AEME I CICLO 2025. IMPACTO MUNDIAL DEL RETORNO DE TRUMP
Trump y el Cuarteto Revisionista
Hace más de medio siglo, Henry Kissinger escribió que la estabilidad y legitimidad del sistema internacional se quiebra por la aparición de “potencias revolucionarias” que ponen en tela de juicio el sistema mismo frente a las “potencias conservadoras” que tratan de perpetuarlo por ser sus principales gestoras y beneficiarias.
Hoy en día a esas potencias que cuestionan el orden internacional se las denomina revisionistas porque, en sentido estricto, no buscan cambiar la totalidad del sistema internacional y mucho menos hacerlo mediante el uso de la violencia revolucionaria si ello fuera posible.
Sin duda, la desaparición de la Unión Soviética, fragmentada en quince repúblicas independientes, puso fin al orden bipolar con disuasión nuclear surgido tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. En el desconcierto mundial de la década de los ’90, los dirigentes rusos y chinos articularon sus programas internos de reconstrucción política y económica con la declarada intención de posicionarse como potencias directivas del naciente orden global.
La Organización de Cooperación de Shangai, creada en 2001, demostró la coincidencia de voluntades entre Moscú y Beijing de alcanzar una decisiva hegemonía regional en el continente asiático. Más tarde, en 2006, la iniciativa revisionista se extendió a los continentes americano y africano con la creación del grupo de los BRICS (Brasil; Rusia; India; China y Sudáfrica) en un intento de compensar el peso económico mundial del G-7.
En este escenario ¿cuál era el mínimo común denominador de estos cuatro países a los que ya se les ha calificado bajo la rúbrica del cuarteto revisionista?. La respuesta era su abierta oposición a la hegemonía mundial de Estados Unidos, así como el cuestionamiento de ciertas instituciones, normas jurídicas y principios políticos que fundamentaban el orden internacional.
A juicio de los dirigentes revisionistas dicho orden les impedía garantizar su seguridad nacional, impulsar su desarrollo socioeconómico y alcanzar una posición de liderazgo reconocido y respetado a escala global o regional.
Sin embargo, a nadie se le oculta que este cuarteto también ha dado muestras de importantes diferencias entre sus respectivos intereses nacionales y estrategias de proyección internacional que contribuyen a debilitar sus iniciativas conjuntas de cooperación.
Para empezar, Rusia utiliza una variable combinación de diplomacia energética y expansionismo militar para impulsar su hegemonía internacional e imponer su liderazgo estratégico entre las antiguas repúblicas soviéticas, mientras la R-P. de China asienta su proyección exterior en una expansión comercial, financiera y tecnológica a escala global (La franja y la ruta) junto con un rearme militar intensivo, destinado a garantizar su seguridad nacional y limitar la supremacía estratégica norteamericana en el Indo-Pacífico.
A diferencia de las dos potencias anteriores, el régimen iraní sólo aspira a instaurar su hegemonía a escala regional en el área de Oriente Próximo-Medio consciente de sus limitaciones económicas, tecnológicas y militares. Para asegurar su influencia regional, Teherán utiliza una estrategia híbrida que incluye desde la propaganda religiosa hasta las acciones armadas a través de organizaciones como Hamás o Hezbollah. Todo ello sin renunciar a disponer de un arsenal nuclear a medio plazo que les prevenga de cualquier amenaza de Israel; Estados Unidos o Arabia Saudí.
En cuanto a Corea del Norte, Kim Jong Un no sólo ha logrado sacar adelante su programa de misiles con cabeza nuclear, con la inapreciable ayuda china, sino que ha establecido una relación aliancista con Rusia al amparo de la guerra en Ucrania que, a corto plazo, le ayudará a romper el ostracismo internacional al que está sometido desde la guerra de Corea.
Es en este contexto internacional en el que irrumpe la errática política de la segunda Administración Trump. Las decisiones diplomáticas, estratégicas y económicas que desde la toma de posesión del Presidente Trump se están adoptando en la política exterior norteamericana tienen que ver muy poco con el aislacionismo moderado (American First) que desarrolló en su anterior mandato.
El modo en que durante estos primeros meses de gobierno ha violado numerosos acuerdos comerciales, ha despreciado diplomáticamente a sus principales aliados estratégicos y ha cuestionado o ignorado a organismos internacionales tan importantes como la ONU o la OMS.
Es lógico, por tanto, que nos interroguemos ¿hasta qué punto la Administración del Presidente Donald Trump está pretendiendo cambiar a Estados Unidos de su tradicional posición como potencia hegemónica conservadora del orden mundial a la de la potencia revisionista dominante en el emergente escenario global?
Más allá de si esa es la intencionalidad implícita en la actuación internacional de Estados Unidos, lo que resulta difícil de ignorar es que de facto las medidas adoptadas por Washington han quebrado la confianza mundial en el liderazgo tradicional de la potencia americana y están obligando a una redefinición de las reglas de funcionamiento del orden mundial.
La propia idiosincrasia empresarial del Presidente Trump, le impulsa a instaurar el nuevo liderazgo revisionista norteamericano por la vía de una diplomacia aparentemente negociadora, pero que se impone mediante el recurso a medidas económicas coercitivas e intensas campañas propagandísticas.
Desde esta perspectiva, para el Presidente Trump las potencias revisionistas del cuarteto CRIC (China; Rusia; Irán y Corea del Norte) no se perciben como potencias enemigas que amenazan la seguridad nacional y la hegemonía mundial de Estados Unidos, aunque esa sea la narrativa propagandística oficial, sino como potencias rivales o competidoras que lastran el desarrollo económico y tecnológico del país y, por tanto, a las que se les puede controlar mediante una variable combinación de sanciones y premios (stick and carrot).
Esta política del palo y la zanahoria, que curiosamente también se aplica a los países aliados, busca obligar al cuarteto revisionista CRIC a negociar sus intereses con las autoridades de Washington, para encontrar nuevos equilibrios que constituyan las bases del emergente orden global en el que Estados Unidos seguiría ocupando la posición dominante.
En esta nueva concepción del papel de Estados Unidos, tendrían sentido las iniciativas adoptadas respecto de los CRIC. Empezando por la decisión de forzar una mediación entre Rusia y Ucrania, para poner fin a una guerra cuyas consecuencias son sistémicas y respecto de la cual la Casa Blanca no quiere seguir asumiendo costes militares y económicos.
Al mismo tiempo ha mostrado su apoyo explícito a la consolidación del liderazgo estratégico de Israel frente a los países árabes tratando con ello de asegurar su función como potencia garante de la estabilidad regional. En este contexto tiene sentido que trate de paralizar el programa nuclear iraní evitando, en la medida de lo posible, el ataque militar israelí pero sin descartarlo definitivamente.
Respecto de China la Admon. Trump ha situado su línea de acción prioritaria, aunque no exclusiva, en el terreno comercial precisamente porque sabe la decisiva importancia que el comercio exterior posee como garantía del crecimiento económico del país y con ello de la estabilidad política interna del Partido Comunista y del propio Estado. Washington trata de ralentizar el auge mundial del liderazgo de Beijing, escenario que considera inevitable a medio plazo, pero al que espera llegar con una posición dominante que sea aceptada por China y que de sustento a una compartida rivalidad hegemónica del orden global. Una coexistencia pacífica sin amenazas nucleares.
Todavía es pronto para saber si la guerra comercial desatada por Washington para forzar la negociación con Xi Jinping dará los resultados esperados por la Casa Blanca o, por el contrario, desatará una escalada desde la rivalidad económica al enfrentamiento estratégico disuasorio. Lo que ya se puede afirmar es que la iniciativa disruptiva norteamericana pasará una cuantiosa factura no sólo a la población china sino también al ciudadano norteamericano, altamente dependiente del comercio con China.
El común denominador de las iniciativas norteamericanas respecto del cuarteto revisionista de los CRIC es la aplicación del principio de divide et impera, para lo cual trata de instaurar la primacía de las relaciones bilaterales de cada uno de ellos con Washington para debilitar las que ya existen entre los gobiernos del cuarteto. Un objetivo que estimo audaz pero con pocas probabilidades de éxito.
Rafael Calduch Cervera
Catedrático Emérito de Relaciones Internacionales
Universidad Camilo José Cela