El Teniente Coronel, r de Artillería Miguel Aparici Navarro, asociado de AEME. nos remite esta interesante entrevista al Teniente Coronel de I.M, en excedencia, Jose Maria de la Pisa, que recibió la ordenación sacerdotal en el año 2024, realizando una tesis sobre «Virtudes Morales y Ética Militar».
José de la Pisa Pérez de los Cobos es teniente coronel de Infantería de Marina en excedencia. Ingresó en la Escuela Naval Militar en 1992 y, durante los 25 años que permaneció en el servicio activo, se diplomó en operaciones especiales y como buceador de combate. Realizó los estudios de estado mayor en la U.S. Marine Corps University en Quantico (VA). Entre sus destinos destacan la Guardia Real, la Escuela de Buceo de la Armada, la Unidad de Operaciones Especiales y el Estado Mayor del Tercio de Armada así como el Cuartel General Marítimo de Alta Disponibilidad de la OTAN (SPMARFOR). Ha estado desplegado en el Líbano y, en el marco de la operación ATALANTA de lucha contra la piratería, en aguas de Somalia.
En 2017 dejó la Armada para dedicarse a tareas de formación en el ámbito de la familia. En 2020 se trasladó a Roma para finalizar sus estudios teológicos e ingresar en el seminario. En 2024 se doctoró en teología moral y recibió la ordenación sacerdotal. En la actualidad reside en Zaragoza y atiende actividades pastorales con gente joven.
En esta ocasión analiza su tesis doctoral sobre Virtudes morales y ética militar, que acaba de publicar en libro.
¿Por qué decidió realizar una tesis doctoral sobre virtudes morales y ética militar?
Pues la respuesta es sencilla. Cuando llegué al seminario en Roma tenía que estar allí cuatro años estudiando, pero tenía ya sacado el bachillerato en filosofía y teología, así que me propusieron hacer una licencia y luego la tesis mientras estaba los cuatro años que hay que estar, mínimo, en el seminario. Después de preguntar a algunos amigos y de informarme bien, decidí hacerlo en teología moral porque me pareció que era la rama que más me interesaba y también la más útil para la labor que iba a realizar después, si llegaba a ordenarme.
Una vez hecha la licencia, hacer la tesis sobre la ética militar fue casi por descarte. Yo quería abordar el tema militar porque veía que en el mundo eclesiástico al militar se le ve con buenos ojos, pero no así la labor que se ve obligado a hacer muchas veces, así que quería poder explicar desde el punto de vista del soldado cómo hacemos nuestro trabajo y qué reglas éticas tenemos; a partir de ahí, relacionarlo con las virtudes morales era casi “obligado” porque, una vez estudiada en profundidad la ética de la virtud en la licencia, me quedó claro que la intuición que siempre he tenido de que hace falta gente buena para hacer la guerra porque ésta es tan terrible que, o la hacen buenas personas, o el mal no tendría límites.
¿En qué medida la vida militar es una vocación?
Desde mi experiencia vital lo es, lo es totalmente. A la vez, después de 25 años de servicio, he conocido infinidad de perspectivas y puntos de vista de compañeros, jefes y subordinados. Podríamos decir que cada militar tiene sus razones y su perspectiva para dedicarse a esta noble profesión.
En la actualidad, la generalización de los ejércitos profesionales en el mundo occidental ha supuesto que no pocas personas lo vean, hasta cierto punto, como un trabajo interesante, en el que pueden poner a prueba sus destrezas y valentía y adquirir experiencias, por así decir excitantes. Sin embargo, esta perspectiva, que no niego que pueda estar en los inicios de muchas personas, pienso que queda transformada pronto a través de la idea del espíritu de servicio, de entrega a una causa más grande que uno mismo, al deseo personal, no ya de demostrar lo que uno es capaz, sino el interés por estar allí donde haces falta a los demás, a tus conciudadanos, haciendo por ellos lo que ellos no pueden hacer.
En todo caso, pienso que hay que entender este sentido vocacional —así lo hago yo— diferenciado de la vocación religiosa en cuanto que “no es una Llamada” en sentido divino. Cuando empleamos el término en ámbito militar, entrelazamos las ideas de «inclinación» hacia una determinada tarea con el concepto de «llamada», aunque no necesariamente consideremos que esa llamada tenga origen divino, sino que es la manera de expresar que consideramos que la inclinación natural que sentimos hacia ese particular y exigente servicio nos hace sentirnos llamados a involucrarnos en algo más grande que uno mismo, algo que nos demanda la totalidad de la vida y que permitirá —es nuestra esperanza— una vida plena en sentido aristotélico.
Y una vocación al servicio del bien común de la sociedad…
Sin duda. Si el militar no está al servicio del bien común, entonces, o está al servicio de unos pocos, o sirve a su propio interés. Ya desde el punto de vista sociológico, si los militares no trabajamos en nuestro ámbito por el bien común, entonces ni siquiera cumpliríamos con los requisitos que hacen de un trabajo u oficio una profesión, lo que elimina la misma idea de vocación. Pero es que las fuerzas armadas, tal y como se conciben en el ámbito cultural occidental de raíces cristianas, tienen un marcado carácter de servicio. La misión del as fuerzas armadas es la de proteger y defender a sus conciudadanos de los peligros y amenazas externas. En este sentido, son una de las herramientas —singular, porque no hay otra de estas características— que tiene un Estado para cumplir con uno de sus presupuestos fundacionales: proporcionar seguridad a sus ciudadanos.
El ethos militar y sus códigos de conducta; el derecho internacional humanitario y los principios éticos del combate se dirigen a preservar y defender a la sociedad por la que luchan, no a proteger y garantizar la seguridad de los militares. Los militares arriesgamos voluntariamente nuestras vidas e incluso estamos dispuestos, no solo a arriesgarla, sino a vernos en la obligación de tener que quitar la vida a otros en defensa del bien común amenazado. Es esto último lo que hace, en muchos sentidos, única la profesión militar; y a la vez, la que obliga a que se realice única y exclusivamente bajo mandato de la sociedad, conforme a las reglas que la sociedad permite, salvaguardando, no solo su seguridad, sino también su honorabilidad.
¿Por qué un militar no debe tener solo conocimientos técnicos sino ante todo virtudes morales?
Porque las virtudes morales, cuando las desarrollamos, se convierten en rasgos del carácter que nos permiten guiar nuestra vida —tomar las riendas— hacia el bien propio del hombre, al bien conforme a nuestra naturaleza. Es decir, las personas necesitamos desarrollar disposiciones estables que lo orienten habitualmente hacia el bien: eso son las virtudes.
De este modo, el hombre virtuoso está en condiciones de elegir el bien en las diferentes situaciones de su vida; Las virtudes proporcionan la habilidad, digamos innata o natural, para saber cuál es el bien adecuado en cada situación. Y no es únicamente un conocimiento especulativo, sino un conocimiento práctico, el hombre virtuoso no solo identifica cual es el bien, sino que tiende naturalmente hacia él.
Como usted comprenderá, en un escenario tan complejo como la guerra, que el militar, basándose en sus conocimientos éticos de carácter profesional, tenga el apoyo de un carácter virtuoso que le ayude a identificar el bien de cada situación, y no solo identificarlo, sino quererlo. Creo que cualquier líder político o militar desearía que las tropas actuasen así y que cualquier militar desearía para sí este modo de proceder.
Por el contrario, un militar con exhaustivos conocimientos éticos de lo que puede y no puede hacer en la guerra, ante la ausencia de virtudes morales, estará al arbitrio de factores externos que le coaccionen para obrar conforme a esos códigos éticos. Ante la ausencia de ellos, fácilmente obrará el mal, en un escenario tan demandante. Por desgracia, la historia militar nos presenta multitud de comportamientos así. Valga como muestra los terribles acontecimientos de la prisión de Abu Graib.
¿Por qué estas virtudes deben ser la base de su comportamiento ético?
Más que la base, lo que, a mi juicio, las virtudes son los catalizadores de la ética profesional. Únicamente a través de una vida virtuosa, el militar está en condiciones de cumplir con los exigentes requisitos éticos de su profesión. Cuando se estudia la ética profesional militar, se asombra uno de lo demandante de sus postulados. El militar, como ya he explicado, tiene una clara vocación de servicio, pelea las batallas que la sociedad le pide que dé en su nombre, y por ello, le exige una ética que permita que la sociedad no quede mancillada por así decir, por comportamientos poco éticos de sus tropas. Por este motivo, entre otros, el militar ha de actuar bajo una ética que le pondrá en riesgo y que le obligará a actuar con una altura moral y una perspectiva ética que solo es posible responder, a mi juicio, a través de un carácter forjado en virtudes.
Además, desde el punto de vista del soldado, este comportamiento ético resulta imprescindible para poder ejercer su profesión sin deshumanizarse ni convertirse en un salvaje. El militar, cuando cumple con su ética profesional, podrá regresar a la vida social, con heridas tal vez, pero con su dignidad humana y su moral personal intacta, tal y como recogen las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas: «con la íntima satisfacción del deber cumplido».
¿Por qué es fundamental la ética militar en una profesión en la que el soldado debe estar dispuesto a matar?
Por lo que señalaba en la pregunta anterior. La profesión militar engendra exigencias éticas y morales en quienes la ejercen, exigencias que provienen de la obligación de emplear la fuerza conforme a criterios éticos que emanan de la responsabilidad que la nación ha depositado en ellos, haciéndolos responsables únicos y legítimos del empleo de la fuerza contra agresiones y amenazas exteriores. El militar, por lo tanto, orienta su profesión hacia el empleo de la fuerza, pero sometido a la disciplina del Ejército y renunciando a actuar según su criterio personal para insertarse en una realidad por la que vale la pena arriesgar y comprometer la vida y de la que normalmente saca poco provecho. Esta idea queda muy bien reflejada en las ya citadas Reales Ordenanzas, que señalan que el militar «dará primacía a los principios éticos que responden a una exigencia de la que hará norma de vida. De esta forma contribuirá a la fortaleza de las Fuerzas Armadas, garantía de paz y seguridad»
Hay que tener en cuenta que lo que denominamos ética militar se encuadra dentro de las éticas profesionales. Se ocupa de las acciones realizadas por los militares, es decir, dirige los actos a través de los cuales los militares proporcionan seguridad y protección a sus conciudadanos. Esta seguridad y protección de la sociedad y del Estado se pueden identificar como la parte del bien común de la sociedad que corresponde a la institución militar alcanzar o proteger. Por ello, las fuerzas armadas reciben su mandato de las instituciones políticas que, como es bien conocido, tienen como función principal proveer los tres bienes sociales básicos: la seguridad y la vida; la libertad y, en tercer lugar, la justicia. En ese mandato basan las fuerzas armadas su legitimidad para el empleo de la fuerza armada. Por este motivo, la finalidad y misión de las fuerzas armadas están hoy claramente definidos incluso en normas de rango constitucional, como en el caso español; y son esos fines de defensa y servicio a la comunidad los que deben orientar el código de conducta profesional.
¿Cuáles son, por tanto, los principales fundamentos de la ética militar?
La ética militar surge desde el comienzo mismo de los conflictos armados. Las peleas, agresiones y guerras han estado presentes en la humanidad desde el inicio de los tiempos. A la vez, también desde sus orígenes, los hombres las han considerado algo dañinas, que es mejor evitar o, al menos, contener en sus efectos. Por este motivo, a lo largo de los siglos, teólogos, filósofos y pensadores han profundizado en la noción misma de guerra, buscando unos principios que permitan determinar en qué situaciones es ético recurrir a ella. A partir del siglo XX, al hacerse las guerras más devastadoras por el desarrollo de las armas y las tácticas militares, los países han visto la necesidad de codificar un cuerpo de normas internacionales conocidas como Derecho Internacional Humanitario. Por su parte, también los Ejércitos y las unidades militares han desarrollado códigos de conducta para guiar a sus combatientes en el modo ético de ejercer su función limitando el uso de la fuerza, buscando alcanzar los objetivos militares con el mínimo daño posible y salvaguardando las vidas y posesiones de los no combatientes.
No obstante, la ética militar no debe ser comprendida tan solo como un ejercicio especulativo acerca de las condiciones teóricas que deben cumplirse para justificar éticamente una guerra. Su principal objetivo radica en proporcionar a los militares principios, criterios y reglas que deben conocer y aplicar en su quehacer diario. Esta necesidad de conocimiento práctico ha llevado a que la cultura militar haya forjado a lo largo de la historia una escala de valores y códigos de conducta propios con el propósito de orientar al combatiente en la manera ética de desempeñar su función. De esta forma, el soldado puede identificarse tanto con una escala de valores que pone el énfasis en lo colectivo, es decir, en sus compatriotas y su patria, como con el empleo de la fuerza de acuerdo con criterios éticos emanados del mandato que la nación otorga a sus Fuerzas Armadas, responsabilizándolas del uso de la fuerza frente a agresiones y amenazas externas. Estas dos perspectivas están presentes en todos los Ejércitos.
¿Cómo han ido evolucionando estos comportamientos con los años?
Como acabo de explicar, de un modo u otro, la ética militar ha estado presente desde el inicio de los conflictos armados. Por este motivo, prácticamente toda las corrientes de pensamiento se han preocupado de estudiar la guerra, sus motivaciones y el modo de comportarse en ella. La variedad de perspectivas ha generado debates acerca de las acciones moralmente aceptables en el contexto de la guerra y del uso de la fuerza militar, especialmente las que implican el uso de la fuerza y que influirán en los bienes y vidas de otras personas, lo que les da una gran carga ética.
Fruto de esta reflexión filosófica se han ido desarrollando teorías y corrientes éticas dentro del mismo ámbito militar. La principal y más influyente de ellas —por su antigüedad y por el número de adeptos— es la Teoría de la guerra justa, cuyos inicios se pueden encontrar en los filósofos clásicos griegos, en especial de Sócrates y Platón, pero que es desarrollada en profundidad a través de una reflexión teológica a partir de san Agustín y, más tarde, por santo Tomás de Aquino y por los teólogos españoles Francisco de Vitoria, Luis Suarez y Luis de Molina.
Los teólogos católicos buscan determinar las condiciones necesarias para que el recurso de la guerra sea ético, así como ofrecer principios generales para la conducta de los militares en situaciones de conflicto armado. Esta teoría sostiene que la guerra puede justificarse en determinadas circunstancias, tales como la defensa propia o la respuesta a una agresión injusta, pero que debe ser llevada a cabo de manera proporcionada y limitada en sus objetivos y métodos. Más adelante, pensadores como Grotius y un siglo después Kant, comienzan a separar la ética militar de sus fundamentos teológicos, buscando una fundamentación secular que permita agrandar, por así decir, el marco intelectual de comprensión.
A partir del siglo XIX, como fruto de la filosofías de corte consecuencialista, se desarrolló una ética militar utilitarista que sostiene que la valoración ética del recurso a la guerra ha de evaluarse en función de sus consecuencias para el bienestar de las personas involucradas. En el contexto militar esto puede significar que una acción que causa daño a algunos individuos puede justificarse si contribuye al bienestar general de la sociedad o si evita un mal mayor. Este modo de entender la ética militar creo que es fácil de identificar en los conflictos actuales en Ucrania y en Gaza, en el que los diferentes bandos, empleando como justificación el bien que buscan proporcionar a sus ciudadanos, justifican niveles de destrucción que, desde el punto de vista de la teoría de la guerra justa, parecen difíciles de aceptar.
Junto con esta corriente, ya en el siglo XX y como respuesta a los estragos causados por las guerras contemporáneas, han surgido también diferentes corrientes pacifistas, que rechazan de manera más o menos absoluta, moviéndose desde la misma idea de que la guerra en sí misma es una opción éticamente injustificable, a posiciones llamadas contingentes que, aun aceptando los presupuestos de la guerra justa, sostienen que, de hecho, es imposible que se cumplan. Desde mi punto de vista, esta es o ha sido, la posición de nuestro querido papa Francisco, cuando ha abordado las guerras y conflictos ocurridos durante su pontificado.
Por último, permítame decirle que la Teoría de la guerra justa sigue plenamente vigente. Es estudiada en profundidad en la mayoría de las escuelas militares occidentales; se encuentra presente en los criterios que emplea la ONU para determinar la licitud o no de una respuesta armada; sus criterios son invocados con frecuencia por los diferentes Estados para justificar una acción armada, y los principios del combate justos se encuentran explícitamente desarrollados en el Derecho Internacional Humanitario.
Sin embargo, considero que el modo de abordar esta teoría por los pensadores actuales, desde posiciones seculares y bajo una perspectiva política y, por ese motivo, estatalista, se han alejado de la versión, que podemos denominar clásica y que sigue aún vigente en el Magisterio de la Iglesia. En efecto, estos nuevos pensadores han cambiado los fundamentos antropológicos de esta teoría, pasando de estar sustentada en la dignidad de la persona a hacerlo en el respeto al derecho natural y en las normas internacionales. Este cambio de paradigma ha supuesto, a mi modo de ver, un empobrecimiento de la teoría, y ha llevado a conclusiones que poco o nada tienen que ver con la versión clásica defendida por san Agustín y santo Tomás.
La teoría clásica de la guerra justa es, a pesar de sus limitaciones y de las críticas que ha recibido, la más adecuada para fundamentar la ética militar. En primer lugar, reconoce la dignidad de la persona como el valor supremo que debe orientar la acción moral, tanto en la guerra como en la paz. En segundo lugar, ofrece unos criterios y principios claros y racionales para determinar la justicia de la guerra, tanto en su inicio como en su desarrollo y finalización. En tercer lugar, respeta la autonomía y la responsabilidad de los agentes morales —tanto los gobernantes como los militares—, que deben actuar conforme a su conciencia y a su deber. En cuarto lugar, promueve el desarrollo de las virtudes morales, especialmente la fortaleza y la prudencia, que son necesarias para afrontar los retos y dilemas de la guerra. Finalmente, fomenta la paz y la reconciliación como fin último de la guerra y de la ética militar.
Desde esta perspectiva la ética militar deja de ser una colección de criterios, principios y leyes que se han de aplicar en las acciones militares, para convertirse en una guía que permite al militar actuar de manera moral, no solo en el plano profesional —acciones correctas e incorrectas— sino en el plano personal —acciones buenas y malas—.
¿Por qué la ética cristiana es la base de la ética militar en las Fuerzas Armadas occidentales?
Creo que podemos señalar tres motivos principales. El primero, y posiblemente, más trascendental, son las raíces históricas y culturales de Occidente, cuya base son los principios del humanismo cristiano. Este espíritu cristiano, que forjó la cultura Occidental, tuvo que explicar, a través de sus teólogos, la licitud de la agresión armada cuando ésta parece contraponerse a las palabras de Cristo en el discurso de las Bienaventuranzas: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica (Lc 6, 28-30)». A partir de esta exhortación estos teólogos buscaron explicaciones al empleo de la guerra como un recurso moralmente válido, plasmándolo en la ya varias veces citada Teoría de la guerra justa. Criterios y principios que impregnaron las tradiciones militares de Europa y América y que se convirtieron en el marco conceptual de su ethos, de modo que sus códigos éticos rezuman, por así decir, ética cristiana, que se muestra en especial en el respeto a la dignidad de todas las personas, fundamentada en último término en la concepción cristiana de que todos somos hijos de Dios y, por lo tanto, toda vida humana es sagrada.
Junto con los principios y criterios de la guerra justa, las fuerzas armadas occidentales emplean como principio la Regla de Oro: No hagas a otros lo que no quieras para ti, que ya es posible encontrar en Tb 4, 15, y que establece que, desde un prisma más racional que religioso, el comportamiento del soldado debe buscar una cierta simetría entre lo que está dispuesto a hacer por conseguir la victoria, y lo que considera que puede hacer el adversario.
Finalmente, me gustaría destacar que, en el seno de las fuerzas armadas occidentales, es posible aún encontrar un sentido trascendente, reflejado en la disposición libre al sacrificio. El lenguaje del ethos militar y de sus códigos de conducta —concretado en decálogos, credos, espíritus y oraciones— muestra evidentes semejanzas con los textos morales cristianos, invocando a las virtudes morales, aunque reconvertidas por así decir, en los valores actuales de todas las fuerzas armadas, que es posible agrupar en patriotismo, honor, valor, disciplina, lealtad, compañerismo y abnegación. Virtudes o valores que encuentran su pleno sentido en una visión trascendente de la vida.
En definitiva,, si bien es cierto que en un contexto multicultural como el actual, con una fuerte secularización de la sociedad occidental, algunas fuerzas armadas evitan vinculaciones confesionales explícitas, pero incluso allí, la reflexión ética militar sigue requiriendo una dimensión espiritual. La ética cristiana, pues, perdura como cimiento no solo por tradición, sino por su capacidad para dar coherencia al deber militar frente a los desafíos del relativismo moderno.
¿Por qué decidió publicar su tesis en libro?
Hay un primer motivo, digamos, técnico, como es que, en el ámbito eclesiástico, la publicación de la tesis es uno de los requisito para alcanzar la consideración de doctor. Por ello se hace necesario solicitar a la Santa Sede el imprimátur, y después de recibirlo, publicarla. En mi caso, desde la propia universidad me sugirieron que, dada la temática de mi trabajo, tal vez fuera más útil publicarla fuera del ámbito de las editoriales dedicadas a la temática estrictamente teológica Esto me llevó a dirigirme al ministerio de Defensa español, para preguntarles si estaban interesados en publicarla. Su respuesta fue rápida y entusiasta, a lo que estoy muy agradecido.
El segundo motivo —y en esto coincidí con la Subdirección General de Publicaciones y Patrimonio Cultural del Ministerio— es que mi trabajo tiene la virtud de recopilar en un solo volumen una explicación de la ética militar que incluye los criterios y principios que se emplean en las fuerzas armadas españolas, desde el punto de vista del soldado, de la persona que debe de emplearlos en su actuar. A esta explicación se añade la explicación de cuál es el mejor camino para que el soldado sea capaz de llevarlos a la práctica —la formación el virtudes— que es lo que se encontraba como objetivo en la génesis de mi trabajo. A lo largo de estos años de trabajo y estudio, me he reafirmado en esta necesidad de las virtudes morales, por lo que pienso que publicarlo y darle difusión entre los profesionales de las armas contribuirá a que nuestros militares puedan defender a la sociedad como ella quiere ser defendida.
Por Javier Navascués
Fuente:
https://www.infocatolica.com/blog/caballeropilar.php/2507011209-el-teniente-coronel-jose-de-l