones europeas.
La falta de resultados tangibles y la dependencia de las contribuciones europeas pusieron en evidencia la necesidad de una revisión profunda de la estrategia. La VI Cumbre UE-UA, celebrada en 2022, marcó un punto de inflexión con la adopción de una Visión Conjunta para 2030. Esta visión se basaba en cuatro pilares fundamentales: un paquete de inversión de 150.000 millones de euros, una cooperación renovada en materia de paz y seguridad, una gestión conjunta de la emigración y un compromiso con el multilateralismo. La intención, tan bien intencionada como poco realista, era construir una asociación más equilibrada, que reconociera a África como un socio estratégico y no solo como receptor de ayuda.
Sin embargo, la guerra en Ucrania ha tenido un impacto significativo en esta relación, que se ha deteriorado particularmente en el Sahel. Muchos países de la región se han sentido marginados en un conflicto que consideran ajeno, pero que ha afectado gravemente su seguridad alimentaria y estabilidad económica. La abstención de los países del Sahel en votaciones clave en la ONU refleja una actitud más asertiva y crítica hacia Europa, que ha respondido con promesas de mayores inversiones, pero sin una reflexión profunda sobre cómo utilizarlas eficazmente. La percepción de que Europa apoya en África gobiernos disfuncionales y no respeta las agendas africanas ha generado desconfianza, especialmente entre los jóvenes africanos, lo que se ha traducido en diversos golpes de estado alentados por potencias como Rusia. Esta postura indica que los países del Sahel, al igual que otros africanos, están tomando decisiones basadas en sus propios intereses estratégicos, en un contexto de creciente multipolaridad.
La creciente competencia internacional por influencia en África ha obligado a Europa a replantearse su papel en el continente. Actores como China, Rusia, Turquía, o India han intensificado su presencia, ofreciendo alternativas económicas y de seguridad a los países del Sahel que ya no ven a Europa como su único socio posible. Esta nueva realidad geopolítica exige una estrategia europea más ambiciosa, pragmática y adaptada a las prioridades africanas. En este sentido, la Comisión Europea propuso en 2020, desarrollar una nueva estrategia integral para África, centrada en áreas clave como la transición energética, la transformación digital, el crecimiento sostenible, la paz y la seguridad, y la gestión de la migración.
La presión demográfica es otro factor crucial que define la geopolítica del Sahel. La región está experimentando un crecimiento poblacional exponencial, con una mayoría joven que podría convertirse en un motor económico si se generan suficientes oportunidades. Actualmente, la creación de empleo está muy por debajo de los 1,2 a 1,6 millones de empleos anuales necesarios para absorber el crecimiento poblacional y evitar una crisis de desempleo estructural. Si no se logra transformar este potencial demográfico en desarrollo, el Sahel enfrentará riesgos graves de radicalización, migración masiva y desestabilización, fenómenos cuyas consecuencias directas para Europa hemos empezado a percibir desde hace unos años.
La Unión Europea, por su parte, tiene que responder a sus propios desafíos: envejecimiento poblacional, estancamiento económico y una creciente necesidad de mano de obra. Esta complementariedad entre una Europa envejecida y un Sahel joven puede ser la base de una nueva relación estratégica en la que ambas partes ganen. Pero para que sea fructífera, debe estar basada en el respeto mutuo, la igualdad y la voluntad de superar los prejuicios históricos. Se trata de un reto monumental que requiere una estrategia europea ambiciosa, integral, coordinada y eficaz.
Uno de los principales obstáculos para esta nueva estrategia es la persistencia de una relación asimétrica en la que los africanos perciben que la UE no tiene en cuenta sus agendas nacionales sobre migración, transición energética o respuestas a las amenazas a la paz y la seguridad. Para superar esta desconfianza y elevar la cooperación es necesario definir previamente cuáles son los intereses y valores compartidos por europeos y africanos, abandonando cualquier enfoque paternalista y reconociendo a África como un socio con voz propia. Esto implica soslayar, sin renunciar a las propias posiciones, las diferencias en temas como la justicia penal internacional, la pena de muerte o la orientación sexual, y centrarse en objetivos comunes como el desarrollo sostenible y la seguridad regional. La UE también debe superar su obsesión con la migración como amenaza, y en su lugar promover la movilidad profesional basada en las necesidades del mercado laboral europeo y la cooperación orientada a la formación y empleo de los jóvenes africanos.
La experiencia reciente ha demostrado que los enfoques tradicionales no son suficientes. La ayuda financiera sin una estrategia clara, la imposición de valores sin diálogo y la falta de compromiso político han limitado el impacto de la cooperación europea en el Sahel. Es necesario un cambio de paradigma que reconozca la diversidad del continente africano, sus aspiraciones y su capacidad para definir sus propias prioridades.
En definitiva, se trata de diseñar una estrategia europea pragmática que se centre en fortalecer la gobernanza local, el desarrollo económico inclusivo y la seguridad regional, y que lo haga sin imponer modelos externos. Solo desde el reconocimiento y la aceptación de las diferencias y el respeto a las prioridades africanas se podrán remover los obstáculos que entorpecen una cooperación en el Sahel.
Europa y África se encuentran en un momento decisivo. Una Europa asomada al abismo demográfico necesita mano de obra joven y África necesita industrialización y empleo. La UE debe invertir en infraestructuras, educación, energías renovables y transformación digital, no solo como forma de ayuda, sino como parte de una estrategia de desarrollo compartido.
La UE necesita, en definitiva, redefinir su estrategia para el Sahel, adaptándola a las nuevas realidades geopolíticas, económicas y sociales. Esto requiere una visión a largo plazo, inversiones coherentes en seguridad y desarrollo y una voluntad política decidida. Puede que las prioridades no sean las mismas y los intereses tampoco, pero unos y otros son fácilmente compatibles para lograr una asociación estratégica real que beneficie a europeos y africanos.
Ignacio Fuente Cobo. Coronel de Artilleria, Analista del Instituto Español de Estudios Estrategicos.